El Derecho, queridos infantes, es
un sistema de reglas la mar de sencillo. Un sistema de reglas también es este
otro: unos padres ponen a sus hijos pequeños unas cuantas normas referidas a
las comidas y el comportamiento en la mesa. Una de esas normas dice que no se
cogen con la mano alimentos como las lentejas, las natillas o los macarrones,
sino que se usa cuchara y tenedor; otra, que en la mesa no se escupe; una más,
que durante la comida no se canta ni se grita. Para que dichas reglas se
apliquen de modo bien objetivo e imparcial, se decide poner de árbitros o
jueces a los abuelos, encargados, pues, de dirimir las dudas que surjan y de
velar porque aquellas indicaciones se cumplan en sus justos términos.
Ahora
vamos a ver qué dos actitudes pueden tomar los abuelos en el desempeño de su
importante labor. Hay dos posibilidades: que se guíen por los enunciados de
tales normas, por lo que ellas dicen, o que aprovechen para imponer un sistema
alternativo de reglas, de su cosecha.
Un
día, uno de los pequeñuelos se pone a zampar las lentejas estofadas a puñados,
a mano y pringándose entero. Si los abuelos aplican la norma de la que son
garantes, le dirán que eso está prohibido, que no se puede hacer así. Si, en
cambio, empiezan con que tal pauta no rige los sábados, o que vale solo para
los niños, pero no para las niñas, o que va en contra del derecho de los hijos
a su autonomía culinaria, están suplantando a los papás, enmendándoles la plana
y sentando ellos un sistema alternativo de reglas. En otra ocasión, surge la
duda de si también la manzana se debe comer con tenedor o si se puede tomar en
la mano para arrearle mordiscos. Si los abuelos se atienen a lo que dice la
norma, tendrán que reconocer que de las manzanas la norma nada dice y, por
tanto, podrán concluir que al niño no se le prohíbe comerla de esa manera. Mas
si afirman que entre las reglas vigentes también hay una, igual de imperativa,
que obliga a usar cuchillo y tenedor para las manzanas, se la estarán
inventando ellos y la añadirán por su cuenta, por mucho que la justifiquen como
basada en el más pleno respeto al espíritu de la reglamentación paterna.
¿Qué
harán los chavales si los abuelos proceden de la segunda de las maneras y un
día tienen ganas, los chavales, de cantar durante el segundo plato o de liarse
a escupitajos a los postres? Dirigirse a los abueletes y preguntar: ¿abuelito,
podemos escupir o tararear a voz en grito la canción de Bob Esponja? Si les
contestan que no, replicarán: pues el sábado nos dejaste comer con la mano las
lentejas y nos dijiste que teníamos autonomía culinaria. Los niños entienden de
maravilla las normas, igual que muchos mayores, al menos los mayores que no son
jueces de altísimos tribunales. Esa casa será un despelote y lo de que en ella
haya normas en la mesa será un decir.
Pues
con la Constitución, el Tribunal Constitucional y el control de constitucionalidad
de las leyes pasa lo mismito. No hay más Constitución que lo que dicen las
normas constitucionales. A veces hace falta interpretarlas, pues surgen
dudas razonables sobre lo que significará tal o cual palabra o expresión. Por
ejemplo, y siguiendo con nuestra comparación, es difícil saber dónde está la
frontera entre hablar muy alto y gritar. Eso le compete al tribunal y él
precisará lo impreciso. Precisar lo impreciso se llama interpretar, y lo hacen
los abuelos cuando establecen que si las voces de la conversación se escuchan
desde las habitaciones, eso ya es gritar. En cambio, si deciden que hablarle
bajito a otro al oído también es proferir un grito, debido a la proximidad de
la oreja del receptor, no están interpretando, están añadiendo, porque les da
la gana, una norma completamente nueva.
En
la vida ordinaria nos entendemos así, y porque así funcionamos con toda
naturalidad podemos atenernos a reglas y coordinamos nuestras acciones y
comportamientos sin demasiadas dificultades. En el Derecho muchas veces son de
otro modo las cosas, pues se ha convertido en un arcano independiente de las
palabras y las expresiones y cuyo sentido para cada ocasión disponen con gran
libertad los abuelos; quiero decir, los jueces y tribunales. Por ejemplo, ni
todo lo que dice la Constitución es constitucional ni todo lo constitucional
está dicho por la Constitución. Los que saben en verdad cuál es el contenido
íntimo, recóndito, de la Constitución son los tribunales constitucionales. Así
que la única norma que rige en aquella familia de nuestro caso es la que fija
la competencia dirimente de los abuelos, y la única norma constitucional que es
tomada al pie de la letra y con la que no admiten bromas las cortes
constitucionales es la que dispone la competencia suprema de la las propias cortes
constitucionales.
Por
eso, antes de nombrar a los abuelos valedores de las normas familiares conviene
comprobar si están bien de la cabeza o si no querrán ajustar cuentas al yerno o
la nuera, aprovechando la candidez de los niños y sus naturales y disculpables
egoísmos. Y por eso también los partidos y los gobiernos luchan a brazo partido
para controlar férreamente el nombramiento de los magistrados constitucionales
o para que la independencia judicial sea relativa y como un decir. Porque no
confían en la Constitución como tal, para nada, sino que buscan a quienes los
ayuden a hacérsela a su medida, como un traje que les siente de perlas. Es como
si los padres sobornaran a los abuelos y les pusieran un coche y unos mayordomos
para tenerlos contentos y que les dieran caña a los hijos díscolos.
En
las familias suele haber seriedad bastante, a pesar de la tendencia de muchos
abuelillos a alcahuetar a sus nietos. En el Derecho, hoy, es distinto, muy distinto.
5 comentarios:
genial.
El denominado activismo judicial, ya sea por razones ideológicas o de pura conveniencia política, mina los cimientos del Estado de Derecho y por supuesto la seguridad jurídica.
Excelente. Pero puedes plantearte que es lo que pasa si pertences a una organización (p.e. un partido político)e intentas hacer cumplir lo que en los estatutos viene negro sobre blanco. ¿Que ocurre cuando -continuando tu metaáfora-no son los abuelos sino los bisabuelos los que interpretan las leyes)
Ya lo dijo R. Dworkin: Las Cortes son las caitales del imperio de la justicia y los jueces son sus príncipes, pero no sus adivinos y profestas.
Excelente metafora Dr. Garcia Amado, comprende totalmente su mensaje de como los abuelos (tribunal constitucional) tergiversan siempre el sentido de las normas a su parecer, es difícil controlarlo. Siempre van a existir gabelas políticas diciendo que hacer o no que hacer a los tribunales teniendo en cuenta que estos cambian de parecer constantemente porque por supuesto son unos legisladores positivos y nada que hacer!.
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