Con los años va uno hallando nuevas maneras de clasificar y valorar a las personas. De un tiempo a esta parte me da por fijarme especialmente en el modo de administrar el tiempo. Por su uso del tiempo los conocerás. Admiro por encima de todo a quienes son capaces de multiplicar el rendimiento de sus horas y de hacerlo para cosas distintas de pillar mucho parné o mandar mucho y sobre muchos. Se llevan mi envidia más sana y mis afanes de imitación esas personas capaces de leer muchos libros, opinar en muchas partes, escribir muchas cosas y sacar tiempo, aún, para caminar por el monte, viajar sin maneras de turista vulgar, jugar con sus hijos o correrse alguna buena juerga. Me he propuesto ser así de mayor, pero cuesta lo suyo o hay que estar dotado de capacidades extraordinarias.
El contraste lo ofrecen muchos modelos opuestos que uno se tropieza a diario. Gentes que pierden el tiempo estrepitosamente, que matan el tiempo (qué expresión tan horrorosa), que desperdician sus horas y, peor, que se aburren. Existe de esto la versión dramática y la complacida. La dramática es la de quienes viven su inanidad temporal con dolor, real o fingido, eso nunca se sabe a ciencia cierta. Son los de voluntad débil, los que se quieren activos pero resultan flojos. Se pasan la vida diciendo lo que les gustaría hacer si tuvieran tiempo, pero luego se pulen el tiempo por las buenas y con cualquier pretexto. Se cansan no por lo que hacen, sino por lo que (fingen que) se angustian por no hacer, cosa que les da pie para proclamarse agotados y adjudicarse largos descansos o buenos ratos de diversión liberadora y generalmente banal. En la Universidad se encuentra uno a muchos de ésos en la cafetería. No todo el que se toma un café de media mañana pertenece a ese grupo, pero sí es muy común que alguno te caiga encima para contarte durante una hora, si te dejas, que es terrible la cantidad de cosas que hay que hacer y que las horas no alcanzan para nada, y que qué estrés y cuánta desazón. Yo no paso por las cafeterías del campus más de tres o cuatro veces al año, entre otras cosas para rehuir a una parte (digo una parte) de la fauna que la frecuenta. Unas veces te atacan los atareadísimos con mucho tiempo para quemar allí en lamentos. Otras, los reformadores de barra, que te diagnostican los males de la institución cómodamente acodados y entre bocado y bocado de tortilla. A menudo coinciden las dos lacras en el mismo sujeto. Una peste.
Pero los que más me llaman la atención son los perezosos complacidos. Ésos son felices sin tasa, maldición. Se gastan media vida ante el televisor y la otra en marujadas sin cuento. Tienen un sentimiento plácido del transcurrir, adoran sus rutinas intrascendentes, se adornan de los hábitos más fútiles y son capaces de indignarse si a ti no te interesa ni un ápice cada maravilla que te cuentan sobre los pormenores biográficos de algún chorras del Gran Hermano o sobre la nueva alfombra que han visto para su salón. Constituyen la enésima prueba de que no hay justicia, ni providencia ni dioses que se hagan valer, pues si algo de eso existiera su tiempo se les daría a otros que sepan usarlo para algo más que vegetar y rumiar memeces.
La universidad ayuda mucho a unos y a otros. Si quieres perder el tiempo con apariencias de que maximizas su utilidad, te puedes integrar en mil comisiones, juntas, reuniones y cursitos para aprender (o enseñar) habilidades tan modernas como prescindibles. Todo ello sólo sirve para que el personal pueda pasar el rato sin mayor esfuerzo y con sensación de que trabaja en pro del saber y el progreso. Manda narices. Si prefieres fundir las horas por fuera, la falta de controles de cualquier tipo te permite pasar todo el día vigilando las rebajas o echando la partida.
Está muy mal repartido el tiempo, que es tanto como decir que es muy injusta la vida.
El contraste lo ofrecen muchos modelos opuestos que uno se tropieza a diario. Gentes que pierden el tiempo estrepitosamente, que matan el tiempo (qué expresión tan horrorosa), que desperdician sus horas y, peor, que se aburren. Existe de esto la versión dramática y la complacida. La dramática es la de quienes viven su inanidad temporal con dolor, real o fingido, eso nunca se sabe a ciencia cierta. Son los de voluntad débil, los que se quieren activos pero resultan flojos. Se pasan la vida diciendo lo que les gustaría hacer si tuvieran tiempo, pero luego se pulen el tiempo por las buenas y con cualquier pretexto. Se cansan no por lo que hacen, sino por lo que (fingen que) se angustian por no hacer, cosa que les da pie para proclamarse agotados y adjudicarse largos descansos o buenos ratos de diversión liberadora y generalmente banal. En la Universidad se encuentra uno a muchos de ésos en la cafetería. No todo el que se toma un café de media mañana pertenece a ese grupo, pero sí es muy común que alguno te caiga encima para contarte durante una hora, si te dejas, que es terrible la cantidad de cosas que hay que hacer y que las horas no alcanzan para nada, y que qué estrés y cuánta desazón. Yo no paso por las cafeterías del campus más de tres o cuatro veces al año, entre otras cosas para rehuir a una parte (digo una parte) de la fauna que la frecuenta. Unas veces te atacan los atareadísimos con mucho tiempo para quemar allí en lamentos. Otras, los reformadores de barra, que te diagnostican los males de la institución cómodamente acodados y entre bocado y bocado de tortilla. A menudo coinciden las dos lacras en el mismo sujeto. Una peste.
Pero los que más me llaman la atención son los perezosos complacidos. Ésos son felices sin tasa, maldición. Se gastan media vida ante el televisor y la otra en marujadas sin cuento. Tienen un sentimiento plácido del transcurrir, adoran sus rutinas intrascendentes, se adornan de los hábitos más fútiles y son capaces de indignarse si a ti no te interesa ni un ápice cada maravilla que te cuentan sobre los pormenores biográficos de algún chorras del Gran Hermano o sobre la nueva alfombra que han visto para su salón. Constituyen la enésima prueba de que no hay justicia, ni providencia ni dioses que se hagan valer, pues si algo de eso existiera su tiempo se les daría a otros que sepan usarlo para algo más que vegetar y rumiar memeces.
La universidad ayuda mucho a unos y a otros. Si quieres perder el tiempo con apariencias de que maximizas su utilidad, te puedes integrar en mil comisiones, juntas, reuniones y cursitos para aprender (o enseñar) habilidades tan modernas como prescindibles. Todo ello sólo sirve para que el personal pueda pasar el rato sin mayor esfuerzo y con sensación de que trabaja en pro del saber y el progreso. Manda narices. Si prefieres fundir las horas por fuera, la falta de controles de cualquier tipo te permite pasar todo el día vigilando las rebajas o echando la partida.
Está muy mal repartido el tiempo, que es tanto como decir que es muy injusta la vida.
7 comentarios:
what is the time? Time for love, Time for sex, Time for play, money time.
Time to be, Time for me.
As it is my life?
Time, time, time, time...I need time to recover my life again.
Me ha recordado usted al replicante de Blade Runner, tan consciente de que la vida es sólo tiempo y tan deseoso de más tiempo, y de más vida.
Pero tiene usted razón: qué mal repartido está el tiempo, y la vida. Ojalá el suyo sea mucho y algún genio de alguna lámpara le conceda el deseo de multiplicarlo -aún más-.
Feliz día.
profesor ¿cómo sería una vida justa qué fuese aceptada por la mayoría?, me refiero al mundo occidental.
Me ha recordado vuecencia a uan amiga mía que sostiene que el remedio de la falta de tiempo es el insomnio.
Y que el remedio al insomnjo es una botella de vodka, pero esa es otra historia.
Oiga, anónimo, menudas preguntitas se gasta usted. A ver si un día me animo y le entro al trapo. Por de pronto me quedo pensando si tiene que haber alguna correspondencia necesaria entre justicia y aceptación mayoritaria. No sé, habría que precisar un poco.
ACHAB, bienvenido por estos pagos y ánimo con esa oposición. Como ve, he echado una miradilla a su blog y está divertido y muy bien escrito. Enhorabuena. Pero no se distraiga y estudie, estudie, que en cuanto se haga funcionario ya va a tener tiempo para todo.
Oiga, Ariadna, pues igual resulta que somos replicantes y por eso andamos así de raros. Lo meditaremos.
Bonita la canción, Iurisprudent.
Saludos per tutti.
vaya por dios para una vez que no pongo una cancion, y es algo de cosecha propia
Bueno, hombre, no se me incomode. Le ponemos una música guapa a su letra y ya tenemos canción para el próximo verano.
Publicar un comentario