Alguien escribirá algún día la historia universal de la torpeza y tendrá que dedicar un capítulo especial a la esta Administración estadounidense. Es difícil imaginar una mayor cadena de despropósitos. No dan una. Sus estrategias, tácticas y concretas acciones se las diseña el enemigo. Un día se descubrirá que tienen infiltrados en las altas esferas varios agentes "enemigos" haciéndoles la cusca y llevándoles a la metedura de pata sistemática, y nos partiremos de risa. Porque cuesta creer que sea todo mérito del cantamañanas de su Presidente.
Este que escribe no tiene ni un pelo de antinorteamericano. Cree bastante en la que venía siendo sólida democracia gringa, con todas las carencias que se quiera, pero ejemplar en mucho. Cree que Europa debe bastante al sacrificio norteamericano en momentos dramáticos de nuestra historia, que la libertad de este lado subsistió gracias a ellos en buena parte. Lo que queramos. Pero esto que está ocurriendo no tiene presentación, como dirían en Colombia. No puede ser. Los errores garrafales en su agresiva y errática política exterior son constantes, evidentes, sangrantes. Están haciendo del mundo un avispero sin solución, están ayudando a cavar la tumba de toda una civilización, tal cual. Pero no se quedan contentos con eso, tienen que hundirse también con las bobadas, tienen que dilapidar su crédito hasta en los más pequeños detalles.
Lo del canciller venezolano es de esperpento. Dicen que así se las ponían a Felipe II, que ahora será Chávez I. Cómo es posible que, si no quieren a Chávez, le den argumentos tan buenos. Chávez a mí me parece un sujeto lamentable. Si esa es la esperanza de la izquierda latinoamericana, apaga y vámonos. La esperanza, en lo que valga, la representan Lula, Bachelet y algún otro. Chávez no, me parece. Pero, caramba, que no le den más alas si están en su contra, por las razones que sean, y aunque no sean las nuestras.
Llueve sobre mojado, la cosa no es de ahora. Vamos a las pequeñas anécdotas de uno. En mis primeros viajes a Centroamérica, hace todavía pocos años, viajaba vía Miami. Cada vez que ahora mi invitan pongo a los anfitriones que me gestionan el billete aéreo una condición innegociable: yo no vuelo más por Miami. Uno, a estas edades, ya no está para aguantar humillaciones gratuitas. Admito con el mejor talante que me hagan en cualquier parte abrir la maleta, que me obliguen a quitarme los zapatos, que me pregunten cosas razonables. Ningún problema. Pero vejaciones morales porque sí, no. La última vez, y última por mucho tiempo, el policía de aduanas me tuvo cinco minutos retenido en su ventanilla, preguntándome con insistencia si tenía antecedentes policiales en Estados Unidos. Y yo erre que erre en la verdad, que no, que jamás de los jamases había pisado más tierra de ese Estado que el aeropuerto de Miami en alguna escala anterior. Como si nada, vuelta a empezar, una y otra vez. Cómo se lo diría yo, carajo. Y todo eso después de cuatro horas haciendo colas. Le dan a uno un impreso complejísimo, uno lo rellena esmerándose en la buena letra. Cuando lleva una hora en la fila, llega una funcionaria que dice a ver el impreso. Y, vaya, resulta que una de las aspas en una de las casillas se sale un pelín del cuadradito correspondiente. Que rellene otro impreso, que eso no vale, y que al final de la cola otra vez. Y de nuevo se me sale del renglón el palote de la te. Mierda. A empezar de nuevo. Cuando cada letra encaja al fin en su casilla y llego al control final, la historia referida, que si tengo antecedentes. A la porra. Y con toda la angustia de que estoy a punto de perder el enlace. Qué he hecho yo para merecer esto. Algún masoca se pondrá contentísimo. La gente normal se cisca hasta en los padres de esa patria. Y todo por una puñetera escala sin salir del aeropuerto.
En esa ocasión viajaba a El Salvador. Y allá me entero de que lo mío no había sido nada, modestísimo mortal al fin. En una recepción en la embajada de España descubro unos días después, por boca de nuestro embajador, lo que le había ocurrido a éste, que, por lo visto iba en mi mismo vuelo, la mar de tranquilo con su pasaporte diplomático. Resulta que el buen hombre salía con gafas en su foto del pasaporte y recientemente se había operado de miopía. Ya no llevaba gafas. Pecado mortal. Un montón de horas retenido, hasta que perdió el avión a San Salvador. De qué me quejo, ciudadano de a pie sin más atributos que mi honor exangüe.
Ese país grandioso se ha convertido en unos pocos años de nada en un Estado gilipollas. Tal cual. Se impone enriquecer el léxico de la Ciencia Política con nuevas categorías de este tipo. No hay tu tía. Lo que es, es.
Este que escribe no tiene ni un pelo de antinorteamericano. Cree bastante en la que venía siendo sólida democracia gringa, con todas las carencias que se quiera, pero ejemplar en mucho. Cree que Europa debe bastante al sacrificio norteamericano en momentos dramáticos de nuestra historia, que la libertad de este lado subsistió gracias a ellos en buena parte. Lo que queramos. Pero esto que está ocurriendo no tiene presentación, como dirían en Colombia. No puede ser. Los errores garrafales en su agresiva y errática política exterior son constantes, evidentes, sangrantes. Están haciendo del mundo un avispero sin solución, están ayudando a cavar la tumba de toda una civilización, tal cual. Pero no se quedan contentos con eso, tienen que hundirse también con las bobadas, tienen que dilapidar su crédito hasta en los más pequeños detalles.
Lo del canciller venezolano es de esperpento. Dicen que así se las ponían a Felipe II, que ahora será Chávez I. Cómo es posible que, si no quieren a Chávez, le den argumentos tan buenos. Chávez a mí me parece un sujeto lamentable. Si esa es la esperanza de la izquierda latinoamericana, apaga y vámonos. La esperanza, en lo que valga, la representan Lula, Bachelet y algún otro. Chávez no, me parece. Pero, caramba, que no le den más alas si están en su contra, por las razones que sean, y aunque no sean las nuestras.
Llueve sobre mojado, la cosa no es de ahora. Vamos a las pequeñas anécdotas de uno. En mis primeros viajes a Centroamérica, hace todavía pocos años, viajaba vía Miami. Cada vez que ahora mi invitan pongo a los anfitriones que me gestionan el billete aéreo una condición innegociable: yo no vuelo más por Miami. Uno, a estas edades, ya no está para aguantar humillaciones gratuitas. Admito con el mejor talante que me hagan en cualquier parte abrir la maleta, que me obliguen a quitarme los zapatos, que me pregunten cosas razonables. Ningún problema. Pero vejaciones morales porque sí, no. La última vez, y última por mucho tiempo, el policía de aduanas me tuvo cinco minutos retenido en su ventanilla, preguntándome con insistencia si tenía antecedentes policiales en Estados Unidos. Y yo erre que erre en la verdad, que no, que jamás de los jamases había pisado más tierra de ese Estado que el aeropuerto de Miami en alguna escala anterior. Como si nada, vuelta a empezar, una y otra vez. Cómo se lo diría yo, carajo. Y todo eso después de cuatro horas haciendo colas. Le dan a uno un impreso complejísimo, uno lo rellena esmerándose en la buena letra. Cuando lleva una hora en la fila, llega una funcionaria que dice a ver el impreso. Y, vaya, resulta que una de las aspas en una de las casillas se sale un pelín del cuadradito correspondiente. Que rellene otro impreso, que eso no vale, y que al final de la cola otra vez. Y de nuevo se me sale del renglón el palote de la te. Mierda. A empezar de nuevo. Cuando cada letra encaja al fin en su casilla y llego al control final, la historia referida, que si tengo antecedentes. A la porra. Y con toda la angustia de que estoy a punto de perder el enlace. Qué he hecho yo para merecer esto. Algún masoca se pondrá contentísimo. La gente normal se cisca hasta en los padres de esa patria. Y todo por una puñetera escala sin salir del aeropuerto.
En esa ocasión viajaba a El Salvador. Y allá me entero de que lo mío no había sido nada, modestísimo mortal al fin. En una recepción en la embajada de España descubro unos días después, por boca de nuestro embajador, lo que le había ocurrido a éste, que, por lo visto iba en mi mismo vuelo, la mar de tranquilo con su pasaporte diplomático. Resulta que el buen hombre salía con gafas en su foto del pasaporte y recientemente se había operado de miopía. Ya no llevaba gafas. Pecado mortal. Un montón de horas retenido, hasta que perdió el avión a San Salvador. De qué me quejo, ciudadano de a pie sin más atributos que mi honor exangüe.
Ese país grandioso se ha convertido en unos pocos años de nada en un Estado gilipollas. Tal cual. Se impone enriquecer el léxico de la Ciencia Política con nuevas categorías de este tipo. No hay tu tía. Lo que es, es.
4 comentarios:
Me pareció gracioso ayer cuando le preguntaron a Bush acerca del estado lamentable en el que se encuentra Iraq, y lo bombardearon con preguntas y comentarios al respecto y su única respuesta fue "son rumores, no has leído el informe, alguien que dice haberlo leído te contó eso, la información se filtra, blablabla, cuando leas el informe, me puedes hacer preguntas, pero antes, ni me digno a contestarte". Fantástico.
Me causa mucha tristeza EEUU. Nunca querría volver a vivir ahí según están las cosas.
Los vuelos Cancún-Madrid los vendían como "vuelos directos" aunque hacían escala en Miami porque era una "escala técnica" y sólo "de tránsito". Pero me acuerdo que igual tenías que coger el equipaje, pasar immigración, aduanas, volver a documentar, rellenar mil formularios, y te trataban como mierda por venir desde México... incluso siendo mitad gringa. ;-) Flipante. Empecé a volar Cancún-DF-Madrid, vuelo más largo, menos dolor de cabeza.
Y leí esto, que me pareció tristísimo.
Lorenia, no se sienta acosada, por favor, pero cada foto que nos muestra está cada vez más guapa.
Publicar un comentario