01 noviembre, 2008

La movida real

Hace falta ser muy monárquico en el fondo para dar tanta importancia a lo que diga una reina. Pasa como con la religiosidad, tan presente en los que se ponen de los nervios cada vez que los obispos dicen que en su boca está la verdad verdadera. A los descreídos nos cuesta más meternos en ese papel de fieles abnegados de la causa anti o la causa pro, extremos que se tocan por debajo de la mesa y se combaten en cruzadas bien similares. En otras palabras, que lo que la Reina pueda decir a favor o en contra del matrimonio homosexual o de la cría de lubinas en cautividad me parece la opinión de una señora que ocupa un cargo sin ser por ello ni más sabia ni más respetable que mi tía Obdulia y sin que su punto de vista me merezca mayor consideración que la del vecino del quinto. O sea, que se puede estar de acuerdo o se puede criticar, pero no por ser vos quien sois, sino por su contenido y la gracia que a cada uno le haga la afirmación en cuestión.
A lo mejor también tiene su fundamento la idea de que la persona que trabaja en un puesto como el de la Reina debe guardarse sus pensamientos y poner cremallera en su boca. Pero, en tal caso, se supone que tanto mal hace si critica el matrimonio homosexual como si lo alaba como conquista de la libertad y la igualdad. Es más, deberíamos replantearnos la formación de reyes y príncipes para que piensen poco, callen todo el rato y se limiten a posar en entrañables y muy humanas fotos de familia.
Dada la afición de este país nuestro a aplicar la ley del embudo, es más que probable que muchos de los que dicen ahora que tendría que haberse mordido la real lengua por razón de su lugar en el Estado ardieran de entusiasmo si hubiera manifestado que ya era hora de que los homosexuales pudieran sacar sus parejas del armario para meterlas en el Código Civil, y que los que defienden la libertad de expresión de la Reina griega le gritaran por qué no te callas.
Bien mirado, puestos a tener una cúpula del Estado silente y neutral, sería más práctico colocar ahí un tronco pintado, como el tótem de las tribus indias de América del Norte. La función sería idéntica y podríamos solazarnos al ver a los embajadores presentar sus credenciales ante esas figuras perfectamente hieráticas, o nos emocionaría contemplar tan mejestuosos objetos presidiendo la final de la Copa del Rey. Apuesto a que incluso la realeza, así entendida, aglutinaría más y mejor a los hombres y mujeres de esta nación plural y supercalifragilística, nación de naciones, de géneros y de variadas especies.
Hay que ser muy monárquico en el fondo para creer que lo que diga la Reina puede tener alguna influencia en la opinión pública, en la opinión de un público que ya bastantes quebraderos de cabeza se trae con la que está cayendo. Al pueblo sabio le interesa bastante más la nariz de Letizia que el pensamiento de la Reina. Así que dejémonos de discusiones teológicas y vayamos al grano.

3 comentarios:

Rafael Arenas García dijo...

Me gusta lo del tronco pintado. Esconde una verdad profunda, quizás varias. Hace reir y pensar.

Anónimo dijo...

También hay que ser muy imbécil para creer que la reina podía pensar otra cosa. ¿O acaso creíamos que era progresista, de izquierdas, tolerante, etc.? Habrá gente en este país que piense que la reina es republicana... Yo me alegro de que haya abierto la boca porque si siguen hablando se cavarán su propia tumba. La monarquía es una institución tan absurda, tan rancia, tan carente del más mínimo sentido, que todo lo que contribuya a mostrarla como lo que es, me parece un acierto.

Anónimo dijo...

Hablando de troncos pintados, la páginas de "Totem y tabú" de Freud pueden explicar por qué la reina debería estar callada, no importa la opinión (positiva, negativa, de derecha o de izquierda) que tenga sobre éste u otro tema (ahí acierta usted, prof.). Ya que les pagamos un pastizal para que no hagan nada -es absurdo y estúpido, pero es que la cosa es así-, que cumplan esa agotadora tarea con profesionalidad. saludos. ana.