12 septiembre, 2006

Santiago Rusiñol. Por Francisco Sosa Wagner.

Cuando se cumplen los setenta y cinco años de la muerte del pintor Santiago Rusiñol vale la pena evocarle y recordarle. Ya sé que muchos me han precedido con más medios y saberes pero a uno le gusta hacerlo por su cuenta, por libre y sin acogimiento aguión alguno. Como a tantos otros lugares de la geografía cultural, yo llegué a Rusiñol de la mano de Josep Pla, de su obra dedicada al pintor y a su época. Josep Pla, para mí, es una flecha que siempre señala en la dirección adecuada y, cuando recomienda leer algo, ver algún paisaje, comer algún concreto plato de pescado o unas verduras finas, se impone seguir su consejo y no perderse en pamplinas. Nunca falla ni defrauda porque Pla es sello de calidad, no de esos que ponen ahora a cualquier bazofia intercultural e intertextual, sino sello contrastado: ¡ah, el Pla de los adjetivos! ¿Sabríamos poner adjetivos los españoles si no hubiéramos aprendido esta disciplina en el catalán Pla, en sus descripciones minuciosas, en sus morosas reflexiones tras las que el lector adivina la mirada burlona y lúcida del ampurdanés? En buena medida, mis pasiones literarias son las de Pla, y mis odios son los odios de Pla. Buena compañía, la de Pla.
Pero vayamos a Rusiñol, me refiero sobre todo al Rusiñol escritor porque aunaba las dos condiciones, como le ocurría a José Gutiérrez Solana, también escritor y pintor. Por cierto, este se quejaba de que los españoles fueran tan pobres que no les cupiera en la cabeza dos ideas sobre una misma persona. Y, sin embargo, estas personas que tienen habilidades variadas y felizmente cultivadas son las más fascinantes porque están y no están, huyen y permanecen, son los traidores más conseguidos pues que cultivan una traición elegante y sin consecuencias, mansa. Cuando se les pide un cuadro, te dan una novela, y cuando les pides una novela, te regalan una naturaleza prácticamente muerta.
En la obra de Pla sobre Rusiñol sale mucho, como es natural, "els quatre Gats", el café artístico y literario de la bohemia barcelonesa. Estaba administrado por un personaje pintoresco, Romeu, un tipo que se regía por un curioso principio comercial, el desprecio absoluto de la clientela que le alimentaba. Cuando alguien pedía la cena, se daba a todos los diablos: "pero ¿este también quiere cenar? ¿qué se ha creído? Tenemos que poner coto a este desorden". Sin embargo, al parecer, sentía un gran respeto por las telarañas que decoraban el local. Todo se lo permitía al servicio menos quitar una telaraña: "no me toques las telarañas -decía- que te echo a la calle". Eran un componente del decorado que exigía miramientos.
La obra de Rusiñol más conocida, "L'auca del senyor Esteve", prosa luego llevada al teatro, es regocijante pues permite engolfarse en las manías y los caracteres vitales de la pequeña burguesía catalana, de un tendero que se enfrenta a la vocación artística -y, encima, modernista- de su hijo. Como quien no quiere la cosa, Rusiñol atiza un buen varapalo a la sociedad de miras cortas y a sus individuos estrechos y esmirriados, aquellos que administran sus sentimientos nobles con gran tacañería.
Es célebre el Rusiñol de las bromas con el lenguaje y de las frases gloriosas: "en el matrimonio, los tres primeros años y los tres últimos son los mejores. Los más pesados son los treinta del medio". O cuando afirmaba que "cuando eres joven te gustan todas, luego te enamoras y solo te gusta una. Cuando eres viejo, vuelven a gustarte todas menos una".
De las frases recuerdo siempre dos perlas del pensamiento, que apuntan como un revólver de alta precisión: "cuando un tonto sube a un automóvil, cree que avanza". Pero, sobre todo, esta otra: "quienes buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla".
Cada vez que oigo a un político, de esos que son todo superficie, decir que alguien de la cofradía adversaria miente o proclamar que va a decir la verdad bien alto, me acuerdo de Rusiñol y se me sonríen mis adentros. La lectura de Rusiñol es una terapia que nada tiene que ver con la farmacia. De ahí, su eficacia.

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