(Esto saldrá en El Mundo de León el jueves. Se refiere a este escándalo -¡?- leonés)
Desde luego, la gente cómo es de mala. Y los jueces no van a la zaga. Se le ha ocurrido a un juez de León anular unas oposiciones para funcionarios de la Diputación porque, de cuarenta plazas, dieciséis las consiguieron parientes y amigos del partido que manejaba el cotarro y porque en el primer ejercicio hubo unos veinte de la misma cuadra que sacaron unos dieces como soles. ¿Quién nos asegura que los de esas familias no son los más estudiosos, eh?
Siempre nos fijamos en la botella medio vacía, sin apreciar lo que de virtuoso quede en las conductas de nuestros honestos gobernantes y sin valorar cuánto se sacrifican por nosotros y por el interés general. Démonos cuenta de que no es lo mismo enfangarse por cualquier cosa que por amor a los parientes o para socorrer a ese militante amiguete que tiene que cambiar el Mercedes. Mucha envidia, eso es lo que hay. Y mucho pesimismo, porque a cuento de qué tenemos que reparar en las plazas que sacan los de casa, que no son ni la mitad de las plazas totales, en vez de fijarnos en que dejaron veintitantas para que las lograra cualquiera, lo mismo uno sin familia presentable que sin partido o que simplemente había estudiado más que esos candidatos que son carne de la carne de los dirigentes.
Que alguien de dentro, del tribunal o de quien lo nombró, les chivó las preguntas a los de la Cosa Suya, sospecha el juez. Y sin pruebas de verdad y nada más que por esa sospecha, basada en puras casualidades, su señoría anula y ordena repetir la oposición con otro tribunal. ¿Y si les pasan otra vez el cuestionario a los mismos candidato afines y consanguíneos? ¿Quién valora el tiempo perdido y los meses sin cobrar? ¿Y el inmerecido descrédito en que caen esos políticos que a lo mejor no han hecho más que cumplir con su deber cristiano de ayudar al necesitado y con su obligación moral y jurídica de proporcionar alimento a la parentela? ¿Acaso preferimos que siga degradándose la institución familiar y que lleguemos a que no pueda un tío enchufar impunemente a su sobrino o un novio meter a su novia donde quepa? ¿Para qué vamos a militar en los partidos, eje del sistema político, si no nos van a dejar cumplir con los ahijados como buenos padrinos?
Desde luego, la gente cómo es de mala. Y los jueces no van a la zaga. Se le ha ocurrido a un juez de León anular unas oposiciones para funcionarios de la Diputación porque, de cuarenta plazas, dieciséis las consiguieron parientes y amigos del partido que manejaba el cotarro y porque en el primer ejercicio hubo unos veinte de la misma cuadra que sacaron unos dieces como soles. ¿Quién nos asegura que los de esas familias no son los más estudiosos, eh?
Siempre nos fijamos en la botella medio vacía, sin apreciar lo que de virtuoso quede en las conductas de nuestros honestos gobernantes y sin valorar cuánto se sacrifican por nosotros y por el interés general. Démonos cuenta de que no es lo mismo enfangarse por cualquier cosa que por amor a los parientes o para socorrer a ese militante amiguete que tiene que cambiar el Mercedes. Mucha envidia, eso es lo que hay. Y mucho pesimismo, porque a cuento de qué tenemos que reparar en las plazas que sacan los de casa, que no son ni la mitad de las plazas totales, en vez de fijarnos en que dejaron veintitantas para que las lograra cualquiera, lo mismo uno sin familia presentable que sin partido o que simplemente había estudiado más que esos candidatos que son carne de la carne de los dirigentes.
Que alguien de dentro, del tribunal o de quien lo nombró, les chivó las preguntas a los de la Cosa Suya, sospecha el juez. Y sin pruebas de verdad y nada más que por esa sospecha, basada en puras casualidades, su señoría anula y ordena repetir la oposición con otro tribunal. ¿Y si les pasan otra vez el cuestionario a los mismos candidato afines y consanguíneos? ¿Quién valora el tiempo perdido y los meses sin cobrar? ¿Y el inmerecido descrédito en que caen esos políticos que a lo mejor no han hecho más que cumplir con su deber cristiano de ayudar al necesitado y con su obligación moral y jurídica de proporcionar alimento a la parentela? ¿Acaso preferimos que siga degradándose la institución familiar y que lleguemos a que no pueda un tío enchufar impunemente a su sobrino o un novio meter a su novia donde quepa? ¿Para qué vamos a militar en los partidos, eje del sistema político, si no nos van a dejar cumplir con los ahijados como buenos padrinos?
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