31 diciembre, 2009

Una historia de navidad

(Publicado hoy en El Mundo de León)
Mi hijo nos ha visitado estas navidades. Tiene veintisiete años, es ingeniero informático y trabaja en el CERN, en Ginebra. No es un empolloncete sin seso, es un chaval simpático, hecho a sí mismo y con un empuje enorme. Rechaza contratos mareantes porque su sueño de ahora es irse a Berkeley, a California, y lo va a lograr por sus medios y sin enchufes, como siempre.
Tenemos una larga conversación sobre la universidad y sobre la juventud universitaria. Despotrica, se exalta, no deja títere con cabeza. Cuenta de tantos compañeros de carrera que se lo toman con calma porque se estresan si no ven un buen rato de tele cada día o no echan su partida a las cartas, de amigos que se espantan al pensar en estudiar seriamente otro idioma o vivir fuera de casa, sin el cocido de la mamá y sin que alguien les arregle la cama y les ponga la almohada bien mullida.
Sus juicios sobre la universidad en la que estudió, que no es la de León, son aún más duros. En su Facultad, dice, no se renueva un libro de la biblioteca desde hace diez años, pero está llena de salas con los ordenadores más sofisticados, generalmente usados por muchos estudiantes para leer el Marca. Con muchos proyectos de investigación se financian puras vacaciones y compras caseras. La mayor parte del profesorado ni está al día ni sabe por qué enseña en lugar de cardar cebollinos. Con unas pocas notables excepciones, por supuesto.
Pero no todo ha de ser tan deprimente. Me relata una hermosa historia. Había un profesor sabio y muy honesto que era odiado y sistemáticamente marginado por sus compañeros, pues ni transigía ni callaba. Sólo lo apreciaban los buenos alumnos de cada curso. Un día, a mi hijo uno de sus jefes le preguntó si conocía en España a alguien que fuera un grandísimo experto en cierto tema bien difícil. Él se acordó de ese profesor y dio sus datos. Ahora trabaja en Ginebra, se le considera, se le trata como se merece y es feliz. Al parecer, al dejar su pequeño despacho en la universidad se encontró en la puerta un montón de ratoncitos que se lo disputaban a mordiscos y que ni se molestaron en decirle adiós y desearle buena suerte. En este país, hoy, el destino de los mejores es la emigración. Así nos irá.

5 comentarios:

Carmen dijo...

Así nos va, sí.


Un cordial saludo.

roland freisler dijo...

A los felices de los años

Antón Lagunilla dijo...

Creo que Angel Gabilondo lo va a arreglar todo, en consenso con el PP. Así que no sé porqué nos preocupamos.

Ahora en serio: Bienvenidos al Nuevo Año.
Saludos cordiales,
Antón

un amigo dijo...

Suena a chico prometedor, enhorabuena.

Y profesional e investigadoramente ... ¿por qué quiere cambiar a peor, si no soy indiscreto?

Salud,

p.s. Si "irse a" estuviera usado en sentido transitorio, de estancia temporal, retiro la pregunta. Pero si estuviese pensado como desplazamiento más o menos estable ... ¡uff!

Juan Antonio García Amado dijo...

Estimado amigo, creo que eso le correspondería contestarlo a él, y a lo mejor se da una vuelta por aquí y lo hace. Mi impresión es que este nuevo (?) tipo de chavales no va buscando, al menos a esas edades, establecerse aquí o allá, sino nuevos retos en su campo. Por lo que sé, se mueven muy a menudo y van de un lado a otro, siempre en contacto entre unos cuantos que entre sí se informan de dónde pasa algo interesante que les permita aprender nuevas cosas y, al tiempo, seguir haciéndose un prestigio. Creo que su plan es vivir en el camino y, al tiempo, estar en cualquier parte en lo suyo. No sé si eso cambiará con el paso de los años. En EEUU deben de pasar cosas interesantes en esas ciencias que a uno se le escapan. No me parece, hoy por hoy, que desee hacerse ciudadano norteamericano ni que aquel país le parezca La Meca. Pero echar un vistazo por allá debe de ser buena cosa.
Saludos cordiales.