04 enero, 2010

Se acabaron las orquestas sinfónicas

Qué sofoco he pasado. He vuelto a tener visiones, alguna extraña fuerza cósmica -la misma de otras veces, supongo- me ha metido de nuevo en el túnel del tiempo y me ha impulsado hacia delante, al futuro. Me vi leyendo unos periódicos en un formato extrañísimo, como prendidos en el aire y controlados por el movimiento de mis dedos. Lo primero que hice fue mirar la fecha: nada menos que un día de enero del año 2031. No entendía la mayor parte de las cosas que veía, pero una noticia sí me llamó la atención y en ella me detuve, pues se relacionaba con asuntos que hoy mismo ya tienen su porqué. Era un reportaje sobre el final de la música sinfónica y la prohibición de sus orquestas. Con un leve giro de mi meñique ordené imprimir una copia, que apareció sin más en el bolsillo de mi gabardina y que ahí seguía cuando retorné a mi aquí y mi ahora. Así que sólo tengo que pegarla en este post para que ustedes se sorprendan y se alegren con lo mucho que van a avanzar próximamente las ideologías y la cultura. Vean:

NO MÁS MÚSICA SINFÓNICA.
Ya está lista la ley que prohíbe los conciertos de las orquestas sinfónicas a la antigua usanza. Es una norma europea que regirá en todos los países del continente y que, sin duda, pronto será imitada en todo el mundo. De hecho, se cree que el Concierto de Año Nuevo que el pasado día 1 se celebró en Viena, siguiendo una larga y penosa tradición, será el último. Seguro que por eso muchos de los músicos terminaron abrazados a su instrumento y llorando con desconsuelo.
El tema viene de largo. Todo comenzó cuando en el año 2015 varias asociaciones feministas de distintos países, y actuando coordinadamente, suscribieron un manifiesto contra los instrumentos de percusión. Se aducía que esos golpes con palos que los percusionistas propinaban sobre la piel de sus tambores y timbales, o los que arreaban con su mano sobre la membrana de las panderetas, eran asociados por muchos varones agresivos, consciente o inconscientemente, con la violencia que el macho sigue aplicando sobre la piel y el cuerpo todo de la mujer. Y qué decir del triángulo, que sirve para que un palito de metal, indudable símbolo fálico, golpee dentro de una cavidad triangular y obtenga, con sólo ese primitivo gesto, vibrantes sonidos.
Comenzó de esa manera un debate intenso que en España, país pionero en este tema, se zanjó al año siguiente con la prohibición de tales instrumentos y la previsión de graves sanciones para los percusionistas reincidentes, si bien se concedió una moratoria de treinta años para las baterías de los grupos de pop y rock, pues, como se decía en el Preámbulo de la Ley, “no tienen las músicas populares y juveniles esas ancestrales connotaciones que en aras de la igualdad de género conviene desterrar con premura”. También se hizo excepción, ésta sin plazo, “con cualesquiera instrumentos de percusión que se usen en el folklore tradicional de nuestras naciones, pues el valor de las tradiciones y el sano sentir del pueblo no están contaminados por el machismo y la falocracia que son propios y desgraciadamente habituales en los varones del tiempo presente”.
El siguiente episodio fue a costa de los instrumentos de cuerda, tales como violines, violas, violoncellos y contrabajos. En esta ocasión la iniciativa crítica partió de las cátedras de estudios de género de varias universidades norteamericanas. La promotora fue la famosa jurista Catharine MenNon, quien, en un artículo publicado en la Harvard Law Review, puso de manifiesto que dichos instrumentos reproducían en su morfología las hechuras y curvas del cuerpo femenino, por lo que no resulta admisible el modo en que en los ensayos y conciertos son toqueteados y manipulados por la mano del hombre, cual si de puros objetos inertes y sin alma se tratara y con el riesgo de que idéntico modo de proceder y pensar se extrapole al trato con la mujer y su cuerpo.
También en este punto se abrió una discusión intensa y llena de matices, pues se sucedieron trabajos en los que se pasaba revista a la peculiaridad de violines, violas y demás. Al fin se llegó a un cierto acuerdo académico y a un rechazo general, pues por igual se consideraban indignos los que se tocaban con arco o con los dedos. Ni que decir tiene que la manera en que el arco (“al fin y al cabo un palo un tanto sofisticado”, como sentenció entre nosotros doña Andrómeda Vasconcelos, Consejera de Estado) incide sobre el perfil femenino del instrumento no es más que un remedo del viejo estilo falocrático con el que los hombres se disponen a hacer que las mujeres cumplan sus deseos. En cuanto a aquellos otros instrumentos de cuerda que se hacen sonar directamente con los dedos, se puso de relieve que no hacen más que reproducir la vieja convicción varonil de que una experta manipulación digital puede lograr que hasta la mujer más pasiva emita los más insospechados sonidos.
Hubo también quien, como el doctor Fulgenci Entrambasaguas, de la Universidad Pompeu Fabra, escribió que particularmente ofensivo para la sensibilidad actual resultaba el violín, por la combinación entre frotamiento de la cuerda con el arco y pizzicato que permite; esto es, lo que la antigua musicología llamaba alternancia entre cuerda de frote (frotamiento de la cuerda con el arco, la expresión lo dice todo) y pellizco o pizzicato, manera aún más agresiva y hasta impropia de obtener cierta musicalidad del aparato.
Así que, al fin, en 2022 una directiva de la Unión Europea conminó a los países a ir desterrando progresivamente el instrumental de cuerda de los conciertos sinfónicos, y España traspuso esa norma al año siguiente, mediante la ley que prohibió terminantemente tales artilugios, aunque con una nueva moratoria, esta vez de cincuenta años, para guitarras eléctricas y bajos eléctricos, pues, en palabras del ponente parlamentario, “la presencia de la electricidad quita al instrumento su apariencia pasiva, de manera que, aunque por su forma se ligue con el cuerpo femenino, la energía de que está cargado y hasta el peligro de electrocución del intérprete aportan una visión edificante del ser de la mujer como ser que no puede ser manipulado con impunidad”.
De inmediato se planteó una nueva polémica doctrinal y política, ahora a propósito de los instrumentos de viento. Esta vez el problema vino por soplar en la boquilla, con el agravante de que, en ocasiones y como ocurre con la trompeta, el sonido resulta de la combinación de soplido y vibración de los labios. Los argumentos fueron los esperables: que el sonido de muchos de estos medios recuerda la voz de la mujer y que se dan peligrosos vínculos entre el sonido de tan femenino objeto y el hecho de que el intérprete aplique sus labios para conseguirlo, como si una trompeta, una flauta o un clarinete no pudieran hablar por sí solos y sin tan procaz estímulo, en el caso de que se tratara de mujeres. A esto se sumó la idea de lo mucho que hay de rechazable en esos dedos del intérprete que bailan en los agujeritos para obtener las notas o que despiadadamente pulsan válvulas y pistones.
Ahora hubo algún intento de respuesta machista, especialmente en un par de escritos de periódico y blog de dos profesores de Derecho de León, que alegaron otro tipo de analogías morfológicas, atinentes al varón, e invocaron otras tesituras corporales y de relación, pero de esa forma no consiguieron más que abrir un nuevo frente, al caer en la cuenta muchos de que si la flauta la tocaba la hembra, la humillación sublimada era aún mayor. Los dos profesores fueron expedientados y sancionados con sendas suspensiones de empleo y sueldo, amén de quedar sometidos durante seis meses a una orden de alejamiento de sus parejas y de su Facultad. Diversos colectivos gays se mantuvieron durante ese tiempo en la duda y, al fin, sus representantes en el Parlamento se abstuvieron cuando fue aprobada la nueva ley que desterraba de las orquestas tales medios.
Cuando comenzaban a ser cuestionados igualmente, y por similares motivos, los órganos y los pianos, y cuando se hablaba también del nefando significado de la batuta del director de orquesta, el Parlamento Europeo impulsó y la Comisión aceptó de inmediato el veto absoluto para la música sinfónica y sus orquestas, que, según la norma que acaba de entrar en vigor en todo el continente, sólo podrá en adelante ser escuchada en grabaciones antiguas y en formatos que no vayan acompañados de imágenes de dirección o interpretación.
Queda sin resolver el grave problema de la ópera. Ya se viene interpretando sin orquesta, con música “enlatada”, pero nuevas críticas apuntan contra ella, alegando que el hecho de que antiguamente las arias de las sopranos fueran cantadas también por varones castrados, los famosos castrati, es indicio más que suficiente de un sesgado reparto de roles masculinos y femeninos, asociándose el timbre de la mujer a la ausencia de testículos y el de tenores y barítonos a la posesión de órganos sexuales estridentes y violentos. La cuestión sigue abierta, pero se avizoran en el horizonte más normas restrictivas.

3 comentarios:

Mercedes dijo...

¡GENIAL, GENIAL, GENIAL!!!

Gaviota dijo...

Nuevamente presento mis respetos, profesor. Muy bueno esto.

carmen dijo...

Jajajaja, ¿está seguro de la fecha?
¿Por qué machista y no machisto?

Un cordial saludo.