12 septiembre, 2006

Campo

¿Qué va a pasar con el campo? Esta temporada he vuelto bastante por mi pueblo, en Asturias. El paisaje está cambiando y el poder mete sus manos para regular el uso de los espacios. Antes los campesinos explotaban el terreno, lo cuidaban y lo mantenían para sus propósitos productivos. Ahora ya apenas quedan campesinos. Les anticipan las jubilaciones para que dejen de producir leche. Antes pagaban por explotar la hierba de los prados ajenos. Ahora a los pocos que quedan les sobra donde segar y sembrar. Van quedando fincas abandonadas, que se come la maleza. El monte salvaje se adueñará dentro de poco de más y más espacios.
La alternativa para quien no puede o no quiere cuidar sus propias tierras es venderlas, pero no quedan más compradores que los urbanitas que quieren hacerse el chalé. Y vienen los ayuntamientos y tratan de poner coto al caos de construcciones reglamentando en qué espacios se puede edificar una casa y en cuáles no. No les falta razón, pues el paisaje se deteriora irremisiblemente si cada cual levanta lo que quiere como le da la gana, aquí una hermosa residencia, a cien metros un cobertizo infame, más allá una chabola con tejado de uralita. Pero donde no se pueda construir irá la maleza, el matorral, ganando terreno. Llegarán también los incendios y nuevos problemas. En toda mi infancia no se vio un jabalí en mi pueblo, ahora, al parecer, hay muchos. Dañan los pocos sembrados que quedan y los escasos labradores retornan a la caza furtiva, se toman la justicia por su mano. Tiene difícil arreglo la situación.
Creo que sería más razonable que los ayuntamientos regularan estrictamente las maneras de construir, pero dejando que el mercado decida el uso de la tierra. Bien está que se impidan los desmanes constructivos o ciertas obsesiones de los recién llegados, como el afán por talar los árboles o por convertir en llanura lo que eran cuestas y colinas. Pero una naturaleza en abandono y sin gentes tampoco parece la solución.
A propósito de incendios, me encontré un viejo bosque completamente quemado. Pregunté a los lugareños qué había pasado y me contaron la siguiente historia chusca. Resulta que en la zona hay un conocido pirómano, vaya por Dios. No está en sus cabales y parece que anda obsesionado con que son mala cosa los árboles y el monte bajo. Así que les pega fuego. Ha estado encerrado varias veces, pero vuelve y retoma las cerillas. Parece que después del último incendio alguien lo denunció otra vez y llegó a su casa la pareja de la guardia civil a buscarlo. Los recibió cuchillo en ristre y pusieron pies en polvorosa. Unas horas después vinieron los GEO, según dice la gente del pueblo. Supongo que sería algún cuerpo especial de la guardia civil. Él volvió a tomar su cuchillo y salió corriendo. Parece que lo persiguieron mucho rato, disparándole pelotas de goma. Pero se ve que él corría más y no lo alcanzaban. En su camino se topó con una paisana, que le dijo algo así como dónde vas tú con ese cuchillo. Él le respondió, arrimándose a ella, ay, Maruja, que me quieren matar, ayúdame. Ella le dijo que o tiraba el cuchillo o le daba ella dos hostias allí mismo. Así que el hombre volvió a escapar a la carrera. Cuando se cansó, se metió en un bar de la carretera, pidió un cubalibre y esperó tranquilamente. Allí lo encontraron sus perseguidores y se lo llevaron sin más altercado.
Me pareció gracioso y por eso lo cuento. Simplemente.

No hay comentarios: