Lo
que a mí me extraña de Ana Mato, la señora ministra de Sanidad, no es que no
dimita, sino que sea ministra y que lo sea, además, de Sanidad. Que en régimen
de gananciales recibiera regalitos y regalazos de los de la Gürtel no lo apruebo,
pero entendamos que se había desposado con uno de la pomada y que con esa pinta de
pijos irredentos cómo no van a necesitar un Jaguar por la cara o que a los
niños les pongan confeti de marca para que no tengan complejos ante los
amiguitos del cole. Por cierto, ¿irán a colegios públicos los hijísimos de
estos superpapás?
No,
lo que impresiona y abruma, sobrecoge, es ver cómo en la cima de la pirámide social, en el
pico mismo de los méritos y los poderes, en vez de estar las personas más
preparadas o los que más se esforzaron hay unas caquitas pinchadas en un palo.
Tú vas entrando en cada dependencia administrativa, en cada centro, sede o
delegación, y te encuentras unos señores y unas señoras bastante sesudos,
cargados de oposiciones y trienios o que han sido puestos allí porque tienen
aquella ingeniería o entienden de recursos contencioso-administrativos o hablan
un par de idiomas o tres. Hasta que llegas a la cúspide del Estado y la punta
del aparato, y allá es donde te topas un desconcertante letrero que reza tal que
así: “Aquí cago yo. Fdo.: El Presidente del Gobierno”.
Pero
esto cómo es, de donde viene tal descaro. Se deberá al gusto, supongo, a un morbazo tremendo. Si
seleccionas y organizas a los mejores, puedes pasar por un buen gerente y poco
más, pero si logras poner de jefes a una caterva de mantas e indocumentados, el
subidón tiene que ser brutal, indicio de que eres invulnerable, signo de
predestinación y gloria eterna, lo máximo y todo el día más tieso que una vela. Porque díganme si no hay diferencia
entre hacer ministro de Sanidad, mismamente, a uno que fuera médico o
veterinario para empezar, con estudios adicionales de Economía y algo de
Derecho, experto acreditado en gestión sanitaria y con una experiencia que va
de los quirófanos a la dirección de hospitales, pasando por una temporada de
vacunaciones en África, o colocar al timón del Ministerio a una nena. Bueno o a
un nene, que de lo uno y lo otro hay según los años y los ministerios y no
vamos a desorientarnos ahora con los géneros. En el caso de Mato es una nena
que pasa de medio siglo, pero que conserva ese aire de virginidad mental de
quien desde los veintipocos no hizo más que susurrar al oído del mozo que mece la
cuna. Si yo fuera Presidente del Gobierno nombraría a varias Mato y a unos
cuantos chicos de su mismo perfil y con idéntica mirada bovina, por lo de la paridad,
y me recrearía en mi omnipotencia y me abanicaría con el cipote presidencial.
Qué
demonios sabrá Mato de Sanidad. Ni le suena, ni remota idea, cero patatero,
ajenidad total, alienación completa. Como si me ponen a mí a cultivar el bosón
de Higgs, seguro que lo echo a perder en cuatro días y lo confundo con una
cuñada. Eso es mucho más grave que lo de los regalitos gürtelianos. Porque
díganme qué ganamos aunque sea honrada y aun cuando los de la trama le enviaran las dádivas para la otra de él. ¿Que no se va a llevar de los ambulatorios y para revenderlos los aparatejos
de medir la tensión o los bisturíes? Y qué, no se los llevará, pero tampoco los
identifica ni sabe para qué son, le da igual un quirófano que una chaise
longue, a ella todo le suena a sí-bwana y lo que me diga el señorito y lo más cercano a la Medicina que ha tocado son unas tiritas con estampados de Minnie Mouse.
Como
anda uno incrédulo y pareciera que no puede ser, me he documentado en la red.
La única experiencia laboral de esta mujer y su único contacto con una
profesión propiamente dicha fue como tutora en un centro de la UNED, supongo
que un año o dos como mucho, y eso ni es una profesión propiamente dicha ni es
experiencia laboral, es donde se coloca a los parientes desocupados para que hagan
algo un par de tardes a la semana, dos horitas o así. Y punto pelota, todo lo
demás de la Mato ha sido gatear de cargo en carguito y de escaño en escoño,
calentar braga sobre variada sede para ir ascendiendo como si fuera algo o
supiera hacer cosa distinta del mero roce de posadera. Y acaba de Ministra de
Sanidad con don Mariano y no dimite porque cómo va a dimitir de un cargo en el
que ni ella sabe por qué está. Para entender las razones para irse hay que
comprender los motivos para haber llegado y esos no los sabe nadie o se los
guarda Mariano como parte de su culto.
No
es de ahora, esa forma de autoerotismo presidencial no la inventó Rajoy, ni
siquiera Zapatero, que tenía el aliciente adicional de las cuestiones
metafísicas en plan barón de Münchhausen mesetario, ya que se decía cada tarde
que si yo hago ministros a los imbéciles quién potorrito me ha hecho Presidente
a mí y si no será que en el fondo somos listos o Dios nos quiere así,
mediopensionistas y con momentos pasables. Es transversal el vicio de poner a
gobernar al tontito del pueblo, al felador que hasta se limó los dientes cual
siamés carcelario, a la chica de los recados o al cuñado del chofer de los marqueses,
a algún primo del que le compra los bolsos a las señoras de los amigos, una
modalidad revolucionaria de promoción social de las clases oprimidas por la
faja, en pie, ahíta legión.
Ha
de resultar placentero a más no poder, como para morirse de gusto y risa. Lo más
parecido o cercano que ha visto uno, a su modestísimo nivel, consistía en hacer
profesores titulares sin dos dedos de frente ni de perfil pero con unos culitos
que pa qué, y con eso meramente ya los había que perdían el oremus. Así que lo
de sacarse ministros de salva sea la parte y plantarlos ahí porque me sale de tal
lo presumo éxtasis político, el acabose del poderío y el aquí estoy yo aunque se
acabe el mundo y que os den a todos. Por eso Rajoy dice que a Mato no la cesa
porque está bien donde está y merece ser lo que es. Es lo que tienen los
jarrones, sin bu.
2 comentarios:
Desde los tiempos en que don Enrique Fuentes Quintana ocupaba la cartera de Economía, el nivel de exigencia para ocupar el cargo de ministro no es que haya bajado, es que se ha despeñado.
Hombre, uno, que no cree mucho en que los títulos y los saberes de algo aporten al común siquiera, dado que las más de las veces no aportan ni al propio interesado, si echa en falta una capacidad en los que tan alto suben: mentir, mentir bien, seguir mintiendo.
Pero es que ni eso se sabe hacer ya. Falta de disciplina creo yo. Será.
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