¿Será mejor rendirse? ¿Habrá que asumir las memeces del medio politico-burocrático-caciquil con la misma resignación con la que se acepta el pedrisco o se sobrelleva una pertinaz sequía? Quieren que creamos que sí, que así hay que tomarlo, como se resigna uno ante lo inevitable, lo que no tiene vuelta de hoja ni marcha atrás. Da igual que andemos en crisis económicas, que los electores del país o de algunas comunidades empiecen a castigar ciertos excesos, que no haya demanda social real de lo que cuatro aventados con la mano extendida presentan como reclamación multitudinaria y urgentísima, nada importa. Ellos van a lo suyo, a su aire, a su bola, como si tal cosa. Son autónomos, medio autistas y, desde luego, pajilleros. Impasible el ademán y tira p´alante. No los moveremos, piensan. No nos van a dejar más remedio que tirarlos al mar un día de éstos y con unos boletines oficiales atados al cuello, para que no floten.
Vean una muestra última y particularmente boba. La Consejería de Cultura del Gobierno de Asturias acaba de crear una Unidad de Traducción. ¿Para ayudar a los profesores universitarios que quieran publicar sus trabajos en inglés? No. ¿Para apoyar a las editoriales que quieran publicar en español grandes obras extranjeras de cualquier materia? No. ¿Para dar cobertura a los empresarios que quieran invertir en Finlandia o Ucrania? No, hombre, déjese de payasadas. Es para traducir textos del asturiano al castellano y del castellano al asturiano. Acabáramos. Eminentísima tarea. Consumado ridículo.
Vean una muestra última y particularmente boba. La Consejería de Cultura del Gobierno de Asturias acaba de crear una Unidad de Traducción. ¿Para ayudar a los profesores universitarios que quieran publicar sus trabajos en inglés? No. ¿Para apoyar a las editoriales que quieran publicar en español grandes obras extranjeras de cualquier materia? No. ¿Para dar cobertura a los empresarios que quieran invertir en Finlandia o Ucrania? No, hombre, déjese de payasadas. Es para traducir textos del asturiano al castellano y del castellano al asturiano. Acabáramos. Eminentísima tarea. Consumado ridículo.
Pero vayamos al cuerpo serrano de la noticia: la nueva Unidad (de destino en lo universal, se supone) “se encargará tanto de traducir al asturiano textos oficiales, o bien al castellano, textos que los ciudadanos presenten en 'llingua' asturiana a la Administración”. ¿Eh? ¿Qué me dicen? ¿Cómo les queda el cuerpo? Ya sé, el redactor se lió un poco. Debe de ser bífido. Y más: “También se traducirán al asturiano los documentos que en esta lengua se hayan de publicar en el BOPA, o aquellos requeridos por los poderes públicos y los órganos consultivos, además de otras que se encomienden desde el ordenamiento jurídico”.
Si por un casual un sueco o algún húngaro leen este post o la noticia en el periódico, se preguntarán si será que un castellanoparlante no entiende lo escrito en asturiano o que un asturiano que hable algo de la “llingua” no se enterará de lo que lea en castellano. Falso de toda falsedad. Vayamos descuartizando. En primer lugar, estamos ante uno de esos casos, tan actuales, en los que la traducción no tiene como objetivo permitir el entendimiento de un texto, sino dificultarlo. El propósito no es hacer que se comprendan ciertos escritos, pues yo o cualquier asturiano que no se gane la vida con su “llingua” les podemos asegurar que no hay un solo asturiano que no entienda lo escrito o dicho en castellano. ¿Entonces para qué traducirlo a la lengua asturiana? Para dar trabajo al traductor y, de rebote, a los que enseñan lengua asturiana. Lengua asturiana que, si se enseña, es porque no la sabe esa población que la tiene como seña de identidad. Complicado, ¿verdad? El proceso completo es así: primero una lengua se crea más o menos artificialmente, recomponiendo de aquí y de allá trozos y variantes. Después se afirma que es la lengua de todos, aunque ninguno pueda hablarla ni escribirla mientras no la aprenda en esa versión oficial y uperisada que ninguno ha hablado ni escrito jamás de los jamases. Por último, se impone su oficialidad o, como mínimo, se van haciendo obligatorias ciertas traducciones, para que sea la lengua oficial de una nación que nunca la habló de esa manera, que ahora tiene que verla a la fuerza en ciertos papeles y que, se ponga el personal como se ponga, en la puñetera vida la va a hablar, porque ni es la que mamó ni le beneficia en nada ni le da la maldita gana. Pero, entre tanto, ahí creamos unos puestos de trabajo para algún primito y colocamos unos enchufes guapos.
Me disculparán que repita un poco cosas que ya se habrán escrito aquí otras veces. Pero viene a cuento. Soy bableparlante de cuna. Me crié en mi pueblo hablando asturiano o bable, y en bable me relaciono con toda la gente de mi infancia y con muchos amigos asturianos. Con muchos amigos asturianos que manejan el bable con la misma naturalidad que yo, no como esos fantasmas de cursillo que tratan de hacer traducción simultánea de sí mismos y que acaban chapurrreando mal castellano y nada de asturiano, salvo un par de terminaciones puestas a boleo. Para mí el bable es la lengua de la infancia, la del campo y la de la ternura. Hasta con mi hija ahora me salen espontáneamente muchas expresiones que de ahí vienen.
Si por un casual un sueco o algún húngaro leen este post o la noticia en el periódico, se preguntarán si será que un castellanoparlante no entiende lo escrito en asturiano o que un asturiano que hable algo de la “llingua” no se enterará de lo que lea en castellano. Falso de toda falsedad. Vayamos descuartizando. En primer lugar, estamos ante uno de esos casos, tan actuales, en los que la traducción no tiene como objetivo permitir el entendimiento de un texto, sino dificultarlo. El propósito no es hacer que se comprendan ciertos escritos, pues yo o cualquier asturiano que no se gane la vida con su “llingua” les podemos asegurar que no hay un solo asturiano que no entienda lo escrito o dicho en castellano. ¿Entonces para qué traducirlo a la lengua asturiana? Para dar trabajo al traductor y, de rebote, a los que enseñan lengua asturiana. Lengua asturiana que, si se enseña, es porque no la sabe esa población que la tiene como seña de identidad. Complicado, ¿verdad? El proceso completo es así: primero una lengua se crea más o menos artificialmente, recomponiendo de aquí y de allá trozos y variantes. Después se afirma que es la lengua de todos, aunque ninguno pueda hablarla ni escribirla mientras no la aprenda en esa versión oficial y uperisada que ninguno ha hablado ni escrito jamás de los jamases. Por último, se impone su oficialidad o, como mínimo, se van haciendo obligatorias ciertas traducciones, para que sea la lengua oficial de una nación que nunca la habló de esa manera, que ahora tiene que verla a la fuerza en ciertos papeles y que, se ponga el personal como se ponga, en la puñetera vida la va a hablar, porque ni es la que mamó ni le beneficia en nada ni le da la maldita gana. Pero, entre tanto, ahí creamos unos puestos de trabajo para algún primito y colocamos unos enchufes guapos.
Me disculparán que repita un poco cosas que ya se habrán escrito aquí otras veces. Pero viene a cuento. Soy bableparlante de cuna. Me crié en mi pueblo hablando asturiano o bable, y en bable me relaciono con toda la gente de mi infancia y con muchos amigos asturianos. Con muchos amigos asturianos que manejan el bable con la misma naturalidad que yo, no como esos fantasmas de cursillo que tratan de hacer traducción simultánea de sí mismos y que acaban chapurrreando mal castellano y nada de asturiano, salvo un par de terminaciones puestas a boleo. Para mí el bable es la lengua de la infancia, la del campo y la de la ternura. Hasta con mi hija ahora me salen espontáneamente muchas expresiones que de ahí vienen.
Dicho esto, también he de reconocer que cuando leo algún texto en “llingua” producido por esos “llingüistas” y traductores, ni entiendo todo ni me identifico con nada. La impostura rezuma por las mal pegadas juntas de esos discursos postizos. Lo cual puede hacernos pensar que, en efecto, hasta los asturianos que más mamamos Asturias y más hablamos su lengua podemos un día de estos necesitar un traductor, un traductor de esos engendros al castellano o, incluso y por qué no, al asturiano nuestro, al bable de nuestros padres y nuestra aldea. Y eso ya sería la perfecta cuadratura del círculo, la culminación del propósito que subyace a todas estas carajadas: inventarse una lengua para dominarla y, desde ahí, controlar a sus forzados usuarios. Conmigo que no cuenten. Modestamente, uno no puede traicionar de esa manera a su tierrra, a su gente y a su memoria. Uno no puede entregar sus raíces a cuatro niñatos encaramados en algunas consejerías y que se creen el pito del país. No, señor, no. Al agua con ellos, a tirarlos al mar desde la Escalerona en día de tormenta y a comentar, mientras chapotean: "mirai, un puñau de fatos afogándose. Dai a esi, mecagoenrós, que quier sacar la cabeza, embúrrialu p´abajo y aguántalu ahí"