18 febrero, 2007

Los derechos de las víctimas del terrorismo.

Hace un par de días colgaba aquí el post titulado "Pedagogía jurídica y víctimas". De los comentarios, siempre interesantes y retadores, quisiera traer a primera plana dos que ponen el dedo en la llaga de un mismo poblema grande: hasta dónde llegan los derechos de las (asociaciones de) víctimas y si no hay algo malsano en su protagonismo político actual. Hagamos el esfuerzo de analizar la cuestión más allá de si son galgos o son podencos y de qué líder o asociación le resulte más simpático a los unos o a los otros; examinemos sin politiquería este grave problema político.
Esto decía "un amigo" en la primera parte de su comentario (espero que me disculpe el recorte, que no censura; ahí abajo se puede leer entero su rico escrito):
También necesitaría de pedagogías el hecho de que las víctimas del terrorismo tienen exclusivamente derechos sociales especiales, es decir, derecho a ayuda personalizada de las instituciones para mitigar en lo posible las consecuencias del daño que han sufrido, ... pero NO tienen derechos políticos especiales, de ningunísima manera. No merecen más ni menos audiencia que cualquier otro ciudadano, ni deben tener más influencia en un proceso político -mucho menos aún, en uno judicial- que cualquier otro ciudadano.
Dicho eso, es obvio que los partidos y los grupos de interés, en percibiendo la confusión generalizada, se han tirado haciendo la bomba a la piscina ya embarrada e intentan que asociaciones varias arrimen el ascua a su sardina.
Y esto nos escribe AnteTodoMuchaCalma:
Supongo que "víctima" es algo más que el mero "ofendido por el delito" o "sujeto pasivo". La víctimización (primaria) parece aludir a un elemento traúmático, y por eso se refiere a delitos de una cierta gravedad contra las personas. La especificidad que tiene el status político actual de "víctima" se explica en no poca medida por ese elemento.
Lo cierto es que ese elemento traumático (y la compasión ante él) inspiran no pocos de los cambios sociales y específicamente jurídicos en relación con las víctimas. En distintos ordenamientos, la evitación de victimización secundaria les ha permitido declarar en fase previa al juicio oral sin necesidad de ratificarse (lo que evidentemente reduce la capacidad de defensa del encausado)... ¡o incluso la efectiva inversión de la carga de la prueba a la que se refiere Garciamado, en algunos casos!
Sin embargo, donde la dinámica adquiere matices paroxísticos es en el nuevo status de las asociaciones de víctimas. Lo que antes eran asociaciones organizadas de autoayuda y colaboración para obtener ciertas prestaciones, hoy se han transformado de modo preocupante.
Las asociaciones de víctimas del terrorismo han adquirido recientemente un matiz especial; en la visión actual, el hecho que ha "victimizado" a sus miembros se perpetúa en la subsistencia del grupo terrorista. Por ello, en ellas surge la tentación de cambiar la estructura organizativa, y no ser ya una asociación de personas unidas por un hecho pasado luctuoso, sino por un hecho futuro (la posibilidad de nuevos atentados); y, lo que no es menos grave, por un hecho presente: la imposibilidad de superar el luto.
En efecto, con la "revivencia" constante del hecho en clave política, nace una imposibilidad de superación del luto. Y nos encontramos ante un agente social que interviene en política de un modo extraño porque está estructuralmente bajo conmoción. Si además se potencia un liderazgo personalista, en el que un sujeto conmocionado de poca formación y menos equilibrio -acusó a su - es quien guía los destinos de la asociación (y varios medios de comunicación hacen su agosto jaleándole), la cosa adquiere tintes alarmantes.
En un debate racional, a nadie en su sano juicio se le ocurriría legislar o resolver un juicio atendiendo a los criterios de un padre de una víctima conmocionado por el dolor (véase la gestación del sistema “three strikes and you’re out” en el magnífico La racionalidad de las leyes penales, de un Díez Ripollés atienzado). Con el máximo respeto, la mayor de las compasiones... y un cierto espanto ante lo desbocado de un dolor que podría habernos tocado a nosotros (he ahí parte del horror ante el terrorismo: el horror ante la indiscriminación), debemos acompañarle. ¿Quién podrá reprocharle nada si habla cuando el dolor le desequilibra? Pero los que tenemos la suerte de no haber caído debemos saber que en su voz hay menos argumento que emoción. Sí cabe reprochar, y mucho, a quien jalea y hace uso torticero de dicho desequilibrio, impostando como propio el aullido del dolor ajeno, y usándolo para fines inconfesables.
(Algún indicio distinto encuentro en el hecho de que el líder de la organización acuse a quien le intenta disputar la presidencia de conchabarse para rendirse a ETA. Me suena a purga estalinista, con el líder acusando de colaboracionismo capitalista a sus ex-camaradas...).

9 comentarios:

Tumbaíto dijo...

Creo que están confundidos. Lo relevante no es qué derechos tienen la asociación de víctimas del terrorismo. Lo relevante es que derechos NO TIENEN.

No tienen el derecho a andar sobre dos piernas, no tienen el derecho a besar a sus hijos, no tienen el derecho a yacer los maridos con sus esposas y las esposas con su maridos, no tienen el derecho de ver amanecer, no tienen derecho a acostarse sin llorar, no tienen el derecho a ser felices, no tiene el derecho a una VIDA DIGNA.

Anónimo dijo...

Tumbaíto
la asociación de víctimas si tiene derechos, los mismos que todos los ciudadanos.
Han sufrido pérdidas que son compensadas economicamente y con la prisión de los autores.
También los asesinos tienen derechos garantizados por el art 25 CE.
Yo creo en la reinserción.

Anónimo dijo...

Ante
a ver si hace el favor de ilustrarme.
En su docta opinión ¿cuál es la diferencia entre autoría mediata y despiste en el caso siguiente?
Una madre con varios antecedentes por hurto entra en un centro comercial con dos de sus hijos menores y uno de ellos inimputable de 10 años. Este último coge un DVD y lo hurta pasando agachado por la línea de caja siendo fotografiado por las cámaras de seguridad del centro comercial con lo que queda constancia de que se ha producido el hurto pero ninguna de que la madre estuviese "haciendo la tapia" (tapando la acción). La policía dice que es un modus operandi, sin que conste que anteriormente lo hubiese utilizado la madre en cuestión, yo creo que se despistó y no se dió cuenta de lo que hacía su hijo y lo creo firmemente. El DVD no apareció jamás .
Insisto donde está el límite entre autoría mediata y despiste.

Anónimo dijo...

R. Freispruch:
Aunque lo parezca (porque el topos de la autoría mediata se usa sobre todo en delitos dolosos), la cosa tiene que ver con la distinción entre dolo e imprudencia. Se trata de si la madre sabe o no sabe. Si no prueban que sabe, no hay ná.
Como ve, no van los tiros por la comisión por omisión (que sería jodido: son curiosos los garantes que no impiden una sustracción. No había visto casos en sentencia, sólo en trabajos académicos: Die Unterlassung im Strafrecht, de R.D. Herzberg). Apuntan, por el contrario, a que la tía está detrás de todo el tinglado. Que prueben que sabía. Si no, no hay ná de ná (por supuesto, siempre que no sea gitana, rumana o demasiado pobre).

Anónimo dijo...

Estimado Ante
Muchas gracias por su comentario, ya le informaré como queda la cosa el juicio es el 1-3-2007. En principio malas noticias porque mi clienta es quinqui aunque de situación económica normal.

Anónimo dijo...

Estimado ATMC,

Creo que para el conjunto de la sociedad (desde luego, para la vasca; en menor medida, para el resto de la española) el terrorismo ha hecho algo más que “ofender”; ha causado perturbaciones y daños concretos, bien concretos, por acción y por reacción (explicito que con esto segundo pienso en los GAL, antes de que me rebocen en brea y plumas por vil equiparador los apasionados de ese pasatiempo).
Por lo cual propondría (al menos para pensar, que no para votar, como discutía amigablemente con Tumbaíto) cambiar de paradigma, y pensar en todos como víctimas.

Pero no sólo como víctimas. Si me permites una órbita elíptica para volver a encontrarme dentro de un rato (o al menos eso espero) con tu argumento, traería el ejemplo, crucial si hablamos de pedagogías, de la Gran Matanza y de sus sucursales menores. ¿Qué pedagogía se está haciendo al respecto? Pues una historieta de malos y buenos, con tramoyas y escenografías incluidas (no bromeo: está documentado que en una visita de Wojtyla a Auschwitz, vistieron unos extras con pijama a rayas, y luego tuvieron que reconocer que no habían encontrado a ex-prisioneros dispuestos, por lo cual se les había ocurrido esa sorprendente "genialidad" para darle más impacto a los telediarios). Cuando el mensaje de la Gran Matanza psicológica y políticamente oportuno es que nos puede tocar a todos, en cualquier momento, como verdugos o como víctimas –iba a decir que no sé lo que es peor, pero sería pura retórica: sé lo que es peor, vaya si lo sé, y lo sabe cualquiera con el corazón en su sitio–, si no vigilamos atentamente a nuestros conciudadanos y aceptamos la misma vigilancia ética sobre nosotros. Y la practicamos incansablemente sobre nosotros mismos. Somos todos protagonistas potenciales de la Gran Matanza, con pijama de rayas o con botas negras de caña alta; nos viene sin comerlo ni beberlo, como las utilidades ocultas de los sistemas operativos de las ventanitas, dentro del “todo en uno” de la condición humana. Y quien se crea que él o ella es inmune, pues me da mucho miedo, porque la evidencia psicológica y política dice que serán los primeros a los que les muerda el molesto bichito.

Un momento de paciencia, que ya vislumbro a lo lejos tu sistema solar; llego enseguida. También hay el riesgo de vestir una de las dos guardarropías trágicas, o las dos a la vez, en la pelotera atroz y nauseabunda que llevamos años viviendo, precisamente por falta de pedagogía pública. Hay que mirar a la cara a un hecho simplísimo, y nada reconfortante: somos una sociedad con un contenido de violencia importante, y que busca siempre excusas o modos para no ponerle el cascabel a dicha violencia, bien para presentarla como inevitable, casi innocua, bien para justificarla con emotivas razones, naturalmente cuando va en el sentido que nos conviene, que refuerza las posiciones de nuestro grupiyo, o más sencillamente, que nos engrasa el monedero.

Parafraseando facilonamente la conocida sentencia sobre la Gran Matanza, lo sorprendente no es que exista el conflicto vasco, sino que sólo exista el conflicto vasco. ¿Y la guerra civil, que desgarró el país, produjo varios cientos de miles de muertos y decenios de cárcel, exilio y sufrimientos? Venga, venga, cómo vamos a hablar de eso, ¿vamos a reabrir heridas? No, mucho mejor que sigan con la podredumbre dentro. Lo curioso es que el “otro” bando utiliza prácticamente los mismos argumentos. La tragedia que nos pesa directamente –esa sí que es una causa a escribir sobre la pizarra, con la tiza en plano y de través, Tumbaíto–, la que está envenenando nuestra cotidianidad desde hace casi setenta años, no es que las huestes de Carnicerito del Pardo ganaran la guerra, o que fusilaran, o que torturaran –hijueputas los había, y los hay, en todos los derrumbaderos–. Ésa es casi peccata minuta, si nos ponemos. La tragedia verdadera, horrenda, que sigue caminando por nuestras calles, es que las huestes de Carnicerito del Pardo, y sus herederos, han perpetuado el silencio y la mentira: nunca se ha hablado de ello con seriedad, nunca se han analizado con palabras sencillas y sinceras los mecanismos que llevaron a cultivar la violencia como una bella arte, que llevaron a la explosión bárbara y a su sucesiva negación. Que llega hasta hoy. Negación (antipedagogía) que toma la forma de dos narrativas prácticamente especulares de buenos contra malos, de apaches y cow-boys.

Paso la órbita de Saturno; ve poniendo un par de cervezas (por lo menos) a enfriar. Cierto que toda esta discusión, o su parte más aparente, viene porque unos asquerosos se han dedicado a pegar tiros en la nuca. Ahora bien, te propongo un sencillo experimento mental, esperando que los salpicones no nos arruinen la cerveza: imagínate que tú y yo estamos interrogando mano a mano, circunstancias de la vida, a media docena de etarras entre los cuales tenemos la certeza de que hay dos o tres peces gordos con información muy importante, crucial. Estamos a puerta cerrada, en lugar seguro, y con garantía oficiosa de impunidad, de ésa “ancien régime”. Entre la media docena hay un chiquillo maleducado y agresivo que evidentemente no es de los dos o tres que nos interesan. Llevamos unos cuantos días preguntando y trabajando pacientemente, y sólo encontramos cerrazón, salivazos e insultos pesados, y amenazas de que saben perfectamente donde van al colegio nuestros críos. ¿No te apetecería iniciar la próxima ronda de interrogación mirando a los ojos a los dos o tres que ya hemos identificado perfectamente, cogiendo al chiquillo por los pelos, metiéndole el revólver en la boca y apretando el gatillo? ¿Y continuar diciendo, sin limpiar la mesa siquiera: “Repito la última pregunta …”?
Bueno, pues ése es el molesto bichito del que hablaba. Lo tenemos todos dentro de nosotros. Ay si nos olvidamos de ello.

No somos “mejores”, ontológicamente hablando, que los que han pegado los tiros en la nuca reales. Hemos sido más vigilantes con nosotros mismos, más exigentes, no nos hemos dejado comer el coco por argumentos demasiado pútridos; si nos ha venido la tentación en una discusión de café, al rato nos hemos dado cuenta. Nos han ayudado amigos, a quienes hemos ayudado a nuestra vez en los momentos en los que han flojeado. Y junto a ello, hemos tenido una dosis no desdeñable de suerte. Por eso sólo somos “víctimas secundarias”. Qué fortuna.

Aterrizo. Sólo una frase sobre las asociaciones de víctimas. Hacen mala pedagogía; algunas –tengo miedo de generalizar injustamente, pero tampoco es cuestión de quedarse callado– ni más ni menos que la de la venganza que no tienen los santos cojones de tomarse por su mano. Quieren ponernos en la mano a todos el revólver conceptual, y que apretemos el gatillo por ellos. Y están ancladas en el trauma de una manera que no le desearía a ningún ser querido, y que me parece casi peor, a largo plazo, que la de las terribles pérdidas que han sufrido. Urge devolverlas, por el bien de todos -incluso el de los individuos que las constituyen-, a su papel legítimo y positivo: la de facilitadores de los mecanismos de apoyo social, generoso y práctico, de la sociedad hacia las víctimas.

Y no: todas las víctimas “primarias” no son así. Por fortuna –sobre todo para ellas– hay de las otras.

Saludos a todos, y perdonad por la desmedida e incompleta elipse. Ahora, venga a darme hostias, que bien me imagino las que están por venir, y las acepto encantado.

p.s. a Tumbaíto, por su comentario de más arriba. ¡Gracias! me he dado cuenta de que en la expresión apresurada de algún comentario anterior fui ambiguo, y mezclé derechos de las víctimas con derechos de las relativas asociaciones. Me he dado cuenta ... porque tú haces lo propio. Seguiremos hablando.

Tumbaíto dijo...

"y mezclé derechos de las víctimas con derechos de las relativas asociaciones. Me he dado cuenta ... porque tú haces lo propio. Seguiremos hablando."

Yo no hablé de los derechos que esa asociación tiene sino de los que no tiene. La asociación de víctimas del terrorismo no tiene derecho a andar sobre dos piernas igual que muchos de sus asociados no lo tienen. La una porque no tiene piernas y, los otros, porque los socialistas vascos los han desmembrado.

Naturalmente la izquierda vasca no tiene la culpa de que las asociaciones no tengan piernas.

Anónimo dijo...

Gracias por la aclaración.

Recuerda, en un terreno mucho menos dramático del que mencionas, que tus interlocutores tampoco tienen la culpa de que en castellano haya formas verbales en singular y en plural. Y que si no pones sujetos en tus mensajes, los lectores concordarán tus verbos en plural con el antecedente más a mano, "víctimas", y tus verbos en singular, de la misma manera, con "asociación".

Saludos,

Tumbaíto dijo...

Sí, tiene toda la razón. No sé porqué pero con los nombres de colectividad siempre uso el plural.
¡MEA CULPA! ¡MEA MAXIMA CULPA!

Con cierta decencia, que brillaba por su ausencia:

"Creo que están confundidos. Lo relevante no es qué derechos TIENE la asociación de víctimas del terrorismo. Lo relevante es que derechos no TIENE."