26 marzo, 2007

Bandera

Anoche, entre tapas leonesas regadas con buen vino, tuve un rato de debate interesante con algunos amigos entrañables. Discutíamos sobre la bandera de España.
Primer elemento para la reflexión: sólo con el corto párrafo anterior a algún amigo lector ya se le habrán erizado los pelillos. Y, ciertamente, otros habrán experimentado un respingo de placer. Bueno, pues a eso voy, a por qué demonios no podemos unos y otros normalizar la bandera, como puro símbolo del Estado que es y mero símbolo al fin y al cabo. Porque no me digan que no suena pueril y bastante lamentable que a estas alturas de la película andemos todavía en este país haciendo guerritas de banderas. Intentaré formular unas cuantas tesis sencillas.
1. La bandera española actual es la que es porque lo dice la Constitución de 1978 en su artículo 4. Son los mismos colores que tenía bajo el franquismo, pero resulta que no los había inventado el franquismo, vaya por Dios. Provienen de los tiempos de Carlos III y se generalizaron para todos los ejércitos en tiempos de Isabel II (1843). Se mantuvo tal bandera durante la Primera República y después y fue sustituida por la tricolor durante la Segunda República. Se volvió a ella en el franquismo y se conservó tras la Constitución. El escudo actual no figura en la Constitución, sino en la Ley 33/1981 de 5 de octubre y es distinto del que se usaba bajo la dictadura.
Así que lo de identificar la bandera constitucional con el franquismo no sólo es paradójico, sino tan gratuito como que nos negáramos hoy a llevar gallumbos porque Franco también los usaba y sin reparar en que él ni los inventó ni los portaba con particular galanura. Más absurdo aún es cogerle tirria a la bandera constitucional porque algunos nostálgicos del fascio le coloquen el viejo escudo, el del aguilucho. Es como negarse a comer pescado a la plancha por el hecho de que los japoneses se lo engullan crudo, o no querer beber un buen rioja porque algún desalmado lo utilice para hacer gárgaras.
2. Si, pese a todo, los que hacen del progresismo un asunto de símbolos más que nada no pueden superar la náusea y si son tantísimos como parece, no estaría nada mal que se planteara la reforma constitucional en este punto y el cambio de los colores, para que el Estado español pueda tener también su enseña exactamente igual que cualquier otro y sin que a sus nacionales se les corte la digestión cuando la ven. Además, imagino que no será del Madrid ninguno de éstos que no traga los colores de la rojigualda, ya que, puestos a hablar de símbolos manipulados por el régimen de Franco... Y qué decir de la selección nacional de fútbol. Y ninguno será católico tampoco, claro, porque mira que con la Iglesia hizo y deshizo aquel que llamaban caudillo. And so on. Molesta virtud la coherencia.
3. Creo que respecto de la bandera nacional los ciudadanos nos dividimos en tres grupos: a) los que se mosquean y ni bajo tortura se la colocarían en ningún lado de su casa ni la llevarían en una pegatina sobre un objeto suyo, más que nada por miedo a que los llamen fachas; b) Los que se emocionan tanto y se enardecen de tal forma con su sola contemplación que hasta las sábanas de su cama y las bragas/calzones de su santa/o quisieran en los mismos tonos y con idénticas franjas; c) Los que ni lo uno ni lo otro y simplemente la ven con un símbolo del Estado, igual que lo es el himno, algo que de por sí no es ni reprobable ni merecedor de hacernos entrar en ningún trance especial, pero que cumple su función tanto hacia fuera del Estado como hacia dentro. Me cuento entre éstos últimos y, por tanto, nada tengo contra la bandera ni contra su uso civilizado y en lo que corresponda.
4. Alguna gente hay en la izquierda que le tiene pocas simpatías a las banderas en general y a los símbolos similares, por lo mucho que sirven a la manipulación de las masas y al estímulo de los sentimientos gregarios no siempre nobles. De acuerdo y todo mi respeto. Pero con coherencia, eso sí; o sea: si te molesta cerca la bandera constitucional del Estado español, parecidamente sentirás cuando llegas a Francia el día de la fiesta nacional y lo ves todo lleno de banderas de las suyas... o cuando sacan aquí a pasear la ikurriña, la senyera, la andaluza, la asturiana, o la del ayuntamiento de al lado.
5. Alguna gente hay en la izquierda que, en efecto, no puede superar el que siente como tufo autoritario o totalitario de los colores de esta bandera de aquí, pues le recuerda a Franco. Bien, respetemos los traumas de cada cual. Pero con coherencia, eso sí; o sea: idéntico mosqueo, como mínimo, si le cae al lado una bandera soviética o cubana o china, por ejemplo; o una ikurriña en manos de un batasuno, ojo.
6. Alguna gente hay en la izquierda que se mosquea cuando la derecha saca en sus actos y manifestaciones la bandera de España. ¡Ahjjjjjj, perdón, se me escapó! ¡Escribí España sin querer! Quería decir del Estado español. Es que como lo que nos pone más cachondos, a falta de ideologías serias y de ganas de dar el callo de verdad por la justicia social y tal, son los símbolos, con otro hemos topado. Pero dejemos eso por hoy, para no enfangarnos en honduras (más) metafísicas. Pues eso, que se critica a la derecha su uso de la bandera porque se la apropian con mala fe, los muy jodidos. La mala fe no la discuto, pero lo de apropiársela sí me choca. La derecha la quiere para ella sola y la izquierda no la quiere para nada. De oca en oca y tiro porque me toca. Si es de todos, ¿por qué sólo la usan unos? Y, si no es de ninguno, ¿por qué no la usan todos? Y digo yo, con lo que me queda del originario sentido común pueblerino: pues que la izquierda la use también para sus actos y manifestaciones y verás que puteo para los de la diestra. Ah, pero eso no, porque ahí llegamos al punto siguiente.
7. Una de las mayores desgracias de este país, en mi modesta opinión, es que la izquierda ha sustituido las ideas serias y reformistas que la definían por un catálogo de pendejadas, de espejitos de los que nos venden el ZP & Cuota engañándonos como a chinos y tomándonos a todos por nuevos ricos ociosos y puñeteros. Como más seria consecuencia, muchos de los que se dicen (y lo que es peor, se creen) progresistas han reemplazado las convicciones por los temores: en lugar de hacer esto o lo otro, que no me tomen por tal cosa o por tal otra. Que no me vean bajo el brazo un periódico que no sea El País, que no me descubran mirándole las piernas a una dama (si soy una dama, sí puedo observarle abiertamente el paquete a un paisano y hasta comentarlo con las amigas a voz en grito), que no se enteren de que estoy hasta las pelotas de llevar al tarugo de mi hijito a actividades extraescolares; y así todo. Pues bien, en relación con la bandera, lo que más asusta a muchos progres es lo que otros progres puedan creer si no hacen gala de aborrecerla: ¡QUE ERES FACHA!
Hay mucha gente que mataría con tal de no parecer facha a los otros que matarían con tal de no parecer facha a los otros que... Al final, progre acaba siendo aquel que hace ver que no es facha a otros que también viven obsesionados por convencerlo a él de lo mismo. Y si a unos y otros les preguntas en qué consiste ser progre y no ser facha, les queda exactamente esto para contar: en que no nos gusta la bandera, ni el himno ni el pelo engominado y en que votaríamos encantados a los mismos cretinos del PP si en lugar de presentarse por el PP se presentasen por el PSOE. Eso no es el fin de las ideologías, no, es algo peor: es la sustitución de la política por el camelo y del ciudadano por las marionetas de feria.
8. Esa parte de la progresía que abomina de nuestra bandera constitucional tiene su reflejo exacto en aquella parte del conservadurismo más rancio y ramplón que detesta con parecida intensidad nuestra bandera constitucional y que por eso sale de paseo con esos colores, sí, pero colocándoles el escudo franquista. Tal para cual. Pero, mira, yo a los facciosos esos los entiendo mejor, aparte de que, hoy por hoy, son bastantes menos que los otros. Los entiendo mejor, porque sé que no aprecian nada las libertades, los derechos fundamentales, el Estado social, el respeto a todas las lenguas del Estado, la aconfesionalidad estatal, la vigente organización territorial del Estado, etc., etc, todas cosas que la Constitución consagra como definitorias de este Estado del que es símbolo esta bandera. Ellos son consecuentes al despreciar la bandera constitucional, pues con ello hacen gala de su inquina a la Constitución democrática de este Estado. Bien, ¿y los progres qué carajo pretenden expresar cuando le muestran alergia a la bandera que, Constitución en mano, es la bandera de todos los que en este estado Estemos y mientras de él seamos?
El día que la izquierda se ponga a pensar de nuevo y deje de comprarle baratijas a niñatos desalmados como los que hoy la manipulan, a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. Y será para bien, para muy bien. Pero, mientras tanto... ay, mientras tanto, qué dolor, qué pena.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Mambrú se fue a la guerra.
Pero le dire a VI señor catedrátrico que ...

No, que en lo de la bandera. tiene usted razón, pero es que es fea de narices. Las tricolores son más bonitas por lo general.

Anónimo dijo...

Expones algunas consideraciones correctas, pero echo en falta en tu análisis la mención de un simple mecanismo de reacción. Cuando te han restregado algo por los morros mientras te puteaban, y ese puteo ha durado treinta y nueve años (añade que nunca se ha reconocido ni se ha pedido perdón adecuadamente), entonces a muchos se les produce una simple reacción pavloviana a la mera vista de la rojigualda. Reforzada por su consistente uso entusiasta, a lo largo de los últimos 32 años, por ciertos grupos.

Te pones demasiado teórico con el ejemplo de la bandera francesa. Con otra bandera no ha habido esa alimentación negativa.

El análisis de que la bicolor de Carlos III es hoy un símbolo constitucional es cierto, pero es excesivamente racional, y no puede contrarrestar completamente la reacción de la que hablo.

La comparación con el vino no me convence: si yo dejo de beber Rioja, sufro una carencia emotiva de cojones (hablo por mí, jeje). Si uso poquito, higiénicamente, la bandera, cierto sin rehuirla (qué se yo, ahora mismo la tengo delante de mí en la barra de instrumentos del ordenador, porque tengo puesto el teclado español, pero es de 3-4 mm) pero sin exhibirla, pues no sufro nada (hablo siempre por mí).

De cualquier forma, a mi me parece que es un simple síntoma de algo más vasto: por lo que sea -hay mucho hablado al respecto- el colectivo de gente "ciudadanos del reino de España" no siente mucho esa identidad nacional, al menos comparado con los de otros países de por aquí cerquita.

Saludos a todos,

Anónimo dijo...

¿Porqué, cuando un deportista o un equipo español participa en una competición internacional, ningún hijo de vecino critica la presencia masiva de banderas españolas en las gradas, y todo el mundo lo asume con la mayor naturalidad?. ¿será porque en ese contexto no está en juego ningúna poltrona, cargo, sinecura o tajada electoral? A veces parecemos el Dr. Jekyll y Mr. Hide.

Anónimo dijo...

De banderas, Constitución y Partidos

Este post sobre la bandera española se relaciona con un asunto que es más profundo de lo que pueda parecer a primera vista. Creo que la vida de una sociedad bajo una constitución es un tipo de acción colectiva, del mismo tipo de acciones colectivas como: vamos a pintar una casa juntos. Por esta razón, permítaseme la siguiente comparación:

Paco y yo acordamos pintar una casa y escribimos nuestro acuerdo en un documento que titulamos constitución. Ahora bien, además decidimos que para pintar nos pondremos unas camisetas que dicen Carlos y Paco están pintando. Si las camisetas son la insignia de nuestro acuerdo, desde luego que tienen una función simbólica que nos recuerda el compromiso que hemos hecho. Sin embargo, supongamos que mi bisabuelo tenía una camiseta que decía lo mismo y agarró a puño limpio al bisabuelo de Paco y ese ha sido el símbolo de la discordia entre familias desde entonces. Pues sería muy bueno, como sugiere Toño, hacer una reforma constitucional, es decir, cambiar el pacto y buscarse otro símbolo que lo ayude a uno a comprometerse con el proyecto constitucional, a no ser que Paco y yo tengamos la suficiente madurez como para pensar que nuestros bisabuelos ya se pelearon hace mucho tiempo y que eso ni nos va ni nos viene.

Lo que resulta contraproducente y grave es lo siguiente: que uno sólo de nosotros haga uso de la camiseta y, peor aún, que cada uno de nosotros invoque nuestro acuerdo constitucional como una novedad para ciertas cosas. Con esto me estoy refiriendo no sólo a la apropiación de la bandera por la derecha, y el rechazo que la izquierda hace de la misma, sino a la vindicación de la Constitución como una seña específica de cada partido. Esa vindicación del acuerdo constitucional, en primer lugar, es trivial. Si yo le digo a Paco que voy a hacer un acto para hacer saber a todo el mundo que estoy pintando la pared, pues es una trivialidad, porque ya se sabe que estoy pintando la pares. Paco y yo ya lo acordamos. Lo interesante sería ahora que tanto Paco como yo sugiriésemos distintas maneras alternativas de concretar y llevar a cabo nuestro proyecto y compitiéramos para imponer nuestro punto de vista. Toño García Amado tiene razón al decir que cuando un partido reivindica la bandera o la Constitución es porque demuestra una aboluta incapacidad para proponer proyectos específicos y diferenciados para concretar y desarrollar de la mejor y mayor mánera el plan constitutcional. Ahora bien, en segundo lugar, y más grave aún, es que banderas, constituciones y Tribunales Constitucionales se usen como armas arrojadizas para causar crispación. Si yo le enfatizo a Paco que yo sí estoy comprometido con nuestro proyecto de pintar la pared y que por eso visto la camiseta, si no soy trivial, entonces lo estoy acusando de no querer cumplir con nuestro acuerdo constitucional originario. Yo entiendo que la expedición de una constitución es una pieza fundamental en la historia de una sociedad porque, como dice Luhmann, estabiliza las expectativas colectivas frente a la pregunta de si queremos unirnos todos, rojos y azules, barbados y lampiños en un mismo proyecto político. A partir de esa estabilización ya puede discutirse y competir acerca de preguntar más concretas como de qué manera lograr la mayor libertad posible, la mayor igualdad, la mayor eficiencia del Estado o el mayor nivel de protección de los derechos sociales. Ahora bien, una política que se base en la acusación diaria, y que además se valga de la Constitución, las instituciones y de los símbolos constitucionales como arma arrojadiza, no es una política ni de derechas ni de izquierdas, sino una actitud de kamikaze que invita a reabrir la pregunta fundamental de si queremos vivir juntos o no. Si tanto le digo a Paco que yo si quiero pintar y que por eso me pongo la camiseta, muy posiblemente lo que en realidad quiera es hacer lo de mi bisabuelo y arremeter contra Paco. Es paradójico, pero una reivindicación tan innecesaria de lo Constitucional puede ser una llamada a la guerra civil.

Anónimo dijo...

Creo que cuando ya tienes claro que hay una casa que pintar, ya no tienes el problema. Quizá lo que esté pasando en España es que no todos tienen claro que haya que pintar la casa, que no todos ven la casa en el mismo sitio, que no todos quieren ponerse una camiseta para pintar, etc. Si todos estuviesen de acuerdo en que hay que pintar una casa ya habría mucho adelantado.
Del mismo modo, siguiendo con su ejemplo, que usted le diga a Paco que va a hacer un acto para que todo el mundo sepa que está usted pintando la pared, no es una trivialidad si: a)la pared de usted sigue sin pintar, aunque usted diga que la está pintando; b) Paco está diciéndole a todo el mundo que usted no pinta la pared. Comprendo que es sólo una comparación, pero creo que no ha elegido usted una buena comparación. Simplifica en exceso y hace parecer trivial una situación que, a juzgar por las divergencias que suscita, no debe serlo tanto.
Creo que es probable que hacernos discutir sobre la bandera sea sólo un modo de lograr que, en lugar de a la luna, miremos el dedo. Pero es una conjetura.