10 julio, 2016

Justicia distributiva e impuestos



                Tomemos tres personajes y llamémoslos Esquilo, Sófocles y Eurípides. Nada que ver con el teatro griego, es para que memoricemos el papel de cada uno mejor que si decimos A, B y C. Luego traeremos un cuarto y le daremos el nombre de Terencio.
                Esquilo es fontanero. La suya fue una vida dura hasta que, a base de trabajo y trabajo y debido a su enorme habilidad e inteligencia a la hora de cumplir con su oficio, se fue abriendo camino y ganando cada vez más. Es de los pocos en el país que son capaces de manejar ciertas instalaciones de fontanería muy complejas y que llevan materiales especiales. Ahora tiene cincuenta años y varias empresas importantes del ramo de la construcción se lo disputan a golpe de talonario. Actualmente está contratado por una de las mayores y gana ciento veinte mil euros al año.
                Sófocles es un afamado novelista de mucho éxito. Cuarenta y cinco años. Cotiza como autónomo y como tal paga sus impuestos. En verdad es un muy sacrificado peón de la pluma, pues no dedica a la escritura menos de ocho horas diarias, de lunes a sábado. Poco a poco el éxito de público y crítica fue llegando y el último año ha ingresado ciento veinte mil euros, especialmente por derechos de autor, aunque también percibe algo por algunas conferencias que ha impartido.
                Eurípides es un albañil sin especial cualificación profesional. Se desempeña como peón. Cuarenta y dos años. No es muy habilidoso, aunque sí esforzado, razón por la cual es apreciado en las empresas que trabajan y hasta hoy no le ha faltado tajo. En el último año sus ingresos totales fueron de doce mil euros, a razón de mil al mes.
                En impuestos directos Eurípides no paga nada, dado lo bajo de sus rentas. Pongamos que Esquilo y Sófocles tributan en su impuesto sobre la renta lo mismo, veinticuatro mil euros cada uno, equivalentes al veinte por ciento de los ingresos de cada cual. Sé de sobra que estoy jugando con tipos impositivos irrealmente bajos, pero acépteseme así para mayor claridad.
                Si nos preguntamos por qué pagan tanto, responderemos que porque ganan mucho. Y que Eurípides no paga nada porque su sueldo es realmente bajo. Las cuestiones pertinentes, aunque no muy habituales, son dos. Primera, por qué deben pagar más los que ganen más, aun cuando sea completamente lícito y honesto su modo de ganar y, más todavía, resulte proporcional a su esfuerzo, inteligencia y capacidad. Segunda, por qué quienes perciben servicios sociales con cargo al erario público los perciben en todo caso con total prescindencia de su disposición y esfuerzo.
                Respecto de la pregunta primera, creo que suele haber un prejuicio subyacente, el de que quien mucho gana algo indebido ha hecho o hace. Se asume más o menos conscientemente que nadie puede hacerse rico con el fruto nada más que de su honrado esfuerzo y sin aprovecharse reprochablemente de alguien. En cuanto a la segunda cuestión, el prejuicio acostumbra a ser el inverso, el de que todo persona gravemente pobre está en esa situación o bien de resultas de las malas artes del prójimo o la injusticia social, o bien como consecuencia de su pésima suerte, pero siempre y en todo caso sin rastro de culpa del propio sujeto. Creo que, al menos en el terreno de la ciencia social y la filosofía política y jurídica, deberíamos superar esos dos prejuicios y admitir que hay también ricos inocentes y pobres culpables, y que a lo mejor no estaría de más discriminar entre tipos y orígenes de la riqueza, cuando de gravarla o darle tratamiento jurídico se trata, y entre clases de pobreza, a la hora de brindar ciertos servicios a quien no puede pagarlos. Y en esto último convendrá también diferenciar entre clases de servicios públicos y prestaciones, pues, por ejemplo, se puede defender que deba ser universal e incondicionadamente gratuita la sanidad pública básica, pero que los perceptores de ayudas sociales en metálico deban hacer algo para merecerlas o “ganárselas”.
                Pero la pregunta, genuina cuestión, que pretendo poner sobre la mesa es esta: ¿por qué han de pagar tanto Esquilo y Sófocles, si cuanto ganan a nadie se lo quitan ilegítimamente y se debe a su esfuerzo y habilidad? Insisto en ese dato, no hablamos de personas de las que alguien pueda decir que se aprovechan del trabajo ajeno o de la plusvalía generada por la labor de otros ni nada de ese estilo. ¿Realmente es más justo un Estado en el que pagan más impuestos los que ingresan mayores rentas, y más si esa obligación tributaria es radicalmente independiente del tipo de actividad por la que las rentas se ingresan? Y, si en lugar de ponernos en clave de justicia distributiva nos ubicamos en el campo del utilitarismo o el puro eficientismo social, tendremos que inquirir si es socialmente conveniente, en término de riqueza y bienestar colectivos, un sistema fiscal que desincentiva fuertemente el aumento de rendimiento de los más laboriosos y capaces.
                Llevo toda la vida creyendo algo que me contaron cuando era estudiante, la teoría de que es más justo, se mire como se mire, un sistema fiscal basado en impuestos directos y de carácter progresivo. Confieso que empiezo a tener dudas. ¿No deberíamos manejar, como hipótesis, la mayor justicia y eficiencia de, por ejemplo, la combinación de un tipo impositivo único, bajo y de aplicación casi universal, algo así como el 5%, y una carga mayor sobre los impuestos al consumo, tipo IVA, ahí sí con una clara discriminación entre clases de productos y tipos aplicables? O sea, que si Esquilo y Sófocles quieren comprarse, ya que pueden, el Mercedes más caro del mercado, que paguen un IVA bien alto, pero que ninguno de los tres personajes pague nada, por ejemplo, como IVA del pan o la leche. O que pague un impuesto específico el que elija mandar a sus hijos a un colegio privado (en lugar de que los subvencionemos entre todos) o a una universidad privada.
                Pongamos que uno es o se siente progresista y comprometido con el Estado social de Derecho, como es mi caso. ¿Por qué no hemos de rechazar una propuesta como la anterior por derechista, neoliberal, antiprogresista y, sobre todo, socialmente injusta? ¿Por qué hemos acabado tomando como sinónimo de justicia social de la buena la cantaleta esa de que tiene que pagar más -en impuestos directos, repito- el que más tenga y al margen de que lo tenga de bóbilis y porque lo heredó y nada más que administra sus inversiones o de que lo consiga trabajando de sol a sol y sacrificándose para dar mejores posibilidades vitales a los suyos? Porque lo chirriante del caso es que cuando llega un partido que dice que por fin va a ser verdad que pagarán más los que más tengan, el pato lo van a financiar Esquilo y Sófocles (y otros como ellos que ganan la mitad o una tercera parte que ellos), no los rentistas que no aplicaron nunca el sudor de su frente. ¿Es eso lo que demandan la justicia distributiva y el progreso?
                Díganme, repito, por qué es muy justo que Esquilo y Sófocles hayan de tributar tanto, y en mayor proporción cuanto más ganen, con independencia completa de que deban sus ingresos únicamente a su inteligencia y su esfuerzo grande, todo ello honestísimamente aplicado y, sobre todo, por el mero hecho de ganar ese dinero así y antes de cualquier decisión suya sobre consumo o inversión. La contestación al uso será que han de pagar todo eso ellos porque alguien ha de asumir las cargas financieras del Estado y ellos son de los que mejor pueden. ¿Y a cuento de qué el poder se transforma, así, en deber? ¿Por qué debe ser mayor la proporción de ingresos socializados o “expropiados” del que más trabaja y más gana honestamente?
                Ahora metamos en liza a Terencio. Terencio es un sujeto bastante perezoso, que nunca quiso ni estudiar ni trabajar mayormente y que se da a la vida reposada con fruición digna de mejor causa. No es un incapaz propiamente, no es alguien con algún tipo de tara intelectual o limitación física, es un vago puro y simple. Haberlos, haylos, aunque ya no estoy seguro de si será políticamente correcto señalarlos. Terencio no tiene rentas de trabajo ni de actividad productiva de ningún tipo, pero percibe una pensión por pobre, quinientos euros mensuales.
                No seré yo quien mantenga que a Terencio deba el Estado social que tenemos y que defiendo dejarlo morir de hambre. Para nada. Pero apretarle las clavijas un poquito, sí. Que haga algo. Lo que sea, que tenga alguna obligación que vuelva un poco onerosa su vida descansada; vida descansada de pobre, pero descansada. Pues, insisto en lo peculiar de Terencio: no es pobre por desgracias del destino, sino por su nulo deseo de dar palo al agua o esmerarse para mejorar su suerte con algo parecido al trabajo. ¿Qué tal algún tipo de servicio social a cambio de los quinientos eurillos?
                Pensemos en las curiosas simetrías; o asimetrías, según se mire. Primera. La diferencia entre lo que percibe Terencio por no dar golpe a posta y lo que gana Eurípides por trabajar en jornada laboral completa de lunes a viernes no es ni muchísimo menos proporcional al esfuerzo de cada uno, que en el caso de Terencio es cero y en el del peón de albañil Eurípides es muy alto. Si quiere el amable lector verlo más claro, que imagine que Eurípides no recibe el salario que hemos dicho antes, doce mil euros, sino el salario mínimo interprofesional vigente en España ahora mismo, lo que vendría a hacer unos ocho mil euros anuales (frente a los seis mil de Terencio, en nuestro ejemplo).
                Segunda. Para financiar lo que percibe Terencio sin hacer nada (ni querer hacerlo) contribuyen en mayor medida los que más hacen porque quieren, como era el caso de Esquilo y Sófocles en nuestros ejemplos.
                ¿Estoy insinuando que no debe haber ayudas sociales, rentas para personas sin ingresos o algo por el estilo? En modo alguno, ni de lejos. Debe haberlas para el que, por dificultades o situaciones que no le sean imputables y que no pueda remediar por sí, no pueda por sí lograr ingresos. Pero para los otros no. Y de los otros hay más de cuatro y usted y yo lo sabemos, querido amigo.
                ¿O hemos los progresistas olvidado que antes del “a cada cual según sus necesidades” iba el “de cada cual según sus capacidades” (Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha)?

3 comentarios:

mictter dijo...

Juan Antonio,

Me parecen unas preguntas del todo lícitas y que llaman a la reflexión, a cuestionarnos una de las más importantes posturas políticas que podemos tomar a la hora de votar a un partido o a otro.

1. ¿Por qué deben pagar más los que ganan más?
Para mí, las razones fundamentales de que Esquilo y Sófocles paguen más son de índole práctica, y no cuestión de principios:
- Una, porque un Estado moderno tiene unos gastos enormes, por lo que necesita recaudar mucho dinero. Quitárselo a los que más tienen no es más ni menos justo: es menos doloroso para ellos (un 5% de los ingresos de Esquilo, aunque sea más dinero, es dudoso que le obligue a renunciar a nada, mientras que Eurípides gana tan poco que para él sí puede suponer dejar de tomar el aperitivo de los domingos).
- Otra es que, a partir de cierto nivel de ingresos en que las necesidades básicas están cubiertas, se puede gravar más sin perjudicar gravemente al ciudadano. Podemos diseñar una escala creciente (de hecho la mayor parte de los países "avanzados" lo hacen así) en que un nivel de ingresos básico no paga nada, un tramo siguiente pague muy poco (serían necesidades que casi todos querríamos tener cubiertas), el siguiente algo más (pequeños lujos, etc) y según el dinero es menos necesario, es mayor la parte que va a la caja común. Fijamos un límite para no desincentivar del todo el trabajo extra, aunque yo no veo ningún problema en que por ejemplo Esquilo se tome dos meses de vacaciones al año y deje un poco más de trabajo para Aristófanes, su prometedor aprendiz.

Un argumento en contra de los impuestos al consumo es que por lo general el consumo es una proporción mayor de los ingresos de los que menos ganan. Aunque se definan tipos menores para los bienes de primera necesidad, no lo llega a corregir del todo.
Algo que me parece fatal es que se graven mucho más las rentas del trabajo que las del capital (que son las del ahorro, sí, pero también las de la herencia) y que prácticamente haya desaparecido el impuesto de sucesiones. No estoy nada de acuerdo con los sistemas que favorecen tanto a los rentistas, como ocurre actualmente en casi toda Europa y en Norteamérica.

Finalmente, un argumento para mí de segundo orden es que los más favorecidos, al ser los que tienen más interés en el mantenimiento del statu quo, más deberían contribuir. Por eso mismo creo que debería haber un impuesto sobre el patrimonio, que además erosionase algo la tendencia de las grandes fortunas a crecer y a acumular poder político.

2. ¿Deberían trabajar los perceptores de ayudas públicas?
Aquí lo tengo mucho menos claro, y una vez más necesito acudir a razones prácticas: ¿sería posible obligar a trabajar a quien no quiere? Sin instaurar un régimen casi militar, o casi presidiario, como las "workhouses" de la Inglaterra victoriana, me temo que no, y el coste de vigilar que Terencio y sus iguales hicieran algo sin sabotearlo a continuación sería altísimo. Estoy en contra de obligar a nadie por ejemplo a fichar todas las mañanas a las 9 sólo por fastidiar, por lo que casi mejor prefiero una prestación mínima, que dé para lo más básico (y no por ejemplo poderse pagar un alquiler en el centro de Barcelona) y que para cualquier otra cosa haya que trabajar. Además, viendo las tendencias tecnológicas hacia la automatización de cada vez más oficios, mucho me temo que cada vez habrá más Terencios, por elección o por obligación.

En ningún momento creo que haya que hacer un juicio moral "rico = malo, pobre = bueno", sobre todo porque no creo que haya nadie capacitado para ir repartiendo certificados de bondad. En materia fiscal, mejor que hablen los números.

Aunque no nos conocemos (y es muy improbable que alguna vez lo hagamos), te agradezco este espacio de reflexión.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Un placer el poder reflexionar con las ideas sugerentes del profesor Juan Antonio García Amado y cuantos participan en sus comentarios. Solo apuntar unas consideraciones:
1ª En toda sociedad que aspire a un mínimo de solidaridad y justicia social, es necesario disponer de recursos suficientes para atender a las necesidades básicas de sus ciudadanos. Para la obtención de tales recursos y para aspirar a una sociedad sin excesivas desigualdades económicas entre sus miembros, parece oportuno ( y yo diría que hasta más justo)que quienes posean más medios y recursos sean quienes contribuyan en mayor proporción a ese sostenimiento.
2ª En la práctica, lo que se apunta anteriormente es muy difícil de realizar, pues quienes poseen mas recursos económicos, poseen también mayor poder, mayor información y medios para evitar contribuir en su proporción a tales fines. En toda sociedad hay ricos y pobres y de ahí que sean muy ciertas afirmaciones populares del tipo: a gochu gordu untai el rabu o a perru flacu to son pulgues.
3ª Cuando establecemos impuestos progresivos sobre la renta de los sujetos, resulta fácil gravar las rentas del trabajo por cuenta ajena, algo menos fácil las rentas de autónomos y profesionales liberales y muy difícil las rentas del capital. Y como en materia fiscal, lo que cuenta no es tanto razones de justicia como de eficiencia (recaudar mucho y gastar poco en dicha recaudación), al final acaban pagando los que no pueden evitarlo.
4ª De ahí que la filosofía de un impuesto progresivo como el de la renta de las personas físicas,en la práctica no lo sea tanto y que a veces impuestos indirectos al consumo puedan ser tanto o más progresivos que éste, según como los articulemos.
5ª La injusticia de los impuestos no está en el zángano o paria al que se le asigna un mínimo para malvivir sin dar palo al agua, o al menos ese no me parece el mayor de los males. La auténtica injusticia social la veo en los parásitos que viven como reyes y que poseyendo recursos mas que suficientes para disfrutar de una buena vida, no contribuyen ni mucho ni poco al bienestar social. Sujetos que nada hacen por la mejora social y que poseen todos los privilegios, ventajas y recursos, y a pesar de todo aún se quejan pues nada para ellos es suficiente.

Pavlvs dijo...

Excelente entrada, Juan Antonio. Como joven trabajador me he preguntado esto muchas veces. Las políticas actuales de hecho DESINCENTIVAN el trabajo y el esfuerzo: cuanto más ganas, más pagas y menos recibes (¡de manera relativa encima!).

Pero ojo, no creamos que ocurre sólo en España. Ocurre también en esos países centroeuropeos, como Alemania, que usted pone a menudo como ejemplo.

Yo vivo en uno de ellos y, de hecho, la cosa es todavía peor que en España. A poco que uno trabaje ya roza el tramo impositivo del 50%. Y, todavía peor, los primeros 11.000€ ganados aquí no tributan, y los micronegocios (hasta 400€/mes de ingresos) no pagan IVA.

Esas medidas incentivan el trabajar poco y que muchos se planteen si no será mejor una jornada reducida y dar un par de clases de yoga en casa (cosa habitual aquí), en vez de trabajar una jornada completa o montar un negocio que rente bien.

¿Con estas medidas, quién va a elegir arriesgarse con un negocio o trabajar más del doble para no ganar el doble ni de lejos?

En el fondo, pensémoslo bien. No es sólo para financiar a un estado voraz, sino para eliminar todo atisbo de competencia nueva y potente en el mercado. Competencia que podría amenazar al viejo, improductivo y malacostumbrado sector empresarial europeo...

Ese tipo de gente acaba marchándose a USA porque en Europa no tiene nada que hacer.

Saludos.