17 julio, 2007

Tontunas legislativas. 5. Demadres líricos

Está claro, nuestros legisladores tienen más vocación de bardos o poetastros que de paridores de normas propiamente dichas. Y como el articulado de las leyes les parece campo demasiado prosaico y estrecho para su vena lírica, se desmelenan en exposiciones de motivos y preámbulos. Cuánto ganaría el BOE sin semejantes desahogos. Debería la Presidencia del Congreso, antes de que a Marín le den puerta, organizar y financiar una colección de ripios para que sus señorías den rienda suelta a sus musas de partido y nos ahorren el cansancio y la guasa al leer semejantes textos incrustados en la legislación a modo de épico piercing jurídico.
Miren la muestra que se contiene en la reciente Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Rayos, se les olvidó mencionar la adiposidad y la aerofagia. Echo un vistazo al conjunto de la norma y me da la impresión, superficial, de que no está mal, pero el Preámbulo se las trae, cuatro páginas y pico en letra pequeña y renglones apretados. ¿Quién lo habrá hecho? ¿Es un cachondo o le salió así con naturalidad? Veamos una de sus perlas:
“(L)a violencia consiste en aplicar la fuerza sobre el entorno. Por ello, el deporte conlleva siempre y en diversa medida violencia, en tanto que uso de la fuerza, que se aplica bien sobre los elementos (tierra, agua y aire), bien sobre las personas que devienen adversarios en el ámbito deportivo. La violencia en el deporte, aplicada de conformidad con las reglas del mismo, supone una aplicación autorizada de la fuerza. Por el contrario, si la fuerza se aplica contraviniendo las normas deportivas, constituye una infracción o una agresión antirreglamentaria. Así, es el propio mundo del deporte el que, al establecer las reglas del mismo en cada modalidad, determina el nivel de violencia aceptable y cuándo esta aplicación de fuerza es inadmisible por ser contraria a los reglamentos deportivos. En este ámbito, un primer objetivo de las instituciones públicas es promover que el propio ámbito deportivo, mediante su propia autorregulación, gestione y limite la aplicación de la fuerza en el deporte, de modo que su uso sea compatible con el respeto a la persona y con una conciencia social avanzada".
Ya está, esto lo redactó un licenciado en Filosofía y Letras con máster en budismo y decoración zen. ¿De dónde los sacarán tan cultivados? O a lo mejor es cosa de Chiquito de la Calzada.
Me pueden poner de vuelta y media los atentos lectores por mi ignorancia en las cosas de la física, le metafísica y la patafísica, pero a mí esa definición de violencia me hace una gracia que no se puede aguantar. Resulta que, según nuestros eruditos padres de la patria (¿qué patria?) “la violencia consiste en aplicar fuerza sobre el entorno”. O sea, que si yo le pelo una naranja a mi santa estoy aplicando violencia, no se si a la naranja, a mi par o al entorno en general. Cuando muevo una maceta también, y lo mismo al poner la mesa. Ya ni te cuento en menesteres de más empuje. Diantre, me descubro violento hasta cuando levanto pancarta pacifista en manifestación ad hoc. Debí aprender en las categorías inferiores, pues poco más adelante nos cuentan que “La violencia en el deporte es, por lo demás, un aprendizaje que se inicia en las categorías inferiores”. ¿Categorías inferiores de qué? Teniendo en cuenta que lo que la ley trata de reprimir, y bien está, es a los mastuerzos que en estadios y pistas se empeñan en mentar a la progenitora del rival y en tirarles botellas a árbitros y jueces en general, me pregunto si los hooligans y fanáticos de equipo están organizados ya desde el parvulario en bestias alevines, infantiles y juveniles. A lo mejor viene así en las reiteradas y reiterativas leyes de la cosa educativa y no me he enterado. En cualquier caso, sí está claro, vista la sesuda definición anterior, que en cuanto el pequeño imberbe y la pequeña imberba se ponen a dibujar la o con lápiz sobre el papel, están aplicando fuerza sobre el entorno e insinuando ya el pedazo de salvaje que llevan dentro.
A lo mejor un físico o un teólogo están de acuerdo con tan depurada noción de violencia, pero digo yo que para legislar no hace falta ponerse tan exquisito y pluridisciplinar. Y más cuando, ya pasada la efervescencia lírica del Preámbulo, la ley delimita en su artículo 2 a qué “actos o conductas violentas se refiere” y resulta que como tales se alude a cosas como “participación activa en altercados, riñas, peleas o desórdenes públicos en los recintos deportivos o en sus aledaños...”, o a la “entonación de cánticos que inciten a la violencia, al terrorismo o a la agresión en los recintos deportivos...”. ¿El que entona tales cánticos aplica “fuerza sobre el entorno”? Vaya usted a saber, igual resulta que sí.
En fin, no quiero aburrir al personal con semejante prosa indigesta, pero miren este prodigio de redacción y claridad de ideas, también del Preámbulo: “La realidad de la violencia en el deporte y su repercusión en los medios de comunicación es un reflejo de la clara permisividad social de la violencia, permisividad que se retroalimenta con la intervención de todos los agentes del entorno deportivo sobre la base inicial de la aplicación reglamentaria o no de la fuerza en el deporte y del encuentro entre adversarios, sean deportistas, técnicos o dirigentes” Chúpate ésa, Teresa (es un decir, pido perdón y juro o prometo que no va por nadie en particular). Como siempre, la culpa de la sociedad, o sea, de usted y mía. Luego vienen otros y retroalimentan a porrillo, pero la mala primera es la sociedad. Obvio, pues nos pasamos el día dale que te pego, todo el rato aplicando fuerza sobre el entorno. Violentos, que somos unos violentos. A ver cuando negocian con nosotros, los violentos (¿de qué me suena la expresión?), en lugar de ponernos a parir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A un ojeador del BOE tan avispado no puede haberle pasado inadvertida la inefable LEY 10/2007, de 22 de junio (BOE del 23), que por intitularse “de la lectura, del libro y de las bibliotecas” debía haberse cuidado un poquito más. Justo lo contrario: la exposición de motivos es un puro disparate. De muestra, un botón: “La presente Ley aspira a recoger los valores insustituibles de la lectura y sus contextos, por lo tanto reconoce y promueve las acciones tendentes a propiciar su adquisición
y a desarrollar hábitos lectores, desde todos los órdenes y administraciones, respetando las competencias de cada una de ellas, a fin de que se logre la mayor eficacia posible y la teleología deseable: una sociedad lectora”, de la cual está claro que no formaría parte el redactor de este engendro. En fin, no sigo, pero le animo a echar un vistazo, aunque seguro que ya lo ha hecho.