Cada
día detesto más el lenguaje de los derechos. Entendámonos, no es que vaya yo a
decir ahora que sería mejor un Estado donde los ciudadanos carecieran de
derechos y no tuvieran más que obligaciones, donde no fueran respetados y se les
tratara como piltrafillas que solo valen en lo que al grupo le sirvan. No es
eso, ni mucho menos. Pero que todo dios miente los derechos todo el rato y para
todo y que todo quisque camufle como derecho poco menos que innato e
innegociable lo que no es más que su personal y descarnado interés o su
coyuntural ventaja, cuando no su manera
de dar el palo y vivir del cuento, ya clama al cielo. Los derechos, incluso los
más fundamentales, tienen sentido en el marco de una teoría coherente y que
tome en consideración tanto la importancia de los individuos como el papel del
Estado y que no pierda completamente de vista eso que llamamos el interés
general y que ha pasado de moda, por lo que parece.
Cazas
a un alumno copiando mediante el móvil y te alega que tiene derecho a las
comunicaciones y a mantener encendido el aparetejo por si alguien lo avisa de
una urgencia familiar. Le cascas a un funcionario que ya está bien de hacer el
zángano (si es funcionario y es zángano, conceptos que no son equivalentes) y
que deberían ponerlo de patitas en la calle y te invoca su sacrosanto derecho a
la inamovilidad funcionarial. Le dices a un señor o señora que ya está bien de
faltar a las obligaciones laborales so pretexto de que ha de llevar a kárate o a
ajedrez a su niño de doce años y te responde con su derecho a la conciliación
de la vida familiar y laboral. Aquí el que no menea los derechos no se bautiza.
Y dan ganas a veces de cargarse hasta la pila bautismal, aunque ya sé que no
hay que ponerse así y que no será para tanto. Simplemente va haciendo falta
poner cada cosa en su lugar, y los derechos de la gente igualmente.
Los
derechos, cabalmente entendidos, no pueden ser la excusa para que cada uno haga
de su capa un sayo en todo y siempre que le dé la gana, los derechos sirven
para garantizar el respeto más básico a la autonomía individual y se justifican
en el igual valor esencial de todo ciudadano y todo ser humano, mas no deben
constituir el pretexto para que campe por sus respetos el más feroz egoísmo de
cada cual. El derecho a todo resulta incompatible con los derechos de todos y
el que nuestras sociedades modernas se hayan constituido, para bien, como
agrupaciones de individuos autointeresados que buscan rectamente su personal
desarrollo y el cultivo de su vocación particular no puede ser la excusa para
este larvado retorno al estado de naturaleza. Pues una sociedad en la que cada
uno no vea más allá de su ombligo y se desentienda de cualquier solidaridad, en
la que todos se sientan con derecho a todo y sin restricción ni obligación
ninguna acaba siendo una sociedad en la que vuelve a regir la ley del más
fuerte y en la que las disputas ya no se dirimen en términos de derechos, sino
en clave de puro y descarnado poder. Lo estamos viendo a diario.
Entre
el individuo férreamente egoísta y desentendido de todo compromiso con los
imperativos de la convivencia entre iguales y el totalitarismo de los Estados y
las ideologías que en nada aprecian el valor de los sujetos particulares, la
moderna teoría de los derechos vino a proponer un sutil y difícil término
medio. Ni tanto ni tan calvo. Frente a la visión del ser humano como simple
instrumento de los designios políticos o colectivos, la moderna filosofía del
Derecho y del Estado plantea el coto vedado de ciertas libertades individuales.
Y frente al imperio del puro mercado y su ciega asignación de ventajas y
desventajas, se trataba de hacer valer los sacrificios de la libertad que
procuren para cada ciudadano una igualación de las oportunidades vitales. Lo
que la apropiada consideración de los derechos establece es la ocasión para que
cada uno pueda ser en libertad, no el derecho a tener porque sí y a cualquier
precio. No es admisible un derecho gratuito al bienestar absoluto a costa de
los demás. El sentido de los derechos es que cada uno tenga la oportunidad para
ser lo que quiera y en libertad, dentro de lo que las circunstancias
conjuntamente permitan, y no se trata de que cada cual aplique el ándeme yo
caliente y ríase la gente o el después de mí el diluvio.
Las
sociedades libres mueren por defecto de libertad, pero también por exceso de
libertades insolidarias. Donde el amor a la libertad no se entiende como empeño
por la igual libertad de todos, se cultiva el infantilismo y no la madurez de
las comunidades adultas y rectamente democráticas. Del aprecio de la libertad
en igualdad forma parte ineludible la conciencia plena de sus costes. El niño
pequeño llama suya a cualquier cosa de la que se apropia y llora
desesperadamente o se pone violento cuando se la arrebatan o cuando lo educan
en el respeto al otro y en el compartir. Si a mí, por mi cara bonita o porque
estamos en tiempos de vacas gordas, me ponen un gran sueldo o me permiten vivir
holgadamente sin el menor esfuerzo o sin trabajo ninguno o me ceden un palacio
para pasar en él mis días, deberé tentarme la ropa antes de considerarme con
derecho imperecedero a tales privilegios y, cuando las vacas se vuelvan flacas,
estaré desconociendo los derechos de mis conciudadanos si me echo al monte y
disfrazo de derecho fundamentalísimo mi egoísmo más pedestre. Los que a nada
suyo renuncian para repartir mejor entre todos no defienden un Estado social de
Derecho, sino el lema ultraliberal de que al que Dios se la dé, san Pedro se la
bendiga o el santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. El demócrata
progresista no es aquel que nominalmente reconoce el derecho de los demás a ser
tan ricos como él o a gozar de su mismo bienestar, sino el que asume que algo o
mucho de su riqueza o de su buena vida puede y debe ser sacrificado para que
muchos otros puedan tener alguna oportunidad de vivir con decencia, simplemente
alguna oportunidad. Y esto vale para todo el mundo y en la debida proporción,
no solamente para los banqueros, aunque también y muy principalmente para los
banqueros.
6 comentarios:
Esta usted hablando, como no podía ser de otra manera, de la clase política. Acertado como siempre.
Estoy totalmente de acuerdo con tu articulo.
De todas maneras, como lean esto algunos funcionarios se van a sentir aludidos y te van a decir que lo que tu eres es un facha del PP, que ellos se han ganado su plaza en una oposicion y que eso les da derecho a tener un puesto vitalicio de por vida vaya como vaya nuestro pais. Nadie querra oir que el 76% de los impuestos, 123 mil millones de euros, se va en pagar sus nominas.
Y si dices que por lo menos se pueda despedir al funcionario que no trabaja o que no rinde en su trabajo, te van a decir lo mismo, que eres un facha, un neocon y un insolidario que lo que quiere es cargarse la clase media y los servicios publicos, que ellos son la clase trabajadora y no se que tonterias mas, cuando tal como esta planteado el funcionariado hoy en España es como una casta cargada de privilegios en el sentido de que el puesto esta garantizado de por vida y que no despiden a nadie por muy incompetente que sea.
Diran que defienden los servicios publicos cuando en realidad lo que defienden son sus privilegios. Si de verdad defendieran los servicios publicos estarian de acuerdo con poder despedir al que no cumple con su trabajo.
Es el mundo al reves, egoismo o al menos un sentido de solidaridad mal entendido llamando egoista al que solo pide solidaridad y sentido comun.
La unica pega que veo con que se pueda despedir a los funcionarios es que el sistema esta tan deteriorado que los que mas curran en muchos casos correrian el riesgo de ser despedidos.
Lo que mas pesaria para no ser despedido, por no decir lo unico, seria llevarse bien con el responsable de turno, en algunos casos personas incompetentes para el puesto que ocupan con oposicion aprobada hace 20 o 30 años y entumecidos por el sistema.
Por cierto, yo soy funcionario, o mejor dicho, trabajo de funcionario, porque mi puesto de trabajo no define lo que soy.
Lo dicho: en esas cosas de los derechos y el contrato social, "la Constitución es un diario tolerarse y soportarse de todos los ciudadanos".
Carajo, somos hijos, o nietos, o bisnietos, de Einstein y Gödel. La cuestión de la que nos tenemos dar cuenta es que cualquier cosa absolutizada, nos lleva a sinsentidos potencialmente peligrosos. Esta proposición incluye, naturalmente, el relativismo. El único inestable, frágil sendero hacia el futuro -a condición de que nos interese el futuro, claro está- está en el relativismo relativo, aunque parezca un juego de palabras.
En el campo de los derechos, los primeros que han levantado la liebre para las personas que se atreven a pensar con independencia -a distinguirse del simple ser pensados- son los propios derechos humanos, cuya formulación contemporánea, siempre más y más absolutizada, aunque sea ¡por supuesto! 'progre'... huele a iusnaturalismo que te pasas.
Los derechos son un elemento más de la mesa social. Tienen que ser relativizados, y además utilizados compositivamente, es decir, para crear un conjunto que funcione mejor que la simple suma de las partes, y que obedezca a un proyecto, que quiera expresar 'algo'.
Tenemos que meternos en el coco que en una Tierra con siete mil millones de personas, con armas nucleares a porrillo, y con problemas serísimos de ecocompatibilidad, cualquier grupo que se apodere, con el argumento que sea, de 'ventajas' locales, está arriesgando la supervivencia de la bola, y por consiguiente la propia. Esa conciencia recursiva de nuestra interdependencia y de nuestra fragilidad es la que tenemos pocos años, muy pocos, para instilar a los adultos que la han perdido, y a los críos que se están agregando a la sufrida y sobrecargada bola. Si no...
Mi propuesta (muy poco original, en realidad la propuesta a la que adhiero): hay que relativizar al proyecto de supervivencia.
Proyecto que también puede ser relativizado, cierto... basta con aceptar futuros sin homo sapiens, en otra biosfera, o en un planeta sin biosfera...
Salud,
Cuántas verdades condensadas en un artículo. Una parte de la sociedad finge ignorar que con gran frecuencia la concesión de un derecho supone la limitación de otro derecho o, como mínimo, la imposición de una carga en relación con terceros. En algunos casos la concesión estará justificada y en otros no pero el debate debe aportar argumentos y no simplemente frases hechas del tipo “ampliar derechos siempre es bueno”. Por poner un ejemplo, si las personas de un determinado colectivo laboral pueden retirarse a la edad X y recibir una pensión íntegra mientras que el resto de la población activa deber trabajar hasta X+10 para obtener la misma pensión, tal diferencia de trato (que no deja de suponer la concesión de un derecho) debe justificarse objetivamente (especial dureza, posible insalubridad, etc.) porque al final quien soportará la carga de esa jubilación en condiciones beneficiosas será precisamente el resto de la población activa. Existen ejemplos aun más controvertidos pero nos alejarían del asunto central de esta entrada. Por último, se olvida con frecuencia que los derechos suelen ir acompañados de obligaciones.
Felicitaciones por esa claridad de pensamiento. Ahí demuestra su inteligencia. Excelente. Siga adelante.
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