15 noviembre, 2012

De la fonda al fondo. Por Francisco Sosa Wagner



Con las estrellas de los hoteles se han perdido los grados, que el lenguaje hacía bien explícitos, en que antiguamente se dividían estos establecimientos y que iban desde la fonda al hotel propiamente dicho pasando por la posada o la pensión. “Vivir de fonda” es algo que todavía se practicaba en los años cincuenta del pasado siglo y “estar de pensión” era propio de estudiantes desplazados que eran muchos cuando no existían más que doce o trece Universidades en toda España como antes era la casa de pupilaje del Buscón. 

Las fondas -como las posadas ligadas al servicio de postas- salen mucho en las novelas antiguas y despiden un olor a guiso, a cocina de muchas fritangas, a comedor con una mesa larga en la que convivían el trajinante con el maestro acabado de llegar o el cura y a veces personajes más aventureros, pongamos un titiritero o un trotamundos. El ama o la criada iban y venían con los pucheros y en ese trajín anotaban  las amistades y las enemistades que se iban tejiendo entre sus pupilos que a veces fructificaban en amoríos fugaces o consistentes y sacramentados por todo lo alto y a golpe de incensario.

¿Quién va hoy a una fonda? Nadie imagina que un “tour operator” ofrezca en sus programas una fonda pues se consideraría una ofensa a los modernos viajeros tan atildados como nos hemos hecho y con ese golpe de cursilería que gastamos al distinguir añadas por el olfato y al saber calificar los platos que llaman “de autor”.

Pero el lenguaje crea sus compensaciones y ya que no hay fondas tenemos fondos: fondos de rescate, fondos del mecanismo de estabilidad financiera, de garantía salarial, de inversión mobiliaria e inmobiliaria, de pensiones, de riesgo, de muy alto riesgo ... y el gran fondo que en rigor es un hondón sin fin, el Fondo monetario internacional, en cuyos muros lloran como plañideras todos los gobernantes arruinados del mundo. Allí pasan el platillo de la misericordia como el desahuciado de la sociedad lo hace a la puerta de la catedral. Vivimos pendientes del fondo y ¡ay cómo se desfonde el fondo o como toquemos fondo! Si tal ocurre, todo se habrá ido precisamente al fondo.

Así como en materia de fondas hemos perdido, en achaque de fondos hemos ganado en barroquismo. Pues hasta hace bien poco los únicos fondos eran los “de reptiles” que existían en todos los ministerios para retribuir la zalamería que un plumilla dirigía a un diputado de la mayoría o al ministro. Entre los papeles del ilustre prócer asturiano José Posada Herrera, ministro de la Gobernación en el siglo XIX, yo encontré los recibos de las cantidades que don José hacía llegar a honrados padres de familia que habían de poner su pluma, buril pensado para cincelar delicados sonetos, al servicio de un idiota que, en una carambola de gobierno, se había hecho con la cartera de Fomento. A Max Estrella, en las Luces valleinclanescas de Bohemia, su amigo el ministro le ofrece una cantidad procedente del socorrido fondo de reptiles, que Max acepta asegurando que es un canalla y además porque no quería salir de este mundo sin poner la mano en el dichoso y codiciado fondo. Y es que como hay un socorro “rojo” debe haber -y a mucha honra- un socorro de bohemiazos sin remedio.

Se advertirá cómo el lenguaje se desvanece entre tecnicismos de badulaques porque ¡qué acierto lingüístico unir a los reptiles con los dineros oscuros! Hoy sin embargo empleamos términos embrollados como el rescate, la estabilidad, la inversión, el riesgo y por ahí seguido para designar un enredo opaco y laberíntico en el que vivirían bien a gusto los reptiles.

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