La frase con la que un servidor terminaba el post anterior ha hecho a algunos de mis fieles acompañantes discrepar sobre si debe importarnos o no que determinadas Comunidades de este Estado alcancen soberanía, ya sea a las claras o a la chita callando. Decía yo que no me importa si les dan soberanía o caramelitos (gabardina incluida), que uno viaja bastante y no tiene tiempo para discusiones de ociosos en barbería (me refiero a tanto politiquillo y tertuliano que se distrae y nos distrae mereando la perdiz, hasta la extenuación del pobre pájaro). Esto es lo que quiero aclarar, y para eso paso a explayarme un poco.
1. Es un tópico, pero con fundamento cierto: a los Estados europeos les va quedando soberanía para las cosas de poca monta, en lo otro manda Bruselas. Es así, y así seguirá siendo pese al frenazo de la Constitución Europea. Lo que suba o no suba nuestra hipoteca no depende ya del Sr. Solbes. Que en mi pueblo se deje o se impida a las vacas dar sus leches, tampoco. Y así sucesivamente. Cuando las viejas familias de prosapia van a menos, se esmeran cada vez más en cuidar sus recuerdos y limpian con el mayor celo aquellas porcelanas que heredaron de la abuela y que, a falta de cosas mejores, les parecen la quintaesencia de su alcurnia y el símbolo de su identidad (familiar) colectiva. En las mismas andas tantos consejeros autonómicos de cultura, por ejemplo, cuando planchan los trajes regionales o dan becas para que algún "matao" trate de demostrar que en el siglo XV había en una parroquia cercana un cura que escribía sus homilías en el dialecto local porque había descubierto que sus feligreses eran nación. Paparruchas. Alguien debería escribir un día la gran novela de este triste país nuestro al despuntar el siglo XXI. "El Gatopardo autonómico". O, si prefieren, "Crónica de una muerte anunciada... de las naciones". Bueno, o hagamos homenaje a lo que uno leía cuando se hizo la foto que anda por aquí: "Memoria de mis naciones tristes" (digámoslo así para no ser demasiado incorrectos).
En suma, que no es que uno sea indiferente al tema, sino que lo califica de menor cuantía. Como si dijéramos, imagínense que vemos a unos viejecillos prostáticos apostando, al modo en que antaño lo hacían/hacíamos los jovenzuelos, sobre quién mea más largo. Vanos los intentos, vana la discusión. Pero se pasa el rato, eso sí.
2. Que le rebaje importancia al tema no quiere decir que sea imparcial o indiferente sobre sus contenidos. Mis simpatías, todas mis simpatías, están, y están radicalmente, con posturas como la de Savater, Gotzone Mora, el Foro de Ermua, y similares. ¿Por qué? Probablemente por una combinación de varias razones. ¿Por apego a la idea de España?, ¿por espíritu patriótico? De eso no tengo mucho, lo reconozco, pero refrénese mi amigo anónimo y siga leyendo antes de lanzar comentario tronante. Póngase la cuestión en relación con el punto anterior y veamos si la cosa encaja. Si me doliera tanto la idea de España como nación unitaria que, en cuanto Estado, es soberana, tendría que ser, por ejemplo, convencido antieuropeísta y partidario de que se fomenten las señas de identidad cultural de la nación española, al modo como hacen con la catalana, vasca o gallega los "patriotas" de allá. Pero no. Uno es de esos descastados que se alegran de que cada vez vaya habiendo más nación europea, pues de la otra ya tuvo dosis suficiente en sus primeros dieciocho años de vida.
Ya he escrito alguna vez que mi patria y mi raíz están en un lugar muy determinado que se llama Ruedes, que mi gente ha sido y será siempre aquella, por mucho que yo ande de acá para allá, medre o tenga esta parcelita en el ciberespacio. Y que allí había una cultura singular, una cultura campesina, razón por la cual, a nada que a uno le rasquen los aprendizajes postizos y las poses estudiadas, sale el labriego, cagunmimanto. Pero de aquellas gentes van quedando pocos (cada semana mi padre me da el parte de bajas, él lee en
El Comercio de Gijón cada día las esquelas, con el mismo espíritu del que comprueba los números de la bonoloto y con el valor del que juega a la ruleta rusa. El último fue Dolfo, antes se fueron Belarmo, Pila, Pepe Nava, Avelino el Roxu, Avelino Patricio, Fresno, Consuelo, Paraxu, Luis el Poncianu, Palmira, Pepito, Nieves, Pepe el Ferrador, Milio, don Eladio, Juan Antonio -era mi padrino-, Jamo, Manuel, Antonio Narciandi -mi copañero de lucha cuando tocaba batirse para que hubiera carreteras dignas, luz y agua-. Podría seguir, son muchos. Y éramos 150 en la aldea cuando yo era un guaje). Aquel modo de ser, de hablar, de trabajar, de sentir, de vivir, de disfrutar también, desaparece como todo lo que es temporal, muere como muere todo lo que una vez tiene vida. Y andan en círculo los buitres, con decretos, manifestaciones y trajes regionales que les tiran por la parte de la sisa.
Ida mi patria, o ido yo sin retorno posible a ella, pues no están ni mi cuerpo ni los tiempos propicios para retomar la guadaña o volver a ordeñar a mano, al conjunto de los ciudadanos de esta España renqueante los veo con toda la simpatía y solidaridad, y me son todos igual de gratos en esa media distancia. Y estoy a gusto así, sí. Y considero una idiotez andar destapando la caja de los odios y sazonando la convivencia con la pimienta de los agravios y las cuentas pendientes, que son cuentas de contable. Pero, dicho esto, cada vez que piso Alemania me emociona recordar lo feliz que viví aquellos años allá, con aquellas gentes, distintas, pero para mí próximas. Y en Iberoamérica me siento en casa, muchas veces más en casa que aquí, pues como andan allá en problemas serios no se dedican a mirarse el ombligo para ver si les sale un derecho histórico o una pústula nacional. Y me cuesta encontrar razones determinantes para sentirme más amigo o más solidario o más cercano de uno de Granada que de uno de Múnich, de uno de Cáceres que de uno de Cali. Y, para colmo, me gusta más la salsa caleña (escuche el incrédulo al grupo Niche) que el flamenco o la tonada canaria. Los hay que se desarraigan un día y se quedan con impotencia nacional, está claro, sin sensibilidad en la parte que se le tiene que poner turgente cuando pasa un compatriota, suena el himno o juega la selección. Habrá que consultarlo o tomar viagra patriótica.
Así que en España estoy a gusto (de momento, pero si esto sigue así...). Tanto, que aplico lo que podríamos llamar el principio de inercia nacional: si estamos tan bien así, si esto ha cambiado tanto y para bien en tantas cosas, ¿por qué carajo lo meneamos? ¿Quién es el sádico cabronazo que tiene ganas de que nos peleemos? Y, segunda consecuencia, puesto que tengo esa incapacidad nacional permanente, no puedo entender tampoco, menos aún, a los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos o de Tomelloso, que alguno habrá allí también que sueñe con un Tomelloso libre y autodeterminado. No los entiendo. Aunque, en el fondo, en el fondo, sé perfectamente de que van: burguesitos con cultura de Babelia y perfume de dominical, que suplantan a los muertos para cobrarse su pensión. Quieren trincar, meter mano en la bolsa y sacarla más llena que los demás y, de paso, asegurarse que ellos se van a ganar cómodamente la vida con carguitos de pega (asistimos al milagro de la multiplicación de cargos inverosímiles, pura fantasía, prodigio más difícil que el de los panes y los peces, dónde vas a parar), y, para sus hijos, que van a ser funcionarios sin competir con el resto del mundo, o del Estado, pues sabrán cosas tan importantes en este planeta globalizado como aquel idioma momificado o la lista de los farmacéuticos del pueblo en el siglo XVIII.
Por eso los desprecio. Tal cual, desprecio. Y por algo más odioso aún, al menos en el caso de muchos, que no de todos: porque o matan o disculpan a los que matan o comprenden a los que matan. A los que matan en nombre de la maldita nación falsaria, porque prefieren que la nación viva aunque sea a costa de que muera gente real, de carne y hueso, viva. Vamos con esos, que son punto aparte.
3. A mí, que ya he dicho que me no me desvela el que la nación sea una o trina, pues no soy dado a teologías, se me impone como deber moral, para poder mirarme a la cara y para sentir que lo que explico a mis estudiantes cuando hablamos de ética, de Estado de Derecho o de justicia tiene algún sentido, el resistir, el hablar, el dar la cara y el tomar partido. No por ésta o aquella nación, no. Sino contra cualquiera que valore en más el rebaño de ovejas que la vida de un ser humano, uno solo. Y por eso me cisco en tanto progre comprensivo, tanto izquierdista que es totalitario pero no lo sabe, total sale barato, tanto aprovechado que va buscando fuego para ponerle precio a su manguera, tanto católico sin Dios y que lo redescubre en el jefe de su tribu o en la supuesta "casta" (manda güevos) de los encapuchados que lanzan cócteles molotov o gritan a favor de los asesinos.
Ah, amigo, ahí llegamos adonde duele. ¿Qué hacer? Este que suscribe lo tiene escrito y lo practica todo lo que puede: por la misma razón que no veraneo o no tomo café en una pocilga y entre cerdos, si puedo evitarlo, aplico mi modestísima capacidad sancionadora a amigos, colegas y conocidos. ¿Que cómo? Rehuyendo a los que necesitan sangre para que hierva por algo la suya, evitando a los que se creen activistas de los derechos humanos porque firman escritos contra la tortura en Guantánamo (que bien están esos escritos y hay que firmarlos, por supuesto que sí), pero no dicen ni pío aquí en favor de las víctimas, los represaliados y los oprimidos por el etnonacionalismo. Y dando de lo mío lo menos que pueda a una sociedad que no es capaz de expulsar de su seno, por la vía pertinente y que no voy a nombrar, a los matones, los chulos y los valientes de la capucha o el insulto en masa. Sé perfectamente que hay gente buena y mala en todo lugar. Pero tampoco voy a la casa de un buen tipo que tenga un hijo insoportable: primero que lo eduque y luego ya nos vemos.
4. Y ahora al tema del anterior post, mi opinión sobre la soberanía de facto y de iure que Comunidades como Euskadi logran con sentencias como la del caso Atutxa: me parece mal, ironías al margen. Y ya de lo anterior se desprende que no es porque sienta que algo se me muere en el alma cuando una nación se va, no es eso. Es que yo, como me parece que le sucede a mi amigo Mercutio, quiero vivir en un Estado y no en un burdel mal administrado. Y quiero ver en la cara del que me gobierne la expresión del viejo ideal republicano (no me refiero a nada que tenga que ver con la monarquía, es otra cosa), la dignidad del que tiene ideales políticos, los expone y lucha por ellos, no las facciones de
Madame Claude y sus mismas técnicas de gestión. Y yo también, como tantos, pido que si hay ley se aplique a todos y se aplique igual. Y yo -esto me lo aplico sólo a mí por si no es compartido por muchos- puedo admitir que otros alcancen soberanía para su pueblo o que se la regalemos. Lo que me escuece, por decirlo del modo más gráfico posible, con perdón, es que la soberanía de ellos nos la metan doblada a todos y disfrazada de legalidad, constitucionalidad y respeto a los derechos. Y más todavía me duele, porque esto ya es doler, que ganen la pelea los malos, que triunfen los que mataron y que tengan que irse con el rabo entre las patas, y humillados, los pocos que tuvieron arrestos para levantar la voz, dar la cara y jugarse el pellejo, en aquellas tierras llenas de buenas personas y de un número casi igual de cobardes. Cobardes porque miran para otro lado y siguen saludando en la tienda o en el kiosko al asesino o al que lo amamanta. Por eso. O porque no se atreven a ir al funeral del muerto, por si los ven, y luego se dicen píos.
5. Acabo, que esto ya va largo. Hace días, en reunión nocturna de parejas cuarentonas, volvimos a lo de tantas veces: ay, estos hijos. Y vovíamos a ponernos leninistas, aunque sólo en el título: ¿qué hacer? La conclusión se impuso pronto y con contundencia. No hay nada que hacer. Contaba un buen amigo que otro amigo un día le dijo a su hija (era chica, pero eso da igual a los efectos de hoy) que no podía salir todos los días a las dos de la madrugada y regresar a las nueve de la mañana, que se lo prohibía, que ni lo intentara y que hoy te quedas en casa. La muchacha se fue a la habitación y el papá suspiró como quien se quita de encima un gran peso. A los cinco minutos reapareció ella vestida de calle. El padre se puso ante la puerta y repitió hoy no sales. Ella lo miró fijamente, avanzó hacia él y sólo dijo: apártate, papá, voy a salir. Y él se apartó.
Invito al agotado lector a construir equivalencias en la materia que estábamos tratando. A mí me parece que el papá es el Estado, ese Estado que habla por boca del Tribunal de Justicia del País Vasco, o por la de ese que otro as de la elocuencia parlamentaria que dice que lo más importante de la Constitución es el consenso constitucional, razón por la cual todo lo que se acuerde por la mayoría parlamentaria en materia que toque a la Constitución es constitucinal por definición, pues expresa consenso y versa sobre la Constitución: consenso constitucional. Revive Fray Gerundio Campazas, que era de León, si la memoria no me engaña.