Crecimiento económico es igual a bienestar. Este es el mandamiento que rige nuestras sociedades. Quien lo ponga en duda pone en riesgo su crédito de persona sensata. Sin embargo, cada vez parece más claro que el crecimiento indefinido no sólo no aumenta nuestro bienestar sino que lo va minando de forma dramática. Un nuevo horizonte se impone y hacia él debemos empezar a caminar «mejor hoy que mañana».
Este es el resumen de la contraportada de un libro que acaba de aparecer en Alemania y cuyo título es Exit. Wohlstand ohne Wachstum (Salida. Bienestar sin crecimiento, Propyläen, 2010). Su autor se llama Meinhard Miegel y no es precisamente un joven verde ni un pensador que viva al margen de los circuitos finos del sistema político y económico. Antes al contrario, se trata de un hombre de 70 años que ha sido asesor de la Democracia Cristiana alemana y consejero de varias empresas relevantes en la economía de su país. Cuenta con esa formación tan típica -y envidiable- de los alemanes: empezó estudiando Música para aterrizar después en la Sociología, la Filosofía y el Derecho (es doctor por la Universidad de Fráncfort).
Este intelectual, vinculado a la derecha, es quien escribe que «gran parte del mundo -y a su cabeza los países tempranamente industrializados- dependen del crecimiento económico como los alcohólicos de la botella o los drogadictos de la aguja-. Avanzan ebrios por la historia apoyados en el bastón de una consigna que nadie disputa: «siempre adelante y siempre más». Las 300 páginas de su libro están dedicadas a demostrar lo peligroso de este modo de razonar partiendo de una constatación: nos ha llevado a una crisis «de burgueses que han cultivado un estilo de vida que está muy por encima de sus posibilidades y que han pretendido edificar un patrimonio sobre deudas». Es la crisis además de «las empresas que han vivido gracias al gotero de los bancos» y que de forma ingenua han creído en su imparable crecimiento. Pero es también la crisis de los propios banqueros, que han traficado de manera irresponsable con el dinero de sus clientes. Y la de los científicos, que han vendido sus hipótesis y creencias como verdades inconcusas. Y la de los sindicatos, que exigen y exigen sin tener en cuenta el contexto. Y es, en fin, la crisis de los políticos, que desde hace decenios actúan como si el crecimiento económico fuera algo inmanente y consustancial con nuestros genes y, que, atentos al día a día, no son capaces de contemplar un futuro que no pase por esa fantasía.
Todos ellos han tejido los hilos de una sociedad para cuyos miembros contraer deudas ha sido pura rutina y pagar los plazos puntualmente cortedad de miras propia de mentecatos que no ven más allá de sus narices. En ella ha regido la insensata invitación a una barra libre para todos y todas, el joven y el viejo, el nene y la nena. Gracias a los embelecos de unos y otros hemos cabalgado sobre un tigre sin saber en realidad lo que es un tigre ni cómo se las gasta este félido. A quien no ha participado de este jolgorio se le ha considerado sin más carne de cenobio o ha sido objeto de befa.
La pregunta que ahora se impone es: ¿se puede continuar así? De momento, parece que nadie está dispuesto a dejar de darle a la manivela, pues si se contemplan las medidas tomadas por los gobiernos, advertimos que han consistido en seguir derramando dinero: sobre los bancos, sobre la industria del automóvil, sobre la construcción de carreteras… Es decir, no se aprecia un esfuerzo destinado a empezar de nuevo, a imaginar otro mundo. Como mucho, a corregir algunos defectos o fallos de un sistema al que se reputa nimbado por la infalibilidad.
Una actitud reaccionaria que defienden quienes blasonan de izquierdismo y de esos otros ismos que en rigor no son sino el punto en el que se encuentran los caminos de la bobería y la bribonería. Pero además una actitud peligrosa, pues conduce a crisis futuras de mayores dimensiones. Adviértase que hasta ayer han sido los bancos y las empresas -y por supuesto los ciudadanos- los afectados; hoy, lo estamos viendo de forma dramática, son ya los mismos Estados los que se asoman a profundos abismos al fondo de los cuales les espera un espacio montaraz donde se ignora qué reglas estarán en vigor.
El autor parte de que el bienestar de unos pocos convive con la penuria de millones de seres humanos que miran el gran convite segregando los mismos jugos gástricos que segregaban los niños de los cuentos de Dickens cuando miraban los dulces de las pastelerías tras los cristales de sus escaparates. Esta injusticia no es posible mantenerla por razones éticas pero además porque, al vivir en un mundo globalizado en el que todos nos podemos ver las caras, resulta ya ineludible escapar de la maldita ecuación que liga el bienestar con el crecimiento económico ilimitado: en un mundo finito no es posible el crecimiento infinito. En la hora actual no se trata de crecer más sino de repartir mejor. De idear un plan nuevo de convivencia -más justo o menos feroz- entre los habitantes de una Tierra que no está hecha para acoger una industrialización como la que han vivido los países tempranamente industrializados, beneficiarios de una situación irrepetible: la que permitió servirse a discreción de los recursos naturales alojados en la panza benefactora y multípara de la Tierra y de sus mares.
Por ello la sociedad debe acabar con la religión del crecimiento y el bienestar que tantas víctimas propiciatorias exige a diario: seres humanos, animales, plantas, paisajes, ciudades, y hasta el sentido común arde en el pebetero de ese dios arrogante que es el crecimiento indefinido, concebido como única tabla salvadora de la humanidad. No olvidemos que estamos ante una religión que es monoteísta y que, por ello, no admite otros dioses que proyecten sobre los creyentes sus sombras de dudas.
Y sin embargo hay que limpiar los altares de falsos ídolos. Hasta ahora el bienestar se ha medido tan solo con las cifras del Producto Interior Bruto, un despropósito que se asemeja al del médico que se empeña en medir la presión arterial con un termómetro. Si queremos interpretar la realidad más ajustadamente, preciso es saber que el aumento del bienestar material es crecimiento económico más descuento de todos los costes y daños que ese crecimiento ha causado en la Tierra. Por ello, en el futuro, el bienestar ha de ser algo distinto a la propiedad de bienes materiales y al disfrute de servicios comerciales. Seguir defendiendo los postulados tradicionales lleva a graves perturbaciones de la Tierra en su conjunto y en particular del hombre, de quien hace un ser intelectualmente pobre y -¿por qué no decirlo?- un poco mochales.
A partir de estas ideas se enhebran unas propuestas sugestivas que abarcan aspectos de la vida social como la construcción de las ciudades y la ordenación del territorio, el transporte, las nuevas formas de trabajar y de dejar de trabajar (jubilaciones), la necesidad de repensar el Estado social, el papel de la familia, los movimientos migratorios, la educación, el disfrute de la cultura…
Reflexiones estas de Miegel que no son nuevas, como sabe el lector avisado, pues conviven con una literatura abundante en la que figuran nombres -citados cálamo currente- como los de Dennis Meadows y Herbert Gruhl, entre otros muchos, y los de nuestros Carlos Taibo o, con otros acentos, Ignacio Sotelo. Compartiendo o combatiendo sus opiniones, es muy conveniente no perderlas de vista y recordar que, probablemente sin saberlo, se apoyan en la proclama que un hombre poco sospechoso, el padre del milagro alemán, Ludwig Erhard, hizo en 1965: «necesitamos un nuevo estilo de vida porque el crecimiento permanente carece de sentido…».
Sospecho que por este semillero de ideas transgresoras circulará el progreso de la sociedad. Muy lejos desde luego de las embaucadoras supercherías que nos quieren colocar los quincalleros de la progresía oficial.
Este es el resumen de la contraportada de un libro que acaba de aparecer en Alemania y cuyo título es Exit. Wohlstand ohne Wachstum (Salida. Bienestar sin crecimiento, Propyläen, 2010). Su autor se llama Meinhard Miegel y no es precisamente un joven verde ni un pensador que viva al margen de los circuitos finos del sistema político y económico. Antes al contrario, se trata de un hombre de 70 años que ha sido asesor de la Democracia Cristiana alemana y consejero de varias empresas relevantes en la economía de su país. Cuenta con esa formación tan típica -y envidiable- de los alemanes: empezó estudiando Música para aterrizar después en la Sociología, la Filosofía y el Derecho (es doctor por la Universidad de Fráncfort).
Este intelectual, vinculado a la derecha, es quien escribe que «gran parte del mundo -y a su cabeza los países tempranamente industrializados- dependen del crecimiento económico como los alcohólicos de la botella o los drogadictos de la aguja-. Avanzan ebrios por la historia apoyados en el bastón de una consigna que nadie disputa: «siempre adelante y siempre más». Las 300 páginas de su libro están dedicadas a demostrar lo peligroso de este modo de razonar partiendo de una constatación: nos ha llevado a una crisis «de burgueses que han cultivado un estilo de vida que está muy por encima de sus posibilidades y que han pretendido edificar un patrimonio sobre deudas». Es la crisis además de «las empresas que han vivido gracias al gotero de los bancos» y que de forma ingenua han creído en su imparable crecimiento. Pero es también la crisis de los propios banqueros, que han traficado de manera irresponsable con el dinero de sus clientes. Y la de los científicos, que han vendido sus hipótesis y creencias como verdades inconcusas. Y la de los sindicatos, que exigen y exigen sin tener en cuenta el contexto. Y es, en fin, la crisis de los políticos, que desde hace decenios actúan como si el crecimiento económico fuera algo inmanente y consustancial con nuestros genes y, que, atentos al día a día, no son capaces de contemplar un futuro que no pase por esa fantasía.
Todos ellos han tejido los hilos de una sociedad para cuyos miembros contraer deudas ha sido pura rutina y pagar los plazos puntualmente cortedad de miras propia de mentecatos que no ven más allá de sus narices. En ella ha regido la insensata invitación a una barra libre para todos y todas, el joven y el viejo, el nene y la nena. Gracias a los embelecos de unos y otros hemos cabalgado sobre un tigre sin saber en realidad lo que es un tigre ni cómo se las gasta este félido. A quien no ha participado de este jolgorio se le ha considerado sin más carne de cenobio o ha sido objeto de befa.
La pregunta que ahora se impone es: ¿se puede continuar así? De momento, parece que nadie está dispuesto a dejar de darle a la manivela, pues si se contemplan las medidas tomadas por los gobiernos, advertimos que han consistido en seguir derramando dinero: sobre los bancos, sobre la industria del automóvil, sobre la construcción de carreteras… Es decir, no se aprecia un esfuerzo destinado a empezar de nuevo, a imaginar otro mundo. Como mucho, a corregir algunos defectos o fallos de un sistema al que se reputa nimbado por la infalibilidad.
Una actitud reaccionaria que defienden quienes blasonan de izquierdismo y de esos otros ismos que en rigor no son sino el punto en el que se encuentran los caminos de la bobería y la bribonería. Pero además una actitud peligrosa, pues conduce a crisis futuras de mayores dimensiones. Adviértase que hasta ayer han sido los bancos y las empresas -y por supuesto los ciudadanos- los afectados; hoy, lo estamos viendo de forma dramática, son ya los mismos Estados los que se asoman a profundos abismos al fondo de los cuales les espera un espacio montaraz donde se ignora qué reglas estarán en vigor.
El autor parte de que el bienestar de unos pocos convive con la penuria de millones de seres humanos que miran el gran convite segregando los mismos jugos gástricos que segregaban los niños de los cuentos de Dickens cuando miraban los dulces de las pastelerías tras los cristales de sus escaparates. Esta injusticia no es posible mantenerla por razones éticas pero además porque, al vivir en un mundo globalizado en el que todos nos podemos ver las caras, resulta ya ineludible escapar de la maldita ecuación que liga el bienestar con el crecimiento económico ilimitado: en un mundo finito no es posible el crecimiento infinito. En la hora actual no se trata de crecer más sino de repartir mejor. De idear un plan nuevo de convivencia -más justo o menos feroz- entre los habitantes de una Tierra que no está hecha para acoger una industrialización como la que han vivido los países tempranamente industrializados, beneficiarios de una situación irrepetible: la que permitió servirse a discreción de los recursos naturales alojados en la panza benefactora y multípara de la Tierra y de sus mares.
Por ello la sociedad debe acabar con la religión del crecimiento y el bienestar que tantas víctimas propiciatorias exige a diario: seres humanos, animales, plantas, paisajes, ciudades, y hasta el sentido común arde en el pebetero de ese dios arrogante que es el crecimiento indefinido, concebido como única tabla salvadora de la humanidad. No olvidemos que estamos ante una religión que es monoteísta y que, por ello, no admite otros dioses que proyecten sobre los creyentes sus sombras de dudas.
Y sin embargo hay que limpiar los altares de falsos ídolos. Hasta ahora el bienestar se ha medido tan solo con las cifras del Producto Interior Bruto, un despropósito que se asemeja al del médico que se empeña en medir la presión arterial con un termómetro. Si queremos interpretar la realidad más ajustadamente, preciso es saber que el aumento del bienestar material es crecimiento económico más descuento de todos los costes y daños que ese crecimiento ha causado en la Tierra. Por ello, en el futuro, el bienestar ha de ser algo distinto a la propiedad de bienes materiales y al disfrute de servicios comerciales. Seguir defendiendo los postulados tradicionales lleva a graves perturbaciones de la Tierra en su conjunto y en particular del hombre, de quien hace un ser intelectualmente pobre y -¿por qué no decirlo?- un poco mochales.
A partir de estas ideas se enhebran unas propuestas sugestivas que abarcan aspectos de la vida social como la construcción de las ciudades y la ordenación del territorio, el transporte, las nuevas formas de trabajar y de dejar de trabajar (jubilaciones), la necesidad de repensar el Estado social, el papel de la familia, los movimientos migratorios, la educación, el disfrute de la cultura…
Reflexiones estas de Miegel que no son nuevas, como sabe el lector avisado, pues conviven con una literatura abundante en la que figuran nombres -citados cálamo currente- como los de Dennis Meadows y Herbert Gruhl, entre otros muchos, y los de nuestros Carlos Taibo o, con otros acentos, Ignacio Sotelo. Compartiendo o combatiendo sus opiniones, es muy conveniente no perderlas de vista y recordar que, probablemente sin saberlo, se apoyan en la proclama que un hombre poco sospechoso, el padre del milagro alemán, Ludwig Erhard, hizo en 1965: «necesitamos un nuevo estilo de vida porque el crecimiento permanente carece de sentido…».
Sospecho que por este semillero de ideas transgresoras circulará el progreso de la sociedad. Muy lejos desde luego de las embaucadoras supercherías que nos quieren colocar los quincalleros de la progresía oficial.
14 comentarios:
Por admiración y respeto (y también amistad) al Prof. Sosa me atrevo a matizar algunas afrimaciones:
1. Los científicos hacen hipótesis pero NO creen en nada, eso es cosa de teólogos. Intentan interpretar la Naturaleza con modelos más o menos atrevidos intelectualmente pero el verbo creer nunca lo conjugan.
2. Lo de repartir mejor me hace echar mano a la cartera. Sé que el Prof. Sosa no es un típico político, pero cuando un político habla de repartir está pensando en repartir mi dinero. Y mi caso (como el de muchsos otros) es el descrito en:
"A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito".
3. Como no comparto el catastrofismo de los "daños que se le están haciendo a la Tierra", no puedo deducir que ese sea el problema del "crecimiento". Mi opinión es que los "políticos" en su afán de ganar elecciones "como sea" cayeron en la tentación de darle dinero fácil a los votantes, y estos se han dejado comprar sin saber que el dinero era prestado y había que devolverlo. Los que no pedimos dinero prestado vamos a pagar ahora al menos los intereses de esos préstamos.
Enhorabuena por las simples verdades de a puño - magnífico artículo. Alce la misma voz en su trabajo, por favor, por favor, tres veces por favor. Quien siga predicando de crecimiento a su feligresía, es un bellaco. Y quien se lo crea, a la luz de la información sencilla que desde hace mucho está al alcance de todos, un mentecato.
Matización a la matización (1) del Sr. Rull: los científicos creen (en el sentido de 'adherir irracionalmente a una convicción indemostrada') en muchas cosas - con la única excepción de las hipótesis, a las cuales se les pasa el modesto pero por ahora inmejorable rodillo de la falsificabilidad. ¿Cómo se escoge una línea de investigación, si no es creyendo en ella? ¿cómo se escoge una estrategia experimental, dentro de esa línea? Las posibilidades son enormes, los recursos limitados - hay que jugársela por algo.
A la matización (2) - le envidio la tranquilidad de pensamiento, pudiendo creer que lo que tiene en la cartera es suyo. (Que conste, no lo estoy llamando amigo de lo ajeno, no me permitiría nunca tal ligereza - lo estoy simplemente reconociendo como miembro de la minoría privilegiada del mundo).
A la matización (3) - ¡huy! ¿Ha leído algo de ciencia, recientemente? ¿Sobre evolución de la biodiversidad, por ejemplo? ¿Sobre disponibilidad de recursos? ¿Sobre alteración de equilibrios sistémicos? Hay un montón de cosas que no se miden con dinero - todas las serias, me temo.
Salud,
Perdón por la involuntaria anonimidad de hace un momento,
y salud de nuevo,
Respuestas:
1. Los científicos intentan entender la Naturaleza, y lo hacen con dos instrumentos, las Matemáticas y su inteligencia. Cuando se elige una línea de investigación no se hace basándose en una creencia sino en un intento de entender, y si es posible predecir, el comportamineto de la Naturaleza. Veámoslo con un ejemplo. El experimento de Michelson-Morley acabó con la idea del éter como sustrato en el que se movían las ondas electromagnéticas, y concluyó sobre la constancia de la velocidad de la luz. Entonces un tipo con inteligencia y Matemáticas desarrolla una teoría que puede explicar muchas realidades e incluso predecir otras. Como hizo Darwin, mirar la Naturaleza, pensar y proponer un modelo. ¿Que nunca es el definitivo?, perfecto!, por eso no son teólogos.
2. No es un problema de tranquilidad de pensamiento, es de hartura de que muchos (demasiados!), ignorantes, inútiles, incopetentes y vagos vivan del dinero que legalmente me roba el Estado cada año.
3. Algo he leido sobre ciencia últimamente. Soy "aficionado" a la lectura sobre toda la algarabía que se ha montado sobre el denominado "cambio climático". Estoy impresionado por el "report" que hacen Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner sobre la reunión que se celebró en el "Intellectual Venture" en la que estaban presentes Nathan Myhrvold, Lowell Wood, Ken Caldeira, John Latham, y algunos otros más. Merece la pena leérselo. También no me pierdo casi nunca las magníficas gráficas que Antón Uriarte pone en su blog.
Pero ya le digo como aficionado.
Para medir hace falta un patrón de medida, ¿Que las cosas serias no se miden con dinero?, pues yo tengo mis dudas. Quizás porque Heisemberg me ha marcado la vida intelectual.
Pa luis...Yo empece a trabajar como cientifico y me di cuenta de como esta el percal muy rápido...La teoría utópica del cientifico volcado en su labor altruista deja mucho que desear en la actualidad, y mas en la universidad.
Falsedad, interes económico y afan de protagonismo rigen gran parte de la "ciencia" en nuestro pais.
Me permito incluir un enlace con aportaciones muy interesantes en la línea de su entrada.
http://www.decrecimiento.info/
Y escribió Galbraith en "La sociedad opulenta", refiriéndose a la nefasta obsesión del capitalismo por el crecimiento constante:
"La solución consiste en encontrar algún procedimiento que permita disminuir la importancia que hoy se otorga a la producción en cuanto fuente de ingresos".
Ese procedimiento al que se refería Galbraith hace ya más de 50 años es la Renta Básica.
En realidad solo un sueldo universal garantizado nos puede apartar del más terrible dogma de fe de la econocracia, que es dar por hecho que empleo y crecimiento forman un matrimonio indisoluble.
Por la Renta Básica:
www.elsueldodediogenes.com
Estimado Rull,
supongo que se refiere al Capítulo 5 de 'Superfreakonomics', con lo de 'report' (en mi campo, 'report' se llama a un documento estructurado que ha seguido un proceso de control de calidad interno, y otro de revisión por iguales, externo - pero no nos pongamos a discutir por minucias).
'Superfreakonomics' no es ciencia. Es un éxito de ventas, y pienso que la definición lo diga todo. Ofrece una colección de anécdotas -de lectura muy interesante y entretenida- que hacen pensar. A mi modo de ver, es una recomendable lectura -asaz sesgada, pero con un sesgo muy identificable, que hay que tomar en cuenta en el análisis pero que no resulta nocivo- para apoyar un curso sobre motivación e incentivos. Estirando la definición con mucha generosidad, podríamos decir que tiene fragmentos que aspiran al status de divulgación científica.
El Capítulo 5 es, a mi juicio, el más débil del bestseller. Ya su título expone el verdadero programa que anima a los autores - poner a caer de un burro a Gore, quien dista de ser santo de mi devoción. Leyendo entre líneas, es un capítulo sobre todo político.
No sólo omite mucha información, y otra la presenta de forma fragmentada y difícilmente conectable: también incurre en algunos deslices lógicos de puro sonrojo. Por ejemplo, cuando se explaya en la crítica a las muchas insuficiencias de los modelos que se emplean en la investigación del clima, y a continuación presenta sin inmutarse una serie de 'soluciones geoingenieriles' justificadas en ... adivínenlo ustedes ... en modelos (mucho más bastos y de andar por casa, dicho sea de paso, que los modelos de clima actualmente existentes).
Otra perla es que el libro se dedica a comentar en repetidas ocasiones la cuestión de las "consecuencias no previstas de nuestras acciones", para acabar presentando entusiasta una serie de acciones de gran envergadura. Las cuales, no hace falta decirlo, tendrán consecuencias no previstas, en pura aplicación del principio tan querido a los autores. Pero de ésas no se habla - me temo que habrían hecho bajar las ventas.
Una tercera, poner ya en la portada del libro el eslogan 'global cooling' y luego dedicar páginas y páginas entusiastas a las intervenciones de geoingeniería destinadas a enfriar el planeta. No encuentro que sea el máximo de la coherencia. Si de veras creen en su (comercialísimo, reconozco, sobre todo en USA) título, uno se esperaría, o ninguna medida, o medidas destinadas a calentarlo.
Ahora hablando seriamente. Hay algunas propuestas de geoingeniería climática que son interesantes, y probablemente nos va a tocar probar algunas. Pero hay que tener claro de qué se trata - de un tratamiento radical, no experimentado, con riesgos notables, simplemente para evitar que se materialicen previsiones que son muy fuertes, y no precisamente de 'global cooling'.
Pero lo que no es de recibo es la simplificación chata del debate sobre la que puede ser la cuestión más importante de la historia de la humanidad. Ni una palabra sobre pérdida de biodiversidad. Ni una sola palabra sobre agotamiento de recursos (no sólo el consabido petróleo - también el agua, o los fosfatos, o decenas y decenas de materias primas). Ni una sola palabra sobre superpoblación.
Salud,
En cuanto a Antón Uriarte, qué quiere que le diga, probablemente haya hecho ciencia en algún momento de su pasada carrera. De su trayectoria es conocida la monotematicidad carbonera (y para mí, modestamente, difícilmente las cuestiones complejas tienen una única solución milagrosa).
Dicho eso, comparto muchos de los venablos que lanza sobre las fuentes de energía no carboneras (no es que el hecho de que yo los comparta tenga ninguna importancia - es que son del dominio común). Ahora bien, aparte de desesperantemente monotemático, Uriarte es un energista y ofertista (no sólo reduce la cuestión ambiental a la sola energía, sino que reduce su análisis a la pura cuestión de la oferta, y le encuentra una solución simplificada - ¡arreando con el carbón!).
A mí ese reduccionismo extremo me rechaza, tanto por consideraciones generales, como por la información específica que tengo del tema. Personalmente busco referencias que miren a la totalidad del problema, con los ojos bien abiertos, no que lo miren por un tubito, concentrándose en la esquinita que les interesa.
Más salud,
Querido "amigo"(?), discúlpeme por no contestar inmediatamente pero por respeto, admiración y amistad con el prof. Sosa he querido escribir con mi nombre real en vez de con el "nick" que tengo en blogger. La consecuencia es que no me avisa cuando hay un nuevo comentario.
Fíjese bien que lo que me impresionó fue el "reportaje" que hacen los dos autores de Superfreakonomics sobre esa reunión. Como la unión de gente inteligente puede ser útil para sumar y producir ideas. Como le dije soy un aficonado al tema. De la misma forma que si lee cuidadosamente mi comentario hablaba de las gráficas del Prof. Anton Uriarte. No pretendo creer (el verbo que no se debe utilizar), pretendo estar medianamente informadoy además, las gráficas mostradas en ese blog se refieren a más temas que el exclusivo del carbón.
Habla de "modelos más bastos y de andar por casa que los modelos de clima actualmente existentes". Quizás lleve razón, insisto no soy experto, pero los CV de los que estaban sentados en esa reunión aconseja opinar que no eran unos ignorantes del tema.
Recuerdo un libro que me impresionó. Mi conclusión es que hacen falta mentes muy bien educadas para abordar problemas complejos. Por eso me pareció tan interesante el reportaje de libro de un Professor de Economía de la Universidad de Chicago y un periodista del New Yok Times. He entrado varias veces en la página web del Prof. Levitt y me ha parecido un científico muy serio.
Ah!, no se puede ni imaginar lo que me han hecho sufrir los "anonymous referees" durante los últimos 35 años.
Estimado Rull,
Ante todo, gracias por la disculpa tan exquisita cuan innecesaria – de ninguna manera es precisa una respuesta inmediata, en un debate que merezca ese nombre. Estamos en un espacio libre de muchas convenciones, y entre otras libre de la urgencia frenética que pretende que ‘hay que estar’ conectado (imperativo categórico, pero categórico para la teleoperadoras, y/o para la vanidad de unos cuantos políticos y empresarios que se creen ‘importantes’, cierto no para ningún objetivo común sensato). Leí anoche su respuesta y ahora dispongo de algún espacio para corresponderle.
Sobre el verbo ‘creer’. Está fenomenal emplearlo, hombre de dios – basta no prevaricar ideológicamente con él, como algunos tienen la tendencia a hacer. Basta no emplear las propias creencias como martillo de herejes y pretexto tan automático como absoluto para meterse en la vida de los otros, para afirmar la propia supremacía y forzar ventajas a partir de ello. Sigo pensando que los científicos que de cuando en cuando trato creen en muchas cosas – y no me estoy refiriendo a los que a mí se me antojan no-problemas, como la existencia de un ser supremo, o del alma, o meta-no-problemas como el de la inmortalidad del alma, o el de la ley natural, o el del conocimiento revelado. No; me refiero a cosas sencillas, en su ámbito cotidiano, privado, profesional o ciudadano. Hago el ejemplo conmigo mismo, para que nadie se me mosquee: yo creo –con ciertas restricciones, en las que no entro ahora– en los derechos humanos. Pero intento mantenerme consciente, sobre todo cuando me afano en mis pequeñeces operativas en ese campo, de que lo mío es una creencia. Que hay una convergencia razonable de algunos de los postulados de los derechos humanos con ciertos campos del saber, o incluso de la ciencia (ahora le hablaré también de ello), pues fenomenal. Pero hay otros muchos que están en el aire, que son fuertemente culturales – y pienso que si me olvido de ello, estoy perdido, no sólo en el campo ético sino también en el práctico.
Sobre ‘saber’ y ‘ciencia’. Me viene usted con que el Prof. Levitt es un científico muy serio, y me lo argumenta, estoy seguro, con toda la probidad del mundo y la suya propia. Pero con las mismas le tengo que decir que, diametralmente, no estoy de acuerdo. Respeto mucho el excelente currículo del Prof. Levitt, y me encantaría charlar con él algún día. Ya dije que he disfrutado un montón sus ‘best-seller’, que a pesar de su aparente heterogeneidad tienen un tema unificador, como declaran en el prólogo del segundo: explorar los incentivos por los que se mueven las personas. (Uno que pretende explicar el mundo a través de las personas –aún suponiendo que acierte con las personas, que es mucho suponer– ya padece de un pequeño problema de vanidad, a lo mejor no individual pero ciertamente como miembro de la especie. Y de otro mayúsculo de perspectiva). Yo lo llamaría un académico convencionalmente serio. Pues digámoslo con todas las letras: trabaja en un campo –la economía– donde no funciona regularmente (y soy piadoso con el adverbio) la capacidad de hacer predicciones y de verificarlas, es decir de falsificarlas. Capacidad practiquísima, porque permite cerrar provisionalmente discusiones, y exigir, para reabrirlas, el pago de un simplísimo y moderado precio: aportar evidencia, no solamente opiniones. Careciendo de esa capacidad, no me parece oportuno aplicarle la bienintencionada (y conformista) denominación de ‘ciencia’.
Las cosas ésas para las que no hay aún palabra (cuyos practicantes suelen son los primeros interesados en que no la haya, porque la consonancia entre ‘economía’ y ‘astronomía', o entre ‘psicología’, y ‘mineralogía’, ayuda al cambalache epistemológico que llevamos un siglo largo viviendo), cuando se hacen con seriedad, nos están ciertamente ayudando a comprender el mundo, a generar saber – pero no las podemos poner en la misma categoría de la ‘ciencia’. Ni abajo, ni arriba: simplemente, no funcionan igual. Su escalada cultural obedece a otros intereses, y la puede estudiar excelentemente la ‘sociología’ de la ciencia, llegando a conclusiones que de cualquier manera serán eternamente discutibles, para cualquiera que opine de otra manera – precisamente porque es sociología. [Como evidentemente discutible es la toma de posición que estoy exponiendo.]
[Me suena algo de otros campos tradicionalmente ‘sólidos’ que se han contagiado un tantico de esas confusiones, como evidencia el apogeo de los cuerdistas, cuyo florecer ‘exitoso’ (es decir, exitoso en términos de carreras universitarias, de simposios, de revistas, de presupuestos y proyectos … ahora bien, sin predicciones verificables ) ha coincidido casualmente con un cierto frenazo productivo de la física, y con que pasara de ser punta de lanza en la apertura de fronteras científicas, como lo fuera más o menos hasta tiempos del que Vd. cita –Feynman–, a contemplar con un puntito de nostalgia cómo otros campos disfrutan de esa tarea.]
Continúo a enumerar mis divergencias. Los CV de las personas que estaban en la famosa reunión de Intelligent Ventures parecen envidiables, de acuerdo. Ahora bien, precisamente una de las diferencias entre la ‘ciencia’ y ‘esas otras cosas’ es que … no funciona el añorado (es un decir) principio de autoridad. Aparte del CV, que está muy majo tenerlo, hay que decir cosas que se sostengan. Recíprocamente, sin ningún CV, incluso desde el anonimato (que en el caso de la revisión está metodológicamente pensado, problemas aparte, no sólo para prevenir el conflicto de intereses, sino para subrayar que el principio de autoridad ya no vale) se puede argumentar que algo no se sostiene – y prevalece la fuerza del argumento contra el prestigio del CV. Para mí, la descripción que hace el ‘excelente académico’ de las discusiones de estas ‘famosas personas’ … bueno, dista mucho de impresionarme científicamente (y ya dije que en ella hay ideas que seguramente nos tocará tener que explorar en los decenios por venir). Llamémosla sociodivulgativa, e impregnada de una evidente y anglosajonísima intención de infundir optimismo en el lector, que no redunda precisamente ni en hacerla clara, ni completa. A lo mejor fue más rica, y el resumen-reportaje no le hace justicia. Espero con sumo interés actas más elaboradas, que colmen esas angustiosas lagunas lógicas que comentaba. (No pongo en duda que puedan hacerlo. Pero, si me permite un momento de mimetismo à la Levitt, dudo que tengan incentivos para hacerlo.)
Sigo considerando monotemático y repetitivo a Antón Uriarte, desde el título de su visitadísimo blog, para abajo. Varía las salsas recalentadas, pero la correosa y para mí sosa sustancia es siempre la misma. AU expone de forma aparentemente variada la tesis “la teoría X es defendida por más de un impresentable, y de dos; la teoría X es aprovechada para promocionar oscuros intereses; la teoría X es apoyada en más de una ocasión, y de dos, con argumentos de pena”. Y hasta ahí lo sigo, que duda cabe; la misma crítica la han hecho tantos – Freeman Dyson, por ejemplo, y es bien probable que la hubiera abrazado el mismo Feynman, de estar en vida. El ‘problemita’ específico de AU es la generalización falaz implícita que hace de esa tesis (demostrada), dando a entender la tesis (indemostrada) “ los que defienden la teoría X son impresentables; la teoría X obedece a oscuros intereses; los argumentos que apoyan la teoría X son de pena”. Y el corolario (igualmente falaz) que extrae explícitamente “la teoría X es farrapa”. Creo –si me lo concede– que este resbalón no lo hubiera pegado don Feynman, mire Vd. por donde. También hay mamarrachos impresentables que explican el teorema de Pitágoras, y que para peor lo explican mal, y hacen trampas con la prueba. Pero quien no está agitado por pasiones sabe evidentemente que esa irregularidad, que puede ser de importancia para intervenir sobre la política educativa, de formación de maestros, etc., es totalmente irrelevante para el núcleo alrededor del cual se discute: el teorema de Pitágoras. A mi modo de ver, la única conclusión valida de todo el larguísimo menú de AU es que hay carencias enormes en la formación científica y lógica de nuestra sociedad, quizás incluso agravada en nuestros cuadros ‘dirigentes’, y que viviendo como vivimos en una oligocracia corporativa hay oscuros intereses en juego en muchos, por no decir todos, de los temas centrales en el desarrollo de nuestro futuro. Acabásemos. ¿Lo proponemos para varios Nobeles simultáneos ya, o esperamos a la próxima convocatoria, para no abrumar a los de ésta?
Si sólo fuera esto, podría detenerme a ponderar la disyuntiva binaria de si AU fuese ignorante de los principios básicos de la lógica, o bien fuese intelectualmente deshonesto. Pero un elemento más de evidencia me permite decantarme por la segunda opción, al menos hasta que surja nueva evidencia: la ocultación. Dedica a menudo entradas y entradas a anécdotas varias, confundiendo al personal con clima y tiempo, variando la ventana histórica de las series que presenta – o criticando estupideces ajenas, como la de la toxicidad del CO2, que precisamente por lo irremediablemente estúpidas y sonrojantes resultan irrelevantes para lo que se debería discutir. Pero mucho más interesante que donde pone su atención es donde no la pone.
Ojalá dedicara un décimo de esa atención, qué digo, un centésimo, a ‘pequeñeces’ como:
1) La tasa de variación con la que está creciendo la concentración del CO2 y subiendo la temperatura –órdenes de magnitud más grande que en otras ocasiones de la historia del planeta
2) La evidencia, confirmada y reconfirmada en laboratorio, de las capturas de radiación infrarroja reflejada que se obtienen con concentraciones de gases con efecto invernadero en las que estamos ya o que alcanzaremos dentro de muy poco,
3) La distinción entre evidencia histórica recogida –fuerte, a decir poco– y modelos previsionales. (Ah, qué espléndido sería que las numerosas críticas a las insuficiencias –efectivas– de los modelos climáticos actuales se hicieran … proponiendo mejores modelos. Cierto que quizás estoy pidiendo algo exagerado – es decir, que los críticos actuasen científicamente).
O a cuestiones mayúsculas que son imprescindibles para integrar el cuadro de deterioro que nos ocupa
4) La pérdida de biodiversidad ya registrada, de nuevo a una tasa de variación sin precedentes, por mucho, en todo el horizonte paleontológico que se conoce,
5) Los perfiles verificados de agotamiento de recursos,
6) La evolución de la población mundial.
Esa deshonestidad se resume en la táctica de presentar ‘global warming’ y ‘global cooling’ como si fuesen el Barcelona y el Real Madrid: escoja usted sus colores, y diviértase, que tanto monta, monta tanto. Y si cae un 2-6 ya pondremos a parir al hijueputa del árbitro, y esperaremos a la liga próxima. Pues no es así. Para una de las dos fuertemente asimétricas ‘opciones’ hay un corpus de evidencia contrastada a lo largo y a lo ancho de la comunidad científica, fuerte, en camino de convertirse en muy fuerte. Para la otra, no. Es un resultado siempre más y más definido. Se puede desmontar, por supuesto, como cualquier resultado científico. Pero con otros resultados, no con chácharas de café, no con anécdotas aisladas. Basta de confusión metodológica, y de jugar en cada momento a la baraja que más conviene. La crítica a la ciencia es perfectamente válida, es más, es esencial – respetando criterios científicos.
Lo más triste es que el argumento central de AU, curiosamente, es idéntico al de muchos de los que critica feroz y correctamente. Su imagen especular (epistemológicamente hablando) me parece, perdónenme que lo diga, el Pepiño Blanco, cuando argumenta “como el Presidente ha abierto el matrimonio civil a todos, como ha sacado las tropas de Irak, como se ha hecho una foto con un generador eólico, como ha promulgado la Ley de Dependencia, entonces el Presidente es un tío grande, es el salvador de la Patria …”). Especialidad de ambos: la ocultación de lo que no les interesa, y la generalización falaz.
Mucho me he alargado. Y a fin de cuentas, lo bueno es que tampoco tiene tanta importancia lo del cambio climático, aún siendo mayúsculo. No dejemos que nos desvíen antonesuriartes y compañía con sus distracciones de poca monta. Me remito sólo a la discusión que planteaba el artículo original de esta entrada. No hay perspectivas en el crecimiento por el crecimiento. Por mil razones, climáticas entre otras. Punto. El que quiera contribuir constructivamente a pensar qué pueda esperarnos después del crecimiento, y así a contribuir al futuro de esta aventura, estupendo. El que no, allá con su conciencia.
Y no se puede concluir diciendo, como en otras charlas amigables, “veremos quién tiene razón”, y dándonos unas palmaditas mientras el camarero recoge la propina. Porque, a fuer de lógica, “veremos”, lo que se dice “ver”, sólo si resultan tener razón estos amenos socioecónomos del optimismo y de la conspiración. Y si continúan como han empezado …
¡No sabe Vd. cuán fervientemente deseo estar equivocado, y tener tiempo para saber que ha sido así, dentro de este más acá en el que creo!
Gracias de nuevo por la escucha y el diálogo, Rull.
Buena fortuna, y salud,
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