27 julio, 2005

Derecho y poesía. Antología. VIII

DESOLACIÓN POR LA CIUDAD

Se movía aquel hombre con los ojos vendados,
con las manos atadas a la espalda.

Iban, venían gentes, traficantes,
políglotas, actores, catecúmenos,
condecorados, regidores, tránsfugas.

La ciudad era un caos. Semovientes
mecánicos. Crecía una flor mustia,
contaminante, un labio
con el beso del tósigo.
Bronquios con terciopelo de residuos
quemados del monóxido litúrgico,
votivo de carbono.
Halos santificantes de sustancias
letales. Corazones
opresos por sus válvulas (la vieja
ballena no oprimió otro tiempo tanto
el talle femenino
como el corsé pequeño del infarto
constriñe el talle de las coronarias).

El hombre se movía con los ojos
vendados y las manos maniatadas.

Siseaban reclamos luminosos
y se alternaba el clima del semáforo
entre sus tres veloces estaciones:
estío rojo, verde primavera
y el amarillo neutro del otoño.

Los transeúntes combatían
codo con codo, a brazo
partido. En negras playas
iba el mar de los grandes almacenes
poniendo su oleaje.

Con los ojos vendados se movía,
con las manos trabadas aquel hombre.

Lo fusilaron al amanecer.

Leopoldo de Luís, Entre cañones me miro (1981).

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