Con las estrellas de los hoteles
se han perdido los grados, que el lenguaje hacía bien explícitos, en que
antiguamente se dividían estos establecimientos y que iban desde la fonda al
hotel propiamente dicho pasando por la posada o la pensión. “Vivir de fonda” es
algo que todavía se practicaba en los años cincuenta del pasado siglo y “estar
de pensión” era propio de estudiantes desplazados que eran muchos cuando no
existían más que doce o trece Universidades en toda España como antes era la
casa de pupilaje del Buscón.
Las fondas -como las posadas
ligadas al servicio de postas- salen mucho en las novelas antiguas y despiden
un olor a guiso, a cocina de muchas fritangas, a comedor con una mesa larga en
la que convivían el trajinante con el maestro acabado de llegar o el cura y a
veces personajes más aventureros, pongamos un titiritero o un trotamundos. El
ama o la criada iban y venían con los pucheros y en ese trajín anotaban las amistades y las enemistades que se iban
tejiendo entre sus pupilos que a veces fructificaban en amoríos fugaces o
consistentes y sacramentados por todo lo alto y a golpe de incensario.
¿Quién va hoy a una fonda? Nadie
imagina que un “tour operator” ofrezca en sus programas una fonda pues se
consideraría una ofensa a los modernos viajeros tan atildados como nos hemos
hecho y con ese golpe de cursilería que gastamos al distinguir añadas por el
olfato y al saber calificar los platos que llaman “de autor”.
Pero el lenguaje crea sus
compensaciones y ya que no hay fondas tenemos fondos: fondos de rescate, fondos
del mecanismo de estabilidad financiera, de garantía salarial, de inversión
mobiliaria e inmobiliaria, de pensiones, de riesgo, de muy alto riesgo ... y el
gran fondo que en rigor es un hondón sin fin, el Fondo monetario internacional,
en cuyos muros lloran como plañideras todos los gobernantes arruinados del
mundo. Allí pasan el platillo de la misericordia como el desahuciado de la
sociedad lo hace a la puerta de la catedral. Vivimos pendientes del fondo y ¡ay
cómo se desfonde el fondo o como toquemos fondo! Si tal ocurre, todo se habrá
ido precisamente al fondo.
Así como en materia de fondas
hemos perdido, en achaque de fondos hemos ganado en barroquismo. Pues hasta
hace bien poco los únicos fondos eran los “de reptiles” que existían en todos
los ministerios para retribuir la zalamería que un plumilla dirigía a un
diputado de la mayoría o al ministro. Entre los papeles del ilustre prócer
asturiano José Posada Herrera, ministro de la Gobernación en el siglo XIX, yo
encontré los recibos de las cantidades que don José hacía llegar a honrados
padres de familia que habían de poner su pluma, buril pensado para cincelar
delicados sonetos, al servicio de un idiota que, en una carambola de gobierno,
se había hecho con la cartera de Fomento. A Max Estrella, en las Luces
valleinclanescas de Bohemia, su amigo el ministro le ofrece una cantidad
procedente del socorrido fondo de reptiles, que Max acepta asegurando que es un
canalla y además porque no quería salir de este mundo sin poner la mano en el
dichoso y codiciado fondo. Y es que como hay un socorro “rojo” debe haber -y a
mucha honra- un socorro de bohemiazos sin remedio.
Se advertirá cómo el lenguaje se
desvanece entre tecnicismos de badulaques porque ¡qué acierto lingüístico unir
a los reptiles con los dineros oscuros! Hoy sin embargo empleamos términos
embrollados como el rescate, la estabilidad, la inversión, el riesgo y por ahí
seguido para designar un enredo opaco y laberíntico en el que vivirían bien a
gusto los reptiles.
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