12 mayo, 2009

Opio del pueblo

Allá por mediados del XIX, cuando las masas proletarias de los primeros países industrializados sufrían todas las miserias y vivían a merced de las más viles explotaciones, un erudito barbudo y cascarrabias que se llamaba Carlos Marx se preguntaba cómo era posible que no se rebelaran todas esas víctimas del abuso. Y concluía que se aguantaban porque había quien hacía de su humillación virtud suprema y les prometía paraísos de beatitud en el más allá si aquí eran mansos y respetuosos con patronos y gobiernos. De ahí que Marx pariera aquella famosa frase que dice que la religión es el opio del pueblo. Era opio aquella fe porque adormilaba a los más pobres, porque les producía la ilusión de que todos los padecimientos y todas las injusticias de este mundo contarían como méritos a la hora de repartir los pases para la vida eterna.
Hoy en día, en esa función de sostén y garantía del orden establecido la religión ha sido sustituida por los gobiernos y sus partidos. Así como antaño toda suerte se agradecía a Dios y toda desgracia se tenía por ardid del Diablo, así en nuestro tiempo cualquier gobierno se apunta todos los méritos cuando es época de vacas gordas, pero elude toda responsabilidad cuando pintan bastos y caen chuzos de punta. Los mismos que atribuyen al acierto de sus políticas cualquier logro social, imputan al maestro armero los fracasos, de modo que el paro, la recesión o la crisis inmobiliaria se consideran diabólica maniobra de la oposición o malvada conspiración de misteriosos enemigos. Cuando la nación marcha viento en popa el partido del gobierno dice: vótenme a mí porque es mérito mío; y cuando el país cae en picado, grita: no voten a la oposición, pues la culpa es de ella y con ella sería mayor la catástrofe. Suprema ley del embudo. La banca y el banco azul ganan siempre y de la mano. La gente se cree el cuento y, sumisa, recita lo de Virgencita, que me quede como estoy. Y los sindicatos aplauden a los que mandan, sindicatos repletos de tiralevitas que llevan mucho tiempo sin doblar el espinazo y comiendo en la mano del poder. El 1 de mayo vuelve a parecer festividad religiosa, como cuando Franco. El santo se llama José otra vez y los sindicatos ante él se cuadran, verticales.