21 abril, 2015

El papel: un respeto. Por Francisco Sosa Wagner



Se recordará que Mao Tse Tung (o Mao Zedong), aquel icono de los “progres”, lectores atolondrados de su infame “Libro rojo”, aclamadores de aquella “revolución cultural” que resultó ser un genocidio, aquel fúnebre pajarraco se despachó un buen día despectivamente contra los Estados Unidos diciendo que parecían enemigos potentes pero en rigor eran “tigres de papel”, una potencia aparente pues tenía las defensas desbastadas.

El papel pues como referencia blanda, fofa: objeto de mofa. Hoy, cuando el papel retrocede en los espacios de nuestra vida empujado por las nuevas técnicas, preciso es colocarlo de nuevo en la peana de nuestras devociones. Porque adviértase que ya no hay tarjetas de visita en papel, aquellas que podían hablar pues expresaban sentimientos de luto, de agradecimiento, de felicitación... Tampoco se escriben cartas en papel, mucho menos a mano, reducidos como están nuestros mensajes a unos cuantos caracteres e iniciales cada vez más escuetos y arbitrarios. Las tarjetas postales ¿qué ha sido de ellas? ¿Quién se molesta en comprarlas, escribir unas líneas, buscar un sello y un buzón? Hace tiempo que no me caso -a pesar de la amplia oferta de ritos de que hoy disfrutamos- pero sospecho que ya no hay invitaciones de bodas con aquellos anillos dorados trenzados y tampoco esquelas con esa bendición apostólica de su santidad que siempre llegaba en el momento oportuno desde el lejano -pero solícito- Vaticano.

Una catástrofe para el gremio de la industria gráfica. Pero una catástrofe además para todos nosotros. Ya es triste pensar que el papel va a quedar reducido al higiénico y eso hasta que aparezca una aplicación que nos sirva para asearnos el tafanario.

Olvidamos que en papel se nos presenta el rey de la creación y de la imaginación, el astro de la fantasía, el estuche de la fábula, el cruce del apetito con el placer, la columna por la que trepan las sorpresas, la manta con la que se abrigan las exquisiteces...  es decir, nada menos que el libro. Sí, el libro que buscamos en la biblioteca del pueblo o en la Nacional de Madrid, el libro que palpamos en las librerías, que leemos en el tren, que regalamos, que guardamos en casa, que nos informa y nos transforma, el compañero con el que discurrimos, discutimos o intuimos mundos insólitos, con el que preguntamos al pasado y comprendemos el presente, con el que nos espantamos y con el que lloramos.

El libro, en fin, que tiene el supremo privilegio de reírse del tiempo, de sus caprichos y de sus destrozos.  

Todo esto se está sustituyendo por las “redes sociales” donde se enredan, es decir, se confunden y enmarañan los mensajes, se deteriora el lenguaje, se acogen las naderías más logradas y los más envenenados insultos ¡desde el vil y cobarde anonimato! ¿Se puede concebir algo más degradante? Pues estas prácticas son jaleadas a diario por algunos zoquetes que ven en ellas signos de la llegada al paraíso donde la modernidad se dispone a empollar todos sus huevos.

Los tuits, alimento espiritual preferente de tantos, son la trivialidad trabajada con el cincel minucioso de la vulgaridad. El lugar común al que peregrinan los opositores a gaznápiro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, hoy la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense está cerrada. ¿Por qué?

Un abrazo.

David.

Anónimo dijo...

Donad sangre, por favor.

David.