Una discoteca valenciana organiza una fiesta de “homenaje a la mujer” y con tal ocasión se sortea una operación de aumento de pecho. Me encantan los progresos de la igualdad femenina y esa denodada lucha contra la consideración de las féminas como objeto decorativo. Ante tan exquisita iniciativa, no sé si nuestra Ministra de Igualdad se pondrá de morros o esperará a que se rife en alguna parte un implante labial para damas enfurruñadas.
Aquí cuentas el chiste de la mujer que aparca fatal y se te viene encima el séptimo de caballería, sección amazonas. Pero si tienes un negocio bonito puedes insistir impunemente en que las señoras están mejor con las tetas gigantes y duras como pedernales, y no pasa nada. ¿En qué quedamos?
Es curiosísimo ver cómo están distribuidos entre los sexos los roles y la propaganda. A los varones nos bombardean con spam de estiramiento de pene y nos prometen discreción absoluta y efectos milagrosos, al tiempo que se nos insiste en que la operación de marras tiene como fin darle mayor gusto a la contraparte. En cambio, a las mujeres se les proponen las cirugías a pecho descubierto. Me parece que falta paridad en estas paridas.
Si usted es un señor que pugna por alargamientos inverosímiles, ha de llevarlo en secreto y ay de su fama si se entera la peña de que no está conforme con su dotación. En cambio, entre las mujeres es timbre de honor lucir protuberancias de diseño, quitarse o ponerse a discreción los atributos naturales y lucir mamas sintéticas o esculpirse la cintura a golpe de bisturí y aspirador. No hay más que ver lo que la misma discoteca levantina propone para una próxima fiesta de hombres: el sorteo de una depilación integral. ¿Por qué no unas bolas de billar en el escroto o un cipote africano?
Y luego resulta que los que estamos alienados somos los hombres. A esas mujeres que portan media tonelada de silicona hábilmente distribuida no puede un tipo echarles un piropazo ni, si me apuran, dejarlas pasar delante por las puertas, no sea que haya que empujar porque se atasquen por entrar de perfil para mejor lucimiento. Les miras con ojos libidinosos el implante que desafía la ley de la gravedad y eres un tarado falócrata y abusica. Te asomas a ese canal que ha quedado más profundo que el de Isabel II y la doctrina oficial del nuevo Vaticano con faldas te toma por un degenerado reprimido y procaz. Observas con ojos de agrimensor ese campo plano que comienza en las estribaciones del monte de Venus y que termina bajo el pliegue de la mama postiza y que es dejado al descubierto por la moda del pantalón bajo y la camiseta exigua, y pasas por primo carnal del violador del ascensor. Ergo, no se labran el body para nuestra mirada ni para incitar primitivas acometidas del viejo macho en decadencia. Perfecto, pero entonces, ¿para qué? Habrá que suponer que son tácticas sutiles para invitar a la conversación sosegada, al diálogo ciego al género, a la igualdad de papeles entre los sexos, a la conciliación de la vida laboral y familiar, y para acabar de una vez por todas con la consideración de las personas como objetos.
Vale, pues estupendo. Pero, en tal caso, ¿se puede o no se puede hacer chistes de macizas operadas? ¿Puede haber en la tele anuncios en que unos tipos que van de duros observan con ojos de cordero degollado a una silicona racional que pasa moviendo el esqueleto de aluminio? ¿Van a sortear en las discotecas biceps de titanio y penes de coltán para los caballeros?
¡Igualdad ya, carajo!
Aquí cuentas el chiste de la mujer que aparca fatal y se te viene encima el séptimo de caballería, sección amazonas. Pero si tienes un negocio bonito puedes insistir impunemente en que las señoras están mejor con las tetas gigantes y duras como pedernales, y no pasa nada. ¿En qué quedamos?
Es curiosísimo ver cómo están distribuidos entre los sexos los roles y la propaganda. A los varones nos bombardean con spam de estiramiento de pene y nos prometen discreción absoluta y efectos milagrosos, al tiempo que se nos insiste en que la operación de marras tiene como fin darle mayor gusto a la contraparte. En cambio, a las mujeres se les proponen las cirugías a pecho descubierto. Me parece que falta paridad en estas paridas.
Si usted es un señor que pugna por alargamientos inverosímiles, ha de llevarlo en secreto y ay de su fama si se entera la peña de que no está conforme con su dotación. En cambio, entre las mujeres es timbre de honor lucir protuberancias de diseño, quitarse o ponerse a discreción los atributos naturales y lucir mamas sintéticas o esculpirse la cintura a golpe de bisturí y aspirador. No hay más que ver lo que la misma discoteca levantina propone para una próxima fiesta de hombres: el sorteo de una depilación integral. ¿Por qué no unas bolas de billar en el escroto o un cipote africano?
Y luego resulta que los que estamos alienados somos los hombres. A esas mujeres que portan media tonelada de silicona hábilmente distribuida no puede un tipo echarles un piropazo ni, si me apuran, dejarlas pasar delante por las puertas, no sea que haya que empujar porque se atasquen por entrar de perfil para mejor lucimiento. Les miras con ojos libidinosos el implante que desafía la ley de la gravedad y eres un tarado falócrata y abusica. Te asomas a ese canal que ha quedado más profundo que el de Isabel II y la doctrina oficial del nuevo Vaticano con faldas te toma por un degenerado reprimido y procaz. Observas con ojos de agrimensor ese campo plano que comienza en las estribaciones del monte de Venus y que termina bajo el pliegue de la mama postiza y que es dejado al descubierto por la moda del pantalón bajo y la camiseta exigua, y pasas por primo carnal del violador del ascensor. Ergo, no se labran el body para nuestra mirada ni para incitar primitivas acometidas del viejo macho en decadencia. Perfecto, pero entonces, ¿para qué? Habrá que suponer que son tácticas sutiles para invitar a la conversación sosegada, al diálogo ciego al género, a la igualdad de papeles entre los sexos, a la conciliación de la vida laboral y familiar, y para acabar de una vez por todas con la consideración de las personas como objetos.
Vale, pues estupendo. Pero, en tal caso, ¿se puede o no se puede hacer chistes de macizas operadas? ¿Puede haber en la tele anuncios en que unos tipos que van de duros observan con ojos de cordero degollado a una silicona racional que pasa moviendo el esqueleto de aluminio? ¿Van a sortear en las discotecas biceps de titanio y penes de coltán para los caballeros?
¡Igualdad ya, carajo!
8 comentarios:
La discriminación está dividida a partes iguales. Por un lado hacia los hombres que no pueden acceder al premio y ponerse pecho gratis, y por otra parte hacia las mujeres que se pondrán pecho para regocijo de su macho.
Un cordial saludo.
Clara falta de paridad en la naturaleza de las intervenciones, en efecto. Pero otra cosa: el que inventó (o copió, esto ya existía en argentina) la estupidez de la operación de pecho para mujeres sorteada en una discoteca no podía ni soñar con una campaña publicitaria como la que le están haciendo... otras mujeres. Y gratis. Con lo que vale hoy un segundo de gloria mediática!!
a.
Estimada Carmen,
no creo que las mujeres se pongan pecho para regocijo de su macho, sino para regocijo suyo. Que de paso el macho lo disfrute, puede ser. Pero estoy seguro de que buena parte de las intervenciones estéticas que se hacen las mujeres son para placer de las mujeres, propio y de sus semejantes. En cuestiones estéticas, la mujer sufre por decisión propia y para gusto suyo. Y ejemplos los hay a patadas: tacones de vértigo que destrozan los pies, puntas de zapato donde no entra un alfiler, medias finísimas a dos grados bajo cero, chaquetones de invierno con media manga para morirse de frío, jerseys de lana gorda con el cuello de cisne y sin mangas -para combinar la sesación de ahogo con la de hipotermia-, pantalones que apenas alcanzan a cubrir el pubis, etc. Una de dos: o concluimos que buena parte del género femenino es idiota y necesita urgentemente la protección y tutela del estado para que no le hagan pupa con esas cosas estéticas; o asumimos que, quizá, a ellas les gusta así, les gusta eso, les va esa marcha, y empezamos a respetar esos gustos sin querer cambiarlos.
Un saludo afectuoso,
Cierto, Venato.
La mayoria de las intervenciones estéticas que se hacen las mujeres, son para recocijo de sus semejantes, incluso, para el de los que no se asemejan.(Léase machos).
Podemos concluir que el género es idiota, el masculino también, claro.
Un cordial saludo.
Venator,
Señalas una verdad (para algunos será más triste, para otros menos). Pero tal vez se podría dar alguna vuelta más al asunto. Si me permites una puntualización previa: en el lenguaje de la so called 'perspectiva de género', "género" no equivale a "sexo".
Dicho esto, lo que hay que analizar es el porqué del segundo cuerno de la disyuntiva que planteas, que tú formulas como una pregunta en estilo indirecto ("quizás a ellas les gusta así, les gusta eso, les va esa marcha"). Es decir, lo que hay que plantear es: cuáles son los dispositivos (simbólicos, discursivos, etc.) que "fuerzan" a las mujeres a destrozarse los pies con los tacones, a pintarse como puertas, a ponerse dos tetas como dos zepelines, a ponerse media fina con dos bajo cero, etc...?
La respuesta parece fácil. Pero es asunto complicado, que se complica todavía más con tomas de posición como las que glosa Leguina en el post de arriba. Hay, tal vez, un feminismo infantilizador y misionero que se cree investido de la verdad absoluta y que, llegado el caso, no tiene el menor reparo en acudir "urgentemente [a] la protección y tutela del estado" (como dices), es decir, al guardia de la porra de toda la vida (ahora concienciado) para "proteger" incluso a quien no se lo ha pedido.
No sé, de todos modos, si puede plantearse el asunto como un antagonismo entre a) todas idiotas y necesitadas de la permanente tutela del guardia de la porra; o b) les va eso y hay que respetarles el gusto.
Hay mujeres muy distintas (personalmente, pienso que el misionerismo tutelador no tiene esto en cuenta). Hay feminismos muy distintos (personalmente, pienso que la que no es al menos 'un poco' feminista no rige). Ojo, aunque no me gusta nada la esclavitud estética impuesta, me parece bien que cada una haga lo que le parezca con su estética. Siempre que la elección sea libre, y no siempre lo es. Un saludo. a. (ana).
addenda: huelga decir que cuando digo "proteger a quien no se lo ha pedido" me refiero a cuestiones de estética. a.
Estimada Ana,
claro que hay dispositivos simbólicos, discursivos, etc, que fuerzan a las mujeres, igual que también los hay para forzar a los hombres. Y claro que no todas las elecciones son libres -ni en materia de estética ni, si me apuras, en ninguna materia-. Y si ser feminista significa querer que las mujeres y los hombres tengan las mismas oportunidades y sean tratados con el mismo respeto, claro que hay que ser feminista. Si ser feminista significa empezar a escribir cuentos donde las niñas no sean lánguidas princesas que esperan desesperadas la ayuda de su príncipe, y los niños príncipes a caballo cuyo único cometido en la vida es salvar a una princesa, claro que hay que ser feminista (ojo: no digo que haya que censurar los otros cuentos, sólo hay que intentar que pasen definitivamente de moda). ( Y de paso podemos abrir un expediente a los maestros que siguen refiriéndose al plastidecor asalmonado como el de 'color piel'...) Si ser feminista significa contrarestar la publicidad de estupendas modelos de medidas imposibles, con anuncios igualmente estupendos y de estética sensacional poblados de tías de medidas reales, abogo por ser feminista (pero, de paso, que hagan lo propio con los anuncios donde aparecen hombres cuyos abdominales otros sólo hemos visto en las tabletas de chocolate). Si ser feminista es exigir que las modelos que desfilan en las pasarelas subvencionadas por el Estado, o que trabajan para casas de moda que reciben subvenciones del Estado, tengan aspecto saludable y dimensiones propias de su edad y su sexo, también soy feminista. Pero si ser feminista es pedir que retiren un anuncio de Dolce&Gabbana porque la estética tomada de un film humilla a la mujer, no soy feminista. Eso es censura. Y tampoco si se trata de forzar a la discoteca a que retire ese sorteo, o lo que fuera. Ofrecer alternativas que cambien clichés me parece un acierto. Enfundarse el traje de príncipe para ir a salvar a la princesa me parece anticuado y contraproducente. Más aún si la princesa puede salvarse solita y, sin embargo, prefiere seguir durmiendo.
Un cordial saludo,
Voilà, Venator, por ahí iba lo mío. saludos.
a.
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