En
un buen
artículo de El País, vuelve hoy Rafael Argullol al comentario de nuestra
catástrofe educativa. Tal como él interpreta los últimos datos publicados, y no
creo que los interprete mal, buena parte de la sociedad española es medio
analfabeta, poco menos que analfabeta funcional, con muy escasa capacidad para
comprender textos escritos, para hacer
cálculos elementales o para explicar cualquier cosa de la ciencia natural alguna.
Universitarios incluidos, añado yo. Y añado más: profesores universitarios
incluidos.
Si
los diagnósticos tan negros son ciertos, y lo son, y al margen de qué vamos a
esperar en una sociedad gobernada por indocumentados y en la que los ejemplos
más resaltados vienen de chorizos sin luces, pero con cazurrería y mala baba,
la pregunta para nota es quién le pone el cascabel al gato y de dónde puede
partir la regeneración educativa. Dónde están, en suma, los capaces y que no
sean ellos mismos víctimas, responsables o beneficiarios del sistema, dónde los
que puedan volver a poner orden en tanto desmán en todos los niveles de la
educación.
Lo
primero que le pasa al que está a oscuras desde siempre es que se acostumbra a
la penumbra y no echa en falta la luz que no conoce. Por eso casi siempre me
sabe mal el ensañamiento con los estudiantes. Cómo le cuenta usted a un
estudiante universitario que se pierde un buen disfrute si no es capaz de leer
a Platón entendiendo alguna cosa, o que puede dar más placer y más genuino
visitar una exposición de Rembrandt que ponerse hasta arriba de vino barato o
gritar ante el televisor cuando hay fútbol, todos los días. Cómo le hace usted
ver que, ya puestos a tener curiosidad por algo, da más gusto del bueno y
estimula más estar al tanto de los últimos avances científicos o de la nueva
novelística latinoamericana que averiguar si doña Letizia se operó la nariz o de
si Angelina Jolie adopta un niño turco. Viene a resultar tan cruel como
explicarle a un pobre de solemnidad lo rico que está el caviar auténtico y
reprocharle que no lo cene más a menudo. De donde no hay no se puede sacar,
decían en mi pueblo, y muchos dañados por el sistema educativo y por la
estulticia socialmente imperante no tienen con qué, porque nadie se lo ha dado
y hasta porque se lo hurtaron cuando lo pedía o estaba en buena disposición.
Ellos, los estudiantes, no son apenas culpables y, desde luego, no vamos a
rogarles a ellos que se pongan a protestar para que alguien los obligue a
estudiar lo que ya no están en condiciones de asimilar. Démosles unos títulos y
que arreen para el andamio o la emigración.
¿El
profesorado? ¿Cuál profesorado va a demandar para sí mayor exigencia, mejor
esfuerzo o que se le valore por resultados reales y no por las pamplinas de las
que dependen ahora los complementos y la productividad? ¿Cuántos profesores
universitarios, por seguir con la universidad en los ejemplos, leen alguna vez
un periódico o se preocupan por cuestiones políticas que no tengan que ver con
su sueldo o con las consignas de su ideología partidista de chichinabo? ¿Quién
entre el profesorado va a quemarse exigiendo que se expediente al compañero
incumplidor o que se ponga de patitas en la calle al colega que es un perfecto
berzotas y se desentiende de sus obligaciones, de la tarea por la que le pagan?
Déjenme
que les cuente un caso real. De una universidad que conozco un poco me contaron
el otro día el siguiente caso. Un profesor de asignatura muy importante tenía
encomendado un curso entre septiembre y mediados de enero. Es de todos sabido,
y sus estudiantes lo cuentan a quien quiera escucharlos, que no explica nada de
nada, que gasta las horas en memeces, que no tiene ni lejanísima idea de la
materia que debería dominar. Nada de nada, y cuando digo nada, digo
absolutamente nada. Cero, ni un barniz, ni la puntita siquiera. Pero como
además de ignorancia se gasta descaro, a primeros de diciembre, casi a mitad
del periodo lectivo de su asignatura, les dice a los alumnos que ya está bien y
que se hartó de que vayan tan pocos a clase y que da por terminado el curso y
hasta aquí hemos llegado. Que no vuelvan, vaya, que ni una lección más ha de
contarles. Los estudiantes se quejan, perciben perfectamente el timo y la
ilegalidad, y hablan con distintos responsables académicos. Consternación. Se
les indica a los discentes que bueno, que protesten, como si no estuvieran
protestando ya al delatar al felón. Se les da la razón con la boca pequeña, se
pasan la pelota los distintos jugadores y no ocurre nada más. Aquí paz y
después a los estudiantes que les den morcilla. Ya te digo. Es un compañero,
caray. A lo mejor hasta tiene libertinaje de cátedra, sagrado derecho. Y si se
le da una patada en el culo, a ver quién se hace cargo de sus clases. Sólo
faltaba. Además, como se empiece a tirar de la manta, vaya usted a saber en qué
acabaremos. En esa misma facultad hay otros que toda la vida han terminado la
explicación de su extenso programa un mes antes de la fecha marcada. Otro dejan
copiar en los exámenes, algunos se fuman horitas de docencia con variados
pretextos. Y así. Aquí paz y después gloria y que decida la autoridad. ¿Cuál
autoridad? Otra autoridad, yo no, mi amol.
Y
a la autoridad llegamos. La autoridad unas veces necesita el voto hasta de los
mangantes, otras veces es de su misma cuadra o escuela, en ocasiones, muchas, procura
que los problemas bajo su gestión no se conozcan, pues tiene el ojo echado a
otros cargos o a un futuro en otros lugares y en diferentes gobiernos. La
autoridad hoy, en educación y en casi todo, pugna por ser irresponsable y lo
consigue. No se gobierna para gestionar, se gestiona para tener gobierno y
aumentarlo. El mérito mayor consiste en ser dócil y en ponerse retozón ante
instancias más altas que también son dóciles y mueven el culete con los de el
escalón siguiente. Es un peculiar efecto piramidal, una casa de lenocinio con
jerarquías como Dios manda, y trepan más arriba los que venden la institución
que sea por un plato de lentejas, los soberbios indecentes. Sálvese quien
pueda.
No
hay reforma social posible, ni en educación ni en nada, sin una masa crítica
que la demande y sin una cierta vanguardia que la imponga. Y aquí la masa es
masa, pero no es crítica, y las vanguardias se han puesto a hacer la calle
exhibiendo la retaguardia. Los estudiantes no pueden, porque no saben, los que
sabrían no quieren y se hacen los locos y los “coleguis” de todo el mundo, los
que gobiernan no lo ven tan mal, pues si ellos llegaron a donde llegaron será
que no hace falta para triunfar estar bien formado o tener una mínima cultura. ¿Cómo
diantre vamos a reformar en serio la educación o cualquier cosa?
Pruebe,
pruebe usted a llegar a su colegio, su instituto o su facultad universitaria y
a proponer que le voten para algo con un programa serio y que busque para los
estudiantes una formación como es debido. Verá lo que le dice todo el mundo,
desde el rector hasta el último mindundi, verá cuántos votos consigue.
5 comentarios:
No es que la caída del comunismo histórico haya acabado con la guerra de clases. Simplemente la ha anticipado a la escuela.
Salud,
Sin palabras, siempre pasa lo mismo, no hay consciencia ni valoran su trabajo ni reconocen la gran responsabilidad que se les ha encomendado, con sus excepciones claro. Es una lástima.
En su Universidad pasa lo mismo con varios profesores, hasta el punto de hablar con los responsables del departamento y que estos reconozcan que no se puede hacer nada, que estos sinvergüenzas han conseguido su plaza y que de ahí no les mueve ni Di.. ni el rector.
Conclusión: Alumnos felices por la sencillez con la que se aprueba una de las asignaturas más complicadas de la carrera. Alumnos destinados al andamio con un titulo que carece de valor real, con lagunas más grandes que las de Villafáfila.
Otros alumnos que se han de aprender la materia sin el más mínimo apoyo del profesor encargado (mayormente porque este desconoce prácticamente la totalidad de la materia que "imparte").
Profesores que cobran por perjudicar, no trabajar y condenan a los alumnos a no trabajar, pero curiosamente, esta vez sin cobrar.
Y ya como curiosidad, en el sistema de evaluación docente que hay en la ULE, los profesores cobran un plus o no en función de la valoración obtenida por los alumnos. Esto significa que al profesor exigente, que hace que el alumno tenga que esforzarse ligeramente se ve perjudicado, mientras que el que hace una bazofia de examen y exige por debajo del mínimo y así la mayoría obtiene unas calificaciones que se caga la perra, es premiado con ese "plus".
Saludos, nos vemos bajo un puente dentro de pocos años.
¿Docencia y en la universidad española?, pero no ve que todos los profesores andan en sesudas investigaciones para obtener los prestigiosos tramos de investigación; no querrá usted que pierdan el tiempo preparando un programa e impartiéndolo. ¿Atención y respeto a los alumnos?, ja, ja, ja....es usted todo un humorista.
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