09 julio, 2006

Las voces del bien. Por Francisco Sosa Wagner

Veía y escuchaba la noche del viernes el programa, retransmitido desde Berlín, dedicado a la música-ópera y operetas, canciones etc-, parte de las atracciones populares vinculadas al campeonato mundial que en Alemania se ha celebrado. Y pensaba que, si alguien quiere buscar identidades, puede encontrarlas precisamente en la comunión ante la gran música, que enlaza personas, clases sociales, países y continentes. El lugar de celebración era magnífico, el famoso Waldbühne (escenario en el bosque), con más de veinte mil espectadores, pese a las serias amenazas de un tiempo poco respetuoso con las previsiones de los humanos. Quiero decir que, en lugar de andar siempre hurgando en lo que nos divide, podríamos ocupar nuestro tiempo con lo que nos une, que es mucho y sólido. En lugar de engolfarnos con los derechos prehistóricos, las lenguas que se inventan, los fueros pasados o las reivindicaciones al vecino, podríamos engolfarnos con las notas musicales que son lenguaje universal que a todos nos abraza.
Porque, al contrario de lo que se nos anuncia desde ciertas tribunas, el desentierro de identidades colectivas imaginadas es sumamente reaccionario, tiene que ver muy poquito con el progresismo pregonado, frío -por aritmético- cálculo de votos, mientras que la vibración con el vecino ante la música es un regalo de solidaridad y un monumento a la convivencia. De un vecino que puede ser un austriaco, un italiano, un japonés o una señorita de Ohio. Y está bien vincular el acontecimiento musical vivido en Berlín con el fútbol porque, si este es pasión identitaria excluyente, aquel es bálsamo que anuda sentimientos compartidos.
Se oyeron arias de óperas bien conocidas: de Verdi, de Rossini, de Puccini, de Bizet, de algunas operetas de Léhar, de zarzuela española, del West Side Story de Bernstein ... Con la orquesta de la ópera de Berlín en el foso, que allí no es tal, y cantando tres grandes: el maduro Plácido Domingo y dos jóvenes: el mejicano Rolando Villazón (discípulo del español) y la rusa Ana Netrebko. Al final, con una copa de champán en la mano, el brindis de La Traviata, desató la felicidad y la inocencia entre los asistentes que aprovecharon para encender las luces de sus desvanes interiores y degustar los frutos de la emoción.
¿Qué hombre no se enamora de la Netrebko? ¿Qué mujer no se enamora de Villazón? Cualquiera que tenga buen gusto y sepa advertir la voz cuando lleva en su seno pureza de pájaro y cuando es capaz de trasladar a quien la disfruta a la intimidad de los cielos. La Netrebko tiene mirada dulce pero a veces esa misma mirada se hace de vértigo y su voz es un surtidor que asciende y desciende y se da a todo tipo de juegos, como todo surtidor bien aparejado. Ambos, la Netrebko y Villazón, protagonizaron el año pasado en Salzburgo un verano de eternidades al hacer La Traviata verdiana. La soprano -Violeta- se hizo con el escenario, con la ciudad ... hasta por unos días consiguió tapar a Mozart que se escondía, aturdido, en su casa, de la que expulsaba a los turistas. Se la aplaudía a la Netrebko por las calles y hasta los colegas cantantes le cedían el protagonismo, el divismo todo a ese mujer que es perla, que es velo, que es vuelo.
Sépase pues que de Hispanoamérica no nos vienen solo dictadores que lo han sido, lo son, o aspiran a serlo, ni chanchullos, ni tráfico de cocaína, nos vienen también grandes cantantes que suben a los mejores escenarios con la naturalidad de quien toma un tranvía: Marcelo Álvarez, Juan Diego Flórez, este Rolando Villazón ... Hay que oírlos para lavar las manchas de nuestros vicios.
¡Ah, qué felicidad salir de la desmesura de la política y de su sectarismo y entrar en la mesura de lo inmensurable!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

"Lavar las manchas de nuestros vicios": seguramente eso era lo que pretendían los jerarcas nazis cuando se extasiaban con las óperas de Wagner, o los violentos protagonistas de la novela de Anthony Burgess "a clockwork orange" con las sinfonías del sordo genial. La gran música y las bellas artes nunca han hecho mejores a los seres humanos. Son formas de sensualidad, más o menos refinada, que fingen espiritualidad, pero no son sino mero entretenimiento, en todo equiparable al fútbol o a las telenovelas.

Anónimo dijo...

Nibelungo ¿qué, los jerarcas nazis sólo se extasiaban con Wagner? ¿un judío no escucha a Wagner? ¿hay que ser jerarca nazi para escuchar a Wagner? ¿los nazis no jerarcas qué escuchaban? ¿cómo sabe Vd qué exactamente lo que pretendían los jerarcas nazis era lavar las manchas de sus vicios? ¿insinúa que sólo los jerarcas nazis tenían vicios? Que yo sepa, sólo al protagonista de A clockwork orange le gustaba el sordo, los otros pandilleros como que pasaban o al menos no se menciona expresamente.
Para dar una opinión sobre la no influencia de la música en los seres humanos, que no argumento ya que no dice el por qué de sus afirmaciones, no hay que justificarse con el cuento de lo malos que son los nazis que según parece eran malvados incluso cuando escuchaban música.
Pues mire, sólo por tocar bemoles : ¡Heil Hitler!

Anónimo dijo...

Anónimo, los ratos de lucidez y "genialidad" que tiene los (des)compensa con otros de absoluta tontería.

Anónimo dijo...

Debo seguir descompensado porque me llena de alegría que el mundial de fútbol lo ganase Italia a la selección africana de Camerún.

Anónimo dijo...

Sí, sigue descompensado, pero no desespere. Sólo fíjese que cuando le quieren mucho, ya no piensa esas cosas. Decía don Segismundo: amor y trabajo y listos (no sin antes pagar treinta sesiones).
Ya le digo, cosas de mi terapeuta.