28 abril, 2013

Tallas femeninas. Por Francisco Sosa Wagner



Resulta que se ha gastado un millón y medio de euros y se ha molestado a diez mil mujeres para medirlas con el objeto de ¡unificar las tallas de las españolas!

Más: se ha firmado un convenio entre una comunidad autónoma, otra heterónoma y el Estado menguante que tenemos para ultimar un estudio antropométrico de la población femenina y otro parecido entre la industria de la moda y el (in) competente ministerio para “promover una imagen saludable de la mujer”. Y, por último, se ha reformado el mundo de los maniquíes de los escaparates con no sé qué otro diabólico designio.

Y todos: el ministerio y la industria están en trance de absoluta desesperación porque tamaño ajetreo ha resultado un fracaso de dimensiones cósmicas: “no ha servido de nada” se lamenta un portavoz con una voz que no le sale al pobre del cuello de la camisa. Y otro de una organización de consumidores, que halló diferencias de hasta diez centímetros, constataba el muy felón esta realidad como una desgracia.
 

Pues menos mal, señores medidores y uniformadores, les espetamos desde estas Soserías, lugar donde el buen sentido anida sus huevos. Naturalmente que las mujeres españolas no se dejan unificar ¡y a mucha honra! Las mujeres españolas, señores del ministerio y de las fábricas, exhiben una absoluta y ubérrima disparidad, se enorgullecen de sus ricas y proteicas diferencias, no se dejan encasillar en moldes ni en formas homogéneas y exhiben a los cuatro vientos sus hechuras abundantes o moderadas, el caudal de sus encantos y el torrente invadeable de sus atractivos.

¿Hay algo de malo en ello? En su locura, estos uniformadores -que deberían estar en la cárcel uniformando la cadencia de sus días y sus horas- han pretendido clasificar las curvas femeninas en tres tipos: cilindro, campana o diábolo. Es decir, que habría la mujer cilindro, la mujer campana y la mujer diábolo. ¡Y un cuerno, caballeros ...! ¿Cómo no hay voces y ecos y rugidos arremetiendo contra tanto rupestre atropello?

¡La estética sometida a una hoja de contabilidad, a las devastadoras columnas del debe y del haber! Y todo para que a la industria les salga más barata la fabricación de blusas, de sujetadores o de chaquetas. Pues a gastar dinero, señores industriales, y a reconocer que por fortuna se las tienen que haber con personas, no con maniquíes ni monigotes sino con seres humanos que no dejan pasar una porque derrochan singularidad, galanura y majeza. Y gastan la talla de pecho, de cintura y de cadera que les da la real gana y les conviene.

Cilindro y campana ... ¿Habráse visto mayor desvergüenza? Estas mediciones son idénticas a las de un orate que tratara de medir la risa o los cantos o las olas o los besos o las esperanzas ... Por favor, señor de nuestros avatares ¡que nuestros ojos cansados no alcancen a ver jamás semejante infortunio!

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