30 abril, 2006
Freedom fighters
28 abril, 2006
Sorteos, concursos y duendes. Carta a ATMC
Mucho me ha afectado el comentario que ha dejado por ahí abajo, en el que nos muestra su desánimo por el sorteo para tribunales de habilitación de hace un par de días. Supongo que le consta a usted que le tengo en gran estima intelectual, y también personal en lo que el ciberespacio y sus nicks permiten. No me duelen prendas en confesar que cada vez que me relajo escribiendo un post estoy pensando en por dónde me van a salir y con qué buenas réplicas y críticas usted y unos cuantos más de los que honran esta humilde y pendenciera página.
No tema, no le voy a pedir ni un préstamo ni un favor, ni pretendo halagarle vacuamente. Es una introducción sincera para mis condolencias y para que me permita, si lo tiene a bien, compartir su cabreo y su hastío. No hace falta ser el Sherlock Holmes de la ciencia para darse cuenta, con sólo leer sus comentarios aquí, de que tiene usted conocimientos, erudición y vocación académica en proporciones muy superiores a la media, cosa que tampoco es para tirar voladores, quizá, pues la media, lo que es la media propiamente dicha, contando a todos los que hay que contar, es como de partirse de risa. Y todos ésos, funcionarios, ya lo sé; a eso vamos.
Entiendo que usted se esté planteando mandar la universidad al carajo. Se lo dice alguien que es un vocacional absoluto de este trabajo y de esta misión docente e investigadora que antaño se decía alta y que hoy de alta no va teniendo más que los tacones con los que se busca la vida por las esquinas. Fue mi sueño desde muchacho ser profesor universitario y que me pagaran también por leer libros y escribirlos. Lo conseguí y fui dichoso un tiempo, todo lo que dura la emoción primeriza y todo lo que tardó en agravarse la crisis, en pervertirse la tal señora, hasta convertirse en el pedazo de hetaira que hoy es. Y sí, sé lo que estará usted pensando, que es fácil y cómodo decir todo esto mientras uno sigue con su sueldo de catedrático y con la correspondiente flexibilidad horaria, y viva el eufemismo. Pero también sé que entiende usted que, con todo y con eso, se sufre al ver cómo se les va comiendo el terreno y la moral igualmente a los catedráticos o titulares que quieren trabajar en serio, que valoran el esfuerzo, que respetan el saber y que no gustan de mover el culete ante los marchantes de canonjías.
Y duele ver muchas más cosas. Por ejemplo, la historia reciente de nuestro gremio. Cuando yo comencé en esto la cosa pintaba fácil, pues había casi más plazas que candidatos. Eso nos permitió a muchos llegar rápido y cómodamente. De ésos que llegamos pronto, algunos valemos bastante (ya ve, no voy a hacer ni una maldita concesión a la modestia), otros regular, un veinte por ciento no sabe hacer la o con un canuto, son puros paracaidistas que pasaban por allí y se encontraron con que los hacían titulares, y hasta catedráticos, y mira mami qué sorpresa, me han regalado una plaza en la uni sólo por ser simpático con el cátedro y hacerle lo que me manda.
Pero el baile no había hecho más que empezar. Las universidades estaban crecidas y creciendo, y con serle un poco simpático a tu vicerrector conseguías unas ayudantías para esos chicos tan majos que estaban acabando la carrera o para aquella prima de tu cuñada que no quería preparar oposiciones. Rectores y vicerrectores no se pararon a pensar que hacía años que este país había descubierto con alborozo la píldora y el condón. Y pasó lo que tenía que pasar, que nos fuimos quedando sin alumnos. Gran alarma, qué hacemos con todos estos ayudantes, algunos más viejos y pendejos que la estatua del respectivo fundador. Para colmo, a aquella denostada ministra se le ocurre inventarse lo de las habilitaciones y los rectores se ponen a pensar que igual va en serio y resulta que se les forma una bolsa de mantas incapaces tanto de habilitarse como de hablar sin tartamudear y escribir sin faltas espeluznantes. Así que, en un alarde de honestidad personal, responsabilidad institucional, atención al interés general y amor a la universidad, deciden CASI todos los rectores cortar por lo sano, promocionar a cuanto crápula les quedaba sin ser funcionario (y a alguno bueno, pocos, que estaba en el mismo saco por cuestiones puramente generacionales) y mandar al BOE las correspondientes convocatorias antes de que se publicara la nueva ley. Debería escribirse un día la historia detallada de ese gran fraude, del mismo modo que se debería poner en letras bien legibles los nombres de todos los rectores que incurrieron en esa suprema indecencia, en tan procaz atentado contra la esencia misma de la institución que gobiernan. Repito, no fueron todos, y por eso es importante que se discrimine con precisión quiénes son los decentes y quiénes los impresentables, los que prostituyeron su casa al sólo precio de ganarse unos votos o evitarse unos sinsabores. O para dejar colocados a los inútiles que los rodeaban.
Y se formó el tapón. Cómo no. Al año siguiente de la mentada farsa ya comenzaron las reuniones de rectores y consejeros autonómicos para preguntarse cómo se podía contrarrestar la sobredosis de profesores que aquejaba a casi todas las universidades. Manda güevos. Primero llenan la casa y dan derecho a mesa y mantel hasta al último colgao que pasaba por la calle, y luego se ponen a gritar que no se cabe. Manda güevos. Y otra vez: manda güevos. Pasarán poquitos años antes de que a los que ya hemos rebasado bien los cuarenta nos ofrezcan prejubilaciones y unos abanicos. Y se irán los mejores, téngase por seguro, los que están hasta la boina de este mamoneo y de que los que mandan en la cosa no se tomen en serio ni la docencia ni la investigación y sólo piensen en buscarle nuevos y más potentes clientes a la niña. Que se la queden.
Discúlpeme, querido ATMC, se me ha ido la pluma a lo de siempre. Y lo estoy torturando a usted con el recordatorio de lo que conoce perfectamente. Era para acabar diciéndole esto, por duro que resulte: si es capaz, váyase, busque un sitio donde lo merezcan más y lo traten mejor. No me lo tome a mal. Es lo mismo que le diría a mi hijo si hoy me viniera con que quiere ser profesor universitario: ni se te ocurra, mejor pon un puticlub, es más decente, se gana más y no se engaña a nadie, sociedad incluida. Usted, mi buen ATMC, seguro que está a tiempo para comenzar nuevas cosas, el saber es un bien escaso y le puede hacer triunfar en la abogacía o en trabajos similares. Y, ¿sabe qué? Dentro de unos cuantos años, ya bien situado, puede usted seguir con su vocación investigadora y escribir cosas bien buenas en libertad. Sí, en libertad, sin preocuparse de qué pensará A de que cito a B o de si va a perjudicar a un discípulo suyo el hecho de que usted critique la obra infame de algún lameculos elevado a jerifalte. Sí, sin pendejadas. No hace falta ser profesor de universidad para hacer buena ciencia en lo nuestro. Casi va siendo al revés, y a los ejemplos me remito.
Ya sabe usted que últimamente me da por pensar que el mundo está patas arriba y con las faldas sobre la cara. ¿Recuerda cuando hablábamos –usted lo leería más tarde- de lumpenproletariado? Je, pues búsquelo ahora. Muchos inmigrantes, sí, sin duda. ¿Y fuera de ahí? Pues mírese, mire a su alrededor y compare. Supongo que ya lo habrá hecho muchas veces. Conozco ayudantes de universidad excelentes, doctores con tesis brillantísimas, trabajadores, bien formados, como usted, con más de treinta años, largas estancias en centros de investigación extranjeros, premios fin de carrera y/o de doctorado, etc., etc., que ganan... mil doscientos euros al mes. Y gracias, porque cada año los amenazan con no renovarles esa birria de contrato. Porque sobran profesores, ¿sabe usted? Y a lo mejor eso se lo está diciendo un vicerrector que fue titular o catedrático por caridad y sigue ejerciendo su función ad pompam, y que no aprobaría la más simple oposición para barrendero municipal, con todos mis respetos para los barrenderos. Barrenderos que, por cierto, probablemente ganan más que esos ayudantes. Y si algún pintor, fontanero, electricista, etc., etc. leyera estas líneas se partiría de risa a costa de los que están en la situación de Vd., mi querido ATMC. ¿Y todavía duda si la Universidad lo merece o si no será más bien que le está poniendo los cuernos a discreción? Por favor...
Y dinero hay, el problema no es ése. Corre en el país dinero a espuertas, basta ver la cantidad de chorradas inútiles que se financian con fondos públicos. Y cuánto cobran por no hacer nada los que tienen la sartén por el mango o capacidad para cortar carreteras un par de horas. Pero, claro, no le veo yo a Vd con pasamontañas y honda en mano en la circunvalación de su pueblo, la verdad. Y si espera que le paguen por lo que la sociedad o sus gobernantes valoran la investigación o la docencia de altura, espere sentado. Tampoco a las universidades, ministerios y consejerías les falta parné. No hay más que fijarse en algunas cositas simpáticas que pagan, como ciertos proyectos de investigación que son de mucha risa y nombres muy pomposos. No es falta de medios económicos, no, es puro y simple desinterés por la docencia buena y la investigación de calidad; es descarado odio al que vale, es la venganza de la masa de inútiles cebados contra el que aún mantenga alguna pretensión de excelencia. Es la cerril negativa a discernir calidades y el empeño de aplicar a rajatabla el principio de que aquí nadie es más que nadie y todos merecemos lo mismo. Cambalache.
¿Y usted qué tal anda de algoritmos, estadísticas y probabilidades? No sé, intuyo que no es su fuerte. Me pinta que tal vez de eso sepa más nuestro común contertulio “un amigo”. Debería echarnos una mano, cruzar algunos datos y sacar algunas cuentas. Lo digo porque un vecino mío se dedica a hacer porras cada vez que viene un sorteo y las gana todas, el muy tunante. Creo que tiene tratos ocultos con el algoritmo. Mire, también podemos hablar con él y montar entre los tres (o los cuatro si “un amigo” se anima a poner capital) una sociedad de apuestas habilitantes. Con su información y nuestro arte, seguro que nos forramos. Haríamos porras simples y porras dobles. En la simple apostaríamos solamente a quiénes van a salir elegidos por el azar del algoritmo para formar parte de cada tribunal. En la doble tratamos de adivinar también quiénes van a triufar en cada concurso. Es difícil de narices, no me diga que no. Puro aleas.
De todos modos, diga lo que diga ese vecino mío y sea la que sea su suerte de la porra, yo, que soy de letras, pienso que todo lo arman y lo desarman los duendes. Los duendes del bombo. Los duendes de la universidad. Los duendes del país. Los duendes de la vida. Los duendes.
Quedo sinceramente suyo.
27 abril, 2006
Iraq
Dicho en alto lo anterior, todo el discurso sobre Iraq y su situación es bien extraño. Es extraño no sólo por lo que se dice sino, fundamentalmente, por lo que se calla o meramente se insinúa. Por ejemplo, es evidente que nos parece que los iraquíes estaban mejor con y bajo Sadam Hussein que ahora. ¿Porque había menos muertos? De eso no estoy tan seguro, habría que computar los que mató Sadam y hacer la media. No es por eso, más bien se diría que pensamos que aquella gente ni es apta para vivir en libertad y democracia ni la merece. Y eso pese a la gran cantidad de ciudadanos iraquíes que se jugaron la vida para votar en las primeras elecciones. Peor para ellos, quién los manda. La democracia es cosa de occidentales, y cosa mala, además. Por eso estamos disconformes con ella. Un pueblo como el iraquí está mejor en manos de un dictador. Tal vez por esa razón no nos provocan especial disgusto todos esos "insurgentes" que ponen bombas y matan civiles y quieren volver a la dictadura más férrea, a ser posible teocrática. Poco nos duele que los muertos sean iraquíes sin culpa, con tal de que el pretexto sea la resistencia al invasor gringo. ¿Por qué los que quieren liberar Iraq de los norteamericanos matan más iraquíes, muchos más, que soldados gringos? ¡Qué valientes!, ¡qué insurgentes tan osados!
Seguimos atrapados en el maniqueísmo más primario. Si Bush es malo, y lo es, los que lo usan de pretexto para volver a la tiranía vesánica o para implantar un régimen de fundamentalismo religioso tienen que ser buenos por fuerza, nuestros amigos. Por eso somos selectivos en nuestras condenas, parciales en nuestros juicios, tendenciosos hasta la náusea. Cualquier bomba de Bush es peor por definición que todo el gas con que Sadam asesinó kurdos o todas las bombas que hacen estallar los tarados suicidas. Porque son unos tarados abyectos, unos energúmenos sin seso, escoria, hez; y eso apenas nadie lo subraya, qué curioso. Es más, aun con su sanguinario designio, Sadam es nuestro héroe por haberle plantado cara a los yankees, aunque sólo sea una cara testimonial y retórica. Los llamados "insurgentes", con candoroso eufemismo, matan civiles, niños, viejos, aleatoriamente, salvajemente, con las miras más infames. Pero no sólo no son peores que las tropas de Bush, son nuestros ejemplares resistentes. Todo nuestro amor al pueblo y a las gentes se torna comprensión del asesino cuando la causa es antiamericana, aunque nada tenga esa causa de lucha por las libertades, ni por la igualdad, ni por la dignidad de nadie. Bush es el pretexto para que traguemos cualquier cosa. Tal vez confiamos en que los "insurgentes" triunfen e instauren un régimen ejemplar de justicia social, bienestar y amor al pueblo, sin opresión ni sangre. Quizá somos tan idiotas. O nos importa el pueblo iraquí infinitamente menos de lo que simulamos. Nosotros estamos a nuestras disputas parroquiales, mezquinas, egoístas, bobas. Y así nos irá. Al tiempo.
26 abril, 2006
¿Las nucleares con velo sí son buenas?
De Irán no dijo nada. A lo mejor es que este caballero es indiferente a los riesgos que corran los iraníes. Menuda discriminación, pobre gente. Debe de ser un ejercicio inconsciente de etnocentrismo esa indiferencia a los males que la energía nuclear puede provocar en otras partes del globo.
Yo siempre he simpatizado con Greenpeace, y no lo digo en broma. Pero me parece mal esa diferencia de trato. Pase que no se atrevan a manifestarse en Teherán, pues algún ayatollah puede ordenar que les corten las partes energéticas. Pero, hombre, por lo menos decir algo desde aquí, no sé.
O quizá los científicos han demostrado que lo nuclear sólo es peligroso en las democracias occidentales y en los países aconfesionales y yo no me he enterado. Tengo que leer más, no hay duda.
Naciones, califatos y taifas. Por Francisco Sosa Wagner
25 abril, 2006
El principio constitucional de mérito y rapacidad.
Al poco de escribir aquello me encontré en un aeropuerto con un discípulo de uno que, cuando escribí aquí aquello, se dio por aludido por lo de capo. Es gracioso, porque yo había hablado de dos o tres posibles capos y se me ofendieron cinco o seis. ¿Seré yo, señor? Que no hombre, que no, que tú eres un pringao, de la especie circunflexus in pompam. Este muchacho del aeropuerto es buen tipo y mi relación con él siempre había sido (y sigue siendo) cordial. Lo veo, me acerco, le tiendo mi mano y me pongo a hablar con él apaciblemente y con afecto, como otras veces. Noto que le tiembla un poco la voz y que me contempla con los ojos desmesurados. Imaginé que le habrían puesto un colirio o algún dilatador de pupila y no le di más importancia. Días más tarde, conocidos comunes me explican que el hombre confesó que había sentido temor al verme y que aún no se explica cómo es que le hablé, y además con simpatía. Uno de tantos que tiene asimilada la perversa idea de que cuando uno se mosquea con los grandes le pega a los pequeños, según proceder común y valeroso. Él, como tantísimos, no tiene más culpa que la de considerar normal, psíquica y estadísticamente normal, su condición de obediente flojo por interés. Si todos fuéramos valientes se acabarían las guerras. Las hay porque por cada uno que se proclama generalísimo brotan diez mil que quieren ser sus furrieles y un millón que tienen por normal que los pongan a marcar el paso.
La comida de hace unos días fue diferente, más interesante. Al principio mi llamada a no dejar exangüe el principio constitucional de mérito y capacidad en nuestros concursos fue observada como pretensión utópica y ambición maximalista, destinada a seguir en el contenedor de basuras, en la parte de material reciclable correspondiente a las ideas nobles de las que se descojonan sus propios forjadores. Así que tuve que cargarme de algo de realismo práctico y matizar un poco. Pues, efectivamente, no tenemos el meritómetro que nos permita sentar objetivamente y hasta con decimales lo que vale cada candidato a titular o catedrático de universidad. Pero, hombre, de ahí a concluir que no hay nada que hacer y que no queda más que resignarse a seguir la dirección que marquen los dedos imperiales, va un trecho. Entre otras cosas, porque los dedos imperiales no apuntan más que al propio ombligo de sus dueños, para mostrar cómo lucen, pulidos y repulidos, tras los masajes primorosos del candidato señalado por el índice de la fortuna. Y miren que estoy hoy sutil y pulcro y nada dado a procacidades.
Así que traté de pactar con esos comensales amigos que el objetivo de nuestro esfuerzo tiene que ser una política de mínimos, resumida en las dos tesis siguientes: en los referidos concursos no debe quedar sin plaza un candidato que sea claramente superior en méritos y capacidad a sus rivales; y no debe bajo ningún concepto superar el trance ningún/a una acémilo/a consumado/a. Al ver ciertas caras, me apresuré a apostillar algo más, tal que así, con mi acrisolada finura: y no me jodáis con que lo uno y lo otro no se nota suficientemente y hasta por el examinador más lerdo. ¿O es que cuando calificamos a nuestros alumnos en los exámenes ordinarios no tenemos clara esa mayoría de casos que, de tan buenos o tan malos, no admiten ni la más mínima duda? Parece que, de pronto, a los miembros de los tribunales en los concursos universitarios nos ha invadido el escepticismo epistemológico o que tenemos un ataque repentino de solipsismo. Sí, y un carajo. Y yo con estos pelos. Mucho morro, eso es lo que hay. Porque, casualmente, casi siempre esas dudas atenazadoras o esa sobrevenida incapacidad para dirimir objetivamente conducen a un voto masivo al apuntado por el pito. Por el pito de los árbitros, quiero decir. Así que menos cuento.
Los datos son incontestables y no los niega ni la sagrada cofradía de tribunales inimputables: en más del ochenta por ciento (y me quedo deliberadamente corto, para que no se diga que exagero) de los concursos y habilitaciones cualquier persona mínimamente informada de los manejos en su disciplina y de los cambios de humor de los respectivos líderes (¿ven, si la otra vez hubiera escrito líderes en lugar de capos todo habrían sido parabienes y no me habría quedado sin algunas conferencias alimenticias) es capaz de conocer con certeza el resultado semanas antes del comienzo de los ejercicios del concurso. Basta con mirarles a los aspirantes la marca en los ijares. O con fijarse, cuando la ocasión lo permita, en su caer de párpados. Esto hace el cincuenta por ciento. La otra mitad se adivina a partir de un superficial examen de la abrumadora personalidad de (parte de) los miembros de cualquier tribunal. Gente de una pieza que no rinde más acatamiento que el de su conciencia ni se inclina ante más disciplina que la del saber. Ay, hija, qué contento me pongo sólo de pensarlo, qué tipos tan íntegros, que morales tan exquisitas, Qué tíos/as, vaya pelotos/as.
Llegamos a un pequeño y provisional consenso antes del postre. Aunque también hube de conceder que cada tribunal es un mundo y algunos un submundo, pues más de uno se ha visto en que bastantes de sus componentes tenían menos noción de nada que el más ceporro de los concursantes. Algún día deberemos estudiar en serio lo que podríamos llamar el efecto multiplicador de la estulticia universitaria: cada idiota que haces funcionario engendra a su vez un mínimo de cuatro funcionarios más idiotas, y así hasta que la institución aguante. Y este otro, que se debería denominar ley de progresión del desabroche: cada uno que llega por su habilidad oral luego pretende que la ejerciten con él al menos otros cuatro. Y, claro, si la gente se pasa el día hablando, no queda tiempo apenas para investigar.
24 abril, 2006
De chiste
Andalucía saca la lengua.
¡Socorro! A la Ministra de Universidades. Por Francisco Sosa Wagner.
22 abril, 2006
To é cosa d´ontología.
Pues resulta que me atasco entre la portada y la página dos, no paso de ahí, pues poseído quedo por pasiones filosóficas insoslayables. Tal vez la filosofía ya no se enseña como debiera a nuestros dulces escolares, enfrascados como están sus profesores en la mera evitación de que las tiernas bestezuelas los conviertan en muestrario de casquería. Pero la rama central de la filosofía, la ontología, se está poniendo de moda gracias a políticos, comunicólogos y cagatintas “nacionales” de los que quieren a esta Constitución de ahora tan poco como los "nacionales" de cuando entonces querían a la del 31.
Pensarán ustedes, queridos amigos, que me he desayunado con orujo, cosa de mucha tradición en la tierra que me acoge y fuente, con toda probabilidad, de un derecho histórico que es base, a su vez, de una realidad nacional partida por la raíz cuadrada de pi y acompañada de verduritas salteadas y torreznos. Pero no. Mi desmelene ontológico es juego de niños (de los de antes) en comparación con el de nuestros políticos (de ahora). Vean.
Pepiño Blanco, adepto (incluso adicto) a una ontología de regusto platónico, con leve aroma de moras y roble y un suave paladar de bayas silvestres, declaró ayer mismo, miércoles, que “Ibarretxe no se ha reunido con Batasuma, porque no existe”. Como Ibarretxe sí existe y como habló con Otegui, y eso sí consta, y Otegui no puede representar a lo que no existe, la conclusión es obvia: Otegui se representa a si mismo; O, dicho más en Blanco, “es portavoz de sí mismo”. Genial. El lehendakari se levantó por la mañana, hizo sus ejercidios y ejercicias gimnásticos y gimnásticas y pensó: voy a reunirme con un ciudadano, caramba, uno cualquiera, para hablar de la (ra)paz que viene. Sorteó y salió Otegui, igual que pudo salir Juan García o Nekane Nomekome. ¿Ven cuan útil es el análisis ontológico para deshacer prejuicios y evitar manipulaciones interesadas?
Las secuelas de la ontología pepiñista son despampanantes, pues si los grupos ilegales no existen, pues su ilegalidad les devora hasta la última partícula de su ser, y si, en consecuencia, no existe HB, menos aún existirá ETA, lo que nos lleva a preguntarnos con quién diablos va a tener lugar la negociación para la paz y para qué negociar paz ninguna, pues lo que no existe tampoco mata ni extorsiona ni reivindica nada de nada. Problema resuelto.
Por su fuera poco el atracón de filosofía que llevábamos, va ZP y nos relata, ayudado por su portavoz, que a veces los que ya entregaron las armas usan más armas que los que tienen aún las armas, pues, al fin y al cabo, ¿qué es un arma y cómo se arma un desarme que asegure que no vuelvan a armarse los desarmados en armas?
19 abril, 2006
Paritorio nacional.
Uno de los últimos hallazgos verbales de semejante paripé de metesaca es lo de "realidad nacional". Es como nación, pero en oral. Un sucedáneo, sí, pero que bien administrado tiene también su cosa. Y la multiplicación de los entes sigue su imparable curso. Nuestra organización territorial es tan prolífera que ya tenemos nación a palo seco, nación de naciones, naciones de la nación, naciones contra la nación, realidades nacionales, nacionalidades, regiones... Y resignación. Y lo que te rondaré, morena. Quién da más. Tonto el último, el provinciano con aire meramente regional. España noción de nociones. España, nación de naciones con realidades nacionales nacionalizadas nacionalmente. A la infanta reciente la deberían haber llamado Encarnación, para que tuviera pito que tocar el día de mañana como reina de la nación de nacientes naciones reales. Aquí alguien ha puesto la semillita una noche oscura del alma y ahora las naciones nacen donde los listillos pacen. A la cosa de España alguien se la llevó al río creyendo que era mocita, y ahora mira que lío. Se nos puso viciosita, ya no le basta marío.
¿Qué será exactamente una realidad nacional? Lo mismo que nación no puede ser, pues ya se sabe que los padrastros de esta patria promiscua tienen los conceptos claros y afilados los términos. A qué tanto mohín y semejante trajín semántico si se tratara de la misma cosa. Si fueran el mismo ente sería mayor la entente. Tengo para mí que realidad nacional es como nación virgen –con perdón-, no poseída aún, pero ya con ganillas –todo con muchos pendones, digo, perdones-. Es protonación para cortejar, doncella que añora esponsales de autogobierno y Estado que la merezca. Realidad nacional es como vestal que sueña quedar en Estado, mal que les pese a los dioses. Y ahí andan todos, estatutos en ristre, mirando a ver quién se la beneficia, en horrísono gatuperio.
La realidad nacional tiene la tornadiza psicología que es propia de la adolescencia. Cambia a cada rato, nunca es igual a sí misma. Muta a destajo y evoluciona a calzón quitado, y de tanto que no para nunca es lo que es, pues sólo es siendo y de tanto ser se desasea y se despeina. Uff, ahora sí he estado fino y al fin le toqué la ontología a semejante ser en sí que es ser para otros. En su voluble existir, hoy le sale un derecho histérico, mañana se le infecta un fuerúnculo, al día siguiente le surge en erupción un himno y a la próxima la prueba de ADN pinta de naranja gaseoso los ancestros de algún prócer que se tenía por descendiente del Adán nacional. Es un sinvivir lo de las realidades nacionales, de sobresalto en sobresalto y de sobresueldo en simple sobre.
Entiéndaseme y no se crea que no acierto a captar la especificidad del tema. Buena cuenta me doy de que una realidad nacional no es cosa igual que una nación, por la misma razón que una realidad municipal no es lo mismo que un municipio, una realidad arbórea lo mismo que un árbol, una realidad anual lo mismo que un año o una realidad anal lo mismo que un ano. Así que ya sabe usted, amigo lector, cuando algún desaprensivo le mande a tomar por la realidad anual, no se ofenda, que no es por donde usted, so simplón, estaba pensando.
17 abril, 2006
España, sociedad anómica (S.A.).
El péndulo ha ido al extremo contrario al de hace medio siglo o más. Antes, tanto o más que el derecho aquel autoritario oprimía una tupida red de normas sociales que aprisionaba cuerpos y almas e imponía férreamente modelos insoslayables de conducta. La familia, la escuela, la fábrica, la calle, el ejército, entre todas las instituciones sociales tejían un estrecho traje a base de reglas estrictas y dura represalia para el disidente. Había que producir en serie padres y madres de familia católicos, ahorrativos y ejemplares, empleados modélicos y sacrificados, ciudadanos, en suma, disciplinados y fáciles de gobernar. Cada vecino era un juez y detrás de cada ventana acechaban ojos atentos a la ortodoxia y lenguas propensas al despelleje del que saliera de su casilla.
Es una dicha que semejante rigidez social se terminara, pero hemos caído en el defecto justamente contrario, en el todo vale y nada importa. Este pueblo nuestro (o lo que sea) parece que sólo sabe moverse entre el autoritarismo y la anomia. Convencidos quizá de que toda regla social oprime indebidamente, hemos decidido que la sociedad no necesita más normas que las del Derecho penal. Obsesionados con la maximización de la libertad y el disfrute de cada uno, perdemos de vista que una sociedad que carezca del cemento de ciertos valores compartidos y algunas convicciones en común es carne de abuso y selvático reino del más fuerte. El afán de cada uno por salvarse solo acaba en un desastroso sálvese quien pueda. Ansiábamos libertad y democracia, pero cuando las tuvimos se nos olvidó regarlas con lealtades y compromiso.
No se trata de retornar a las rancias morales de otro tiempo, propias de sistemas políticos felizmente pretéritos. Pero importa que la ciudadanía se dé cuenta de que defender cosas tales como la tolerancia religiosa o sexual, o la libertad de expresión y las demás libertades, o la posibilidad práctica de que cada uno tenga medios materiales suficientes para explorar y tratar de cumplir su personal vocación, exige mucho más que una comunidad de egoístas frívolos, exige un empeño grande en la defensa de las reglas del juego común, exige un denodado esfuerzo de honestidad, exige la puesta en común de un permanente desvelo educativo. Exige que amemos conscientemente la libertad, para que sepamos defenderla y para que nos apercibamos cada vez que quieran darnos gato por liebre o cambiárnosla por fofa seguridad.
Es triste que la sociedad estuviera mucho más comprometida con la dictadura de lo que lo está con la democracia. Resulta penoso que la democracia engendre tanta indiferencia sobre sus reglas y sus prácticas. Es increíble que no seamos capaces de desarrollar una cultura social y unas reglas de convivencia que sirvan de sustrato y abono para la Constitución y el ordenamiento jurídico avanzado que tenemos. Sobrecoge ver a tanta gente que pide más guardias en las esquinas o penas más severas para los delitos que más escandalizan a los fariseos, al tiempo que es incapaz, esa gente, de indicarle a un hijo pequeño que no se debe molestar gratuitamente a los demás, o que estudiar es bueno, o que no se insulta, ni se pega ni se roba.
Convivimos en total promiscuidad currantes y zánganos, honestos y corruptos, prudentes y faltones, medidos y descarados, y nadie dice esta boca es mía, pues ya no consta qué sea lo loable y qué lo rechazable, y porque toda crítica se considera signo de autoritarismo, y porque rige el perverso principio de que nadie es en nada mejor que nadie y cada uno se lo monta como puede y como quiere. Ya no queda ni un puñetero ídolo social que no se gane la vida o con los pies o con las partes pudendas o con mañas de tahúr. Babeamos ante todo tipo de sinvergüenzas y tomamos como ejemplo al que descubre innovadoras formas para prostituirse.
16 abril, 2006
Una fe que ni fu ni fa.
Mi actitud era, con todo, positiva, dispuesto a observar con respeto una manifestación de piedad religiosa de la que me habían hablado con encomio. Se me fue mutando la buena disposición con el paso de los minutos y los acontecimientos.
La ceremonia estaba programada para las seis de la tarde. El ambiente dentro de la iglesia era plenamente festivo. Ahí, ya, comienzo a pensar que aquella gente vive la Pasión con pasiones impropias. Dentro del recinto los grupos se saludan, se gastan bromas, comentan incidencias de los últimos meses, recrean anécdotas mundanas. Los niños corren y casi gritan. Los más viejos y las más viejas se colocan estratégicamente para no perder detalle de cada nuevo feligrés que penetra en el templo y cuchichean con descaro sobre las galas de cada uno o su nueva compañía. Aquí y allá saltas flashes de las cámaras de fotos y algunos posan con sonrisa festiva cerca de las imágenes del Jesús sufriente.
Temo que en cualquier momento entre el párroco, látigo en mano, y de mala manera saque de la iglesia a los que arman semejante bulla profana. Debe de haber en mi cabeza algún oscuro resabio tridentino o vaya usted a saber qué tenaz predisposición inquisitorial, pues, con ser probablemente el ateo más convencido de los presentes, creo que soy el único que se extraña de la romería. O tal vez por eso.
La deformación teórica me arrastra a mis viejas disquisiciones sobre el catolicismo. No sé si habrá una confesión en la que sea más abismal la cesura entre la fe primaria de las masas y la depuración teológica de un puñado de eruditos. La ignorancia doctrinal del católico de a pie es pasmosa. Por eso es la católica, para muchos, una fe tan versátil y acomodaticia, porque su falta de contenidos reflexivamente asumidos permite adaptarla a cualesquiera circunstancias y debilidades. Muy a menudo me he visto explicando a católicos algunos dogmas esenciales de su fe que ignoran y que, una vez sabidos, niegan con contumacia y sin sentir que traicionan su credo. Puro desconocimiento. Es toda una pendiente resbaladiza, pues ante la falta de conocimiento doctrinal va quedando sólo el rito, vacío cascajo, y también el sentido del rito acaba degenerando por falta de referencias que lo iluminen. Lo único que sobrevive, al fin, es superstición pagana. La fe católica popular es hoy la más depurada forma de paganismo, exenta como queda de toda pretensión de trascendencia que vaya más lejos de invertir, por si acaso, en una parcelita cómoda de un trivial y rancio más allá, una pseudoeternidad de supermercado y antenas parabólicas. Es una religiosidad que, como decía Kant del Derecho, se conforma con la acción externa, con la adecuación al rito y el trámite, sin que importen mayormente las intenciones; una religiosidad de pólizas, timbres y grises escribanos. Insisto, no afirmo que sea así la esencia de tal fe, sino que así resulta su práctica masiva, por obra, seguramente, de una tradición institucional que no quiere que los fieles sean doctos en los entresijos y la historia de su credo, sino mansos catecúmenos y sumisa grey. El precio de la homogeneidad y las disciplina se paga en frivolización y superficialidad. De tanto separar la fe de la razón, acabaron por oscurecer toda razón de la fe. Allá ellos.
Y ahí me tienen a mí, desengañado ya de que vaya a presentarse el cura blandiendo látigo para reverdecer el episodio de Jesús en el templo con los mercaderes, y diciéndome que si murió Cristo en la cruz para que lo recuerden así los suyos, entre chanzas y vocerío, no le cundió mucho el sacrificio. Dicho sea sin el más mínimo ánimo blasfemo ni querer hacer sangre de una feligresía de horchata.
Por fin aparece el cura. Para mi sorpresa, desde el altar hace un breve discurso alusivo a la profunda piedad con que la comunidad aquella vive la celebración que va a comenzar. No doy crédito, pero, al fin y al cabo, a mi qué me importa, pues no soy más que un mirón ajeno.
Pasan unos minutos más y va a comenzar la representación. Y en ese instante, un sobresalto mayor. La banda de cornetas se arranca con “Moliendo café”. Aquello de “cuando la noche languidece renacen las sombras y en la quietud los cafetales vuelven a sentir...”. Alucino. Miro a mi alrededor y veo más caras de guasa. En fin, será un toque multicultural. Al cabo, callan las cornetas y comienza en el centro de la iglesia la recreación de las tres caídas. Cada vez que el que hace de Cristo se cae, con estrépito de cadenas, una parte de la concurrencia se desternilla de risa.
Después la procesión por las calles del pueblo, cargando tres o cuatro imágenes. Me cuentan que la única de cierto valor es un Cristo yacente que tiene algunos siglos. Al parecer, así me lo aseguran, hubo que restaurarla recientemente, pues hace unas décadas los lugareños le compraron un féretro de cristal para que descansara, pero se encontraron con que no cabía dentro de él la imagen entera tumbada. Así que le cortaron los pies y tan contentos. Ancha es Castilla. Qué no habrán hecho con los mortales del común.
Durante la procesión la gente reanuda su charla amable y retoma toda la alegría propia de la ocasión. Supongo que es porque están reflexionando sobre la inminente resurrección. Aleluya.
15 abril, 2006
Cady y Lucas.
Ella sabe poco de él, muy poco, apenas que están citados para un indeterminado día en que los hados y la naturaleza de confabulen para cambiarle la vida. Ansía y teme ese instante. De tanto aguardarlo le da susto. Es probable que Lucas ni siquiera repare en esa posibilidad incierta de que se encuentren un día, aunque se lo hayan dicho más de una vez con propósito de ilusionarlo. Cabe que sean muchas sus conquistas madrileñas y que a todas las despache con gesto profesional y un algo de insolencia.
El caso es que Cady se acomoda a su rutina sin mayor esfuerzo, resignada ya, quizá, al pasar de los años y a un envejecer tranquilo. Puede que no sea tan dramático el destino de vestir santos. Olvidados quedan los tiempos de abandono y callejeo, cuando detrás de cada esquina se podía esconder la perdición definitiva, o la salvación. Se libró de lo peor y cambió de aires, de su Cádiz natal a este frío mesetario que la tiene medio año temblorosa.
Dicen los que mejor la conocen que Cady posee un algo de aristócrata en su porte y, muy en especial, en esa suficiencia con que observa a a quienes no le son familiares. Pero todo su tronío, si en verdad lo hay, se le vuelve zozobra y descontrol cuando le hablan de Lucas. Ese Lucas al que nunca ha visto y que se representa en mil gestos y en toda variedad de actitudes, con ella siempre, cercano, poseedor, dominante, hipnótico. Es lo malo de las citas a ciegas, y más cuando son otros los que te las componen y luego te alertan, te tensan la espera, te advierten de que te prepares para cuando acontezca la dichosa circunstancia que nunca llega, puede que por causa de esa misma incertidumbre inducida. Las cosas podrían resultar mucho más naturales si la vida fuera de otra manera, si quedara algún resquicio para la espontaneidad, si el azar aún se presentara a la manera de encuentros no previstos y sucesos no calculados. Pero esto a qué soñarlo, en este mundo de cuadrícula en que la vida de Cady no es tan diferente de la de cualquiera de nosotros.
Corrupción. Por Francisco Sosa Wagner.
República
Ha tocado aniversario de la II República. Ocasión para recordar la historia, con las luces y las sombras que vengan al caso. Eso está bien. Ojalá a menudo repasáramos la historia, aunque sólo sea para no repetirla. Por eso es necesario también dar a las nuevas generaciones la matraca con la historia del franquismo, para no repetirla.
En mi juventud leí bastante sobre la República, vista como un breve haz de luz entre tanto autoritarismo y tanta caverna. Y lo fue. Pero confieso que en este momento el tema ya no me pone. Veo ese momento del pasado como instante noble en muchas cosas, sí. Pero instante pasado, y punto.
Lo que ahora no entiendo es la nostalgia republicana de una cierta progresía que añora ídolos y adora a Manes. Me pregunto qué razones podemos tener a día de hoy para la nostalgia de aquel tiempo, si no es por pura desazón ante un presente un tanto gris en lo político y ante un bienestar que nos provoca hartazgo y mala conciencia. Puedo comprender, hasta cierto punto, a los que le tienen más fe a la forma republicana que a la monárquica. Yo le doy poca importancia al tema simbólico-protocolario, pero lo respeto.
Lo que se me escapa es qué otras razones puede haber para una comparación en la que no salgamos ganando. La República tuvo una Constitución no más democrática que la presente. La lista de derechos fundamentales y de los mecanismos de su garantía es mayor y mejor en nuestra Carta Magna. Las conquistas sociales más relevantes de aquel tiempo las hemos recuperado y multiplicado con creces, como corresponde al avance general de los tiempos. Fue el republicano un régimen que en todo lo bueno es precursor modesto del actual y en todo lo temible y tremendo resulta la más grande advertencia.
Lo único por lo que me parece que merece la pena ahondar en las comparaciones es porque hay dos o tres políticos por aquí, a un lado y a otro, que recuerdan a algunos de los de entonces que resultaron más culpables de que aquello acabara como acabó. Con el agravante, para nosotros, de que apenas quedan intelectuales como los de aquella generación. Ahí sí que salimos perdiendo, y da que pensar.
14 abril, 2006
Profecías.
Cataluña y Euzkadi habrán obtenido su independencia después de un proceso intenso pero rápido. Primeramente se habrá celebrado un referendum de autodeterminación con resultados favorables a la misma. Luego, meses arduos de negociación. Zapatero, en su segundo mandato, habrá intentado por todos los medios mantener una estructura confederal, pero se habrán impuesto las tesis independentistas radicales, con fuerte apoyo francés. En Galicia se celebró idéntico referendum, pero ganó la opción “españolista”. El territorio de lo que fue Navarra ha quedado dividido por mitad, con la parte norte sumada a la República de Euzkadi, que le reconoce amplia autonomía, y la parte sur mantenida como parte del Estado español.
En lo que queda de España ha surgido un fuerte movimiento social, de la mano de un nuevo partido que se dice de centro, pero que tiene en ciertos temas posturas marcadamente radicales. Por ejemplo, dicho partido propone un nuevo proceso constituyente que dé salida a una Constitución republicana y con un esquema rígido y cerrado de distribución de competencias entre el Estado central y las regiones autónomas (se pretende desterrar la expresión comunidades autónomas, por sus negativas resonancias). También se quiere modificar el mapa autonómico, con menos regiones y una organización más dependiente de factores económicos y productivos que de supuestas peculiaridades culturales.
El Rey ha abdicado en su heredero, pero la desconfianza popular en la institución es muy fuerte. También Zapatero maniobra en pro de la República, una vez que sus posibilidades de vencer en la próxima contienda electoral son remotas y que tiene alguna esperanza de que él pueda ser el primer presidente de la Tercera República, como resultado de un pacto entre los muy inestables partidos nuevos y los viejos con escasa capacidad aún de adaptarse a la nueva situación.
Ha desaparecido el terrorismo etarra desde el año 2006, pero ha ido asentándose un muy preocupante terrorismo de extrema derecha, con constantes reclamaciones de reconquista de todo el territorio de lo que fue España y un programa de república española confesional y racista. Hace algunos años que el PP se rompió, yéndose su ala más derechista a una nueva formación extrema e integrándose su sector más centrista, presidido por Gallardón, en el nuevo partido radical-centrista ya mencionado. El PSOE se mantiene como grupo de intereses sumamente disciplinado y cohesionado por la mano de hierro de Zapatero. Su último gran acto público acaba de tener lugar con ocasión de los funerales de Alfonso Guerra, exaltado en tal oportunidad postrera como paladín de la nueva España libre, pacífica y de progreso que comienza su andadura. Felipe González no acudió a los actos, pues desde hace unos pocos años ha trasladado definitivamente su residencia a México D.F., donde sigue asesorando a los más importantes empresarios mexicanos.
Un servidor, asqueado y aburrido, habrá por fin obtenido un premio grande de la lotería primitiva y se habrá comprado una casita en los Alpes suizos para el verano y un apartamento en Cartagena de Indias para los meses en que el frío europeo nos encoge. Seguiré compartiendo con los amigos este blog, pero para entonces predominarán en él los contenidos puramente lúdicos y, muy en especial, los eróticos.
13 abril, 2006
Ratones y recuerdos.
Mi primer recuerdo consciente. Tengo menos de tres años, creo. Subo al piso superior de nuestra casa de Ruedes, donde están las habitaciones. Entro en el cuarto de mi abuelo, que más adelante sería el mío, donde estudié toda la carrera. Veo a mi madre y a Dulce recogiendo cosas y desarmando una cama, creo. Me dicen que salga de allí, que me vaya, pues está todo lleno de ratones. Salgo, sorprendido y asustado, preguntándome de dónde habrán venido esos ratones y cómo los estarán combatiendo. Años después, con ese recuerdo siempre presente, ato cabos y caigo en la cuenta de que ese mismo día habían enterrado a mi abuelo y eran sus cosas las que andaban recogiendo y su cama la que estaban desmontando.
Como campesinos siempre fuimos algo raros. Por ejemplo, mi madre toda la vida tuvo fobia a los ratones. Pese a tantas miserias como le tocaron, y tanta hambre, y semejante pobreza, se descomponía cada vez que aparecía un ratón. Y era muy a menudo, pues convivíamos con ellos. Iban muchos a la cuadra, buscando los restos de harina y pienso del ganado. Y alguno siempre se colaba hasta la casa, pese a la guardia permanente de los gatos. Y en el campo, cómo no, abundaban. Muchas veces al segar nos encontrábamos sus nidos.
Luego llegó el Chimi, nuestro perro ratonero. Era infalible en sus cacerías de ratones y topos. Un auténtico maestro, que le ponía a su trabajo toda la pasión imaginable. No se amilanaba ni ante las ratas mayores y más agresivas. Era un perro blanco y negro, alegre y valiente en grado sumo. Cada tanto desaparecía por un par de días. Al cabo, lo veíamos regresar buscando el incógnito, la hora menos transitada y el rincón más oscuro, afanoso de impunidades, pues sabía que lo aguardaba el regaño por su escapada intempestiva. Venía de la perrada. Así se decía cuando por algún lado, tal vez en otro pueblo cercano, alguna perra estaba en celo y se organizaba en su torno la competencia afanosa de los machos, días enteros de disputa y espera.
Yo maté muchos ratones. En el campo el hombre es parte de la cadena ecológica. Los ratones debían ser mantenidos a raya con espíritu militar, pues era real la amenaza de que nos invadieran. Los gatos eran nuestros aliados naturales. Como sucede con cualquier otro ser inteligente, los había de temperamentos muy diversos y de diferente laboriosidad. Eran más constantes siempre las gatas, menos volubles en su dedicación. Algunas llegaron a ser auténticas matronas, señoras de la casa y los establos durante muchos años. Me acuerdo de tres especialmente, la Musa, la Massiel y la Mikaela. Los ratones eran su rutina y cumplían frente a ellos con profesional seriedad. Pero su obsesión eran las golondrinas cuando, en verano, anidaban en los techos de la cuadra. De vez en cuando, a base de espera paciente y salto acrobático conseguían atrapar alguna, pese a que yo, cuando podía, vigilaba al gato que vigilaba a la golondrina.
De vez en cuando algún gato macho salía con inclinaciones salvajes en exceso y masacraba una camada de conejos recién nacidos. Entonces debíamos ejecutarlo a él de inmediato. La última vez me tocó matar a tiros a dos de ellos, negro uno y rojo el otro. La compasión sólo cabe en tiempos de abundancia. No era el caso. Defender el bocado es el primer derecho natural de hombres y bestias.
Estos días por mi cabeza bullen los recuerdos como ratones que huyen o golondrinas presas. Quizá porque mi padre se ha puesto a envejecer muy de prisa en unas semanas y porque a mi madre la cabeza se le está yendo lejos, definitivamente lejos, tal vez a la memoria primera de las cosas.
Intuyo a alguien que acecha al otro lado, en espera paciente, como un gato.
11 abril, 2006
El más malo, el asturiano.
10 abril, 2006
La prioridad de lo distante.
Ya no conversamos en persona, de tú a tú, pero corremos a casa, al despacho o al cibercafé para lanzar ofertas de todo tipo de relación lejana a través de mil páginas, foros y chats. Se da la paradoja de que en estos tiempos de crecientes dificultades expresivas y masivo empobrecimiento del lenguaje la interrelación humana se está haciendo escrita, pero no al modo pausado, refinado, del viejo arte epistolar, sino con sintaxis apresurada, ansiedad semántica y tartamudeante fluir de apócopes. Es tan grande el afán por desnudarse a distancia como paralizante el temor a que el que está al lado nos conozca sin careta.
Habrá pasado ya miles y miles de veces que dos personas de la misma empresa, y hasta de la misma oficina, en idénticas horas de trabajo chateen entre sí creyendo que hablan con un confidente lejano, con la impunidad que sólo entre desconocidos se puede garantizar y con la convicción, tal vez, de haber dado con un alma gemela que entre los cercanos es imposible de hallar, según se cree. Y docenas de veces habrá ocurrido que una cita a ciegas concertada a través de alguna de las miles de páginas para hacer amigos y procurar amoríos y sexo haya juntado a vecinos de puerta, compañeros de toda la vida o, por qué no, marido y mujer, en idéntica búsqueda de lo que en casa no se atreven a decir que ansían.
Nunca la línea recta estuvo tan abandonada, jamás el rodeo fue tan grande a la hora de entablar relaciones humanas. Se renuncia a la conversación por onerosa en tiempos y protocolos y, más aún, por temor a delatarnos en nuestros real ser y sentir, en esta tupida red en que vivimos, tejida de apariencias, imitaciones y condicionamientos variopintos. En los medios electrónicos hemos hallado el asiento para una libertad que se conforma con ser virtual, para una representación de nosotros mismos que nos recoge como auténticamente somos, pero resignados a no serlo más que así, con el antifaz de los bites o la mirada selectiva y fría de la webcam.
Tengo una sobrina adolescente, por parte de mi pareja, maravillosa muchacha por lo demás, de la que me cuentan que chatea a diario con compañeros de colegio con los que luego ni se saluda cuando se cruzan en el patio o la calle. Tengo amigos y conocidos que han dejado de salir al bar con los compañeros de siempre a charlar o echar la partida, porque juegan cada día compulsivas partidas de ajedrez en internet. Está plagado de gentes que se quejan de que el tiempo no les alcanza para el trabajo, la familia o la diversión y que se pasan las horas enganchados a los chats más variopintos o "bajando" música que jamás tendrán tiempo para escuchar con calma.
Yo mismo, por qué negarlo, me engancho a esta blog como una manera de comunicarme con personas que, si se sentaran a mi lado ahora mismo donde me encuentro al escribir estas líneas, en la T-4 de Barajas, me provocarían tal vez desazón y esa angustia de tener que ponerte a hablar con alguien que prefieres que te lea aquí y te conteste anónimamente.
Es terrible. Sin renunciar a nada, debemos conquistar la libertad y la confianza con los que tenemos más cerca. Debemos atrevernos a hablar. A desenredar el alma, y lo que sea, pero mirándonos a los ojos. En lugar de buscar en el ciberespacio a las víctimas y verdugos de nuestros futuros engaños, a los causantes de nuestra siguiente, infinita huida a ninguna parte, de la soledad a la soledad. Puede que los de al lado dejaran de resultarnos tan aburridos; y nosotros a ellos. Bastaría citarse un día para verse sin disfraces ni rodeos, como si chateáramos.
09 abril, 2006
Plurilingües en la T-4. Por Francisco Sosa Wagner.
Lo bueno de la España plural es la amena variedad de lenguas, de costumbres, de aficiones. Es verdad que los sábados, los domingos, los martes, los miércoles, incluso algunos jueves, todos estos días de la semana, todas las radios a las mismas horas y en cualquier punto de España están retransmitiendo el mismo partido de balompié. Pero esta uniformidad se debe a que todavía no hemos aprobado los Estatutos de Autonomía, la mayor parte de los cuales se encuentran aun en el telar de confección. Porque cuando aparezcan, relucientes ellos, en los Boletines Oficiales pertinentes, entonces la mayor diversidad florecerá y todos nos acogeremos a su enriquecedor mensaje. A partir de ese momento estelar, en una radio habrá un concierto, en la otra un debate científico, en esta un noticiario rico, en aquella un programa de humor inteligente. Así será, que nadie se impaciente, pero de momento, y mientras no se aprueben los Estatutos, hemos de conformarnos con el mismo balompié a toda hora y en todos los sitios.
Donde más progresos hemos hecho en este asunto de la España plural es sin embargo en las lenguas. Las hay de rica tradición literaria y las hay más pobres, las hay habladas por varios millones de ciudadanos y las que solo están al alcance de unos miles, unas cuentan con bardos insignes, otras han de conformarse con copleros más o menos afortunados. Pero todas ellas tienen su espacio enriquecedor y múltiple.
Cualquier lector sabe que hace poco las autoridades han inaugurado un formidable territorio aeroportuario en Madrid conocido como la T-4. Es un edificio imponente, ciertamente bello en su factura, una sinfonía de cristal, metales, cemento, bien armónico todo en el desafío que alberga y que tiene una fuerza un punto esotérica. No soy muy entusiasta de estas manifestaciones modernas de la creación arquitectónica, prefiero acogerme a las del románico, del gótico, a las catedrales antiguas como la de León o la de Oviedo, tan misteriosas ellas, tan altivas, tan en su papel de esfinges tristes, sudando siglos y piedades sin dar por cierto a sus esfuerzos mayor importancia. Pero, con todo, he de reconocer que la nueva terminal de Barajas es un prodigio de formas, de grácil vestidura, con sangre caliente en sus pilares y columnas. Es verdad que a veces hay que andar demasiado pero así se tiene la ocasión de admirarlo todo y de disfrutar del espacio lleno de tiendas que hilan colorines e intensos reflejos.
Pues bien es en él, entre avión y avión, paseando mi mirada por entre los rótulos y reclamos, donde he experimentado más intensamente el vuelco idiomático que ha experimentado España, los frutos del esfuerzo de los últimos años por conservar y enaltecer nuestro rico patrimonio lingüístico. Allí, en ese escaparate blasonado de modernidades, es donde mi íntimo agradecimiento al esfuerzo de tantos se ha hecho patente y ha cobrado definitivo vigor.
Allí, amigo/a, se ven letreros como “Thinking España”, “Delicatessen”, “The express shop”, “Fun&basics”, “Médas, prêt à manger”. ¿No es estupendo? ¿Quién se ha atrevido a sostener que el pueblo español es perezoso con los idiomas o que los desconoce? ¿quién nos acusa de paletos? Justo en la T-4 está el testimonio contrario: de nuestro cosmopolitismo, de nuestra apertura al mundo, de que hemos abierto las fronteras de nuestros herméticos corazones, de que hemos aventado a los agoreros del 98 que desconfiaban de nuestra capacidad para empaparnos de cultura europea... Para quien no esté ciego, todo eso es bien notorio en aquel lugar. ¿Alguien quiere comer o picar algo? Tiene para elegir entre un “sloopy joe´s” o un “Kentucky Fried Chicken”. ¿Qué tiene más caprichos? Pues pida un “boston pizza” o entre sin más en “Foster69´s Hollywood” que allí encontrará lo que su apetito demande.
Eso sí: no busque para desayunar un castizo churro porque lo hemos eliminado por cateto, por rancio, por preautonómico y por agropecuario. Al infierno los churros, junto a los toros y el botijo. Porque España es plural y además conserva sus exigencias estéticas.
Avión y para casa
Verdaderamente, sólo llegar a Pasto ya tiene su cosa. Uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo. Entre montañas preciosas. El avión tiene que bajar casi en picado. En ocasiones debe pasar por un cañón para tomar la pequeña pista.
Ahora la sorpresa, que para uno ya no lo es: congreso en la Universidad pública sobre asuntos de Derecho: más de seiscientos inscritos y asistentes. Como en España, igualito.
Luego me llevaron a La Cocha, una gran laguna justo en los inicios de la selva del Putumayo. Atravesamos pueblecillos con barricadas en la entrada y militares apostados. A orillas de la laguna me cuentan mil historias mágicas e inverosímiles. Por herencia de los indígenas, en estos países se suele pensar que las lagunas son centros del magnstismo cósmico y no sé qué más, y medio las adoran.
Estoy de vuelta en Bogotá. Son los días del festival de teatro de aquí. Al lado mismo de mi hotel de la Ópera, en el teatro Colón, un grupo español representa La tempestad. He estado en un tris de ir, pero me venció la pereza, la gana de estar tranquilo en la habitación un rato.
Mañana avión de nuevo y para casa. Ya va siendo hora. Tal vez antes, por la mañana, me acerque a Usaquén, al mercado de artesanía que es cita fija aquí siempre que puedo.
Nos vemos en León el lunes. Habrá que tomarse unas limonadas por allí, digo yo.
06 abril, 2006
Corrupción en broma y en serio.
No hay nadie con los pies en la tierra, dos dedos de frente y algo de vida social que no sepa a ciencia cierta que aquí se unta a la gran mayoría de los que disponen de poder para manejar autorizaciones de negocio o disponer compras con cargo a presupuesto público. Unas veces en efectivo y otras en especie. Usted me encarga veinte ordenadores para esa dependencia administrativa que gestiona y le caen dos gratis a vuecencia. Y el día que firmamos los papeles nos vamos de putas, paga la empresa. Cada uno recibe en proporción a lo que puede dar. Y por donde.
Y todo eso transcurre en un clima de amplia tolerancia social. La consigna es no molestar con críticas. Y, peor aún, malnacido el que denuncie. ¿Y denunciar ante quién y dónde? Es elevada la probabilidad de que sea el denunciante el que se lleve el coscorrón. Pues las redes son tupidas. La corrupción se asienta en un mullido colchón de amistades, complicidades, favores variados y beneficios mutuos de toda índole. Yo sé lo tuyo, tu sabes lo mío, callamos los dos, vive y deja vivir. Hoy por ti mañana por mí. No voy a repartir mi mordida contigo, pero puedo hacer que tu hijo apruebe aquella dichosa asignatura o que a tu tía la operen sin pasar por lista de espera. La consigna es que todo el que pueda saber tenga una razón para callar o, cuando menos, pánico al ostracismo, temor de convertirse en el decente que-qué-se-habrá-creído, se-va-a-enterar.
Los de Marbella cayeron por zafios, por horteras y porque era año de chivo expiatorio, igual que otros años son bisiestos, uno de cada cuatro. La fiesta del chivo. Hacía tiempo que a esos marranos les echaban de comer y los engordaban a posta para el gran sanmartín y la maniobra de despiste. ¿O será que sólo ahora pudieron la policía y los fiscales conseguir las pruebas? Ay, qué risa. Ahora uno de Jaimito.
Ya cumplimos para una buena temporada. A seguir trincando. El resto de los puercos puede vivir tranquilo y a lo suyo una temporada más. El año que viene se volverá a sortear otro cerdo, como en las romerías de mi tierra. Y los boletos los venderá la comisión de cerdos, perdón, de fiestas.
05 abril, 2006
¿Funcionarios a la calle? Por Francisco Sosa Wagner
04 abril, 2006
Defensa terminante y terminal de mi Facultad.
Hoy me siento tan pendenciero como siempre, pero con una dosis nueva de soberbia, pues esta mañana me comunicaron que había logrado el segundo premio (accesit único, más propiamente) del concurso de innovación docente convocado por el Consejo Social de la Universidad de León. Enhorabuena. Gracias. Las que tú tienes. Solventado este trámite formal por mi entera cuenta y riesgo, me doy por felicitado y comienzo con la estopa.
¿Saben? Es la quinta convocatoria de tal premio. Y en al menos otras dos de las cuatro anteriores entre los premiados estuvo algún profesor o grupo de la Facultad de Derecho de León, mi Facultad. ¿Les digo más? Con ocasión del XXV aniversario de esta Universidad se convocaron premios a las mejores trayectorias investigadoras de su profesorado (entre los que quisieron presentarse, naturalmente), y en la rama de ciencias humanas, sociales y jurídicas el primer premio fue para su humilde servidor y el segundo para otro estimado colega de mi Facultad. Y el premio a la mejor tesis doctoral en esas disciplinas también fue para Derecho (para mi chica, je, dicho sea de paso y ya puestos a presumir. Lleva cinco premios de investigación, cuatro de ellos de alcance nacional, y nadie le hace gran caso ni tiene por eso más probabilidades de ascender ni dentro ni fuera de nuestra Universidad; trabaja por amor al arte, of course). Y también la Facultad ganó en esos campos el premio al mejor licenciado de los veinticinco años. O sea, copó los tres premios mayores que se convocaban. ¿Más cosas? En los años que yo llevo en esa Facultad, doce, su profesorado ha recibido más de treinta premios de investigación de todo tipo y en todo género de concursos y convocatorias de alcance nacional. ¿Seguimos con los datos? Para qué, es lohnt sich nicht.
Y ahora voy a explicar el porqué del para qué. Nada de eso ha servido para aumentar ni un ápice nuestro prestigio colectivo en el contexto de la Universidad de León. Fuera sí nos quieren a muchos, y unos y otros vamos de acá para allá por el mundo mundial, llamados por razón de la capacidad docente e investigadora, se supone, salvo que esas instituciones (universidades, judicaturas, administraciones...) sean masoquistas o gusten de derrochar sus medios sin criterio. Y digo llamados, y no arrimados a base de convenios que sirvan de pretexto para que viajen casi todos los más mangantes a la sombra de uno o dos buenos, para socializar el mérito y el demérito a partes iguales, en suma. Estamos en los congresos internacionales, las maestrías y doctorados de buenas universidades de varios países y en publicaciones de todos los continentes. Y por qué no decirlo, si es rigurosamente cierto y, además, molesta. Hoy mismo, en la Universidad bogotana en la que explico estos tres días, una de las cinco mejores de Colombia y de las veinte o treinta más prestigiosas de Latinoamérica, tiene nada menos que tres ponencias en un congreso internacional de Derecho penal nuestro decano y mi gran amigo Miguel Díaz y García-Conlledo. Y aquí mismo, y en Brasil, y en Argentina, y en México, etc., etc., saben bien de la obra de unos cuantos colegas más de nuestra Facultad de León y se pelean por traerlos o se disputan el privilegio de irse a León a trabajar con ellos. Y de vez en cuando ahí asomamos -para trabajar y publicar, no para hacer turismo académico decadente y ramplón- por universidades europeas y en revistas en todos los idiomas de nuestro entorno ¿Y qué? Pues y nada, ya que nadie nos hace en nuestra casa académica ni puto caso. Ni falta que hace, qué diablos. La consigna, ya saben, es clara: aquí nadie es más que nadie y métase su curriculum donde le quepa, maestro.
¿Pruebas? Vaya a las cafeterías de nuestro campus y ponga la oreja. Verá cómo mindundis y cantamañanas con más ínfulas que seso nos ponen todo el rato a los de Derecho a caer de un burro, como ejemplo de inoperancia, incapacidad y vagancia. Que si los de Derecho no trabajan, que si no están, que si no investigan, que si no se renuevan, que si dan unas clases lamentables. Rediez, no renovamos la docencia y resulta que nos llevamos la mayor porción de premios de innovación docente; no investigamos y resulta que tenemos más premios de investigación, como promedio, que la mayor parte de los demás centros, por no decir que todos. Somos malos en nuestra praxis académica y resulta que cuando hace unos pocos años se evaluó la calidad de las Facultades y los Departamentos, los de Derecho se llevaron infinitos parabienes y felicitaciones, y, en el caso de mi Departamento, una calificación de nuestra actividad investigadora que la tildaba literalmente de sorprendente y prodigiosa. ¿Y no trabajamos? Oiga, amigo, y usted, que va diciendo eso por ahí, ¿quién güevos es?, ¿cómo dice que se llama?, ¿en qué bar dice que para?, ¿me quiere mostrar sus credenciales, please?, ¿me permite ver cuáles son sus sublimes poderes, fuera de esa excepcional capacidad para dar la lengua en las cafeterías del campus hora tras hora?.
¿Cómo dice? ¿Que es usted un cargo académico? Perfecto, ahí lo quería yo ver. ¿Le importaría calcular la media de sexenios de investigación que han tenido los equipos de gobierno de nuestra Universidad en los últimos quince años y luego compararla con la media del profesorado de Derecho (o del profesorado en general, mire qué bien)? Somos un buen puñado los que en nuestra Facultad estamos al límite de los sexenios posibles, sin perder año ni convocatoria. Y esta Universidad ha tenido vicerrectores de investigación (¡sí, de investigación!) que no poseían ni un maldito tramo investigador, pese a encontrarse en una edad más que provecta. And so on, para qué seguir metiendo el dedo en ese ojo, si en el fondo todo el mundo sabe lo que hay y cuánto vale en canal cada uno de los que marcan paquete.
¿Y por qué nuestra mala fama colectiva? Mantengo una hipótesis sobre esa cuestión. Desde hace tiempo los más pringaos e incapaces de nuestra Facultad -o tal vez los de todas, pero los nuestros son más resentidos y villanos, más miserables y envidiosos- se arriman a los poderes universitarios y extrauniversitarios para acariciarles el lomo, en el mejor de los casos, o para ejercer de puros y simples mamporreros, en el peor y más común, y compensan sus congénitas incapacidades académicas con la difamación sistemática, unida a ese vil peloteo del mandamás, peloteo que hace que la imputación mezquina vaya entrando suavecita y placentera, cual si llevara vaselina. Hay una buena partida de ejemplos. Una auténtica conjura de los necios y los zánganos, unidos a algún demente obvio pero gran manejador de las destrezas orales. Esa simbiosis entre incapaces sin media bofetada intelectual y mandamases faltos de luces es lo que está asfixiando sin tregua y sin vuelta atrás no sólo esta o aquella Facultad, sino la Universidad toda, y no sólo la nuestra, todas.
Y no hablo únicamente de los jerifaltes de dentro, también de los de la pecaminosa cosa autonómica. Este que suscribe y su colega penalista venimos organizando desde hace años el que ya es el más importante evento interdisciplinar que en nuestras respectivas materias -y posiblemente en cualesquiera otras áreas jurídicas, así, con planteamiento interdisciplinar- se celebra en las universidades españolas. Y casi sistemáticamente la Conse(r)jería del ramo nos niega la subvención con el argumento de que no es interesante el evento o competente la concurrencia. O que en el impreso de rigor (mortis) no hemos reflejado bien la raíz cuadrada de pi partida por la hipotenusa del tramo horario. Y uno lo lee con la nariz tapada y aguantándose las ganas tirar de la cadena, irse definitivamente para casa, no dar ni maldito palo más al agua y seguir cobrando por el morro, como ellos, los que se lucran de un pesebre que no es precisamente el del Portal de Belén sino que diríase pesebre marbellí. Ya he dicho aquí una vez que todo queda explicado cuando se averigua quiénes andan de favoritos por Conse(r)jerías y tugurios y qué clase de dones prodigan entre sus señores. Con las excepciones de rigor, que también las habrá, no digo que no. Pero vaya tela. Y luego ve uno qué y a quiénes se financia y la incomodidad se torna incontenible arcada.
Conste que defectillos también hay en mi Facultad, sólo faltaba. Ni un mes hace que para mis adentros mandé a tomar por el saco a la institución toda, por culpa de la cerrilidad de apenas unos pocos y de los celos compulsivos de aún menos. Quedan viejos vicios, taras congénitas. Cierto. Pero, amigos, también acostumbro a asistir a reuniones con gentes de otros departamentos y otras facultades y escuelas. Y que risa, tía Felisa. Consuela un montón. Así que cántese eso de menos globos, Caparucita. Si aplicamos la rebaja la aplicamos por igual para todos y vamos a ver qué sale. Y, entretanto, datos cantan, así que datos sobre la mesa.
He titulado esta defensa de mi Facultad como terminal y terminante. Lo de terminante es por lo que ya se ha visto en las líneas anteriores, y que se resume en que cuidadín y antes de medirse a la Facultad de Derecho de León tiéntese la ropa, cuéntese los sexenios, mírese los galardones y pésese los atributos, no vaya a ser usted una piltrafilla universitaria con mala follá y paupérrima sintaxis, o un analfabeto funcional trabajándose nombramiento a base de boca, que viene a ser lo mismo.
Y lo de terminal es porque, pese a las apariencias, ya no le quedan a uno ganas de lucha ni de mover un dedo más para o por una institución universitaria que se complace en degradar a los mejores y encumbrar a los patanes. Que les den. Que se la queden. Para ellos toda. Los demás, la minoría currante y esforzada, los que suben el nivel del mérito y no el de los miasmas, a los cuarteles de invierno, a la torre de marfil, allá, bien alto, donde no alcancen los ladridos ni molesten las pestilencias. Y no por soberbia, no; por pura supervivencia, por autoestima, por decencia. En la feliz compañía de unos pocos. Elitismo a la fuerza, qué le vamos a hacer. Verdadera y pura resistencia civil.
Ah, y si alguien se queda con la curiosidad de saber por qué me presenté al premio en cuestión, pese a todo, con gusto se lo explico un día de éstos.