17 marzo, 2014

Fulares. Por Francisco Sosa Wagner



Hasta los periódicos regalan ahora a sus lectores fulares de colorines diversos, con gusto de la variedad, uno para cada día de la semana, estamos ante una furia desatada por llevar fular. Todos los dengues que en contra de la corbata se hicieron en los últimos tiempos por burguesa se vuelven ahora mimo y entrega al fular. De pronto, vemos al presentador de la televisión, que se halla en un espacio cerrado, aparecer con su fular como protegiéndose de los vientos que desatan las noticias que él mismo aventa y ya no falta más que ver al médico, en lugar de con el tradicional fonendo al cuello, con un fular como arma de diagnóstico.

Estamos ante un pariente cercano de la bufanda que se ha usado siempre como prenda de abrigo para resguardar a las amígdalas de los fríos adversos. Hay también la bufanda, sobre todo blanca, que llevan los grandes jugadores de casinos, los gánsteres más cotizados y los asesinos múltiples que la han empleado para acariciar el cuello de sus víctimas.

Aunque la bufanda mejor ha sido el dinero que recibían antiguamente los funcionarios para hacer frente al frío que siempre ha provocado el sueldo escaso y que provenía de los fondos reservados llamados “de reptiles” porque allí donde se guardaban anidaban los peores saurios dispuestos a moder la mano de quien a ellos accediera. Menos la del ministro que disponía de ellos a su antojo y es que, si se aceptaba el cargo de ministro, era justamente para permitirse estas licencias porque todo lo demás era prosa plúmbea y reuniones inanes con personajes lúgubres. En las “Luces de bohemia” el ministro amigo de Max Estrella le ofrece dinero en aquella noche de desesperanzas y el bohemio lo acepta precisamente porque “no quiero irme a la tumba sin haber tocado el fondo de reptiles”. Max se marcha pues del caserón del ministerio con su bufanda.

O con el fular de nuestros días que lleva camino de convertirse en estandarte de afectaciones.

Tanta es su difusión que se viste también en pleno verano, cuando el sol arde en destellos divinos y las memorias invernales se hallan disipadas. La industria del fular y la bufanda no conoce estaciones ni cambios, atraviesa los tiempos desafiando los abismos del olvido o el desuso. ¿Acabaremos provocando incluso a las noches y sus desalientos con nuestro fular al cuello?

Me fastidia esta banalización. Porque la bufanda como el fular puede ser prenda útil o signo de distinción. El escritor Umbral solía gastar bufanda pero lo hacía porque no llevaba corbata y era muy mirado con su cuello que no quería ofrecerlo desnudo y sin protección alguna, sabedor como era de las ganas de venganza que sus desafíos y el huerto fecundo de su prosa generaban. Los pintores impresionistas se cuidaban también sus gargantas con bufandas porque estaban por llevar el aire libre a sus lienzos y ya sabemos que éste trae cuchillos como verdades.

Pero el fular por el fular es un peligro porque con él ahorcamos lo que de original llevamos dentro.

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