(Publicado hoy en El Mundo de León)
Entiéndanme. A mí también me van a bajar el sueldo. Y soy de los afortunados. No sabemos lo que nos espera a la vuelta de la esquina de la próxima maniobra de los inversores o al hilo de la siguiente ocurrencia de estos zascandiles que nos gobiernan como penitencia por nuestra frivolidad. Pero también cabe que la sociedad salga de ésta -cuando salga y si es que sale- renovada; falta nos hace. Quizá estábamos necesitando una buena sacudida para volver a ponernos en nuestro sitio y a razonar como adultos, y para dejarnos de poses y posturitas de nuevos ricos con poco seso. Se nos está bajando la chulería como por arte de magia. Ya era hora.
Permítame el amable lector que convierta lo que sigue en una pura enumeración. Es una relación de cosas que podríamos cambiar, ahora que estamos en crisis y se nos quitan los humos. Son meros ejemplos.
Deberíamos aprovechar para: 1) Votar por ideas serias y programas, no por consignas vacías o estereotipos pasados de rosca. 2) Exigir a los gobernantes que no mientan con esa desfachatez y que cumplan sus compromisos y promesas. 3) Mirar con mejores ojos al ciudadano que trabaja duro que al que roba o se aprovecha de los otros. 4) Diferenciar los debates esenciales de los accesorios; por ejemplo, discutir sobre el futuro es más importante que andar en polémicas sobre el pasado. 5) Recuperar la valoración social positiva del mérito, la capacidad y el esfuerzo, sea en la educación, la Administración o la empresa privada. 6) Olvidar para siempre enchufes, recomendaciones y variados favoritismos. 6) Dejar de subvencionar como cultura las paparruchas. 7) En realidad, dejar de financiar con dinero público cualquier cosa que no sirva de verdad al progreso de la ciencia auténtica o a la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. 8) Prescindir de cuanto engendro administrativo sea tan inútil como caro, llámese ayuntamiento, comunidad autónoma, empresa pública, fundación pública... 9) Defender las instituciones públicas importantes frente al ataque combinado de la sinvergonzonería y la insolidaridad.
Y así sucesivamente. Está casi todo por hacer, si queremos tener un Estado como es debido y no este club de carretera, por decirlo fino.
Permítame el amable lector que convierta lo que sigue en una pura enumeración. Es una relación de cosas que podríamos cambiar, ahora que estamos en crisis y se nos quitan los humos. Son meros ejemplos.
Deberíamos aprovechar para: 1) Votar por ideas serias y programas, no por consignas vacías o estereotipos pasados de rosca. 2) Exigir a los gobernantes que no mientan con esa desfachatez y que cumplan sus compromisos y promesas. 3) Mirar con mejores ojos al ciudadano que trabaja duro que al que roba o se aprovecha de los otros. 4) Diferenciar los debates esenciales de los accesorios; por ejemplo, discutir sobre el futuro es más importante que andar en polémicas sobre el pasado. 5) Recuperar la valoración social positiva del mérito, la capacidad y el esfuerzo, sea en la educación, la Administración o la empresa privada. 6) Olvidar para siempre enchufes, recomendaciones y variados favoritismos. 6) Dejar de subvencionar como cultura las paparruchas. 7) En realidad, dejar de financiar con dinero público cualquier cosa que no sirva de verdad al progreso de la ciencia auténtica o a la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. 8) Prescindir de cuanto engendro administrativo sea tan inútil como caro, llámese ayuntamiento, comunidad autónoma, empresa pública, fundación pública... 9) Defender las instituciones públicas importantes frente al ataque combinado de la sinvergonzonería y la insolidaridad.
Y así sucesivamente. Está casi todo por hacer, si queremos tener un Estado como es debido y no este club de carretera, por decirlo fino.
6 comentarios:
Hay un pequeño problema. Si quitamos todo esto a España, ¿qué queda? :)
Miguel Fernández
Si señor, enchufes y recomendaciones. Hasta en La Legión vi yo enchufaos y recomendaos.
Ninos y ninas, queridos todos,
El Estado se atascó. Aquí y en otras partes. Ése es el dato de hecho.
Hace unos setenta años mal contados, un grupo de gentes de variopinto origen y extracción diagnosticó –bastante aceptablemente- una de sus disfunciones principales, es decir, la malsana exoagresividad del Estado, o tendencia a atacar a los vecinos en guerras sin sentido. Imaginaron un antídoto aceptable, y de ello han venido cincuenta años de integración europea que, a pesar de sus muchas carencias, no han sido del todo malos para atajar esa molesta inclinación apenas mencionada.
Pero el diagnostico era parcial. Por una parte, se habian dejado fuera del tintero la endoagresividad del Estado, es decir, la agresividad hacia sus propios ciudadanos. Con muchas manifestaciones, entre las que resaltan dos: la distancia creciente entre ciudadanos y profesionales de la politica, que se han ido constituyendo (riendose a carcajada limpia de los aparentes cambios de regimen) como casta aparte, fuera del control, fuera de la ley, en terminos prácticos; y la desigualdad creciente entre grupos de ciudadanos, que crea castas, privilegiados y desheredados, infectas acemilas de carga y beautiful people.
Por otra parte –peor aun– se habian dejado fuera del tintero unas formas de organizacion mucho más despiadadas e implacables que el más cucaracha de los Estados: las grandes corporaciones mercantiles. Sin saber, o querer, prever, que el poder de las mismas iba a superar el de los Estados, iba a dictar decisiones, inmunidades, politicas; a poner y a quitar titeres a su puto antojo.
Paradoja final, que viene a complicar todo: necesitamos al Estado, a pesar de los pesares, para administrar la creciente complejidad en la que vivimos. La politica fue quizas un rio, hace muchos decenios, de curso identificable, de flujo controlable. Hoy es un pantano – se ha diluido, se ha abierto, se ha desdibujado (un poco como el segundo y apabullante Wilhelm Meister), y convivimos cotidianamente con muchos niveles administrativos (al menos cinco, en nuestra parte del mundo). El Estado, asi y con todas sus insuficiencias trasnochadas, sigue siendo en cierta medida garantia, cohesion, interlocutor, forma organizadora. Por eso nos aterra su derrumbe.
Escenario, o contexto, donde bailamos esta danza, y guinda final: un mundo donde somos demasiados y hay demasiado poco que repartir. Donde hay debiles promesas tecnologicas –luz y esperanza, de cualquier modo, aunque luz temblorosa– y angustiosas certezas de vertiginosos mecanismos autodestructivos exacerbados por la codicia de unos pocos.
Conclusion: nos quedan entre las manos pedazos insuficientes y diluidos de aquello que quiso ser un Estado. Vivimos en una ficcion, cuyo poder está controlado por mecanismos fuera de nuestro alcance. Los riesgos que incumben son los mayores de la historia. Se nos prometio una democracia, y revento de pequenita, cuando era solo una promesa de llegar a serlo algun dia. Que no llego. Vivimos, digamoslo con todas las letras, en un feto abortado de democracia. Aspiramos un lejano dia a ser ciudadanos y nos hemos quedado en un revoltillo tanguero de indiferentes, ventajistas, aprovechados, conformistas y resignados.
Desafio (jodidamente dificil, pero inescapable, y ay de quien no logre mirarlo a la cara). Está todo por hacer. Está sobre todo por encontrar una forma de convivencia que renuncie no solo a la agresividad sistematica hacia fuera, sino a la agresividad sistematica hacia dentro. Donde se rompa el espinazo al poder hoy incontrolable –las megagrandes empresas, los grupos de interes– (se que es una contradiccion en termino, resolvible solo con iniciativas verdaderamente revolucionarias, pero ahi queda). Donde se rompa el actual control del poder politico por parte de castas y se zurza el sangrante tajo entre pastores y pastoreados. Donde, al mismo tiempo, nos demos cuenta de los riesgos globales, y sepamos afrontarlos volviendo a aceptar nuestras limitaciones. Y todo esto sin volver a la picajosa costumbre de resolver las diferencias a estacazos, que ahora serian megatonazos.
En este cuadro, discutir sobre a quien votar es lo de menos. Es como si el enfermo de cancer de pancreas al que le acaban de anadir al diagnostico un melanoma avanzado se preocupase del color del esmalte de las unas de los pies. Son otras las prioridades. Durante muchos anos hemos barrido las mentiras debajo de la alfombra, porque mientras tanto medrabamos (la vieja historia: facil tolerar que el consocio vaya cogiendo las uvas de dos en dos, cuando nosotros las estamos cogiendo impunemente de tres en tres). Ahorita estan saliendo por el otro lado de la alfombra. Y dentro de poco se rompera, vaya por dios, el trapito raido, y se le saldra tambien por el centro.
Quien quiera ser persona, tiene buenas razones para romper la baraja podrida, para probar a construir una nueva. Quien tenga hijos y los quiera ver vivir dignos, muy buenas razones. Y quien quiera que sus hijos tengan algun dia hijos, libres y no esclavos, las tiene arrolladoras. Ustedes vereis.
Salud,
[Vicisitudes del viaje - sigo sin acentos. Empece a ponerlos con el cuadro de caracteres de Word, pero la paciencia tiene un limite. Disculpas.]
Sí todo lo que usted plantea estuviese hecho no estaríamos en la crisis que nos encontramos. Son, si no toda, gran parte, de la solución a nuestros problemas. Y si se fija casi todo son problemas institucionales no económicos.
Saludos.
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