19 septiembre, 2006

Tariego de Riopisuerga. Por Francisco Sosa Wagner

Así como la música puede ser interpretada por una gran orquesta, un grupo de cámara o un solista que exprime todas las posibilidades a un instrumento, así la historia puede explicarse, bien montando un dilatado escenario, con generales, batallas y tratados, o instalando un pequeño tenderete que acoge unas pocas figuras que se mueven en un paisaje limitado. Con la literatura pasa lo mismo: es gran literatura “Guerra y paz”, pero es gran literatura también la minucia proustiana que da vueltas en torno a una magdalena y una taza de té. Con un solo personaje se recrea un mundo: Aviraneta -ya que estamos en el cincuentenario barojiano- o el Franz Biberkopf de Döblin -si queremos conocer el Berlín de entreguerras-.

Por la modalidad de la aparente minucia histórica se han decidido María del Carmen Nieto y Alejandro Nieto a la hora de escribir la historia de Tariego de Riopisuerga (1751-1799, ediciones de la Junta de Castilla y León), libro que subtitulan expresivamente “microhistoria de una villa castellana”. A partir de la minucia, entramos en el espacio de la historia del XVIII de la misma manera que el científico entra en el gran enigma a través de algo diminuto que solo alcanza a ver en el microscopio. La historia pequeña y la grande caminan como dos hermanas siempre cogidas de la mano.

Irrumpimos en la segunda mitad del XVIII para conocer cómo se desarrollaba la existencia de quienes habitaban la pequeña localidad de Tariego, de qué vivían, cómo se relacionaban, cómo se casaban, cómo se morían, como se gobernaban, qué tributos pagaban... También cómo reñían entre ellos, en qué disputas se veían envueltos. En el libro de los Nieto, bien escrito, se huele la hoja de la vid, la yerba fresca de los prados, los sotos y las eras; vemos asimismo a los pastores ordeñar las ovejas, hacer queso, a los asnos entregados a las faenas agrícolas, a las abejas libando y fabricando bienes de lujo, la miel y la cera; oímos a las yeguas parir...

Y, al paso que evocamos un mundo desaparecido, nos enteramos de que muchos de los tópicos que manejamos han de ser corregidos. Lo cual es satisfactorio porque ningún destino mejor para un tópico que ser enterrado en un lugar común. Así, por ejemplo, hasta ahora los historiadores nos han explicado que la autonomía y la democracia concejiles originarias se fueron degradando como consecuencia de la agresión de las oligarquías locales y el centralismo autoritario real. Los Nieto nos explican que esta afirmación vale para los municipios castellanos grandes y medianos pero no para los pequeños municipios que eran la mayoría. “La historiografía moderna es présbita, incapaz de ver lo pequeño que tiene más cerca, obsesionada por los lucidos análisis de lo grande y lejano”. En Tariego -villa de señorío- la comunidad vecinal estaba viva, los oficios no eran de propiedad privada ni estaban interferidos por el rey o el señor y tampoco el intendente o el corregidor enredaban porque no se acercaban por el pueblo. A partir de estas afirmaciones, es de sumo interés observar el funcionamiento real del concejo, de los alcaldes ordinarios, de los regidores, y todo ello los autores lo explican recurriendo a expedientes que han desmenuzado y a los que han puesto títulos regocijantes: “la causa de los mozos relinchantes”, la d “la invitación impertinente”, la “del cordero hurtado”...

Desde la “España ilustrada de la segunda mitad del VIII” de Sarrailh, fuente de mil destellos, a esta istoria de Tariego, toda huella y memoria, hay un gran espacio en el que caben muchas investigaciones, pero nadie como los Nieto para resucitar con su pluma un pueblo castellano y aventar las cenizas que dejaron los rezos, los llantos y los gozos.

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