30 noviembre, 2008

Un par de lecturas dominicales

¿Que quiere ustes disfrutar de la mañana del domingo leyendo una de las plumas más independientes, ponderadas y firmes del más que exiguo y prostituido panorama intelectual español? No, no le voy a recomendar a Almudena Grandes, de quien jamás leeré una novela, dada su condición de zafia machista y de masoca babosa (ahí os quiero ver, feministas con carguete y con el ojete estrábico. Si lo que escribió la Grande(s) en El País (¡ay!) lo firmara un varón que no milite en el PSOE, pondríais la voz en el cielo. Así, callais como corresponde. Y sigo hablando solamente a las feministas con cargo, que son feministas a precio y a media jornada).
El artículo ejemplar, para mi gusto, es el de Muñoz Molina en el Babelia de ayer. Qué falta nos hace más gente así. Pinche aquí y disfrute.
Por contra, si prefiere volver a llorar a propósito de la universidad, no se pierda este post de hoy, 30 de noviembre, del blog de Santiago González. ¿Cuándo una anecoña para evaluar a los candidatos a rector? O, al menos, unas sencillas pruebas de selectividad. Caramba, o si aun esto parece mucho, una simple pericia caligráfica. Vean, vean lo que hay.

29 noviembre, 2008

Despilfarro de género y género despilfarrador

Excelentes las pistas que nos da el amigo Lopera en un comentario de ayer mismo. Merece primera plana. Vean primero esta noticia sobre la manera en que algunas tías se gastan los dineros de todos con la misma alegría con la que en tiempos del machismo duro (y lamentabilísimo) las marquesonas se pulían las rentas de sus maridos: pinche aquí, pinche.
En mi pueblo, que en tiempos parecía un bosque de falócratas y todo eso de cuya descripción ahora se puede vivir de puto padre y sin dar palo al agua, habríamos dicho que semejantes proyectos ni son investigaciones ni son nada, son mariconadas. Ahora no se puede expresar de tal manera, pues se nos pueden caer encima los del otro lobby y jodernos vivos. Conste, pues, que yo aquí empleo dicho término descargándolo de toda connotación genérica y considerándolo sinónimo de este otro: machada. O sea, maneras de denominar a las idioteces que, además, dan de comer a las avispa(da)s y los avisp(ad)os.
¿Para cuándo un estudio de género del lenguaje de los locutores de fútbol, que al elemento principal en todo partido lo llaman "esférico" en lugar de "pelota"? Fíjense qué proyecto superguay y de mucha pasta puede salir aquí. Cábría que lo financiaran en paridad el Instituto de la Mujer y la Secretaría de Estado de Deportes, si bien lo ideal sería que para la ocasión se creara un Centro Superior de Pelotas. Tampoco sobraría un Observatorio de Género de las Pelotas (OGEPELO), que creo que aún no hay.
El proyecto pártiría de una observación que, en una primera etapa, se debería contrastar y medir adecuadamente: los locutores futbolísticos casi siempre llaman esférico o balón a lo que podrían igualmente, y quizán con más propiedad, denominar pelota. ¿Por qué optan por el género masculino? Pues porque tratándose del objeto esencial de tan exigente deporte, se trata de poner de relieve que tal centralidad ha de ocuparla lo masculino. La perspectiva masculina de los locutores les contamina su visión de las pelotas, y por eso las llaman esféricos. Ahora bien, una vez confirmada la hipótesis anterior, cabría un nuevo e interesante capítulo sobre por qué llaman esos sujetos pelotas a las pelotas en las contadas ocasiones en que las denominan así. Y aquí las cosas son aún más claras: les ponen dicho género para incitar, seguro que de modo inconsciente, pero no menos lamentable, a la violencia de género. Reparemos en que casi siempre que usan el femenino, pelota, es para referirse a que algún jugador le va a dar una patada. Dicen, "el árbitro pita (ojo al verbo pitar también, y al correspondiente sustantivo) el final del partido y toma en sus manos el balón", pero antes han repetido varias veces fórmulas como ésta: "el delantero golpea con precisión la pelota y la mete en el fondo de la red" (¿y qué me dicen del concepto de red en la que se meten las pelotas?); o como esta otra: "el portero patea la pelota y la manda hasta el área rival".
En fin, que queda mucho por hacer.
Mientras tanto, no perdamos de vista la otra noticia que nos recuerda Lopera: el Ministerio de Ciencia e Innovación suprime el programa "Consolider", con el que se financiaban proyectos de investigación científica serios y muy costosos.
País de coña/o.

28 noviembre, 2008

Más despilfarro. Sobre políticas universitarias y aquelarres de evaluación

Se van acumulando las experiencias. Mencionaré la última, de hace unas semanas. Viajo como evaluador de una agencia autonómica de evaluación y calidad universitaria. Vaya por delante que la compañía fue sumamente agradable, los colegas encantadores y bien dispuestos, los funcionarios del lugar sumamente amables, en medio del desconcierto general y habitual. Pero lo cortés no quita lo valiente y no hablamos de personas, sino de políticas y gastos. No pretendo ni criticar ni molestar a nadie en particular, sólo referirme a si tienen sentido o no ciertas políticas, supuestamente encaminadas a mejorar la calidad de las universidades y de su personal docente e investigador. En otras palabras, que son los políticos y sus asesores que se ocupan de universidades e investigación los que van necesitando unas buenas collejas, tanto los autonómicos como los del Estado central. El profesorado en general está a verlas venir y, si se tercia, a poner la mano. Su responsabilidad es, en su caso, por omisión y por silencio venal.
En la referida oportunidad somos unas veinte personas en una ciudad, todos forasteros, de los puntos más diversos del país. Se nos pagan dos o tres noches en un magnífico hotel, las comidas y el desplazamiento en el medio que cada uno elija, además de una remuneración notable por nuestra labor. Hago cuentas por encima y las cifras empiezan a marearme. Como mínimo treinta mil euros para la ocasión.
La Agencia tiene un amplio local que también costará lo suyo. Más sus cargos directivos. También conté esa vez seis funcionarios de la Agencia dedicados a esta concreta labor que nos convocaba. Esos son sueldos que también habría que sumar.
Debe de haber diecisiete agencias de éstas, una por comunidad autónoma. Naturalmente, también están las del Estado: ANECA, ANEP, etc., con sus correspondientes subcomisiones, comités etc. Algunos de los presentes llegaban de Madrid a la carrera, de evaluar en esas otras sedes. Esto puede convertirse en una profesión autónoma. Te verás con tus compañeros de facultad en algún aeropuerto, tal vez en la T-4.
- ¿Tú de dónde vienes?
- De evaluar en Cáceres, ¿y tú?
- Voy a evaluar a Valencia.
- Ah, allí estuve yo la semana pasada. ¿Vas a lo de proyectos?
- No a lo de acreditaciones.
- Bueno, pues buen viaje y feliz navidad, por si no nos vemos antes.
- Igualmente.
A todo esto, es el 15 de octubre, pero en efecto, cabe que no vuelvan a coincidir en lugar que no sea aeropuerto o comisión. No critico a las personas, repito, cada cual se busca la vida como puede. Y a nadie le amarga un dulce en euros. Ay, cómo nos compran. ¡Para hoy!, ¡para hoy! ¡Llevo el gordo para hoy!
A colegas más avezados les oigo explicar que solamente en la ANECA se reúnen diariamente varias comisiones, varias decenas de “expertos” al día. No puedo ni imaginar esos costes. Todos los presentes en tales ocasiones suelen comentar durante el café que es un despilfarro y un caos todo eso. Pero es lo que hay.
Me pregunto cuándo investigarán los investigadores. Los unos se quedan sin tiempo para producir, pues han de pasarse muchos días al año valorando -al peso- la producción ajena; y no sólo la producción científica o el trabajo docente, también -y sobre todo- otras cosas bien pintorescas. Los otros consumen sus días en juntar todo tipo de papeles y certificaciones para ser evaluados. Evaluadores y evaluados perdidos en un maremágnum burocrático que se retroalimenta y se muerde la cola o lo que sea.
En mi experiencia, los baremos suelen ser inverosímiles. Aspirantes a todo tipo de contratos o proyectos caen como moscas porque en su currículum no consta que hayan recibido cursos de formación docente -otro negocio, el de los pedagogos listillos- o porque no se desprende de sus méritos que sean en sus clases usuarios compulsivos de las llamadas nuevas tecnologías.
Por lo general y en la mayor parte de los lugares, todo va a tanto alzado. Una monografía, tantos puntos; un artículo, tantos puntos. Sorpresa: cada artículo se valora más que un libro entero. Los de Derecho y Humanidades solemos protestar y decir que no puede ser. Se nos responde que el baremo y su correspondiente programa informático lo elaboró una comisión interdisciplinar y muy docta y que un año de éstos tocará revisarlos. Se ve que también hay comisiones para eso, con sus reuniones, sus viajes y sus dietas.
En lo que atañe a la valoración de los trabajos científicos de los aspirantes a lo que sea, el evaluador anda a dos velas. Puede tocarte juzgar a alguien de tu disciplina, pero también de muchas otras. Algún novato se va a las cajas de documentación para echar una mirada a los trabajos y se encuentra lo que ya es común: sólo figura copia de la primera página y de la última. Ya sabemos que incluso es así en la Comisión que dirime para las acreditaciones de aspirantes a titularidades y cátedras. Si usted es uno de esos que se postulan y su materia es el Derecho Financiero, le puede calificar alguien de Ciencias de la Información o de Historia Medieval. Esa Comisión pide el dictamen de dos expertos, pero muchas veces tampoco pertenecen al área de conocimiento del candidato, ni siquiera de su titulación. Por supuesto, tales “expertos” que dictaminan tampoco tienen acceso a los escritos científicos de la persona que evalúan: primera y última página nada más. Ya conté aquí que sé de uno que solicitó ver esos escritos por entero y que fue despedido con cajas destempladas y gesto de usted de qué va, hombre, a ver si piensa que estamos aquí para ahogarnos en papeles. Es como si a uno que se examina para pescadero lo tuvieran que juzgar un cartero y un encofrador: de lo más justo y objetivo.
Hoy en día hacerse un currículum apto para superar tales pruebas es asunto de picardía, no de competencia y vocación. Si usted ha escrito dos libros que marcan una época en su materia, pero no ha realizado estancias en el extranjero, no ha participado en proyectos de investigación, no ha dirigido tesis doctorales, no ha presentado comunicaciones en congresos y, sobre todo, no se ha apuntado a cursitos sobre motivación del alumno semoviente o uso de blogs para la docencia pluscuamperfecta con retrocarga y braguero, usted está perdido y le van a dar con el expediente en las narices. Consecuencia obvia: no pierda su tiempo trabajando con dedicación constante a su investigación, no se pase el día delante de los libros y no acabe escribiendo un tomo de quinientas páginas que sea lo mejor de la doctrina mundial sobre su asunto. No, gástese sus buenos meses en el extranjero con cargo a alguna bequilla, hoy en París, mañana en Boston, pasado en Liverpool. Lo que haya hecho allá no debe preocuparle: cuenta a tanto la estancia. No se pierda congreso de lo suyo y coloque en todas partes la misma comunicacioncilla, cambiando levemente el título cada vez: nadie se la va a leer. Ruegue a todo zurrigurri que esté en condiciones de aspirar a proyectos de investigación que le meta en ellos. No se preocupe, no tiene que hacer nada, sólo estar ahí, en la lista de investigadores del proyecto: cuenta a tanto cada uno. Dígale al catedrático/a de su localidad que le deje figurar como director de alguna tesis doctoral, por el amor de Dios. Se lo puede compensar con unas cenas o con un revolconcillo -es una cuestión de género- si usted está todavía en edad de merecer. ¿Tiene que ser buena esa tesis a la que usted le pudo la firma en el apartado de director? No, no hace falta: computa a tanto la tesis dirigida. ¿Que usted no ha tenido cargos de gestión en su universidad? Pero, hombre/mujer de Dios, cómo se le ocurre ir por la vida de investigador a palo seco, se lo van a merendar por insolidario y rata de biblioteca o ratón de laboratorio. Agénciese al menos una secretaría de departamento o un vicedecanato. ¿Y qué tiene que hacer en concreto en el cargo que sea? Nada, o poner las copas, o pasearle el perro al jefe, lo que sea. Lo importante es que cada año de cargo se valora como tal y puntúa un huevo. ¿Y las clases? Ruegue que le dejen dar muchas y, a ser posible, variadas: en las evaluaciones de las que dependerá su cocido se las van a pagar muy bien. Procure igualmente que la evaluación de su docencia por los estudiantes sea de lo más positiva, que eso también se mira. Así que ya sabe, nada de suspender a la gente, que luego le ponen un cero y la agencia correspondiente se lo carga a usted por cómplice del fracaso escolar.
Corruptelas universitarias ha habido siempre y eso no tiene arreglo. Bueno, lo tendría con el escarmiento de unos fusilamientos al amanecer ante las tapias del rectorado, pero no parece viable que se vaya a poner en práctica esa única solución: ya todos somos pacifistas, tolerantes, multiculturales y de culillo juguetón. Cualquier tiempo pasado también fue malo. La única diferencia es que el tiempo presente es más absurdo y con perdonal más flojo y que se despatarra más barato.
Antes, hasta no hace mucho, al menos a la gente de cada área la juzgaban otros de la misma área. Y muchos se conocían, se sabía lo que cada cual había escrito y se podía discernir quién trabajaba seriamente, quién valía para el oficio y quién simplemente rebuznaba o le sobaba el lomo a su cátedro. Otra cosa es que cada tribunal quisiera juzgar unas competencias u otras, la calidad del trabajo serio o las habilidades inconfesables. Ahora hemos ganado muchísimo en objetividad. Por un lado, porque toca calificar a aspirantes que no son de tu campo y cuyas obras no podrías, aunque quisieras, entender cabalmente y con un mínimo rigor. Naturalmente, por eso se hurta el conocimiento de esas obras, para que no se pierda el tiempo leyendo lo que no se comprende. Por otro lado, ni entre los que se dedican a una misma materia se sabe ya apenas lo que hace cada cual, pues no queda tiempo para leer -porque nos pasamos el día evaluándonos los unos a los otros en un aquelarre de baremos y aplicaciones informáticas- y porque tampoco merece la pena leer, ya que los conocimientos propiamente dichos no se tienen en cuenta para nada, pues está prohibidísimo evaluarlos. Por eso se ha desterrado toda prueba presencial en todo tipo de concursos y convocatorias, no sea que al aspirante se le vaya a hacer una pregunta que no sepa responder y fíjate qué trauma para él y para su maestro, que en ese momento estaba pasándole la mano por la rabadilla a alguno del tribunal. Ciertamente, también es verdad que había que ver las preguntas que hacían algunos, retratándose sin pudor como perfectísimos ceporros. Eran precursores, ciertamente. Una para colegas míos: me acuerdo de aquélla (lo siento era tía, pero eso es meramente casual) que en una de Derecho la preguntó a un aspirante que por qué citaba a Alexy en la bibliografía sobre derechos fundamentales, que ella no veía la relación. Burrita y feliz. O burrito y feliz. Así se llevan ahora. Chof, chof.
En fin, es lo que hay. Urge prejubilarse.
PD.- Sería interesante un debate sobre la catadura moral de los que nos prestamos alguna vez al juego pese a nuestra proclamada condición de renegados. A lo mejor un servidor no saldría muy bien parado. Es probable; no sería injusto. Sírvame sólo un mínimo atenuante: alguien tiene que contar desde dentro lo que está pasando. Pero no sé, no sé. ¿Debería además donar la pasta a alguna ONG, a Evaluadores Sin Fronteras, por ejemplo?

26 noviembre, 2008

Escenas putinescas y reales.

Dan ganas de ponerse a escribir una novela con muchos espías, sexo, sangre -de oso- y tontos del culo en cargos altísimos. Lástima que uno no haya nacido para novelista a lo John le Carré.
Lo que cuenta hoy Público es como para pasarse el día haciéndose preguntas. Dicen que el día 20 -de noviembre- el Rey llamó seis veces a Zapatero para comerle el coco a favor de la operación de Lukoil con Repsol y que por eso seguramente Zapatero cambió de idea y ahora dice que muy bien y que vengan los rusos con amor y pasta.
Vamos a ver, vamos a ver. ¿Será mentira eso que dice Público? Si es falso, esto es el acabose, pues se trata del periódico del régimen, ahora que El País anda de morros porque no le salen las cuentas ni se gasta el Presi con ellos tanto cuento. Así que pongamos que es verdadero, un suponer. Pues entonces la primera pregunta es quién le ha filtrado a los chicos agraciados de Público semejante información. Usted me llama a mí por teléfono para interesarse por mi dolor de juanetes y al día siguiente figura nuestra conversación en un periódico. Oiga, pues o se fue de la lengua usted o me fui yo. ¿Tertium non datur? Hombre, también puede ocurrir que el CNI tenga pinchados nuestros teléfonos y que, de propina, vaya cantando por ahí nuestras íntimas confesiones. Probable en lo que a nosotros se refiere y dada nuestra condición de bebedores, fumadores y desenfrenados especuladores sobre delicias sexuales ignotas, pero en el caso que nos ocupa resulta que se trata del Rey y el Presidente del Gobierno. Así que parece más creíble que haya largado generosamente alguno esos dos eximios intelectuales. Hagan apuestas. Yo voto por Zapatero, más que nada porque necesita alguna disculpa para su cambio diario de opinión en materia económica -ahora es más liberal que Rajoy y le echa en cara al gallego su escaso amor al mercado, manda narices- y porque habrá que ir pensando en quién puede ser el primer Presidente de la Tercera República. ¿Seré yo, Sonsoles?
¿O es que Zapatero se fía más del juicio económico real que del de sus tropecientos asesores del ramo? Caramba, pues que ponga a Juan Carlos de Borbón en el puesto de Solbes. Se le entendería igual y tendría aún mejor rollo con la banca.
Y parece que fueron seis llamada en un día, seis. Qué manera de dar la varita, realmente.
También nos informan de que antes Putin había telefoneado al Rey para ir preparando el desembarco de la flota petrolera rusa. Vamos a ver, ¿pero no quedamos en que, Constitución en mano, el Rey reina pero no gobierna? ¿Tan despistado anda ese Putin, pese a su experiencia pasada en el KGB? ¿O es al contrario? Enigmas.
Nos enteramos de que don Juan Carlos se va cada dos por tres a Rusia de visita privada ¿A quién diantre visita? ¿O se dedica a ver museos? ¿Estaría allí cuando nació su última nieta? ¿Y qué hace por aquellos pagos bajo un frío que pela? Aquí es donde la apasionante novela se escribiría casi sola. Putin le invita y le presenta a muchas amigas. Luego, con las viejas cámaras de cuando se espiaba comme il faut lo graba todo. Por conservar unos recuerdos y tal y para repasar en casa esas agradables conversaciones con varias lenguas de por medio. Y ahí lo tiene realmente pillado, pues ya se sabe lo emotivos y lo naturales que son los borbones y que por un amigo hacen lo que sea desinteresadamente. Putin llama al Rey y le pregunta si se acuerda de cuando aquello y que vaya risa y cómo lo pasaron y que él todos los días repasa antes de acostarse esas escenas, pese a que a su mujer ya le cansa un poco ese rollo y prefiere una peli de las de verdad y con mejores enfoques. El Rey, emocionado, se comunica con Zapatero y le dice tío, échame un cable que mira que a la Sofi le había dicho que estaba en Vaqueira mercándome unos esquíes. Y Zapatero piensa que, ostras, tengo que hacerme más amigo de Putin para que me pase una copia de las cintas y porque hay que salvar España y todavía no está la gente preparada para que reine el nieto del capitán Lozano, que todo lleva su tiempo y el personal es muy cabezón y no ve las cosas, salvo que se las pongan en forma de película y en horario infantil. Así que Zapatero le responde al Rey que vale y a Sebastián, don Miguel, que te calles, el Rey llama a Putin y le transmite que eso está hecho, Putin le dice pues a ver cuándo vuelves por aquí, que tengo novedades que te gustarán y que amigos para siempre traralaralará. Y todos fueron felices y comieron oso.
Porque Público va y en la misma página nos recuerda lo del famoso oso Mitrofan, que, según cuentas las crónicas, se puso de vodka hasta el culo de plantígrado y luego murió de sobredosis y tuvo nuestro Rey que rematarlo caritativamente por si no se había muerto del todo y empezaba a largar en sueños. Por cierto, esto hay que meterlo también en la novela porque es muy humano el oso ése.
Por si no tuviéramos trama bastante, se nos recuerda en ese diario que el Rey tiene una relación estupenda con la Caixa, pues la ejemplar institución bancaria catalana patrocina el Bribón, que como todo el mundo sabe, es el yate en el que el Rey se hace unas millas marítimas cuando no esta en Rusia cenando con Putin. La cantidad de amigos que tiene este hombre, qué bien. Supongo que se los irá presentando todos a Zapatero, aunque, bien pensado, creo que a los mandamases de la Caixa Zapatero ya los conoce y hasta los ha tratado un poco.
Jo, qué interesante es la política internacional. Y la económica no digamos. Todo lleno de escenas putinescas.
Por cierto, si desaparezco un día de éstos no es que me haya quitado de en medio una comisión mixta CNI-KGB por dar en el clavo. Es que me he retirado a escribir ese bestseller que me hará rico y duque.

Soplagaitas, mantenidos y trepas que se forran en las CCAA

La Nueva España, periódico asturiano, publica hoy la siguiente noticia:
“El jefe de la sección de Nóminas de la Administración regional envió ayer por error un correo electrónico interno que acabó en las pantallas de multitud de usuarios. Se supone que el mensaje iba dirigido a un único receptor, pero, llegó a muchas más direcciones. En el correo se desvela una relación con los nombres, DNI, grupo, nivel, complementos y retribuciones de los trabajadores eventuales de los gabinetes de las consejerías. En total, suponen un coste bruto de casi 2,5 millones de euros al año. Son 63 personas que perciben sus salarios como jefes de gabinete o jefes de prensa en la mayor parte de los casos. Los sueldos van desde los 21.132,39 euros brutos anuales, el menor (sólo hay seis por debajo de 30.000 euros) a los 53.812,07 euros que perciben dos jefes de gabinete. La mitad se mueve entre los 40.000 y los 49.000 euros. Como referencia, un director general del Principado, el alto cargo con retribución más baja, cobra de media 57.594 euros. La información, a tenor del texto con el que fue remitida, tenía como finalidad conocer la relación de personal eventual del Principado en un contexto en el que son previsibles cambios por el pacto con IU, que va a ocupar con su personal de confianza las áreas de Medio Rural y Bienestar Social. Una vez descubierto el fallo, los trabajadores del Principado estuvieron toda la tarde sin correo electrónico. La lista circuló de mano en mano y fue redistribuida en fotocopias. Se convirtió en la comidilla de la jornada e hizo que algunos empleados se sintieran agraviados. Aparte de los 63 eventuales, los departamentos de prensa y el gabinete de cada Consejería cuentan con funcionarios asignados”.
¡Carajo!, todos ganan más que un catedrático bien adornado de trienios. Debe de ser gente preparadísima y la mar de currante. O con una retaguardia (o vanguardia, no seamos injustos con el género) lubricada y juguetona, vaya usted a saber.
El periódico ha sido considerablemente discreto, pero internet se ha puesto a echar humo y a escupir nombres y algunos datos más. Por ejemplo, recibo un correo electrónico en el que se cuenta que:
Nos encontramos con la hermanísima y la primísima de la Consejera de Administraciones Públicas, Ana Rosa Migoya, a las cuales enchufó en su Gabinete hace ya varios años. Entre ambas se embolsan al año la nada despreciable cantidad de 82.000 euros. Además, se pueden encontrar conocidos personajes del sindicato afín. En esto se han convertido las Comunidades autónomas y, más en concreto, las del PSOE, en unos chiringos caciquiles donde se se llenan los bolsillos para sí, para los familiares y para los amigos”.
Ciertamente, cabe sospechar que la sangría y el descaro no serán menores en las autonomías gobernadas por peperos.
¿No deberíamos los ciudadanos conocer al dedillo esos datos de todas las comunidades autónomas? ¿Desde cuándo el Derecho ha de garantizar el secreto y la impunidad de los tiralevitas y estómagos (etc.) agradecidos que se forran a nuestra costa?
También El Comercio, periódico gijonés, dio la noticia, aclarando que los juristas del Principado se apresuran a explicar que es ilegal difundir esos datos enviados por error.
¡Puaj!
¡Abajo las autonomías de Alí Babá! ¡Estado centralista y transparente ya!
Casualmente, Manuel Ramírez publica hoy en la Tercera de ABC un artículo titulado "El despilfarro autonómico". Un párrafo del mismo:
"En plena crisis y sin rechistar ante ello, lo que, a título de ejemplo únicamente citamos, Administración local, administración comarcal (¿con qué sentido?), administración provincial (todo se crea pero nada se suprime, naturalmente), administración autonómica (¡infinita en su alcance!) y administración hasta ahora llamada nacional. Diecisiete parlamentos con lo que ello supone: diputados con sueldos y dietas, presidencias con lo que quieran, Gobiernos Autonómicos con Presidencia, Vice-Presidencia, Consejeros, Vice-Consejeros, Directores Generales, Secretarios Generales Técnicos, Oficiales, instalaciones y, sobre todo, pléyade de «asesores y expertos» bien pagados por hacer o por no hacer. Defensores del pueblo de ámbito regional. Subdelegaciones aquí o allá. Increíble cantidad de Consejos Consultivos con licencias en sus profesiones y buenos sueldos (¿cómo es posible que con tantos consejos luego se hagan las cosas tan mal?). Coches oficiales y escoltas sin límites. Y así en una cita sin fin".
Muy cierto todo. Pero se le olvidó al profesor zaragozano un detallito referido a la administración de la investigación y las universidades. Mañana, si el tiempo me alcanza, contaré algún caso que he visto con estos ojos pecadores no hace mucho.
Vamos entendiendo por qué no alcanzan los dineros para aplicar la Ley de Dependencia. Hay demasiados "dependientes" en y de los chiringuitos.

25 noviembre, 2008

Ciencia y propaganda

El martes de la pasada semana los periódicos leoneses daban cuenta de que el Centro de Alzheimer de Salamanca “impulsará la investigación internacional contra la enfermedad”, y la Ministra Mercedes Cabrera afirmaba en el acto de inauguración que dicho Centro tiene “clara vocación internacional”. Estupendo, pero ¿podría ser de otro modo?
Estamos demasiado acostumbrados a la retórica huera, a las frases pretenciosas, a tópicos propios de un país lleno de complejos. Nos extasiamos con lo evidente cuando nos lo hacen pasar por sublime, admiramos como iniciativas excelsas lo que no son más que simplezas de cajón. ¿Alguien se imagina que en la presentación de un centro de investigación médica en Estados Unidos o en Alemania un ministro dijera solemnemente que la labor en el mismo va a estar abierta a la ciencia internacional?
La mejor manera de reparar en la hinchazón artificial de muchos discursos es preguntarse si cabría razonablemente proclamar lo contrario de eso que tan pomposamente se afirma. ¿Se podría defender que un centro de investigación médica sólo atenderá a la ciencia del terruño? En este mundo globalizado la ciencia se hace a base de conocimiento y diálogo sin fronteras. Por eso en la verdadera ciencia no pueden meter mano, mal que les pese, ni politicastros nacionalistas ni burdos pescadores de emociones baratas para las masas menos ilustradas. Ya lo intentaron, no hace tanto, ciertos pseudocientíficos nazis y soviéticos, y así les fue a sus países y a su falso saber hecho de patrañas. No hay más que recordar las pretensiones de cientificidad de la experimentación racial en aquella Alemania, los embustes que, bajo el stalinismo, un tal Lysenko quería hacer pasar por biología al servicio de la revolución proletaria o la pretensión de la señora de Ceaucescu para que se la alabase como suprema experta en la ciencia química. Majaderías.
Pero cuando el río suena por algo será. Tenemos el mal ejemplo de la universidad, cuyo supuesto fin, entre otros, es la investigación, pero que se ha visto sistemáticamente abocada a localismos y cacicazgos de todo pelaje. Una simple muestra, entre tantas: la Junta de Castilla y León financia grupos de investigadores de excelencia, pero con la condición de que los integrantes sean de por aquí. Si, por ejemplo, un investigador leonés logra formar un equipo con dos profesores de Castilla y León y cuatro premios Nobel, se queda sin subvención por escasez de aborígenes.
A lo mejor tenemos que felicitarnos sinceramente si resulta que en el mencionado Centro de investigación del Alzheimer no se va a preguntar dónde nacieron los expertos o en qué idioma escriben sus trabajos.

24 noviembre, 2008

Sindicatos y clases

Parece que en Madrid los sindicatos se movilizan para exigir que las universidades madrileñas tengan financiación suficiente. Bien está y no le quitemos mérito ni interés a su esfuerzo. Mejor que alguien diga y haga algo, aunque sea el último convidado. El enigma no está en por qué reaccionan así los sindicatos, sino en por qué los demás achantan y, como máximo, ponen carillas de estupefacción y de tremenda consternación. Y no sólo en ese tema de la financiación, conste.
Los rectores, obviamente, no pueden indisponerse con los que manejan el grifo de los dineros. En estos tiempos de tanto cacareo de la autonomía universitaria, la consejería de turno deja de poner perras y el rector no dura dos asaltos: se lo comen sus propias huestes al grito de queremos nuestra nómina enterita y ya, con sus complementos autonómicos y todo.
En cuanto al profesorado en general, ¿dónde está el profesorado? No existe como eso que llaman los cursis un “colectivo”. Un uno por ciento aproximadamente militará en esos sindicatos que ahora se revuelven. El resto vive ocupado en sus cositas: que si organizo este curso de extensión y me saco seiscientos euros, que si pido un proyecto de investigación o una ayuda para lo de la estancia en Nueva York o París, que si me lleva mucho tiempo el cargo, que si evalúo a los evaluadores de mis evaluadores, que si preparo los papeles para el tramo... De profesión, sus labores. El profesorado puede organizar en casa una batalla campal para que Fulano no sea director de departamento o para que Mengano no esté en no sé qué tribunal que cobra dietas, pero desde fuera pueden bombardear las facultades sin que se inmute.
La gran mayoría de estudiantes no saben/no contestan. Deben de estar estudiando. La pila de libros que manejan seguro que no les deja ver el bosque de maniobras y manejos que los poderes públicos y privados se traen con la universidad. En cuanto al PAS, andarán peleándose por una centésima de nivel o una libre designación.
Así que sólo quedan los sindicatos, que hasta ahora nunca han destacado por exigir gran rigor y calidad en el desempeño profesoral, pero que, al menos, reaccionan cuando hay riesgo de que todo el montaje se vaya al garete o a manos privadas. Poco les queda de aquello del sindicalismo de clase que se decía antaño, pero a lo mejor ahora se reciclan y se convierten en sindicatos de las buenas clases universitarias.

23 noviembre, 2008

El paraíso. Por Francisco Sosa Wagner

El paraíso se manifiesta en las diversas religiones de forma diferente, así para los cristianos es un lugar de felicidad eterna, de paz sin sobresaltos, de gozos moderados pero duraderos. Un lugar donde se puede hablar con Dios, lógicamente no de tú, pero sí con la familiaridad que es propia entre bienaventurados que están ya al cabo de la calle.
Otros creyentes conciben el paraíso como un lugar donde hay siempre caza dispuesta al sacrificio y a dar satisfacción a los humanos en forma de hermosos venados o frágiles perdices. Y los nórdicos, que son muy aficionados a la pendencia sangrienta, lo llaman Valhalla, el destino de los guerreros que mueren heroicamente en combate, un espacio de ensueño y quimeras donde son recibidos por las valquirias a las que es lícito administrar todo tipo de sobaduras, achuchones y zalamerías. Como esta actividad acaba desgastando sobremanera incluso a los valientes soldados, se retoman fuerzas con grandes banquetes en los que se come jabalí y se bebe hidromiel, siendo esto último lo que menos me gusta de este paraíso porque el jabalí con lo que entra bien es con un tinto de diversos retrogustos y aromas en paladar de frutas silvestres.
Hoy día las religiones tradicionales están muy desprestigiadas pues han sido sustituidas por la religión de las grandes superficies, las camisas de marca y los coches automáticos que ahora, por cierto, no se compran como antaño sino que se tienen en arrendamiento financiero, una modalidad de contrato que en español se llama “leasing”. Así que, si antes íbamos a misa los domingos, hoy vamos a Hipercor o a Carrefour para que nos sean administrados allí los sacramentos de la salvación.
Se comprenderá que, ante cambios tan fundamentales, ha sido necesario desterrar -nunca mejor dicho- el paraíso tradicional, el de los sermones de los curas y sus rosadas imágenes, por uno nuevo, más acorde con los tiempos y con las ensoñaciones de la época. Es así como nace el “paraíso fiscal”. Hasta ahora a nadie, que no fuera un orate, se le hubiera ocurrido unir esas dos palabras. Porque “fiscal” alude a fisco, a Hacienda, a impuesto, a tropelía administrativa y, peor aún, a un funcionario de cejas torvas, enfundado en negros ropajes y determinado a enviarnos al trullo a poco que bajemos la guardia.
Pero en estos tiempos sí es posible maridar ambos términos al encontrárseles un sentido nuevo e inesperado. El paraíso fiscal es aquel lugar donde no se paga al Fisco, donde quien allí mora no se ve en la penosa obligación de detraer nada de su peculio y entregárselo a ese ser odioso y voraz que es el Estado como antes se pagaba el diezmo a la santa madre Iglesia. Si suprimimos el diezmo aprovechando la revolución liberal ¿por qué no suprimir también el impuesto y la contribución ahora que estamos en la revolución postmoderna y laica? Esta sencilla reflexión es la que ha llevado a crear los paraísos fiscales y a dividir el mundo entre los lugares donde se paga y aquellos libres de tal ominosa servidumbre.
Se consigue así un más ajustado equilibrio y, como hay zonas en la Tierra que son montañosas y otras llanas, o lugares lluviosos y otros secos, así hay tierras donde se pagan impuestos y tierras donde el hombre vive descuidado, paseando sus desnudeces bancarias sin miedo a ser perturbado, marcando con cierta insolencia el paquete de su desparpajo económico.
El problema es ¿quién tiene derecho a entrar en esos espacios de privilegio? Porque las religiones tradicionales siempre han establecido criterios a la hora de seleccionar a quienes podían disfrutar a placer de la divinidad o de las huríes. Pero ahora ¿cuáles son los requisitos de las modernas Escrituras? Según los estudios que he realizado a lo largo de varios créditos europeos de acuerdo con el método boloñés, la conclusión a la que llego es que los elegidos son los que oran con mucha devoción a la imagen del activo tóxico, los que encienden velas y compran exvotos a los productos derivados, los que rezan a diario el rosario de los índices bursátiles, los que hacen subir el barril, los que hacen bajar la vergüenza, en fin, los que lanzan opas como ondas y los que lanzan a los obreros a la calle.
Es decir que al paraíso fiscal seguirán yendo -como a los antiguos paraísos- los de siempre.

22 noviembre, 2008

La memoria y los jueces

Uno de los hábitos estúpidos de nuestro tiempo es la juridificación inmediata de los problemas sociales de cualquier tipo, esa convicción de que cualquier injusticia, todo desajuste y el mal funcionamiento de lo que sea se arreglan dictando unas cuantas normas de Derecho y organizando unos cuantos juicios, a ser posible bien espectaculares y con los medios de comunicación repartiéndose los papeles de fiscal -sobre todo- y defensor paralelos. Ya no hay más tiempo que los plazos procesales, pasado, presente y futuro se funden en una pura representación en los estrados de los tribunales. Contra toda dolencia social, pleito y tente tieso; y frente a cualquier padecimiento de un individuo, alguien tendrá que pagar, previa sentencia, ya sea el médico que no lo curó a tiempo por no ser un genio de la medicina y la adivinación, ya sea el vecino que fumaba en tiempos a su lado, ya el ayuntamiento que no evitó que en su calle hubiera tantos ruidos. Antes se decía aquello de el muerto al hoyo y el vivo al bollo; ahora debería cambiarse por lo de el muerto al hoyo y el vivo al juez que reparte bollos.
Un ejemplo de tantísimos es lo que viene sucediendo con la cuestión de la llamada memoria histórica. En verdad hay unos cuantas circunstancias muy lamentables y tristes. No parece fácilmente justificable que tantos familiares no hayan podido averiguar dónde yacen los restos de sus parientes asesinados en tiempos de la Guerra Civil y la posguerra o que, sabiendo dónde están, no hayan podido hacerles el pequeño homenaje de una sepultura digna y una ceremonia de amor y recuerdo.
Y luego está algo seguramente más delicado, pero que a un servidor le produce un peculiar morbo político-intelectual, si así se puede decir. Hay una parte de ese pasado que los historiadores no han desenterrado suficientemente, por razones tal vez comprensibles. Es la memoria de los que apretaban el gatillo, de los que formaban las bandas y pelotones que fusilaban contra las tapias de tantos cementerios. Se sabe quiénes lo hicieron con Lorca, pero, ¿por qué no se ha averiguado en muchos casos más?
Muchas veces, al ver y escuchar a esos abuelos que estuvieron en la guerra, que desgranan sus recuerdos de las aventuras y los padecimientos de entonces, me he preguntado si, además de combatir propiamente, fueron de ésos que, obediencia “debida” de por medio, fusilaron a tantos en los fríos amaneceres de este país cainita. Y en más ocasiones aún, al ver y oír a esas familias orgullosas del orden franquista y tan pías y tan seguras de haber vivido siempre en la verdad y en la ley, he sospechado que muchos de sus viejos habrán sido delatores, chivatos o integrantes de esas bandas que por las casas buscaban a los escondidos y que, de paso, se llevaban el dinero o las joyas que encontraban en las habitaciones, como le ocurrió a mi propia abuela materna, que se volvió loca durante la Guerra Civil, después de la visita de una partida de falangistas.
Tengo también un tío paterno que desapareció al final de la guerra y del que mi padre llegó a averiguar que muy probablemente había sido fusilado muy cerca de nuestro pueblo. Sinceramente, aunque se descubriera que aún viven algunos de aquellos que fusilaron a mi tio o que dieron la orden correspondiente, o de los que visitaron a mi abuela para robar y quién sabe qué más, no tendría ningún interés en que un juez hoy los condenara, con penas y argumentos de valor meramente simbólico. ¿Hace falta que un juez diga que una dictadura es una mierda para que quedemos convencidos de que una dictadura es una mierda? ¿Hace falta que un juez condene por homicidio o asesinato para que sepamos que son reprobables el homicidio y el asesinato? ¿En verdad nuestro juicio moral necesita traducirse en categorías jurídicas sin más efectos presentes que su resonancia semántica? ¿Me consuela tanto que un juez proclame que los que mataron a mi tío o robaron y quién sabe qué mas a mi abuela eran cómplices de un genocidio y no meramente asesinos y ladrones fanáticos de mierda?
Pero sí me gustaría saber, enterarme de quiénes fueron en concreto los que aquel día dispararon o aquel otro violaron a una madre indefensa. Me gustaría que alguien diera con sus nombres y, si alguno vive, les preguntase, y que ellos pudieran hablar, sincerarse ya sin temor, bien sea para acallar su conciencia, si es que algo de tal conservan, bien para que las generaciones posteriores podamos y puedan comprender qué ocurrió y qué ocurre siempre en coyunturas de guerra civil y enfrentamiento entre bandos poseídos por la furia fratricida.
Creo que para muchos, entre los que me cuento, a estas alturas el afán de saber es mucho más fuerte que la necesidad de juzgar. En cierto sentido, ya juzgaron la historia, precisamente, y la sociedad toda. Y en lo que a dichos juicios se haya escapado, llegamos muy tarde. ¿O acaso necesita el franquismo una sentencia condenatoria para que quede patente su oprobio y su falta de legitimidad? ¿Tanto creemos en el poder mágico, taumatúrgico, del Derecho y de los jueces? ¿A estas alturas vamos a sustituir la ciencia social y la historia por druidas con toga?
La juridificación y la judicialización penal del tema seguramente cierran la última puerta para conocer algunas verdades que todavía nos inquietan a los que primamos la reflexión sobre la retaliación, una vez que ha pasado tanto tiempo, setenta años. Esas verdades que podrían contarnos los protagonistas y los testigos, no sólo por el lado de las víctimas, sino especialmente por el lado de los verdugos y sus secuaces. Porque, al igual que, en escala mayor, los historiadores se siguen preguntando qué llevó durante el nazismo a tantos alemanes, que eran probos ciudadanos y gentes del montón, a convertirse en especialistas en el tiro en la nuca y en las más diversas técnicas de exterminio, también de muchos de nuestros abuelos o bisabuelos deberíamos saber qué sentían cuando disparaban su fusil contra personas que tenían las manos atadas, por qué obedecían, si podían dormir después y cuánto tiempo fueron perseguidos por el recuerdo de esos momentos. Y, si alguna posibilidad queda de que alguien de entonces nos hable de todo esto, no será precisamente ante un tribunal de justicia y bajo los flashes de los periodistas y los focos de los reporteros.
El Derecho es lo que es y sirve para lo que sirve. Pero no vale para otras cosas. La técnica jurídica ni puede sustituir la reflexión moral ni puede reemplazar el juicio de la historia. Pero lo que entre nosotros está pasando, y no sólo en este tema de la llamada memoria histórica, es que el debate supuestamente jurídico ocluye otras discusiones que sí caben aún y que sí tienen un sentido para nuestras vidas y las de las generaciones que vienen. De la Guerra Civil deben hablar los historiadores, en los crímenes de entonces, sean del bando que sean, tienen materia para su reflexión los tratadistas de ética y de filosofía política. Del conocimiento documentado de los horrores debemos aprender todos los ciudadanos. Y a los muertos, todos, hay que enterrarlos dignamente, lavar su nombre, respetar su recuerdo. Sin que ningún juez les hurte el protagonismo ni utilice como moneda de cambio su memoria. Que se hable de los muertos, que se les rece, que se les llore. Pero que no vuelvan a quedar enterrados, ahora bajo un alud de leguleyos ociosos, de políticos demagogos y de jueces narcisistas.

20 noviembre, 2008

El nuevo feminismo. Por Joaquín Leguina

Fue en el invierno de 1990 cuando, tras una amena comida, el escritor Juan Benet, mirando de soslayo a quienes lo acompañaban en torno a la mesa, sentenció con solemnidad: “Ahora que ha desaparecido el comunismo sólo sobreviven dos enemigos de la Humanidad: el feminismo y el ecologismo”.
Quienes allí estábamos escuchando al ingeniero, amante de los embalses y de los trasvases, pensamos que era una más de las boutades, políticamente incorrectas, en las que tanto le gustaba incurrir... Pero no han pasado ni siquiera veinte años y ha llegado la hora de tomarse en serio aquellas palabras de Benet. ¿Por qué?
Porque, desaparecidas las utopías totalitarias y totalizadoras que emponzoñaron el siglo XX y como si de un big-bang se tratara, hoy viajan por el espacio político y social restos aislados y autónomos de aquel naufragio, entre los cuales destacan, precisamente, el feminismo y el ecologismo. Una mixtura de creencias políticas y de normas morales cuyo perfume autoritario es perceptible aun para los olfatos más obstruidos.
El feminismo o el ecologismo occidentales tienen unas raíces históricas muy claras. El segundo señalando el riesgo –bien cierto- de arrasar con el planeta mediante un crecimiento económico depredador y el primero, el feminismo, ha denunciado con rigor y razón la subordinación y el sometimiento de las mujeres por parte de sus pares masculinos a lo largo de los siglos. Muy justas denuncias en pos de un planeta sostenible y de una convivencia entre varones y mujeres más justa. Pero ni el feminismo de hace un siglo (ni el de hace veinticinco años) ni el ecologismo de fechas pasadas eran lo mismo que son ahora. ¿Qué ha cambiado? Que antes denunciaban y exponían razones y ahora, incrustados en el Estado, mandan y ordenan. En efecto, si preguntáramos a los ciudadanos españoles quién ostenta la más alta representación del feminismo en España, la mayoría señalaría con el dedo a María Teresa Fernández de la Vega y sólo una minoría muy cualificada se acordaría, por ejemplo, de Celia Amorós. Si hiciéramos lo mismo respecto al ecologismo, la señalada por el dedo sería Cristina Narbona.
Me limitaré aquí a glosar un particular feminismo, aquél que ha impregnado al PSOE y, como consecuencia, al actual Gobierno. En él pueden distinguirse dos tendencias dominantes, diferenciadas pero complementarias: de un lado, la fundamentalista, cuyos principios ideológicos parten de un axioma según el cual los hombres constituyen un grupo opresor respecto a las mujeres. Para Marx, el capitalista, cualquiera que fuera su actitud personal con los obreros de su fábrica, era un explotador, pues bien, en una traslación abusiva, este nuevo feminismo considera que todo hombre es per se un opresor, sea cual sea su actitud personal respecto a mujeres concretas. La otra facción, más práctica, es la del lobby (nombre del que se ha dotado su más activa organización, el “Lobby europeo de mujeres”) y, como cualquier lobby, trabaja pro domo sua. Dado que sus componentes se dedican profesionalmente a la política, buscan –y encuentran- privilegios para ellas. De ahí, y sólo de ahí, nació el objetivo de la paridad. Pero comencemos por el fundamentalismo.
En el antiguo régimen, los delitos cometidos por el pueblo llano se castigaban con más severidad de la que eran castigados esos mismos delitos cuando eran cometidos por un miembro de la nobleza. Ningún demócrata defendería hoy semejante discriminación y condenaría esa práctica que conculca el principio de igualdad ante la ley: artículo 1 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26 agosto de 1789 (“La Ley debe ser igual para todos, tanto cuando proteja como cuando castigue”), principio éste recogido en el artículo 14 de nuestra Constitución.
Pues bien, más de dos siglos después de la Revolución Francesa y a treinta años de aprobarse la Constitución Española, el artículo 153.1 del Código Penal de una Democracia que dice ser avanzada –la española- prescribe penas distintas según que el delito (malos tratos) lo cometa un hombre o lo cometa una mujer.
Este cambio en el Código Penal es casi irrelevante cuantitativamente (prisión de seis meses a un año si el agresor es un varón y de tres meses a un año si la agresora es mujer), pero resulta trascendente en el campo de los principios jurídicos.
Cuando este cambio se planteó en las Cortes a propósito de la Ley Integral contra la Violencia de género (Ley Orgánica 1/2004), pregunté a muchos diputados (entre ellos al Ministro ponente, el de Trabajo) de dónde había salido tamaña desmesura con la que casi nadie estaba de acuerdo y de cuya redacción no se tenía ningún antecedente foráneo, tampoco la Ley sueca, muy comentada entonces. Tras aquellas consultas, me quedó claro que la fuente de donde manaba ese agua tan cristalina la constituía un pequeño y aguerrido grupo de feministas “de la opresión” que habían encandilado con sus rompedoras ideas al Presidente del Gobierno. La ausencia de debate interno respecto a las verdades reveladas por el jefe hizo el resto y la Ley se aprobó, incluyendo esa enmienda al Código Penal.
Esta innovación del Código Penal no fue recurrida por el PP ante el Tribunal Constitucional (TC), pero sí lo hizo una jueza de Murcia (Juzgado de lo Penal número 4). El contencioso acaba ahora de sustanciarse mediante una sentencia que, a mi juicio, echa sobre el TC la última paletada –por ahora- de desprestigio a causa de su impresentable politización.
En efecto, la sentencia del TC del 14-V-2008 -de la que fue ponente Pascual Sala- desestima el recurso, entre otras razones, porque el “autor (del delito) inserta su conducta en una pauta cultural generadora de gravísimos daños a sus víctimas y porque dota así a su acción de una violencia mucho mayor que la que su acto objetivamente expresa”. Como se ve, la sentencia consagra la existencia de “una pauta cultural” que atañe, exclusivamente, a los varones y que -lo quieran ellos o no- les supera como individuos. En otras palabras, los varones forman parte de un grupo opresor, que es lo que las fundamentalistas del nuevo feminismo querían demostrar.
Una vez más (y van... ) el TC quedó dividido en torno a esta sentencia entre “progresistas”, que votaron a favor de ella, y conservadores, y entre éstos los firmantes de los votos particulares. Y según esta ley del embudo, quienes nos negamos a admitir que los varones somos un grupo opresor nos tocará aguantar el mote de conservadores. Aparte, claro está, de ser quemados en plaza pública por ser unos machistas irredentos.
“La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, escribió Karl Marx hace ya mucho tiempo. Pues bien, las fundamentalistas del nuevo feminismo no se han roto la cabeza a la hora de traducir el axioma marxiano y, arrimando el ascua a su sardina, sostienen que la ideología dominante ha sido hasta hoy la del grupo opresor, es decir, la de los varones y esa ideología machista –según ellas- lo ha impregnado todo, desde el lenguaje a la sociología. Por eso es preciso reinventarse un lenguaje no sexista, pues sea, pero no mediante esa estupidez reiterativa (“los vascos y las vascas” del ínclito Ibarreche) con la que se pretende impedir pronunciar los plurales en género masculino. En pocos años esta necedad se ha extendido por púlpitos y micrófonos como una peste. Merece la pena detenerse en ello.
Es obvio que esta imposición constituye un ataque contra el buen uso de la lengua, al eliminar el principio de economía expresiva, añadiendo palabras al discurso sin aumentar un ápice su contenido conceptual. Pero hay más.
Los filólogos llaman género no marcado (en el caso del castellano, el masculino) al más abundante (entre otras cosas por ser el género en el que se hacen los plurales). Así, en la mayor parte de las lenguas indoeuropeas, desde el sánscrito al griego, ese género no marcado era el neutro, lo cual no quiere decir que los usuarios prefirieran el neutro (las cosas) a los géneros marcados: masculino (hombres) o femenino (mujeres).
Dentro de las –más bien escasas- lenguas que contraponen géneros (“masculino”/”femenino”) el que uno u otro sea el marcado no tiene relación alguna con los roles sociales de hombres y mujeres. Eso lo saben todos los especialistas en lingüística desde que Karl Brugmann publicó sus estudios en los años ochenta ¡del siglo XIX! Pero a las ideólogas del nuevo feminismo les importa un bledo la lingüística, lo que sí les importa es imponerse. Ya se lo dijo Humpty-Dumpty a Alicia: “Lo importante es quién tiene el poder. Eso es todo”.
La otra facción del feminismo, diz que socialista, la del lobby, no se ha quedado atrás en la apuesta y coló de rondón una disposición adicional en la Ley de Igualdad, mediante la cual se ha implantado en España la paridad en las listas electorales. También las del lobby han encontrado amparo en otra sentencia del TC, de parecido jaez a la aquí comentada.
Es bien sabido que las mujeres suelen prosperar profesionalmente mejor que los varones cuando la promoción social se adscribe a pruebas objetivas, como es el caso de las oposiciones en España. No es de extrañar, por tanto, que muchas mujeres que pelean –y con éxito- por hacerse presentes y visibles dentro de la sociedad civil en la que viven critiquen estos métodos de la paridad y rechacen su mensaje perverso que –eso sí- beneficia a las mujeres que se dedican profesionalmente a la política. Son éstas quienes, mediante la paridad, consiguen la mitad de los cargos políticos, pese a que el número de mujeres dentro de los partidos (fuente casi única de donde se nutren las listas y los cargos de designación) sea mucho más escaso que el de varones. Un privilegio, una discriminación (tan “positiva” para ellas como negativa para los varones) que encierra, además, como toda discriminación, un despilfarro de recursos humanos.
Según el nuevo feminismo que coloniza al PSOE, también el concepto de igualdad –que ha sido la basamenta del pensamiento de izquierdas durante casi dos siglos- estaba preñado de machismo, por eso ahora en el PSOE de ZP cuando se habla de igualdad no se hace mención a la igualdad de oportunidades o a la igualdad entre rentas o entre clases sociales, no. El único objetivo se ha reducido a la igualdad entre hombres y mujeres. ¿Por qué? Porque –siempre según estas “pensadoras”- la única desigualdad social relevante que existe es aquella que tiene sus raíces en el sexo. Perdón, en el género.
Es evidente que la desigualdad entre hombres y mujeres existe y es transversal, por lo tanto, todo lo que se haga para eliminarla bienvenido sea, pero es absolutamente falso que en ella resida la matriz de todas las demás desigualdades, ni siquiera que ella sea la más relevante, y no es necesario echar mano de ningún análisis de la varianza o factorial para demostrarlo. Los efectos prácticos de esta perversión ideológica sobre el discurso político son evidentes: se obvian las otras desigualdades, especialmente aquellas que hunden sus raíces en las clases sociales.
Pondré un ejemplo que puede resultar ilustrativo. Rodríguez Zapatero acaba de crear un nuevo Ministerio para la Igualdad, ése es el nombre. Pues bien, dicho Ministerio no pretende ocuparse de otras desigualdades que no sean las que se derivan del “género”. ¿Y quién se acuerda –me pregunto- de las desigualdades que acosan a la mayor parte de los asalariados? ¿Es que esa condición, la de asalariado, ha dejado de ser relevante para el socialismo gobernante? Pues parece que sí. Daré unas cifras sangrantes para ilustrar lo que estoy diciendo: mientras que la renta de los asalariados respecto al PIB va decreciendo (48,1% en el primer trimestre de 2004 y 46,3% en el tercer trimestre de 2007), a la hora de pagar el impuesto sobre la renta (IRPF) los asalariados, ellos solitos, pagan el 90% de todo lo que pagan a Hacienda los españoles por ese concepto.
¿Alguien ha oído hablar de este alarmante asunto a algún miembro del Gobierno actual? ¿En qué parte del programa electoral de Zapatero en 2008 (por cierto, nunca publicado) se hace referencia a este “pequeño” problema?
Desengañémonos, a menudo se habla de una cosa para impedir que se pueda hablar de otra. Es lo que llaman los politólogos “controlar la agenda”. Y en la agenda oficial del actual Gobierno socialista ha tiempo que no están las “viejas” desigualdades, sólo las “nuevas”. Y éstas están, pero -también ellas- en el limbo de la retórica, algo parecido a lo que ocurre con las emisiones españolas de CO2 hacia la atmósfera, que crecen al mismo ritmo con el que aumenta la prédica desde el Gobierno acerca de no se sabe qué lucha contra el cambio climático.
Muchas mujeres –ya lo he dicho- y también la mayor parte de los hombres no están en absoluto de acuerdo con estos manejos... Y si es así, ¿por qué casi nadie se atreve a decirlo? Porque se ha impuesto la ley del silencio que se deriva del miedo a ser tachado –no se sabe por qué- de machista. Un silencio producto de la censura que tanto les gusta ejercer a quienes administran los arcanos de lo “políticamente correcto”.
Cuando a una ideología –y el feminismo lo es en grado sumo- no se le opone barrera alguna, se dispara y disparata, y, como no tiene barreras, pues desbarra. Eso es lo que está ocurriendo y nos debiera preocupar a todos: a varones y a mujeres.

19 noviembre, 2008

Mamas

Una discoteca valenciana organiza una fiesta de “homenaje a la mujer” y con tal ocasión se sortea una operación de aumento de pecho. Me encantan los progresos de la igualdad femenina y esa denodada lucha contra la consideración de las féminas como objeto decorativo. Ante tan exquisita iniciativa, no sé si nuestra Ministra de Igualdad se pondrá de morros o esperará a que se rife en alguna parte un implante labial para damas enfurruñadas.
Aquí cuentas el chiste de la mujer que aparca fatal y se te viene encima el séptimo de caballería, sección amazonas. Pero si tienes un negocio bonito puedes insistir impunemente en que las señoras están mejor con las tetas gigantes y duras como pedernales, y no pasa nada. ¿En qué quedamos?
Es curiosísimo ver cómo están distribuidos entre los sexos los roles y la propaganda. A los varones nos bombardean con spam de estiramiento de pene y nos prometen discreción absoluta y efectos milagrosos, al tiempo que se nos insiste en que la operación de marras tiene como fin darle mayor gusto a la contraparte. En cambio, a las mujeres se les proponen las cirugías a pecho descubierto. Me parece que falta paridad en estas paridas.
Si usted es un señor que pugna por alargamientos inverosímiles, ha de llevarlo en secreto y ay de su fama si se entera la peña de que no está conforme con su dotación. En cambio, entre las mujeres es timbre de honor lucir protuberancias de diseño, quitarse o ponerse a discreción los atributos naturales y lucir mamas sintéticas o esculpirse la cintura a golpe de bisturí y aspirador. No hay más que ver lo que la misma discoteca levantina propone para una próxima fiesta de hombres: el sorteo de una depilación integral. ¿Por qué no unas bolas de billar en el escroto o un cipote africano?
Y luego resulta que los que estamos alienados somos los hombres. A esas mujeres que portan media tonelada de silicona hábilmente distribuida no puede un tipo echarles un piropazo ni, si me apuran, dejarlas pasar delante por las puertas, no sea que haya que empujar porque se atasquen por entrar de perfil para mejor lucimiento. Les miras con ojos libidinosos el implante que desafía la ley de la gravedad y eres un tarado falócrata y abusica. Te asomas a ese canal que ha quedado más profundo que el de Isabel II y la doctrina oficial del nuevo Vaticano con faldas te toma por un degenerado reprimido y procaz. Observas con ojos de agrimensor ese campo plano que comienza en las estribaciones del monte de Venus y que termina bajo el pliegue de la mama postiza y que es dejado al descubierto por la moda del pantalón bajo y la camiseta exigua, y pasas por primo carnal del violador del ascensor. Ergo, no se labran el body para nuestra mirada ni para incitar primitivas acometidas del viejo macho en decadencia. Perfecto, pero entonces, ¿para qué? Habrá que suponer que son tácticas sutiles para invitar a la conversación sosegada, al diálogo ciego al género, a la igualdad de papeles entre los sexos, a la conciliación de la vida laboral y familiar, y para acabar de una vez por todas con la consideración de las personas como objetos.
Vale, pues estupendo. Pero, en tal caso, ¿se puede o no se puede hacer chistes de macizas operadas? ¿Puede haber en la tele anuncios en que unos tipos que van de duros observan con ojos de cordero degollado a una silicona racional que pasa moviendo el esqueleto de aluminio? ¿Van a sortear en las discotecas biceps de titanio y penes de coltán para los caballeros?
¡Igualdad ya, carajo!

18 noviembre, 2008

El Estado, caja de socorros. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado en El Mundo, 18 de noviembre de 2008)
Las turbulencias financieras constituyen una magnífica ocasión para meditar sobre cuestiones muy de fondo de nuestras estructuras políticas y administrativas, así como acerca de su relación con algunas instituciones públicas y privadas: el Estado, los bancos, las grandes empresas de sectores clave de la economía, los partidos políticos... ¡Ahí es nada!
Del Estado sabemos que está viviendo una transformación de muy amplios vuelos. La Teoría tradicional, que se ha explicado a lo largo del siglo XX y que tiene su punto de partida en la gran obra de Jellinek -traducida al español en 1914 por Fernando de los Ríos-, ha conocido en Europa una erosión de espectaculares dimensiones. De sus tres elementos clásicos, el territorio, la población y el poder, ¿qué sobrevive? En el territorio tradicional se han formado grietas aparatosas y las fronteras con sus guardias y sus alambradas, aquellas ciudades-frontera, entrañables ciudades hermafroditas, un poco católicas, un poco protestantes, son hoy día un recuerdo apto para contarlo a los hijos. No es, ciertamente, que el territorio se haya disuelto, pero sí ha perdido su vestimenta absoluta, arrolladora o la exclusividad que le acompañó durante mucho tiempo.
Pero, ¿y la población? La aparición en el espacio europeo de unos pueblos venidos de todos los continentes está convirtiendo a la nacionalidad en algo contingente, de suerte que se ha volatilizado en buena medida su condición de elemento decisivo en la estructura del Estado. Es más: no resulta aventurado sostener que se está formando un pueblo europeo, aunque se trata de un proceso lleno de incógnitas y de complejos meandros, forzosamente lento: tan lento como por cierto fue históricamente el proceso de creación del pueblo español o del pueblo alemán, que no surgieron en un rato perdido de la Historia.
En fin, del poder concebido como instancia con voluntad soberana, superior, única en el territorio, ¿qué queda? Hoy en día, a tal voluntad no se llega sino a través de pactos con otros Estados. Por decirlo con palabras de nuestro Tribunal Constitucional: «España es Estado miembro de las comunidades europeas y, por tanto, sujeto a las normas del ordenamiento comunitario que poseen efecto directo para los ciudadanos y tienen primacía sobre las disposiciones internas» (sentencia -entre otras- 130/1995 de 11 de septiembre). No se trata simplemente de una cesión de atribuciones, sino que se están conformando nuevas potestades y un nuevo haz de competencias que, además, afecta a los tres poderes del Estado que van viendo cómo menguan implacablemente sus atribuciones. Convengamos en que no quedan núcleos duros de la disponibilidad del Estado: todos se han ablandado y el mismísimo sacrosanto espacio que ocupa la Constitución ya no puede considerarse seguro ante las mudanzas que vive.
Pero el Estado es como la materia en la física: ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Agónico el Estado nacional tradicional, es preciso proclamar bien alto un ¡viva el Estado!. Porque el Estado no puede convertirse en un ser fantasmal y melancólico que vague sus soledades por los espacios. Antes al contrario, se necesita un poder fuerte y democráticamente organizado que legitime decisiones y medidas que afectan a millones de ciudadanos, que sea capaz de hacer frente a su responsabilidad, es decir, que tenga siempre a punto y engrasado un marco que permita depurar los conflictos sociales evitando su degeneración en un polvorín, capaz de poner contra las cuerdas el delicado orden de la convivencia, es decir, la vieja pax pública, justamente uno de los títulos que están en su origen, allá en la remota Edad Media.
Esto es lo que hacen en estos días los Estados europeos -o el estadounidense-: aparcadas las recetas neoliberales que han pretendido someterlo a una inflexible cura de adelgazamiento, se presentan de nuevo en el escenario luciendo su energía, formidable y ordenadora. Todos se han vuelto hacia él pidiéndole una caridad, la mano amiga que nos ayude a atravesar el río crecido y en ejarbe.
Ahora bien, es un Estado que ya no puede actuar solo, sino de forma coordinada con otros Estados y con los grandes bloques espaciales. Como ha escrito Ulrich Beck, «la ganancia del poder transnacional del Estado tiene que pagarse hasta el último céntimo con las monedas, pequeñas y grandes, de la autonomía nacional, lo que significa que la transnacionalización del poder estatal y la desespacialización de la política van acompañadas de una paulatina autodesnacionalización del Estado y su reñida soberanía».
Este es el modelo que, a trancas y barrancas, con todas las dificultades imaginables, nos ofrece la construcción europea en la que es obligado creer y en la que es obligado avanzar para erigir esa Europa cosmopolita que nos libere de la miopía nacional. Es -como he explicado en algún lugar- la Europa de un poeta como Schiller, autor del Himno de Europa (A la alegría de la Novena de Beethoven) y que utilizó Alemania para su Wallenstein, Francia para La doncella de Orléans, Suiza para Guillermo Tell e incluso España para su Don Carlos.
Precisamente esta crisis nos ha puesto de manifiesto de manera expresiva la exactitud del discurso que vengo sosteniendo. No habrá más forma de organizarse en el futuro, para dar respuesta a las secuelas que las circunstancias actuales dejarán en nuestras pieles, que abandonando la ciencia zombi de la mirada nacional. Pues el gran poder económico, tanto el de las instituciones públicas como el propio de los grandes conglomerados privados, que antaño se ejercía sobre un territorio acotado, tiene hoy como signo distintivo el hecho de independizarse de lugares concretos, es decir, moverse en un marco de extraterritorialidad, que es su arma formidable.
Pero al mismo tiempo descubrimos la enorme dependencia de las instituciones públicas, con poderes de ejecutividad y de coerción en parte cuestionados, de las poderosas instituciones privadas y, en especial, de unos institutos de crédito, que, al entregarles todos nosotros nuestras nóminas, nos atrapan en un abrazo tan ceñido que quedamos uncidos a su suerte: gozosa si es buena; desventurada si es aciaga. No parece haber escapatoria. El Estado, caja de socorros.
A todo ello hay que añadir, para complicar la maraña, la dependencia de los partidos políticos de esos mismos bancos a los que deben sumas ingentes de dinero. Un cierto escalofrío recorre el cuerpo cuando pensamos en esta realidad estremecedora.
Con estos mimbres habremos de construir una nueva teoría del Estado, una nueva explicación que sepa interpretar la realidad de unas instituciones políticas y administrativas zarandeadas a conciencia. Estamos ante el eterno complexio oppositorum en que se han debatido siempre, a lo largo de la Historia, las grandes organizaciones y donde han labrado sus habilidades y su fortaleza.
Se comprenderá, a la vista de este nuevo panorama, cuán viejos se nos ha quedado la hucha de conceptos en la derecha y en la izquierda. Como ha escrito Víctor Pérez Díaz en su última y magnífica obra -El malestar de la democracia-, «no es que en cada momento y lugar no haya diferencias; sino que izquierda y derecha, en general, aspiran a una definición y a una determinación unívocas que unifiquen su trayectoria en el largo plazo; y es esa la determinación que falta o, cuando no falta, es vacua».
Y se comprenderá, asimismo, con cuánta caspa se nos aparece ahora toda la teoría de las «competencias blindadas» de Estatutos como los de Cataluña, Andalucía, etcétera. Por cierto, cuando se trata de engrasar el sistema financiero, ¿dónde están esas comunidades autónomas que tanto brío suelen poner a la hora de instalar la mesa petitoria? Porque debe saberse que en Alemania los Länder han sido llamados a pasar por caja. Así se las gasta el federalismo serio. Por aquí gastamos un federalismo que «facie a todas guisas tuerto e falsedat», que diría el abuelo Gonzalo de Berceo.

17 noviembre, 2008

Aparéate y corre

En los asuntos de sexo y cama no hay manera de mantenerse al día, van las cosas a toda leche y a nada que te descuidas ya te quedaste más desfasado que el sexto mandamiento. Ahora resulta que el último gemido es la cita a ciegas en garaje o servicios de unos grandes almacenes para echar un polvete emocionante y salir corriéndo(se). Según leí ayer en un diario que lo contaba entre G-20 y G-20, a ese rito menesteroso y acelerado lo llaman cruising. Dicen que se da más entre homosexuales, como corresponde al verbo que acabo de utilizar, pero que también los héteros están que se salen y entre ellos se llama dogging, o cancaneo, en castellano académico.
El asunto funciona tal que así: usted va a una de las dos mil y pijo (perdón, quise decir y pico) páginas que en internet tratan del tema y lo organizan, busca dónde es la próxima concentración amatoria de su villa o ciudad y acude presuroso y en primer tiempo de saludo. Allí mira a ver quién le hace una seña, o la hace usted. No he llegado a enterarme de cómo será la seña esa, pero imagino que no muy distinta de la del tres en la brisca. Y en cuanto los informales contrayentes se reconozcan con idénticas intenciones, a refocilar tocan. Nada del previo estudias o trabajas o de juegos preliminares a base de copas carísimas y de fingirse corredor de bolsa llena. Al grano.
Tiene que ser emocionante, aunque más por lo casuístico que por lo gimnástico. En efecto, dicen las crónicas que el lecho amoroso suele improvisarse en un garaje, un parque o un descampado. Vade retro, con este lumbago. En cambio, pensar en quién te puede caer en semejante suerte de varas sí tiene su aquel. ¿Qué tal si te das de bruces y de todo con esa esposa del colega que se pasa la vida diciéndole a su víctima que no salga de vinos con guarros divorciados como tú? ¿Y esa compañera de saya larga y gesto contrito y distante? Ah, amigo, sorpresas te da la vida, ay Dios. Y no digamos si descubres mismamente a tu parienta con la mano en el pomo del excusado y el gesto de busco hombre rápido, que tengo hora en la pelu. Por supuesto, en aras de la paridad de género podríamos buscar paralelos ejemplos de señoras que descubren que su Manolo no estaba esa tarde en el fútbol y que se lo topan en la rampa del parking designado con la camiseta de la Gimnástica de Tarragona en la mano y el preservativo entre los dientes. Arrieros somos.
Creo francamente que el ejemplo debería cundir y que tendríamos que extender práctica tan expeditiva a otros campos. Por ejemplo, estaría bien que las evaluaciones de la ANECA y de las demás agencias de medición del curriculum académico se hicieran con esa agilidad y con una objetividad tan intachable. Se organiza una quedada en los soportales de una universidad o ministerio y, ante el guiño convenido, cada aspirante a la gloria universitaria se cruza con su juez y le enseña lo mejor de sus publicaciones mientras el otro gime de puro éxtasis intelectual. Y sin necesidad de leerse los trabajos, igual que ahora.
¿Y qué me dicen de unos buenos encuentros político-festivos entre los candidatos de los grandes partidos y el sufrido votante? Votas al que te toque, pero con la diferencia de que le has visto las vergüenzas después de que te haya poseído como ansía, y no más tarde, cuando ya pilló escaño y no hay quien practique la marcha atrás en la urna. O sea, como en los mítines, pero a calzón quitado y sin decirse cosas, sin mentir ni nada, a pelo.
Vivimos tiempos de promiscuidad. Con este espíritu de científico social que uno se gasta, me meto en google a buscar información y aparece una página sobre este asunto en la web de un grupo antimilitarista. Querrán cambiar el presenten armas de toda la vida. Seguro que ya son legión. Lo bonito es que en el mismo portal hay, por ejemplo, una “Historia breve de la teología de la liberación” y la convocatoria para un concierto de Ramoncín y la Pantoja. Emocionante todo, oigan. Y pacífico.
Bien está ponerse al día para no entender al revés algunas cosas. Por ejemplo, en mi Facultad tengo fichada una pareja de estudiantillos que frecuentan los baños de caballeros cercanos a los despachos de los profesores. Un día iba un servidor a hacer aguas menores y se dio de bruces con el muchacho preocupado, que llevaba cara de vigilar si andaba algún docente por las inmediaciones. Ante mi imponente presencia, disimuló fatal e hizo mutis, pero resultó que por el hueco inferior de la puerta de uno de los excusados asomaban unos pies de mujer armados de tacones. Finalizada mi labor, salí y me encontré al varón otra vez en la puerta, con cara de ansiedad y consternación. Me los he vuelto a tropezar con frecuencia por las inmediaciones y ya los saludo con un abable buenos días. Yo pensaba, ingenuo, que eran novios sin posibles para motel, pero igual es que quedan por internet para cancanearse al aroma de la ciencia jurídica.

16 noviembre, 2008

G-20

Pues qué quieren que les diga, leo y leo sobre los acuerdos adoptados en esa reunión del llamado G-20 y mi desconcierto se acrecienta. En seis horas meten en vereda la economía mundial y acobardan a las crisis. Supongo que, si era cosa nada más que de un rato así, no se reunieron antes porque querían darle emoción a la cosa y tenernos en vilo unos meses. Viva su espíritu lúdico y filantrópico. Y gracias, papis, por sacarnos de la postración.
Pese a la buena nueva, mucha gente debe de andar con la mosca detrás de la oreja. Para empezar, los economistas, que no dan una y, para colmo, ahora ven que son los políticos los que dominan las claves esquivas de las finanzas mundiales y, además, le han tomado al mercado la sartén por el mango. El próximo Nobel de Economía debería ser para el Brown, la Merkel o el ZP, mismamente.
En segundo lugar, las naciones emergentes y primaverales, como las que nos nacen por aquí en cuanto cae un poco de chirimiri, han de hallarse perplejas, pues resulta que los líderes planetarios no pretenden construir ni el globo de las regiones ni el mundo de las naciones, sino que se lo guisan y se lo comen ellos solitos. Ahora que catalanes, vascos y demás tenían sus flamantes oficinas en Bruselas y estaban en un tris de agenciarse unas embajadas en toda regla, resulta que el bacalao se corta en las reuniones del G-20 y no lleva matasellos ni catalán ni gallego ni nada. Asco de vida.
También a los demócratas del mundo hay que suponerlos contentos, especialmente los de los países que no son ni riquísimos ni emergentes a tope. Las normas de verdad, al parecer, se ponen para todos por obra y gracia de unos tipos que se autonombran a golpe de PIB y no de urna. ¿Habremos retornado por la puerta de atrás a una democracia censitaria de nuevo cuño? Con razón nos tomamos más en serio las elecciones norteamericanas que las nuestras.
En cualquier caso, deberemos alegrarnos por los parias de la tierra. Si los líderes innatos le cantan las verdades a la crisis económica y nos prometen un mercado con lo justo de regulación para evitar los cataclismos y las jugarretas de los más pillos, cabe esperar que no sólo desaparezca el peligro de que los grandes bancos se vayan a pique por andar jugando al tocomocho y la estampita, sino, y sobre todo, que al fin todo el mundo tenga para comer y llegar dignamente a fin de mes. Como uno acaba de volver nuevamente de Latinoamérica y de ver otra vez tanto poblado miserable en las afueras de las grandes ciudades, tanto niño caminando descalzo en el lodo y tanto ser humillado en las calles, sueña con que esa economía dirigida con mano sabia y firme consiga de una vez que haya sitio para todos en el mercado y sin necesidad de que ninguno venda el alma y el cuerpo a cambio de un mendrugo miserable. Y, por cierto, también confiamos en que, puestos a corregir desmanes, los jefes del orbe se propongan poner en su sitio a dictadores corruptos y a engañabobos con mando en estados. ¿O será que si renace pujante la economía financiera ya no hay más de qué preocuparse?
A los que nos tenemos por demócratas de vocación cosmopolita y liberales individualistas nos parece de perlas que las naciones se vayan al carajo, que las fronteras se queden como recuerdos del pasado tribal y que este planeta global e intercomunicado se gobierne como un único mundo habitado por humanos iguales. Pero falta un pequeño detalle: ¿qué pintamos y qué vamos a pintar los ciudadanos de a pie?

15 noviembre, 2008

La lata de la lengua

Circula por la red el siguiente correo electrónico que muy recientemente envió a su comunidad universitaria el Vicerrector de Relaciones Institucionales de la Universidad de Santiago de Compostela:
“Diante das diversas peticións de explicacións pola remisión en castelán do anuncio “I Emporium Woman Emprende en la Universidad de Santiago de Compostela”, enviado o mércores 15 por USC-SANTIAGO DIFUSION, queremos indicar que a súa difusión foi debida a un erro que lamentamos e polo que pedimos desculpas. Aproveitamos para lembrar que dado o ámbito de recepción dos correos de USC-DIFUSION, todos os textos deben vir no idioma oficial da USC, e, de ser o caso en función dos posibles receptores, faríanse as traducións a outros idiomas. Cordialmente”.
Hechas las comprobaciones pertinentes, resulta que no es falso. Sólo difícil de creer. Narremos los antecedentes de tan sorprendente mensaje. Días antes dicho Vicerrectorado había distribuido información sobre el evento al que se refiere y la había escrito en castellano. Vade retro. Tremendísima falta. Ello en el supuesto de que se pueda llamar castellano a un título que lleva tales palabras: “I Emporium Woman Emprende en la Universidad de Santiago de Compostela”. ¿Qué nos faltará por ver?
Ya en muchas universidades extranjeras, como las danesas por ejemplo, cualquier clase se imparte obligatoriamente en inglés sólo con que haya matriculado en la asignatura correspondiente un estudiante extranjero. ¿No son nación los daneses? Aquí no se envían los mensajes en castellano por si hay algún infiltrado de Guadalajara, y se premia al que diserta en lenguas autóctonas. Aquí un vicerrector tiene que disculparse por el muy grave pecado de enviar información en una lengua que según el artículo 3 de la Constitución es “la lengua oficial del Estado”, a lo que el mismo precepto añade que “Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla”. Se ve que el Vicerrector compostelano no es español ni le afecta la Constitución mayormente, pues no debe de tener ese derecho si ha de pedir perdón. Además, ¿cómo es que habla de que el “idioma oficial” de la Universidad de Santiago es el gallego? ¿Es su único idioma oficial? ¿Esa Universidad no forma parte de este Estado? ¿Puede haber en ella una sola lengua oficial?
En este país el término “Universidad” ya no hace justicia a la correspondiente institución. Debería sustituirse por el de “Localidad” o el de “Parroquiedad”. La mirada de los gestores no va más allá de la punta de su nariz y la de los políticos que propician semejantes dislates alcanza solamente hasta el festón de su bolsillo.

14 noviembre, 2008

Dejó de saludarme antes de conocerme

El sábado a las siete de la mañana voy a tomar el avión y veo a G. Me muestra la testuz como bóvido mal encarado, pero, con todo, al caer a su lado en la fila para el control de embarque digo un "buenos días" que encuentra un sonido gutural y seco como respuesta. Pienso: vaya, no muge, gruñe. Mi fuerte nunca fueron las especies. Tampoco los géneros.
Ya me lo temía y, en efecto, ocurre. Llego al país C., me desplazo a T., y estaba allí. Iba a lo mismo que yo. Fastidiado, me digo que tampoco voy a rehuir ni el encuentro ni la mirada de quien no sé por qué me tiene tan atravesado. Al fin y al cabo, no creo que lea ni este blog. No creo que lea. Así que seguimos cruzándonos y continúa su cara de estreñimiento mental compulsivo. Acaba resultándome divertido. Se le desatan los humores cuando me divisa, qué pasión. Varios colegas de distintos mundos me dicen que ahí hay alguien de mi universidad española, yo pongo cara de circunstancias y, sin más, ellos dice que sí, que que carácter, que cómo está el mundo y que por qué la gente no se meterá algo para aplacar los furores. Otorgo callando.
Nunca en la vida he hablado con G. Me odia desde antes de conocerte. Creo que porque tenemos amigos comunes, entre ellos algún tarado del que aquí hablé a veces y en cuyos muertos sí me cisqué en alguna ocasión, harto ya de tanta trola y de tanto timo. Creo que alguna vez ha invitado a G. y a su consorte a dar una conferencia remunerada en Viana do Bolo o algún sitio así, y, claro, eso lo agradece mucho la yunta. Pero me gustaría saber qué bolas les contó de un servidor mientras les sobaba el lomo y les lamía su autoestima maltrecha, pútrido cátedrolingus.
Que los dioses nos den enemigos y no mindundis en celo. Esto podría ser de Cavafis, ciertamente, pero se lo acaba de inventar un servidor. De nada.
En fin, por lo demás bien. También vi cabras, ovejas y un par de cerdos, aunque éstos estaban en una carnicería y colgaban abiertos en canal. En el mundo no todo es injusticia y desproporción.

Uno que los vio venir

Circula por la red esta temporada un artículo de Arturo Pérez Reverte publicado nada menos que hace diez años, el 15 de noviembre de 1998, y que anticipa lo que acaba de ocurrir(nos) con estos famosos tiburones de las finanzas que se han posado en nuestras partes a chuparnos el alma, con el beneplácito de bushes, zapateros, obamas y lo que haga falta. Ellos, que se comían el mundo, ahora mendigan ayudas y cataplasmas, para poder seguir viviendo de p.m. y mirándonos por encima del hombro como toda la puñetera vida.
Pues presidentes y ministros de economía no los verían venir, pero Pérez Reverte sí avisó. Este es su texto de hace diez años:
Los amos del mundo. Por Arturo Pérez Reverte (El Semanal, 15-XI-1998).
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o de un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio -o al revés-, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará a usted el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo; porque siempre ganan ellos, cuando ganan, y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder; el riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días.
Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces -¡oh, prodigio!- mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.
Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la pagan con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con sus puestos de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

12 noviembre, 2008

¡Pobres madrileños!

Reconozcámoslo: como aquí y en las pequeñas ciudades del estilo de León no se vive en ninguna gran urbe. No se trata de reeditar el viejo menosprecio de Corte y la gastada alabanza de aldea, sino de que no nos den gato por liebre.
Antes estas viejas capitales provincianas olían a alcanfor y sus gentes se movían con el abandono desesperanzado de los que habían perdido el tren del progreso. Hoy las cosas ya no son así. Un servidor vive en las afueras y con el coche tarda cinco minutos en llegar a su trabajo. Y mi casa grande me cuesta menos que un apartamentito en Vallecas. Esto se lo cuento a los colegas madrileños y se les ponen los ojos como platos. Luego contraatacan preguntándome si no vi la última coreografía de Pina Bausch. Y se sienten de nuevo reconfortados. Con menos de lo que se gastan ellos en horas y gasolina cada semana, un leonés toma el avión el sábado y se va al ballet allá, y hasta les paga unos vinos.
Con todo, al madrileño de pura cepa o al que se arrimó de joven por aquellos andurriales de diez carriles no le da envidia lo nuestro. Es un misterio. O son masoquistas o se conforman con muy poco. Y, desde luego, se engañan. Por ejemplo, les gusta mucho explicar que lo bueno de su ciudad es que ponen mucho teatro y pasan todas las películas de actualidad, hasta las del llamado cine independiente. Estupendo, pero ¿cuánto tiempo hace que no sabe usted de algún madrileño que haya ido al teatro? En el teatro allá sólo se encuentra a los provincianos que andamos de expedición de fin de semana y mientras hacemos tiempo para tomar unas copas. En cuanto al cine, a la mayoría ir a ver la película que les apetece le supone tanto esfuerzo como a un leonés escaparse hasta Gijón a echarse unas sidras. Y no hay color. Así que menos faroles.
La única explicación es que a los capitalinos les chifla contemplarse unos a otros y saber que todos las están pasando igual de canutas. También les encanta pensar que allí viven los más ricos y famosos y que puede que algo se le pegue al vulgo sin posibles. Pero ése es otro mito. De cerca los famosos pierden muchísimo. Hace unos meses me crucé en la capital con una conocidísima actriz y cantante un poco dentona y que nos volvió locos a los de varias generaciones. Se me cayeron los palos del sombrajo, qué decepción. Es pequeñaja y está escuálida y arrugada. Por verla se me aguaron las fantasías de tantos años. Es mejor imaginárselo todo desde aquí, mientras se disfruta de unas mollejas regadas con un clarete de Valdevimbre. Pero disimulemos y finjámonos acomplejados, no sea que arranquen todos para acá y nos echen a perder esta buena vida de paletos felices y globalizados.

Poemilla

No me inquieta la fecha de mi muerte,
sin cuidado me tiene si habrá nieve
o si derretirán los soles el asfalto,
si estarán aquí las golondrinas
o si tendrán los árboles murmullo de estorninos.
Puede que en las lejanas tierras los granjeros
se afanen en cosechas y en sus cálculos,
que cante el urogallo por su celo
o que arrastren las nubes un incendio
de atardecer ventoso y de locura.
Son circunstancias todas que no rompen
mi muralla de viva indiferencia
ante la muerte cierta y sus detalles.
Pero otras incertezas sí me abruman:
qué día compraré el último libro,
cuándo escribirá mi mano el postrer verso,
cómo será la última risa de mis hijos
o la jornada en la que ponga flores
sobre la tumba de mi madre y ya no vuelva.

10 noviembre, 2008

La descomposición de la Universidad. Por José Luis Pardo

(Publicado hoy, 10 de noviembre, en El País)
Como sucede a menudo en política, la manera más segura de acallar toda resistencia contra un proceso regresivo y empobrecedor es exhibirlo ante la opinión pública de acuerdo con la demagógica estrategia que consiste en decirle a la gente, a propósito de tal proceso, exclusivamente lo que le agradará escuchar. Así, en el caso que nos ocupa, las autoridades encargadas de gestionar la reforma de las universidades que se está culminando en nuestro país -sea cual sea su lugar en el espectro político parlamentario- han presentado sistemáticamente este asunto como una saludable evolución al final de la cual se habrá conseguido que la práctica totalidad de los titulados superiores encuentren un empleo cualificado al acabar sus estudios, que los estudiantes puedan moverse libremente de una universidad europea a otra y que los diplomas expedidos por estas instituciones tengan la misma validez en todo el territorio de la Unión.
Una vez establecido propagandísticamente que el llamado "proceso de Bolonia" consiste en esto y solamente en esto, nada resulta más sencillo que estigmatizar a quienes tenemos reservas críticas contra ese proceso como una caterva de locos irresponsables que, ya sea por defender anacrónicos privilegios corporativistas o por pertenecer a las huestes antisistema del Doctor Maligno, quieren que siga aumentando el paro entre los licenciados y rechazan la homologación de títulos y las becas en el extranjero por pura perfidia burocrática. Vaya, pues, por adelantado que el autor de estas líneas también encuentra deseables esos objetivos así proclamados, y que si se tratase de ellos nada tendría que oponer a la presente transformación de los estudios superiores.
Sin embargo, lo que las autoridades políticas no dicen -y, seguramente, tampoco la opinión pública se muere por saberlo- es que bajo ese nombre pomposo se desarrolla en España una operación a la vez más simple y más compleja de reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de las universidades -y ello no por razones científicas, lo que acaso estuviera plenamente justificado, sino únicamente por motivos contables- y a someter enteramente su régimen de funcionamiento a las necesidades del mercado y a las exigencias de las empresas, futuras empleadoras de sus titulados; una operación que, por lo demás, se encuadra en el contexto generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado social de derecho y que concuerda con otros ejemplos financieramente sangrantes de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que estamos asistiendo últimamente.
Habrá muchos para quienes estas tres cosas (la disminución del espacio universitario, la desaparición de la autonomía académica frente al mercado y la liquidación del Estado social) resulten harto convenientes, pero es preferible llamar a las cosas por su nombre y no presentar como una "revolución pedagógica" o un radical y beneficioso "cambio de paradigma" lo que sólo es un ajuste duro y un zarpazo mortal para las estructuras de la enseñanza pública, así como tomar plena conciencia de las consecuencias que implican las decisiones que en este sentido se están tomando. De estas consecuencias querría destacar al menos las tres que siguen.
1. La "sociedad del conocimiento". Este sintagma, casi convertido en una marca publicitaria que designa el puerto en el que han de desembarcar las actuales reformas, esconde en su interior, por una parte, la sustitución de los contenidos cognoscitivos por sus contenedores, ya que se confunde -en un ejercicio de papanatismo simpar- la instalación de dispositivos tecnológicos de informática aplicada en todas las instituciones educativas con el progreso mismo de la ciencia, como si los ordenadores generasen espontáneamente sabiduría y no fuesen perfectamente compatibles con la estupidez, la falsedad y la mendacidad; y, por otra parte, el "conocimiento" así invocado, que ha perdido todo apellido que pudiera cualificarlo o concretarlo -como lo perdieron en su día las artes, oficios y profesiones para convertirse en lo que Marx llamaba "una gelatina de trabajo humano totalmente indiferenciado", calculable en dinero por unidad de tiempo-, es el dramático resultado de la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas.
2. El nuevo mercado del saber. Cuando los defensores de la "sociedad del conocimiento" (con Anthony Giddens a la cabeza) afirman que el mercado laboral del futuro requerirá una mayoría de trabajadores con educación superior, no están refiriéndose a un aumento de cualificación científica sino más bien a lo contrario, a la necesidad de rebajar la cualificación de la enseñanza superior para adaptarla a las cambiantes necesidades mercantiles; que se exija la descomposición de los saberes científicos que antes configuraban la enseñanza superior y su reducción a las competencias requeridas en cada caso por el mercado de trabajo, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada necesita una permanente recualificación, y sólo ella es apta -es decir, lo suficientemente inepta- para recibirla. Acaso por ello la nueva enseñanza universitaria empieza ya a denominarse "educación postsecundaria", es decir, una continuación indefinida de la enseñanza media (cosa especialmente preocupante en este país, en donde la reforma universitaria está siguiendo los mismos principios seudopedagógicos que han hecho de la educación secundaria el conocido desastre en que hoy está convertida): como confiesa el propio Giddens, la enseñanza superior va perdiendo, como profesión, el atractivo que en otro tiempo tuvo para algunos jóvenes de su generación, frente a otros empleos en la industria o la banca; y lo va perdiendo en la medida en que el profesorado universitario se va convirtiendo en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.
3. El ocaso de los estudios superiores. No es de extrañar, por ello, que el "proceso" -de un modo genuinamente autóctono que ya no puede escudarse en instancias "europeas"- culmine en el atentado contra la profesión de profesor de bachillerato que denunciaba el pasado 3 de noviembre el Manifiesto publicado en este mismo periódico: reconociendo implícitamente el fracaso antes incluso de su implantación, la administración educativa admite que los nuevos títulos no capacitan a los egresados para la docencia, salida profesional casi exclusiva de los estudiantes de humanidades; pero, en lugar de complementarlos mediante unos conocimientos avanzados que paliarían el déficit de los contenidos científicos recortados, sustituye estos por un curso de orientación psicopedagógica que condena a los profesores y alumnos de secundaria a la indigencia intelectual y supone la desaparición a medio plazo de los estudios universitarios superiores en humanidades, ya que quienes necesitarían cursarlos se verán empujados por la necesidad a renunciar a ellos a favor del cursillo pedagógico.
Todos los que trabajamos en ella sabemos que la universidad española necesita urgentemente una reforma que ataje sus muchos males, pero no es eso lo que ahora estamos haciendo, entre otras cosas porque nadie se ha molestado en hacer de ellos un verdadero diagnóstico. Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa, a menos que la pobreza cultural y la degradación del conocimiento en mercancía sean para alguien un modelo a imitar.