10 diciembre, 2011

Más sobre igualdad de oportunidades y universidad, en respuesta a Exiliado

En su comentario la entrada de hace unos días, Exiliado plantea algunas preguntas bien sugerentes que sirven de excusa ahora para seguir aclarando algunos conceptos o mi propia posición.

Comienzo por una cuestión en la que no voy a detenerme. Cuando hablaba en el post de Estados ultraliberales, más que en tal o cual Estado actual “de carne y hueso” estaba pensando en el modelo que proponen algunos filósofos políticos, del tipo Robert Nozick en su libro Anarquía, Estado y utopía, o ciertos economistas también dados a la filosofía social, como Hayek. Tal vez lo que más se aproximó en la práctica a esos modelos, al menos en la intención, fue el Reino Unido de Thatcher o los EEUU de Reagan. Creo que es también el tipo de Estado que gustaba a los de la Escuela de Chicago, el matrimonio Friedman y compañía.

Pero vamos con lo que más me interesa. Es verdad que los ejemplos que se me ocurrían el otro día tienen que ver más que nada con la educación. Es inevitable. Están muy bien traídas las aseveraciones y preguntas de Exiliado y llevan a precisar un poco la relación entre educación universitaria e igualdad de oportunidades.

Puedo estar de acuerdo en varias cosas:

1. Es muy dudoso lo que de hecho, aquí y ahora, educa la educación universitaria. Ciertamente, aquí y ahora, se puede acabar una carrera universitaria, y hasta dos, siendo un perfecto cabestro, una persona con escasísima formación cultural, con limitadísima información sobre asuntos esenciales de los que serían exigibles y esperables en una persona que ha alcanzado un título formativo “superior”. De los estudiantes universitarios que yo conozco, poquísimos leen u hojean algún periódico no deportivo y la mayoría no están al corriente de los acontecimientos más importantes que en el mundo están ocurriendo. ¿Razones?

a) El café para todos. La educación en el nivel intermedio o preuniversitario no es apenas competitiva, el esfuerzo no se valora apenas, la capacidad se limita posiblemente más de lo que se fomenta, los profesores están desmotivados o abocados al cinismo y la simple lucha por la supervivencia, las reformas educativas están en manos de iletrados y cursis, se confunde la holganza con la vida buena, imperan modelos sociales de éxito completamente opuestos al valor del estudio y el conocimiento, etc., etc. En eso es fácil estar de acuerdo.

b) Se engaña a la sociedad, a los estudiantes y a sus familias al hacer pensar que todo joven tiene poco menos que derecho incondicional a un título universitario y que el título vale por sí y no por lo que de formación supone. De ahí que el empeño de tantos estudiantes y familias sea por los títulos y no por la formación efectiva.

c) El profesorado universitario se viene seleccionando con el peor de los criterios posibles y predominan los estímulos perversos. Tampoco son adecuados los procedimientos de selección de los gobernantes universitarios y el sistema se vuelve perfectamente opaco y circular, hasta que se consigue que los peores elijan a los peores para hacer lo más lamentable.

d) No hay controles objetivos y eficaces ni para el acceso a la universidad de los estudiantes ni para su logro de los títulos universitarios. En esto la situación empeora sin parar y no se sabe cuándo se ha de tocar fondo. Seguramente para entonces será tarde y la consecuencia no será la mejora de la universidad, sino su sustitución por otros entes donde quizá el acceso tenga aún menos que ver con la igualdad de oportunidades o la competencia presentable.

Podríamos seguir, pero para qué. Lo que aquí interesa resaltar es que una universidad así es lo más opuesto a la verdadera igualación de oportunidades. Si todos, listos y tontos, cultos e incultos, esmerados y perezosos, pobres y ricos, consiguen su título universitario, la universidad no filtra las capacidades y los talentos y las oportunidades de encontrar buenos puestos y trabajos quedan al albur de otro tipo de mecánicas sociales que generalmente favorecen a los económica y políticamente poderosos: dinero para pagarse maestrías, a ser posible en centros extranjeros o privados de prestigio o bien relacionados, disponibilidad de tiempo y sustento para preparar unas oposiciones de alto nivel, enchufes, negocio familiar, etc.

Una auténtica política de igualdad de oportunidades en tema de educación universitaria tiene necesariamente que combinar dos requisitos: uno, que a la universidad puedan acceder todos los capaces, pero sólo los capaces; dos, que la situación económica personal y familiar no condicione el acceso de los capaces, de manera que todo el que lo sea tenga asegurado el posible acceso aunque sea pobre. Bajo esas condiciones, un sistema de préstamos no sería descartable, siempre y cuando que el título en verdad ofreciera buena garantía de paso al mercado de trabajo y a buena situación en ese mercado. Es decir, que en la universidad hubiera muchos menos estudiantes de los que hay, que la formación recibida en ella fuera efectiva y fiable y que el título tuviera valor real y no meramente simbólico, de manera que cualquier empresa o institución pudiera entender sin engaño que el titulado ya tiene, sin necesidad de más, formación suficiente para hacer un buen trabajo. Ninguna de esas condiciones se cumple en la actual universidad española.

La universidad española de hoy no prepara élites culturales, científicas y profesionales, sino que expende títulos de forma masiva y se legitima con estadísticas falaces y demagógicas. Al haberse vuelto antielitistas en lo científico y cultural, es decir, al renunciar a la excelencia de sus títulos y sus titulados, reproduce por pasiva o como penosa farsa el elitismo económico de las universidades de otros tiempos, pues el escaso valor real de los títulos, por lo baratos que resultan en términos de estudio, capacidad y esfuerzo, hace que su valor único sea social y simbólico, un gastado signo del ascenso social imaginario de las familias, pero que carezcan de todo valor real en el mercado de trabajo y en el del conocimiento. Si hay tanto titulado universitario mileurista y en paro es –entre otras razones, pero esta de modo muy destacado- porque hay demasiados licenciados universitarios y porque la mayoría de ellos no tienen una cualificación profesional e intelectual marcadamente superior a la de los no universitarios.

Las demagogias gubernamentales, el particular espíritu de una sociedad con mañas de nuevos ricos horteras, el poco aprecio al conocimiento y la escasa valoración del trabajo como bien social han producido una inversión completamente disfuncional de la pirámide social: hay más economistas que electricistas, más licenciados en Derecho que fontaneros, más biólogos que carpinteros o encofradores. Por eso para los oficios no universitarios ha habido que echar mano de la inmigración, mientras las aulas universitarias se llenaban de jóvenes sin futuro ni perspectiva laboral aceptable, y por eso la contradicción entre sociedad y universidad llega a su clímax en los últimos años y con las últimas reformas de la universidad: ya que vamos sabiendo que para la mayoría de los estudiantes el título académico no servirá de nada, al menos que esos títulos sean baratos en términos económicos y fáciles de conseguir en lo que a rendimiento en el estudio se refiere.

El despropósito se completó en cuanto las riendas de las reformas en la universidad fueron tomadas por una tríada de caraduras: psicopedagogos ignorantes cuyas lecturas no pasan de Pablo Coelho y que recitan métodos de enseñanza aptos para que imbéciles fabriquen imbéciles, empresarios que prefieren mano de obra dócil, barata, sin capacidad crítica y sin verdadera cualificación, y políticos sin perspectiva de futuro que envuelven su cortedad de miras en estadísticas tramposas que malamente ocultan el desastre que se incuba y se avecina. De esa simbiosis de cínicos, depredadores y descerebrados surge, como efecto inmediato, el hecho de que los gobiernos de las universidades están, por lo común –con las excepciones que vengan al caso- ocupados por equipos cuyo promedio de rendimiento científico y preparación académica está muy por debajo de la media de las propias universidades en las que mandan. Muchos rectores, vicerrectores y directores de áreas de gobierno universitario no tienen más interés que el de promocionarse para saltar a otros cargos dependientes de los políticos y los partidos, amañar el futuro de sus parientes, amigos y cómplices a base de tendenciosidad y corruptelas y de practicar la política de amigo-enemigo, o, en el caso de los más rematadamente tontos, disfrutar una mezquina sensación de poder mediocre. Repito, con las excepciones que aquí y allá puedan traerse a colación, que no serán muchísimas.

¿Conclusión? La mayor parte del gasto que para la sociedad suponen las universidades es un gasto completamente inútil e injustificado. No se justifica ni por una función social de igualación de oportunidades, ni por la mejora del nivel cultural e intelectual de los ciudadanos o, al menos, de los jóvenes, ni por proporcionar al mercado de trabajo profesionales con alta cualificación técnica y científica, ni por ofrecer estímulos adecuados para el ascenso social basado en el trabajo y el buen rendimiento, ni por brindar a los titulados expectativas reales para el ejercicio de una profesión prestigiosa con remuneraciones dignas. En consecuencia, ninguno de los papeles que justifican la universidad y el gasto que implica se están cumpliendo entre nosotros, mientras que se abunda y se insiste en un modelo de universidad que fomenta los valores, hábitos y símbolos que deberían desterrarse si se quiere que el país crezca y progrese y tenga mayor justicia social. Hasta hace poco lo podíamos aceptara así con chulería:, como quien se prende el puro con un billete de cien: ya que somos ricos a base de suerte, pelotazos, marrullerías y especulación, nos ciscamos en los países que estudian e inventan y queremos titulillos nada más que para lucir en el salón de casa y decir que el niño es arquitecto, aunque vaya a seguir con las hamburgueserías de papá. Ahora que nos hemos arruinado, va siendo hora de que llamemos las cosas por su nombre y paguemos nada más que al que vale y por lo que vale. Pocas universidades y bien buenas, profesores del máximo nivel y compitiendo entre sí con arreglo a parámetros racionales y estudiantes muy bien seleccionados que bajo ningún concepto deben ver sus estudios financiados por el erario público si pueden sobradamente pagárselos o si no tienen la capacidad o disposición para lograrlos con solvencia mediante su capacidad y su apropiado rendimiento.

La universidad ha sido y es, aquí, uno de tantos timos relacionados con un concepto erróneo y torpe del Estado del bienestar y del Estado social. Por eso nos estamos quedando en el malestar, sin políticas sociales verdaderas y con cara de tontos.

6 comentarios:

Moriarty dijo...

Añado como glosa: fruto de la inflación de universidades y carreras habida en los últimos años, en España es hoy más fácil cursar una carrera universitaria tras otra que plantearse un giro vital y formarse, pongo por caso, para ser ebanista o jardinero.

Saludos.

Universitaria dijo...

El caso es que hay equis puestos de trabajo y hay cientos de universitarios. Los títulos no los regalan. Hay que estudiar. Siento diferir con usted. El caso es que no hay homogeneidad. Asignaturas que algunas unis cuestan la vida aprobar te vas a la de al lado y es relativamente fácil. Yo por ejemplo he intentado hacer traslado de matricula y no me ha sido posible, porque mientras en una universidad tenía la carrera terminada en la que pretendía cursar me faltaba más de la mitad de la carrera. Y el título es el mismo, mientras que en mi uni inclusive tenía más créditos. No hay homogeneidad. No sé si esto se soluciona algo con los grados.
El caso es que se universalizado la educación universitaria y esos puestos son limitados. Luego hay exceso de oferta pues se puede abusar del personal. Es la ley de la oferta y la demanda. ¿no fue el mayo del 68 por una cuestión parecida? devaluación de títulos?

Universitaria dijo...

Pero te prometo que los títulos no los regalan. Te lo prometo. No sé si ahí León pasa eso. Lo mismo nos vamos "pallá".

Exiliado dijo...

Profesor, muchas gracias por responder a las cuestiones que planteé recientemente.

Estoy de acuerdo con todo lo que expone en esta entrada, de principio a fin.

Quizá convendría desarrollar brevemente un elemento sociológico español relacionado con la la actual situación de la educación universitaria en España. Mi impresión es que ciertos elementos atávicos han contribuido al desastre en el que nos encontramos actualmente. Me refiero al desprecio por los trabajos manuales (el propio término "menestral" tiene una connotación peyorativa) y al gusto por las apariencias, primero del hidalgo, después de la pequeña burguesía y finalmente de toda la sociedad. Consecuencia: los progenitores  con estudios universitarios no pueden consentir que su prole "sea" menos que ellos y aquellos que no tienes esa formación desean ante todo que sus retoños sí la obtengan. ¿Les mueve a todos ellos el interés por que sus hijos obtengan una generosa remuneración? Haçe algún tiempo, en parte, hoy en día, difícilmente. La motivación del presunto prestigio y de las apariencias tiene ahí un peso considerable. 

Antes, las clases privilegiadas podían acceder de manera casi exclusiva a esa educación universitaria. Hoy en día, como usted dice, compensan la masificación y desprestigio del sistema universitario español con "extras" que solo ellas pueden permitirse o simplemente mediante contactos e intereses creados. Al final, tenemos de todo menos meritocracia.                    

Anselmo Lorenzo dijo...

Llegan los 17 años. No sabes qué hacer y vas a la universidad, que a mi no me pareció ni " el templo de saber " ni la " cuna de grandes filósofos, científicos o humanistas experimentales ". Es antropológicamente un rito de paso y punto. Triunfa la cooptación, la endogamia, la repetición aburrida de rituales vacíos de contenido, lo academicista frente al afán curioso por saber, por conocer. Me gusta mucho la opinión que tiene el filósofo Emilio Lledó sobre la universidad, que debe ser aparte de un centro de titulitis y
formatitis, un lugar de reflexión,
un oasis donde no se debería hacer frente desde las angustias más tremendas a lo acuciante de la lucha por sobrevivir, un foro
de capacidad crítica, de planteamiento del modelo de sociedad más bueno, un rito feliz de paso para casi todos, salvo para los que decidan enrolarse como doctorandos, prologando su alejamiento del mundo mundanal. la universidad también es ver a chicas, presumir un poco, sacarse el título porque hay que sacárselo como en una autoescuela, etc. Apuntitis, repetición regurgitada, pasotismo por tener una verdadera cultura de fondo y poso, conversaciones de pub o discoteca, bar o pinchoteo, son la tónica general. parece que los universitarios tienen que ser una especia aparte, parece que la chabacanización de la universidad es reciente, y siempre ha sido lugar de francachelas, tunas, manteos, pillos y pícaros. Triunfan los más adaptados, pero los vagos, malos estudiantes, politiquillos rebeldes arengadores, tías buenas tontas y no tontas, incluso de 10, los aldeanos acomplejados y los bedeles con tres carreras, también forman parte de la fauna universitaria, en la que hay de todo, también chulos superdotados elitistas que repiten siempre la misma historia, negándose a ver la realidad democratizadora de una institución que es el reflejo directo de esta sociedad mediocre, tolerante, llevadera ( hasta ahora ), masificadora, de " integrados o apocalípticos ", irónicos y estudiantes con granos que como digo, llegan a los 17 años, y no saben qué hacer, la verdad, porque ir a la universidad, la verdad, les asegura por lo menos unos años de prolongación neoténica ( neotenia ) de la adolescencia. Cada vez maduramos más tarde y a nadie hace daño estar escuchando unos rollos que además no me te van a servir para la vida práctica para casi nada. Veo de buen grado la democratización de la universidad, que vaya quién le dé la gana, y si quieres colocarte de profesor ya te encargarás de repetir genuflexiones o buscarte la vida servilmente, mediante recomendaciones y auxilios espirituales, dentro de un armatroste perfectamente inútil, como las facultades de derecho, completamente anti creatividad y desarrollo de la inteligencia, por lo menos hasta hace cuatro días.

EN PRO MÁS BIEN DEL AUTODIDACTISMO. LAS UNIVERSIDADES ÁCRATAS Y DEL PUEBLO, EL ANARQUISMO PEDAGÓGICO, LA PEDAGOGIA ANARQUISTA, LA LECTURA, EL AFÁN VERDADERO POR LABRARSE UNA CULTURA Y UNAS LECTURAS, EN CONTRA DE TANTA TITULITIS Y GILIPOLLEZ REPRODUCTORA DE PRIVILEGIOS, PAPELEOS, PIJERÍAS Y ESTERILIDADES PSEUDOINTELECTUALES.

No tan anónimo dijo...

Lo que dices de los estudiantes es totalmente cierto, pero lo peor es que algo muy semejante se puede decir de los profesores (con todas las excepciones que quieras, que también existen entre los alumnos): "De los profesores universitarios que yo conozco, poquísimos leen u hojean algún periódico no deportivo y la mayoría no están al corriente de los acontecimientos más importantes que en el mundo están ocurriendo". No dejo de sorprenderme del poco interés de la mayor parte de los profesores universitarios por la rama del saber a la que, se supone, están dedicados. Todo lo que no sean intrigas mezquinas, cargos de gestión y variaciones retributivas les produce una mueca de inabarcable hastío. Universidad para el que la merezca, estoy de acuerdo, pero eso vale para los estudiantes y también para los profesores.