Después
de lo que en Faneca y aquí se recogía el otro día sobre las resoluciones
idénticas de distintos recursos ante el Consejo de Universidades en temas de
acreditación para profesor titular y catedrático de universidad, empiezan a
llegarnos más de esos papelillos iguales, y dentro de poco tendremos una buena
colección. Es más, hasta colegas que han pasado algún rato en las tripas del
sistema nos escriben para contarnos experiencias de la más pura corrupción.
Miren este fragmento de un mensaje de estos días:
“Luego
están los rectores y su comisión decisora. De cine. A veces se ponen exquisitos
y obligan a evaluar una y otra vez a un candidato, no se sabe por qué razón.
Una vez reevaluamos a una persona que siempre
estuvo en política y que presentaba méritos posteriores a la entrada del
expediente en ANECA, y había que reevaluarla otra vez y otra vez, supongo que
hasta que pasara, o hasta que la acreditasen ellos, cosa que también han hecho
cuando han querido, sin razón alguna, con personas que, evidentemente, les eran
especialmente caras”.
Por
cierto, no es esta la primera vez que alguien que bien lo sabe me cuenta sobre
los misterios de esas comisiónes del Consejo de Universidades que resuelven las reclamaciones
contra las resoluciones de la ANECA. Al parecer, sucede a veces que el recurso
viene “de arriba” aceptado, sin pasar por la comisión o sin darle a ésta
ocasión para decir ni pío. ¿Que quiénes son esos de arriba? Rectores, hijo mío,
rectores. Hay rectores buena gente y buenos gestores, y alguno de ese aceptable
percal he conocido yo mismo, palabra. Pero la mayoría y en su conjunto
constituyen una de las mejores muestras que este país ha dado de corrupción, villanía,
ignorancia e indecencia. Y mira que hay mucho de eso y da para comparar, pero,
con todo y con esas, a los rectores es muy difícil superarlos. ¿Se imagina
usted, querido lector, que un hijo suyo le viene con que quiere ser rector
universitario en estas tierras? Si es mío, lo corro a gorrazos, palabra.
En
verdad, todo esto es más que sabido y a buenas horas nos vamos a rasgar las
vestiduras. Podemos hacernos los tontos hasta el día del Juicio Final por la
tarde, pero todos sabemos de sobra cómo va el negocio y de qué manera se opera.
Cuidado, no se trata de que todas las resoluciones negativas o positivas de la
ANECA en materia de acreditaciones hayan sido injustas; para nada, no es eso. Pero
que en algunos casos el acierto haya sido pleno no quita para que exista una
total falta de transparencia y una arbitrariedad que en muchas ocasiones es
pasmosa y totalmente evidente. Como asombrosa es la impunidad. Tampoco es que al
criticar este sistema en funcionamiento se esté añorando cualquiera de los
pasados. En el pasado también predominaban la corrupción o las corruptelas y
los resultados solían ser igual de arbitrarios o más. Mire usted, de su
disciplina, la lista de catedráticos que llevan en el cargo más de diez años,
valore, piense en cómo llegaron muchos de ellos y con qué méritos, y después
hablamos. En todas las disciplinas o materias hay como mínimo entre un cinco y
un diez por ciento de titulares y catedráticos que son verdaderos inimputables,
oligofrénicos de libro, incapaces sin vuelta de hoja, vagos con alevosía. Y he
puesto un porcentaje bien bajo para que no me vengan con que exagero. Exagero,
sí, pero a la baja. La pregunta es esta: ¿quién los puso ahí, en qué tipo de
concursos y con qué sistema de acceso? No, de nostalgia del pasado, ni un
ápice.
Algo
hay bastante novedoso en estos últimos años: prácticamente nadie ignora los
fallos del sistema de acreditación, todo el mundo conoce manifiestas
arbitrariedades y raro es el que no ha visto o tiene quien le cuente indecencias
evidentes. Eso por un lado. Y, por el otro, jamás ha sido tan escasa la
resistencia y nunca han sido tan pocos los dispuestos a saltar a la palestra o
ponerse bajo los focos para denunciar lo obviamente denunciable y criticar lo
que en justicia sea criticable. ¿Por qué? Si quieren, y para abreviar, hablamos
nada más que de catedráticos, de quienes ya lo son y en teoría poco tienen que
perder si levantan la voz o destapan alguna fechoría bien clara.
Ahí
se halla lo especial del caso, en que hasta los que sobre el papel nada pueden
perder se mueren de miedo o, más suave dicho, se pasan de prudentes, no vaya a
ser qué. Ese debería ser el lema profesional del profesorado universitario
funcionario: no vaya a ser. No vaya a
ser que mi crítica perjudique a ese discípulo que está pendiente de acreditarse;
no vaya a ser que le parezca mal al discípulo que se acreditó ayer; no vaya a
ser que hiera al colega que está en tal o cual comité o comisión; no vaya a ser
que me rebote a mí un trompazo en no sé qué evaluación a la que yo he de presentarme,
como la de los sexenios; no vaya a ser que mi rector se moleste y me retire la
financiación para el cambio de manillas de las puertas de mi despacho; no vaya
a ser que en el partido interpreten que estoy en contra del ministerio o el
ministro o a favor del ministerio o el ministro; no vaya a ser que unos piensen
que soy de tal partido o los otros crean que coqueteo con el otro; no vaya a
ser que alguien se vengue dejándome sin el próximo proyecto de investigación que
solicite; no vaya a ser que alguno se ponga a mirar con lupa tales o cuales
papeles míos; no vaya a ser, ay, que no me llamen a mí para formar parte de la
próxima comisión evaluadora de esto o de lo otro; no vaya a ser, ay, que no sea
yo mismo, en carne mortal, de los que revisan tal cosa o evalúan tal otra por
designación de una agencia estatal, autonómica, parroquial, de barrio, de mi
portal… No vaya a ser, sobre todo y por encima de todo, que me quiten esas
cuatro perras que pesco acá o allá o que me vea privado de ese mezquino poder
consistente en que puedo meterle un leñazo a un discípulo de mi enemigo de
siempre, pero estando mi nombre oculto y mi responsabilidad disfrazada de
anonimato y confidencialidad.
Como
ratas. Peor que ratas. Putas baratas. Aplíquenmelo en lo que corresponda, no
seré distinto ni deja de ser verdad la noticia, si lo es, cuando muere el
mensajero. Estamos hablando de por qué transigimos, toleramos, participamos y
ni nos rebelamos ni denunciamos fuera de las cafeterías del campus.
En
suma, el gran éxito del sistema político-académico viene de la sutil capacidad
para dividirnos, para dividir al profesorado. Por un lado, haciendo que
perdamos el culo y la honra por cuatro perrillas y un par de noches de hotel.
Por otro, con mayor sutileza, alimentando nuestra mezquina soberbia con esa
canallesca sensación de poder flácido, con el placer impotente de evaluar embozado,
sin dar la cara; o dándola solo cuando confidencialmente telefoneamos al
evaluado o a su maestro para que quede claro que fuimos nosotros los benefactores
y que nos deben una. Por último, alimentándonos el miedo al otro y el miedo a
todos, pues nunca sabes quién va a evaluar algo tuyo o lo estará evaluando
ahora mismo. Achanta, que algo sacarás o alguna migaja pillarás de las que a
los cerdos tiren sus dueños.
Decíamos
antes que, como tónica general y excepciones salvadas, los rectores son la hez
y bien demostrado lo tienen. Ellos han peleado más que nadie contra cualquier
intento de adecentar las universidades. Pero a ellos los hemos ido eligiendo
nosotros, bien a sabiendas, queriéndolos de nuestra camada, buscándolos ligeros
de cascos y bien libres de escrúpulos. La crítica, a rectores, a ministros, a
altos cargos de gobiernos centrales o autonómicos, no tiene que empañar la
necesaria autocrítica, la asunción del innegable hecho de que (casi) todos
hemos intentado aprovecharnos de las miserias del sistema y de sus más oscuros
recovecos de inmoralidad y mafia. A unos les ha salido mejor y peor a otros,
con unos se habrá hecho justicia y arbitrariedad con otros, pero nadie debería
valorar el casino por el color de la bola que le tocó cuando apostó más fuerte.
Porque lo terrible es que el sistema de
acreditación ni está pensado para hacer justicia ni para aumentar la calidad de
las universidades ni para incentivar el trabajo bien hecho de los profesores, a
lo que se suma que la mayoría de los que lo aplican o aplicamos cuando nos toca
tampoco vemos más allá de nuestras narices y de nuestros más pedestres y
míseros intereses o de nuestros compromisos más rastreros.
El
problema es moral y por eso no lo puede resolver ninguna reforma institucional ni
cambio jurídico de ningún tipo. O, por lo menos, debemos ser conscientes de
dónde debe ponerse el punto de mira para cualquier intento serio de transformación
del profesorado universitario y de sus modos de selección, si lo hubiera. En tres puntos: qué
hacer con los ignorantes, vagos e impresentables que ya están dentro y tienen
atoradas las plantillas, cómo recuperar y animar a los buenos y honestos que
todavía pueden ser salvados y ascendidos y de qué manera conseguir que paguen
por sus culpas los que, al evaluar y seleccionar, prefieren a los peores o se
venden por un plato de viles lentejas.
En
efecto, no hay esperanza. Ni narices.
5 comentarios:
Después de leer lo que ha soltado Maruja Torres sobre periodismo, periodistas y figurones periodísticos, recapacito y veo que habas cuecen en todas partes y en cualquier oficio. Aquí:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5321
Efectivamente: esto que tan magistralmente ha expuesto usted en su entrada es un mal de España, en general. Y de todos los tiempos de España, no sólo de ahora. Por eso no tiene remedio (a no ser que desaparecieran de repente todos los españoles y sus idiosincrasias -y formas de implantarlas en sus tiernos infantes- y fuera el territorio repoblado por otro tipo de gente).
Pero si a Maruja y compañía les pasa lo mismo que a ustedes !!! Son solo las victimas en este corrupto sistema que les obligo a escoger trinchera después del 78 y desde entonces les tienen separados, guerreando, sin hacer mucho ruido, y sin ganas ni valor para denunciar al sistema "No vaya a ser...".
Estimado profesor,
No considero (ni extraigo de su artículo) que la causa sea el "divide y vencerás". Se puede resumir perfectamente en la fórmula que tan atinadamente usa: la universidad es una institución [entre tantasa otras] integrada por proxenetas y "putas baratas". Y con eso queda dicho todo.
Como dice el primer anónimo, la solución de España: la repoblación. O, como decía el añorado Leonardo Sciascia, el aeropuerto.
Salud y serenidad.
Estimado profesor:
Y ¿porqué no persiguen la excelencia, "prima facie" para ustedes y su desempeño diario, después para el sistema en el que están incluidos, y en último lugar para aquellos a los que otorgan el título?
La pregunta con la que comienza su post tiene semilla de respuesta. Desde el momento en que abandonaron la búsqueda de la excelencia se autocondenaron al pasalavidafelizmentesihayamor de Luis Aguilé, los de la silla despachera, o todo lo más a contertulio, o politiquillo procaz, los que tuvieran vis pública.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta, a lo lejos.
Un saludo.
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