02 octubre, 2007

Un collar de cristales. Por Francisco Sosa Wagner

Los políticos nos prometen de todo: pisos, viajes, medicamentos estimuladores del rijo, aprobados en las asignaturas más enrevesadas, un decreto para el nene y la nena, cacahuetes, una ley para cada uno... Este debería ser el último y mejor invento que yo propondría para la próxima temporada primaveral de elecciones: nada de leyes generales, pensadas para los altos y los extremeños, los bajitos y los de Zaragoza, sino una para cada uno, individual e intransferible, no me digan que no sería magnífico y, encima, se daría así trabajo a todos esos parlamentos autonómicos que proliferan por España. Todos llevaríamos nuestra ley en la cartera, en formato papel o metida en la agenda electrónica en PDF, y la mostraríamos en los trances apreciables: para ligar, para viajar en el tren o para matricularnos de fotografía y cinefilia.

Pero el problema es que no solo los políticos nos ofrecen óbolos, bienes y favores, sino que a este festival se han apuntado también las empresas comerciales de todo tipo. De siempre había creído que los negocios consistían en el trueque por dinero de mercancías y servicios, sin embargo, a la vista de cómo anda el patio, preciso es pensar que también en esto estamos viviendo una revolución de dimensiones impredecibles.

Porque abrir el correo a diario se ha convertido en un ejercicio sublime de complacencia o de resistencia, según el talante de cada cual. Una editorial que edita libros serios me ofrece por el solo hecho de asistir a un acto de presentación de su nueva colección un precioso collar de cristales pero, si voy con mi pareja, además me darán una olla a presión que cuece las zanahorias en menos minutos de los que emplea en decir el credo un cura especialmente entrenado para el trance.

Pues ¿y la concesión de préstamos? Descuelga uno el teléfono y una voz nos anuncia la suerte que tenemos por haber recibido miles de euros que otorga, benéfica ella, la entidad crediticia más acreditada del mundo. O por haber sido agraciados con un piso en la isla de nuestros sueños -aquella en la que se ha prohibido la entrada a los secretarios de organización de los partidos- para disfrutar en ella esas épocas en que las noches se abren eminentes y los días se construyen amarrando luces y espumas.

Hace una semana me obsequiaron una vajilla completa y un juego de ajedrez de lo más aparente y prometedor. Cuberterías tengo una docena, las enciclopedias las amontono como si fueran garbanzos, igual me ocurre con los DVDs de cine, con las guías de viaje, con las camisetas, con las tarjetas visas oro que son tantas que a veces pico tarjetas como antes picaba aceitunas o galletitas.

La vida se parece cada vez más a una tómbola en cuyo tenderete cada uno se limita a recoger los regalos que le han tocado en suerte. Aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” ha pasado a la historia, ahora se gana el pan y la sobrasada dentro con solo atender a un agente comercial o asistir a un desfile de moda. Por lo que a mí se refiere, he adoptado ante este asalto de agasajos y dádivas una actitud complaciente, me he dejado querer y acepto lo que me echen. A veces pienso que se trata de un objeto para mí superfluo pero valoro el esfuerzo de quien regala y no me gusta desairar a mis semejantes.

Ahora bien, donde me he plantado y he ofrecido una actitud de abierta resistencia, ha sido ante la oferta de un curso de contabilidad. Y eso que abarcaba las muy regocijantes ramas de la contabilidad financiera y la de costes. Por benevolencia, he admitido cursos de jazz, de yoga, de halterofilia, de masajes en las plantas de los pies, pero, ah, la contabilidad, esta ¡no pasará! Uno puede admitir la prosa de la vida, sus miserias, pero la mortificación contable se queda para el infierno que, si se llama infierno, es porque la única lectura que existe es la de los libros de balances.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero, ¿es que este señor Sosa Wagner no tiene su propio blog?

Lopera in the nest dijo...

A la vista está que no, sr. curioso. En vez de tener un blog me da la impresión de lo que tiene son amigos, y claro, donde se pone un amigo (o amiga) que se quite un blog.