Hay
una diferencia esencial entre un homicida ocasional y un criminal hecho y
derecho, un sicario sin remordimientos o un psicópata asesino. El primero puede
pasar una época de obnubilación, desorientado quién sabe si por un odio
puntual, unos celos insufribles, una tentación fortísima, una tristeza
oscura... Y se desespera o se excita y mata, o lo intenta. Pero al cabo el
crimen le pesa, y más cuando lo descubren y se lo echan en cara los familiares
y vecinos, los amigos, por no decir si tiene que sentarse en el banquillo y
pagar cárcel.
Con
los otros todo es distinto, su entraña moral se ha torcido, en su narcisismo o
su puerilidad tienen el mal por bien, se sienten superiores al ciudadano común
al cultivar valores heterodoxos, hallan su luz en la zona oscura y su beneficio
en el abuso sobre cualquiera y el expolio de los demás.
Cuando
en una sociedad logran fuerte predominio esos sujetos cuya entraña moral se
mueve entre la anomia y la ley del embudo, en los casos en que se hacen con
parcelas de dominio económico, político e institucional, suelen muchos
ciudadanos del montón padecer una de estas dos reacciones: o el silencio del que busca
también beneficio en ese sistema adulterado o de quien no quiere tener
perjuicio por hacer valer su crítica, o la imitación de esos otros, basada en un
fondo de envidia y admiración a partes iguales. En una situación tal, las
reformas puramente jurídicas, los meros cambios legales y hasta el
endurecimiento de las penas no tienen efectos reformadores, más que nada porque
aquellos poderosos con ese sello de moralidad desviada no perciben rechazo
social genuino y mayoritario y porque se rodean de todo un círculo de larvadas
protecciones y silencios cómplices. El Estado, suponiéndole al Estado la
función de salvaguardar unas reglas mínimas de decencia y probidad en la
gestión de los asuntos públicos y para la instauración de un orden justo y
eficiente, se halla bajo una tensión de muy difícil salida. Sus mecanismos
ordinarios se tornan impotentes por ausencia de apoyo ciudadano consistente y
sus instancias normativas y de administración de justicia se ven saboteadas
desde dentro por esos mismos sujetos que colonizan dichas instancias y, desde
ahí, se procuran una red de inmunidades. Son los tiempos en que la legislación
se vuelve legislación simbólica y muchos jueces usan sesgadamente sus
competencias y hasta hacen un uso alternativo del derecho, consistente por
ejemplo en extremar las garantías procesales en favor de quienes más favores
tienen para repartir. Es una promiscuidad jurídico-política en la que cada cual
determina los resultados en campos que no le competen, por ejemplo el juez
fallando con criterio político, y el pícaro aupado al dominio de lo público determina
los fallos jurisprudenciales.
Es
la situación que tenemos en España. Los más acreditados corruptos ganan más
votos en cada nueva elección, las culpas se asignan a enemigos imaginarios,
sean enemigos de nación, enemigos de clase o enemigos corporativos, los
movimientos sociales de protesta espontánea resultan inmediatamente colonizados
por representantes del mismo sistema que se pretendía corregir y las consignas
reformadoras se trivializan cuando las incorporan a su discurso los partidos de
establishment. Entre los mismos que protestan se cruza enseguida un posibilismo
de cortas miras y basta regalarle a alguno un privilegio de los que combate
para que de súbito se envaine las objeciones. Cuando, como aquí, la crisis
primera es moral, no cabe cambio real mientras la moral social sea de egoístas
y sujetos a los que solo mueva, en el fondo, el qué hay de de lo mío.
En
otros términos, carecemos del ambiente requerido para reformar el país y el
Estado mientras los de a pie tengamos precio y, sobre todo, nos vendamos tan
baratos. Contra los recortes me quejo nada más que si a mí me quitan la extra,
de los sistema de selección de personal en las Administraciones Públicas
protesto únicamente cuando no sale colocado un pariente mío, de la
insolidaridad nacional me duelo en lo que no salgan con ventaja mi pueblo o mi
Comunidad Autónoma... Es el momento en que el político de principios es
sustituido por el hábil negociador sin principios, por el experto en mantener
equilibrios inestables y conseguidos a base de rehacer contubernios para
repartir los beneficios entre grupúsculos y castas. Las continuas llamadas a la
negociación como vía para solventar cualquier problema del país tienen mucho de
esto, aunque haya buena fe en alguna que otra. Negociar, aquí, es hacer
dejación de todo principio y de cualquier exigencia de justicia social, a fin
de mantener en rodaje un sistema político-económico y jurídico que no prive a
las elites anómicas, desideologizadas y delicuenciales de su dominación y su
control de las prebendas.
A
partir de cierto momento, cualquier noticia adicional sobre turbios manejos y
apropiaciones ilegítimas no añade nada, no cambia ninguna cosa. También el
periodismo bueno va de la mano de la impotencia, cuando no caen los medios de
comunicación en manos de los mismos grupos depredadores, que es lo que viene
ocurriendo.
Así,
hoy leemos que el anterior Consejo Nacional de la Competencia había establecido
que cada consejero percibiría, al cesar, 655.000 como indemnización. Lo detecta
al fin el Tribunal de Cuentas, pero la medida es legal, dada la autonomía
normativa del Consejo aquel, y solo se les puede reprochar jurídicamente que no
hubieran previsto la necesaria provisión de fondos. Como si después de un
crimen masivo alguien no hubiera más vuelta legal que indicar que la pistola
no era del calibre apropiado para matar mejor.
En
ese tipo de órganos con autonomía el pacto entre líneas es claro: nosotros os
nombramos a vosotros para que nos obedezcáis y renunciéis en eso a la autonomía
que da sentido al órgano y su función, pero, a cambio, os podéis sentir
autónomos para establecer vuestras dietas, el modo de financiaros los viajes,
las indemnizaciones al salir del cargo... Es aquella misma historia del CGPJ y
que ya nos suena de tantos sitios. Es, salvando las diferencias de detalle, el
cuento de las cajas de ahorros. Quien provoca la ruina en el ámbito que le
correspondía se marcha llevándose lo suyo y con la vida resuelta o en espera de
un nuevo momio que algún estómago agradecido le procurará. No hay
remordimiento, pues la conciencia moral ya había sido sometida al
correspondiente lavado. Algún periodista no subvencionado, quizá, hará algo de ruido, pero el
ladrón legal tendrá más amigos, porque en las sociedades corruptas los enanitos
complacientes adoran el trato con los ricos y mueven la colita esperando unas migajas.
No
hay arreglo, salvo milagro. Un amigo me contaba la otra noche que, en su
opinión, habría que empezar a darles a los corruptos un tiro en la rodilla, a
modo de escarmiento. Sí, estoy de acuerdo en que eso tendría una función de
prevención general positiva y negativa mayor que esas penas de las que tales
personajes se libran, principios constitucionales en mano. Pero no sé, mientras lo pensamos enseñemos algunas
cosillas a nuestros hijos y no nos dediquemos a acariciarles el lomo a los
mismos indecentes a los que con la boca pequeña ponemos de vuelta y media en
casa o en el bar del barrio que ellos no frecuentan.
Hace
una temporada, llegué con un buen grupo de colegas profesores a comer en un
restaurante en el que estaba en una mesa sentado un presidente de caja de
ahorros del que todos sabíamos lo que había que saber. Una parte de ese
profesorado fue corriendo a saludar, moviendo la colita e inclinando el hocico,
casi oliéndole el culo, como hacen los perros. Pues a eso me refiero, a que tal
vez los únicos miserables no son los que roban, y a que la mierda está muy
repartida. Hay cola para robar y corromperse.
2 comentarios:
Cuánta razón tiene usted. Cuántas veces he visto de cerca, como espectador atónito y pasivo, esa escena del restaurante con la que cierra el artículo. Qué arcadas ante esa mezcla de descorcierno y de deslealtad que se siente cuando tal situación te envuelve.
Cuánta gente con cargo quejándose a las puertas de cualquier reunión, en los días previos a X,Y,Z.... y que mala baba cuando solamente levanta la mano uno en solitario para votar en contra. Cuanto baboso por un vaso de vino, una palmadita.... ¡Cuantos cortos emocionales¡
¿jajaja no nos queda nada¡¡¡ Décadas de poner el culo. Espero morir de viejo y al menos ver que la gente levanta la mano para oponerse a algo con normalidad...
Este País está lelo de abajo hacia arriba. Y yo el que más desahogándome aquí con la cantidad de fachadas limpias y hermosas que hay en la calle.
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