17 julio, 2005

Maniqueos

Juan Antonio García Amado
Publicado en La Nueva España, 17 de octubre de 2004.

Según el Diccionario de la Academia, el maniqueísmo es el nombre que recibe la doctrina propia de la secta de los maniqueos. Éstos seguían a Manes, que admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal, de modo que todo cuanto existía tenía que derivar de un principio o del otro, ser o bueno o malo por necesidad y sin más grados posibles. Por extensión, se califica como maniqueísmo la tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una tal valoración dicotómica. O sea, que podemos llamar maniqueo a quien cree que el planeta se divide sólo en buenos y malos y que no hay más tu tía.

Que nadie se alarme, que esto no va de filosofías, sino que pretendo hablar del tipo humano que a diario nos topamos en la calle o vemos en los telediarios. Esta clase de sujeto es muy poco dado al matiz, necesita ver el mundo perfectamente ordenado y saber a qué atenerse sin necesidad de andar pensando cada poco. Y como a su pereza para reflexionar la acompaña su escasa aptitud para la ecuanimidad, a todo aplica lo que, para entendernos, llamaré una lógica futbolística, y sigue a ojos cerrados a los que considera los suyos, a los de su equipo, su banda o su bando.

Comencemos por esto. Cuando a uno le preguntan por ahí que si le gusta el fútbol y responde que sí, el interrogador de turno añade de inmediato la otra pregunta inevitable: ¿Y eres del Madrid o del Barça? Si respondes que ni del uno ni del otro, te pondrá cara de perplejidad. Si tratas de explicarte y cuentas que prefieres que ganen otros equipos para que haya una competición más rica, o que eres partidario de los clubes económicamente más débiles, o de los que jueguen mejor cada temporada, o que vas cambiando de simpatías en función de qué equipo tenga en cada época el entrenador más simpático o el presidente menos mafioso, consigues que te miren como a un marciano. Porque en el fútbol o se es del Madrid o del Barça, o no se concibe que se sea aficionado. Y punto. Uno es de un equipo por encima de todo, con fe, no con la razón. Porque bien se ve que la devoción religiosa hoy ha pasado casi toda a ese deporte. Es más, cuenta como mérito de las aficiones mejores el mantenerse fiel "a sus colores" pase lo que pase, aunque pasen cosas tales como que se descubra que todos los que los gobiernan son una pandilla de mangantes sin enmienda posible.

No es lo malo que parezcan tan cerriles la mayoría de los futboleros. Lo terrible es que ese tipo de pensamiento es el que vemos a diario en ámbitos supuestamente mucho más serios. Sobrecoge por doquier la incapacidad para el análisis ponderado, para el juicio no sesgado y prejuicioso y para la crítica que se pretenda mínimamente equitativa. Que ganen los míos, aunque sea jugando mal y con mil trampas. Porque los míos son por definición los virtuosos y nada que hagan les va a restar merecimientos ni nada que intenten los otros los va a hacer mejores.

Esa cerrazón simplista, ese maniqueísmo de andar por casa es lo que le hace a uno perder muchas veces toda gana de dialogar con amigos y conocidos. Desespera saber que las decisiones están tomadas de antemano y para siempre, y que ni un terremoto va a hacer que se cuestionen. Es más, cuando uno comienza a sacar los defectos de los de un lado y los de otro, el compañero de conversación suele torcer el gesto y situarte de inmediato en el lado del enemigo, a modo de tapado o tonto útil. Al fin y al cabo, todo lo negativo que se diga de "los otros" ya lo sabe él, y todo lo que se pueda criticar de "los suyos" lo rechaza de antemano como enésima expresión de las capacidades conspirativas de las fuerzas del mal, que se valen de incautos y escépticos para sus perversos fines de dominación y abuso.

Y digo yo, ¿por qué la crítica de las barbaridades, injusticias o estupideces de un bando tiene que significar que uno está de acuerdo con el bando opuesto? Veamos unos pocos ejemplos.

Ninguna duda me cabe de que Bush es un cafre, un fundamentalista desalmado y un gobernante absolutamente pernicioso, para su país y para el mundo. Bien está criticarlo y toda la crítica será poca, tal como vienen pintando las cosas. Pero los que en Irak están en el otro lado son, al parecer, unos virtuosísimos luchadores y unos ejemplares patriotas. La muerte de niños por bombardeos norteamericanos nos irrita profundísimamente, y con toda la razón. ¿Pero cuándo van a decir de una maldita vez nuestros intelectuales comprometidos que los otros que ponen coches bomba y asesinan a todo el que esté a mano son (también) unos perfectos malnacidos, poseídos por la más infame obcecación religiosa? Son unos inmorales todos y hay que sostenerlo en voz bien alta.

Otro ejemplo. El asunto de Israel y Palestina. Si criticas al genocida Sharon, enfermizamente obsesionado por concentrar a los palestinos en campos de muerte, se sobreentiende que disculpas el terrorismo palestino y comprendes al valeroso resistente Arafat. Pues no. El uno y el otro también manifiestan su odiosa naturaleza acribillando niños. Se trata de dos ególatras crueles y corruptos, y lo son ambos y quienes de cerca los sostienen. Todos.

Un caso más. Los maniqueos suponen enseguida que si te sitúas radicalmente en contra del nazismo, si te da asco todo lo que representó, desde sus hechos hasta sus siglas, simpatizarás, en cambio, con algunos que desde el bando que capitaneaba Stalin lo combatían, "en nombre de la libertad", como dicen los más ingenuos o los más cínicos, desconociendo que no todo el que lucha contra un dictador lucha por la libertad, pues los dictadores también luchan entre sí. Esos dos son los más soeces asesinos del siglo XX y únicamente es coherente y honesto abominar de ellos y sus secuaces, tanto de su degenerado carácter como del partido y las siglas que usaron de excusa para sus crímenes.

Y acerquémonos por estos pagos, para que no se diga. Un último ejemplo, menos dramático pero más cercano. Según el pensamiento de los maniqueos a diestra y siniestra, si cuando ocurrió el atentado del 11-M hubo un grupo que intentó barrer para casa y utilizar la tragedia para su interés electoral inmediato, resulta por definición imposible que lo mismo tratara de hacer el grupo rival, pues necesariamente unos son decentes y otros perversos, y esas cosas sólo las hacen los malos, o sea, los otros. ¿Pero a alguien que no esté completamente infectado de maniqueísmo le puede caber aún alguna duda de que tirios y troyanos quisieron ganar a costa de los muertos y que triunfó el que jugó esa baza con mayor soltura o mejor fortuna? Fueron malos todos, todos. Inmorales y deshonestos. Y así siguen, por mucho que finjan comisiones.

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