Confieso que me he enterado hace poco del
significado de la palabra “emoticono” que es, según la Docta Casa, un “símbolo
gráfico que se utiliza en las comunicaciones a través del correo electrónico y
sirve para expresar el estado de ánimo del remitente”.
¿Para qué usar palabras si con un dibujito basta
para decir a nuestro interlocutor que estamos sufriendo un cabreo denso y
oscuro, o vivimos un estado de felicidad propio del cristiano que está a punto
de yacer con odalisca, o de ansiedad cercano al que transmite la Esposa del
Cántico de san Juan de la Cruz? Unos
simples y fáciles trazos resuelven el compromiso y eso está muy bien porque así
tenemos tiempo para otro afán, por ejemplo, para seguir poniendo sms o
“guasapes” o enviar una autofoto (selfie,
otra novedad) de Lupita en el preciso momento en que compra una pizza de cuatro
quesos. La única objeción que pongo es que el emoticono ya viene confeccionado
por la industria que ha fijado su plantilla convencional y no es el producto de
la gracia como dibujante del remitente. Esto es de una vagancia intolerable y
signo de muy poca imaginación. A mí me suspendían de manera porfiada y
perseverante en la asignatura de Dibujo cuando estudiaba el bachillerato pero
me atrevería a dibujar una cara que exprese alegría o tristeza y, aunque es
verdad que no me saldría la paloma de Picasso, sí algo presentable y desde
luego inteligible.
¡La cantidad de emoticonos que circularán por las
redes en todas las direcciones lanzados como botellas de náufragos! Al meditar
sobre ello, me tortura la idea del emoticono como objeto de espionaje
transatlántico y el aspecto que tendrá el espía de emoticonos. En las películas
hemos visto a estos, a los espías, haciendo fotos de un documento comprometido
en medio del sigilo y de la tensión de la situación que crea el espionaje
rectamente entendido. Pero no logro imaginarme a ese mismo espía llevándose un
emoticono a su archivo oculto de agente secreto y tejiendo conclusiones de
relevancia política o comercial para venderlas luego a un Obama lejano y
jupiterino. ¿Tendrá el KGB personal especializado para la interpretación de los
emoticonos como Freud tenía el sofá para interpretar los sueños de sus
pacientes y aventurar hipótesis sobre sus insatisfacciones? ¿Tendrán los
generales de la OTAN sus emoticonos para anunciar una misión de alto riesgo?
¿Alguien imagina a Hitler mandando un emoticono a su colega polaco avisándole
de que empezaba la segunda guerra mundial?
Ahora bien, fuera de estas inquietudes preciso es
convenir que el emoticono está bien porque refleja las ideas sencillas con las
que hoy circulamos: o se está feliz o se está disgustado. O se está inflamado
de amor o se cultiva un odio fanático. Hay poco lugar para matizar los estados
de ánimo y expresar entereza ante el infortunio, aplomo, espíritu de servicio,
entrega a una causa noble, frugalidad, parsimonia, ascetismo etc pues para todo
ello es necesario seguir recurriendo a la palabra, esa reliquia del pasado, ese
vestigio remoto de una época antigua y felizmente caducada.
Veo que hay poetas que empiezan a usar los
emoticonos en lugar de la métrica y ya solo se espera que nos traduzcan a
emoticonos los versos de Jorge Manrique o de Gerardo Diego. Así será más fácil
leer sus obras. Tenemos que saberlo: el emoticono, primo de la siglas y cuñado
de las abreviaturas, es hoy la nueva palabra en germen porque la antigua, la
clásica, irá siendo borrada poco a poco y quedando reducida a una ligera
espuma, a la ligera espuma del mar de los emoticonos.
3 comentarios:
La verdad es que ya SOBRAN emoticonos...
Ahora, junto al metro de Ciudad Universitaria, en la Universidad Complutense de Madrid, hay un autobús de donación de sangre de la Cruz Roja. Donad sangre.
Y leed el ABC de vez en cuando, majos.
Gracias, profesor.
David.
No sobran emoticones porque son lenguaje universal sobran leyes que no se refunden, excesivas y pijoteras. Sobran regulaciones y tasas judiciales. Sobra jerga de letrados, chaquetas, corbatas y togas. Faltan profesores de Derecho en los colegios y que los niños aprendan a respetar las leyes justas.
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