28 enero, 2006

MOZART Y LOS ESTATUTOS. Francisco Sosa Wagner

¡Menos mal que a Wolfgang Amadeus Mozart se le ocurrió nacer hace justo ahora doscientos cincuenta años! ¡Qué detalle el de este hombre! Tener tantas cosas en la cabeza a un tiempo, tantos compromisos, tantas
ocurrencias sacrosantas y, encima, no se le olvidó nacer en tan oportuna fecha.
Porque Mozart no solo se preocupó de escribir la música de don Giovanni o de las bodas de Figaro, la sinfonía Júpiter, el concierto para flauta y arpa etc, etc, sino que logró advertir que ese año sería, pasados dos siglos y medio, en un rincón de Europa, en España, el año del Estatuto de autonomía de Cataluña y de los demás Estatutos, los de las demás comunidades autónomas, y entonces se dijo ¿cómo libero yo a los sufridos españoles de semejante tedio? ¿como les indulto yo de las preguntas atosigantes acerca de si son nación, región, horda, cáfila, o panda de jugadores de parchís? ¿cómo del fino pero torturador debate acerca de si las competencias son concurrentes, confluyentes, condicionantes o emocionantes? Pues naciendo y a ello se puso, con la colaboración apreciable de don Leopoldo, su señor padre, y doña Anna María Pertl, su señora madre, que tuvo el detalle de ponerse de parto en el momento oportuno reclamado por la Historia. Porque ¿díganme ustedes qué sería de nosotros si este año no pudiéramos conmemorar la
llegada a Salzburgo de aquel hombre, empedernido en sus músicas? De verdad ¿cuál sería nuestro destino? ¿repasar y repasar el artículo 3.623 del Estatuto de Cataluña? ¿analizar los trabajos preparatorios del de Castilla y León, que me temo que ya los haya? ¡Ah, cielo clemente, que nos deparas efemérides liberadoras! ¡Alabado seas! Es decir que el genio de Mozart se manifestó, por supuesto, en su música alada, pero su eucación y sus xquisitos miramientos, en la fecha que escogió para nacer. Propongo al lector (hoy, ciudadano/ciudadana) qe, cuando tenga una debilidad y le dé por pensar en ese asunto tan animado de la España plural, que se levante del asiento, introduzca su CD en el aparato de reproducción de discos y se entregue a escuchar la Haffner, la Obertura del rapto en el serrallo o un concierto para piano, el 27 por ejemplo. O compre una entrada para los infinitos conciertos que se están celebrando en todas las ciudades. Ya verá cómo se relajarán sus sentidos, se le aclararán las ideas, se ordenará su mundo, se le disiparán las nieblas, conjurará a los rayos, ahuyentará la rutina, le bajará el colesterol y se le regulará la tensión. Y soltará, por fin, una carcajada fulgurante. De verdad, el efecto es automático y está acreditado por las mejores y más repetidas experiencias. ¡Estatutos a mí! dirá con la misma calma con la que don Quijote dijo “leones a mí y a tales horas!” en la famosa aventura que tiene a estos animales como protagonistas.
Dicho esto, también añado que quien prefiera el preámbulo del Estatuto o alguno de sus artículos a escuchar al mago salzburgués, debe acudir sin perder trámites a un especialista reputado para que le haga las correspondientes pruebas y le someta al más exigente tratamiento. Siempre he tenido a quien no gusta de la música de Mozart o a quien vive de espaldas a ella por un sujeto irredimible para las emociones finas y los sentimientos delicados, pero quien encima sea capaz de anteponer el debate estatutario a sus creaciones, este ya es un enfermo desahuciado que merecerá el infierno, pero no el tradicional poblado de llamas que a fin de cuentas dan calor, sino un infierno rebosante de disposiciones transitorias y contradictorias, artículos, estatutos, naciones, identidades, lenguas, derechos históricos...
¡Gracias, Wolfgang Amadeus, por acordarte de nacer!

2 comentarios:

IuRiSPRuDeNT dijo...

Asi se habla.
Die Entführung aus dem Serail cuanta nota pero la acompaño con chester field que ahora esta barato, manías en fin.

Anónimo dijo...

No creo que sobre ni una nota, prudente iurisprudent, pero no discutiré sobre Die Entführung... Que disfrute doblemente del mozartiano aire ahumado. Yo prefiero levantar una copa de vino con Pedrillo y Osmín y entonar “Vivat Bacchus! Bacchus lebe!...”