24 octubre, 2006

Imitando voces. 1. Río yo.

Me concedí hoy un rato para hurgar por los blogs de pata negra y fui a dar de Prisa con el de Javier Rioyo, al que alguna vez veo en la tele un poquito mientras entrevista a algún escritor o editor, con particular gusto por los más pedantes y de posturita más como así ya me entiendes que exclusivísima de la vida e ideal de la muerte es la cultura y tal y cual Pacual (Maragall).
Veo su post o nota de hoy, 24 de octubre, titulado Comprando libros, y me viene una risa tontorrona. No es que esté mal, no, allí se encuentra uno lo que se podía esperar y no hay reproche en mi descojone. En realidad tendré que preguntarle a algún psicoanalista cazurro el por qué de este despiporre que me posee. Creo que es por alguna curiosa asociación de ideas. Para poder entenderme, si es que tal cosa cabe, pinchen ahí arriba y echen un vistazo al referido texto del señor Rioyo.
¿Ya? Ahora sigo con lo mío. Decía que fue asociación de ideas, pero más exacto sería hablar de asociación o cruce de imágenes. Verán, lo mismo que al señor Rioyo le ocurrió estos días en su librería favorita con Miquel Barceló, el pintor, me sucedió a mí ayer en Alimerka. Coincidencias de la vida, así de juguetón es el destino con nosotros, los elegidos y los tocados por la mano de los tocados por las manos de las musas. Contaré lo mío para que se entienda mi emocionado desconcierto.
Pues seguía yo en el Alimerka del barrio más próximo a mi casa, haciendo la compra semanal. Amén de las viandas de rigor, la amiga asistenta me había encargado detergente para fregar el suelo y yo lo quería con olor a pino, pues en esta época del año los pinares de los montes de enfrente despuntan con virulencia contra los cielos grises, diríanse puñales que se clavan en el cuerpo desesperanzado del otoño. Toma ya, pensé allí mismo, me invade un calentón poético de aquella manera, esto tengo que ponerlo en el blog. Fui a dar con el Ajax Pino y andaba mirándole la etiqueta cuando, a mi espalda, escuché la voz de mi amigo Alfredo, que se congratulaba de encontrarme en menesteres idénticos a los suyos. Comentamos un rato sobre las ofertas del día, yo aproveché para colocarle mi teoría sobre el olor del friegasuelos y el paisaje en mi ventana y él me hizo saber que su hija pequeña se apasiona con las magdalenas Martínez y que gracias a ellas consiguen cada tarde, a la hora de la merienda, que haga los deberes que le pone su seño en el colegio privado ese nuevo al que la envían y que, chico, a veces le mandan colorear cada dibujo que no me extraña que se estresen los chavales, la mía, con sus seis añitos, yo creo que aún es muy chiquitina para colorear tanto, venga hojas y hojas. Es que hoy en día no tienen corazón los maestros, hijo, repliqué yo por decir algo. Y añadí, para que no pensara que su tema inicial me era indiferente: ¿habéis probado las de Bella Easo? Uy, sí, pero esa textura es más como para con un café de mezcla.
Total, que después de unas pocas frases más nos despedimos y yo ya caminaba hacia la caja, empujando mi carro bien repleto y diciéndome que no debía olvidarme otra vez de sacar el euro de su ranura al dejar el carro. En esas estaba cuando fugazmente vi, cruzando entre los pasillos de conservas, el perfil de Mariana. Me pudo la pura curiosidad. Hace tiempo que admiro a Mariana y creo que mi mujer comparte una sensación similar, algo hemos comentado. Mariana trabaja en un despacho de algo, yo no sé bien si es abogada, arquitecta o qué. Nos saludamos a menudo con la cabeza, cuando coincidimos a la hora de salir para el trabajo, pues nuestros garajes son vecinos. Tiene dos niños, ninguno adolescente aún, y se la ve y se la oye tratarlos con tanta mesura como autoridad. No le conocemos marido o pareja y siempre supusimos que vive separada, lo que le da un plus de mérito hoy en día. Durante una semana llegamos a compartir asistenta, pero no le sacamos a ésta ni una palabra, otra prueba de la recia personalidad de Mariana y del respeto que infunde.
Así que no pude evitar seguirla. ¿Qué comprará esta mujer? En todo son importantes los modelos y la imitación de los mejores siempre nos ensancha el horizonte. Me puse a distancia suficiente para captar qué iba metiendo a su carro, pero bastante para que no se inquietara al sentir cercanos unos ojos sobre su nuca. No fue sorpresa que en la sección de pescadería se llevara unas lubinas salvajes, qué menos, pensé. Después caminó a la parte de limpieza y droguería y no conseguí escuchar lo que, con un frasco en su mano, le preguntaba a una empleada, un frasco que dejó de nuevo en el estante y que era de limpiacristales Cristasol. Me inquietó mucho, pues es el que suelo comprar yo y no podía dejar de preguntarme cuál sería el inconveniente. Mas me sacó de estas cogitaciones el verla comprar un taco de papel higiénico. Lo que me suponía, doble capa, tisú suavizado con resinas orientales, aroma de enebro y color salmón con un tenue reborde verde pistacho. Ay.
No me atreveré a hablar con ella, pero puedo limpiarme el culo con la misma marca de papel. La seguiré espiando en el súper.

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