20 abril, 2007

Ecos de saciedad

De vuelta en casa y largo fin de semana para dedicarme a la jardinería y a leer un buen rato, a ver si me quito los sabores de la temporada. Tendré que arruinarme comprando surfinias y un par de rododendros.
Me ha dado hoy por reflexionar sobre las suaves maneras que hemos aprendido en este país. Será buena cosa contra la crispación, no te digo que no. A ver si aprenden los niños, pues tengo un vecinito al que le escuché esta tarde una frase brillante: mamá, mamá, el hijoputa del niño de al lado me anda insultando. A ese chavalín le espera una brillante carrera política.
Ahora una en serio. Mi vecino de al lado es un jubilata encantador y servicial en grado sumo. Hace un año y pico me lo encontré entristecido un día. Me interesé por lo que le pasaba y me contó una historia edificante. Tiene una nieta que por entonces contaba unos cinco años o seis. Y su nieta jugaba todos los días con una amiguita de la misma edad y que exhibe todo el descaro de los pequeñajos más consentidos. Mi vecino estaba harto de las fechorías que le organizaba en casa, como subirse a las camas en zapatos y saltar en ellas al más puro estilo circense. Así que un día la regañó un poco. Para qué queremos más. La mocosa se fue indignada para su cálido hogar, se lo contó a sus papis y a los cinco minutos ya estaban esos progenitores en casa del buen señor, amenazándolo con las penas del infierno y un par de leches si volvía a llamarle la atención a esa hijita suya con aires de butano.
Es que la gente no sabe guardar las formas, hombre. No como esos ambientes en que se mueve uno por razón de su oficio, que es de los más viejos del mundo. Ahí sí da gusto. Se encuentran unos cuantos que viven echándose pestes y zancadillas y, oh prodigio, todo son cortesías y sonrisas. Sobre todo si hay que acabar votando. ¿A usted, querido lector, nunca lo han cogido del brazo con gesto cómplice y confianzudo? Es una excelente manera de establecer baremos. Si el que así lo toma de su extremidad superior tiene interés en que usted vote a uno que es de corta estatura, le va a convencer, con voz insinuante, de que es hora de apoyar a los enanos y que no hay cosa más justa y apropiada. Poco importa si cuando el anterior abrazo la propaganda era a favor de los altos y delgados como su padre. La firmeza de las convicciones en las altas esferas se demuestra por la flexibilidad para cambiar los criterios. Y al así tomado se le ponen las orejas como platos y el hígado encebollado.
Pero rectificar es de sabios, se supone. Conozco a una marisabidilla que hasta hace poco era una talibana de su jefe, al que adoraba con perruna entrega y cuyos designios más crueles ejecutaba sin que le temblara el sujetador. De un día para otro se cayó la buena moza del caballito de madera y cambió de bando. Todavía conserva en su aliento las trazas lewinskyanas, pero ahora va diciendo que ese tipo al que con tanta fruición se entregaba es un tirano intolerable y que ella siempre lo ha visto así y que a ver si hacemos algo. Otra que va a triunfar pase lo que pase.
Menos mal que nos quedan los periódicos. En ellos he visto hace poco que un laureado poeta acuchillaba al PP con lírica delectación. Está en su derecho, no faltaría más. Lástima que el diario no cuente que el suculento premio que el vate ha recibido se lo otorgó un jurado nombrado por el Gobierno que preside el hijo de un señor con el que el poeta comparte mesa y tertulia cada tanto. Cosas de la moneda.
Diantre, hay que ver cómo se pone uno por una excursión de nada. Pero también existen momentos genuinamente poéticos. Por delante de mi casa pasa a menudo un rebaño de ovejas guardado por un pastor y dos perros. Me quedo mirando el manso transcurrir de las ovejas y la mirada sumisa de los chuchos y no sé qué pensar. A ver si no arruino la ensoñación con estúpidas comparaciones.

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