22 noviembre, 2008

La memoria y los jueces

Uno de los hábitos estúpidos de nuestro tiempo es la juridificación inmediata de los problemas sociales de cualquier tipo, esa convicción de que cualquier injusticia, todo desajuste y el mal funcionamiento de lo que sea se arreglan dictando unas cuantas normas de Derecho y organizando unos cuantos juicios, a ser posible bien espectaculares y con los medios de comunicación repartiéndose los papeles de fiscal -sobre todo- y defensor paralelos. Ya no hay más tiempo que los plazos procesales, pasado, presente y futuro se funden en una pura representación en los estrados de los tribunales. Contra toda dolencia social, pleito y tente tieso; y frente a cualquier padecimiento de un individuo, alguien tendrá que pagar, previa sentencia, ya sea el médico que no lo curó a tiempo por no ser un genio de la medicina y la adivinación, ya sea el vecino que fumaba en tiempos a su lado, ya el ayuntamiento que no evitó que en su calle hubiera tantos ruidos. Antes se decía aquello de el muerto al hoyo y el vivo al bollo; ahora debería cambiarse por lo de el muerto al hoyo y el vivo al juez que reparte bollos.
Un ejemplo de tantísimos es lo que viene sucediendo con la cuestión de la llamada memoria histórica. En verdad hay unos cuantas circunstancias muy lamentables y tristes. No parece fácilmente justificable que tantos familiares no hayan podido averiguar dónde yacen los restos de sus parientes asesinados en tiempos de la Guerra Civil y la posguerra o que, sabiendo dónde están, no hayan podido hacerles el pequeño homenaje de una sepultura digna y una ceremonia de amor y recuerdo.
Y luego está algo seguramente más delicado, pero que a un servidor le produce un peculiar morbo político-intelectual, si así se puede decir. Hay una parte de ese pasado que los historiadores no han desenterrado suficientemente, por razones tal vez comprensibles. Es la memoria de los que apretaban el gatillo, de los que formaban las bandas y pelotones que fusilaban contra las tapias de tantos cementerios. Se sabe quiénes lo hicieron con Lorca, pero, ¿por qué no se ha averiguado en muchos casos más?
Muchas veces, al ver y escuchar a esos abuelos que estuvieron en la guerra, que desgranan sus recuerdos de las aventuras y los padecimientos de entonces, me he preguntado si, además de combatir propiamente, fueron de ésos que, obediencia “debida” de por medio, fusilaron a tantos en los fríos amaneceres de este país cainita. Y en más ocasiones aún, al ver y oír a esas familias orgullosas del orden franquista y tan pías y tan seguras de haber vivido siempre en la verdad y en la ley, he sospechado que muchos de sus viejos habrán sido delatores, chivatos o integrantes de esas bandas que por las casas buscaban a los escondidos y que, de paso, se llevaban el dinero o las joyas que encontraban en las habitaciones, como le ocurrió a mi propia abuela materna, que se volvió loca durante la Guerra Civil, después de la visita de una partida de falangistas.
Tengo también un tío paterno que desapareció al final de la guerra y del que mi padre llegó a averiguar que muy probablemente había sido fusilado muy cerca de nuestro pueblo. Sinceramente, aunque se descubriera que aún viven algunos de aquellos que fusilaron a mi tio o que dieron la orden correspondiente, o de los que visitaron a mi abuela para robar y quién sabe qué más, no tendría ningún interés en que un juez hoy los condenara, con penas y argumentos de valor meramente simbólico. ¿Hace falta que un juez diga que una dictadura es una mierda para que quedemos convencidos de que una dictadura es una mierda? ¿Hace falta que un juez condene por homicidio o asesinato para que sepamos que son reprobables el homicidio y el asesinato? ¿En verdad nuestro juicio moral necesita traducirse en categorías jurídicas sin más efectos presentes que su resonancia semántica? ¿Me consuela tanto que un juez proclame que los que mataron a mi tío o robaron y quién sabe qué mas a mi abuela eran cómplices de un genocidio y no meramente asesinos y ladrones fanáticos de mierda?
Pero sí me gustaría saber, enterarme de quiénes fueron en concreto los que aquel día dispararon o aquel otro violaron a una madre indefensa. Me gustaría que alguien diera con sus nombres y, si alguno vive, les preguntase, y que ellos pudieran hablar, sincerarse ya sin temor, bien sea para acallar su conciencia, si es que algo de tal conservan, bien para que las generaciones posteriores podamos y puedan comprender qué ocurrió y qué ocurre siempre en coyunturas de guerra civil y enfrentamiento entre bandos poseídos por la furia fratricida.
Creo que para muchos, entre los que me cuento, a estas alturas el afán de saber es mucho más fuerte que la necesidad de juzgar. En cierto sentido, ya juzgaron la historia, precisamente, y la sociedad toda. Y en lo que a dichos juicios se haya escapado, llegamos muy tarde. ¿O acaso necesita el franquismo una sentencia condenatoria para que quede patente su oprobio y su falta de legitimidad? ¿Tanto creemos en el poder mágico, taumatúrgico, del Derecho y de los jueces? ¿A estas alturas vamos a sustituir la ciencia social y la historia por druidas con toga?
La juridificación y la judicialización penal del tema seguramente cierran la última puerta para conocer algunas verdades que todavía nos inquietan a los que primamos la reflexión sobre la retaliación, una vez que ha pasado tanto tiempo, setenta años. Esas verdades que podrían contarnos los protagonistas y los testigos, no sólo por el lado de las víctimas, sino especialmente por el lado de los verdugos y sus secuaces. Porque, al igual que, en escala mayor, los historiadores se siguen preguntando qué llevó durante el nazismo a tantos alemanes, que eran probos ciudadanos y gentes del montón, a convertirse en especialistas en el tiro en la nuca y en las más diversas técnicas de exterminio, también de muchos de nuestros abuelos o bisabuelos deberíamos saber qué sentían cuando disparaban su fusil contra personas que tenían las manos atadas, por qué obedecían, si podían dormir después y cuánto tiempo fueron perseguidos por el recuerdo de esos momentos. Y, si alguna posibilidad queda de que alguien de entonces nos hable de todo esto, no será precisamente ante un tribunal de justicia y bajo los flashes de los periodistas y los focos de los reporteros.
El Derecho es lo que es y sirve para lo que sirve. Pero no vale para otras cosas. La técnica jurídica ni puede sustituir la reflexión moral ni puede reemplazar el juicio de la historia. Pero lo que entre nosotros está pasando, y no sólo en este tema de la llamada memoria histórica, es que el debate supuestamente jurídico ocluye otras discusiones que sí caben aún y que sí tienen un sentido para nuestras vidas y las de las generaciones que vienen. De la Guerra Civil deben hablar los historiadores, en los crímenes de entonces, sean del bando que sean, tienen materia para su reflexión los tratadistas de ética y de filosofía política. Del conocimiento documentado de los horrores debemos aprender todos los ciudadanos. Y a los muertos, todos, hay que enterrarlos dignamente, lavar su nombre, respetar su recuerdo. Sin que ningún juez les hurte el protagonismo ni utilice como moneda de cambio su memoria. Que se hable de los muertos, que se les rece, que se les llore. Pero que no vuelvan a quedar enterrados, ahora bajo un alud de leguleyos ociosos, de políticos demagogos y de jueces narcisistas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿noli iudicare?
por lo demás, bellísimo post!, enhorabuena.

Anónimo dijo...

Pues...no tan buen post profesor, ya que en todo el argumento subyace una petición de principio que hay que demostrar, a saber, que todo el enterrado en una fosa fue asesinado.
Tiene toda la razón de que una fosa no es lugar para ir a visitar y presentar tus respetos a tus muertos y las familias que así lo deseen tienen todo el derecho a que se les de sepultura según sus creencias religiosas o las que sean.
Pero si les mataron fue por algo, ese cuento de que si era por envidia o por una tierra o por pensar diferente, a otro perro con ese hueso profesor.
No era cuestión de Franco, no seamos idiotas, se fusilaba y se fusiló y se continuó fusilando y al hoyo en todos los países ¿democráticos? ¿no fusilaron los ingleses, los franceses, y demás vencedores?
Profesor, sería tan amable de ponernos aquí para regocijo de todos lo que hicieron los comunistas a Mussolini, su esposa y otros fascistas ¿hizo eso Franco a algún rojo?
Los camaradas nacionalsocialistas declarados culpables en Nuremberg fueron ahorcados y sus cenizas esparcidas al viento para que sus familias no pudiesen ni poner flores en sus fosas ¿hizo eso Franco?
Los enterrados en las fosas algo muy jodido tuvieron que hacer para que los mataran y no se puede exigir que ciudadanos que no conocían ,porque no existía, ninguna declaración de Derechos Humanos actitudes menos infames que la que años después tuvieron los vencedores de otra guerra, la II GM.
Cuestión distinta, es la salvajada que unas alimañas cometieron con su abuela. Una violación no tiene excusa y hace falta saber si su abuela la denunció a las autoridades reconociendo a alguno de esos perniciosísimos enemigos de la humanidad. Yo creo que hubiesen sido juzgados y condenados severamente.
Debe Vd dejar claro también, que hubo muertes declaradas asesinatos por las autoridades y los falangistas que las cometieron fueron también fusilados, lo que ya no se a ciencia cierta fue si los enterraron en fosas o no.
Y acerca de lo que dice de los abueletes que participaron en las ejecuciones, profesor, no intente ganarse al auditorio con el argumendo ad sensibilerias. Porque puede que le repondieran, hice lo mismo que siguió haciendo el Ché veintitantos años después, habían matado a mi padre, mi compañero de pupitre en la facultad fue despellejado vivo por ser católico, a mi hermana la violaron junto a mis dos primas, las cortaron el pelo al cero y las emplumaron con brea que las quemó los pechos dejándolas deformadas para siempre, no me arrepiento, era lo que había en todo el mundo y les éjecutábamos respetando en todo momento su dignidad de hombres y mujeres, cosa que ellos no hicieron.
Y para despedirme, vaya actitud la de los mercenarios de la puta Guardia Civil hoy en el Valle de los Caídos, vaya perras, de todos los que allí había no se salva uno de ser una maricona amparada en la ley de la memoria histórica. Cuando se de la vuelta a la tortilla esa ley va a desaparecer de las primeras.
Roland Freisler