22 enero, 2007

Cómo publicar libros.

Sigo al hilo del post de ayer y de algunos comentarios. La alternativa que quedaba planteada era la de seguir con las vías tradicionales de publicación de trabajos “científicos” (los problemas de las publicaciones específicamente literarias merecerían consideración separada) o ir pasando a “colgar” los textos en la red y someterlos a conocimiento y discusión no mediados ni mediatizados por intermediarios, lo que “un amigo” ha llamado la liberalización (o colectivización) de la teoría. Puede que la disyuntiva no haya que verla con radicalidad y que quepa combinar los dos canales. Lo que aquí ahora quiero explicar, a mi manera y tal como lo percibo, son los modos y los condicionamientos de las publicaciones convencionales en forma de libro. Lo de los artículos de revista también requeriría un tratamiento crítico bien diferenciado. A lo mejor un día nos animamos a hacerlo.
Antes de entrar en harina, la advertencia de rigor, por si las moscas: hay de todo. Quiero decir que toda generalización alude a pautas dominantes y promedios, lo que no quita para que existan honrosísimas excepciones en forma de editoriales rigurosas y que aplican el máximo cuidado a la calidad y a la forma de sus volúmenes, así como autores de exquisita pulcritud y nada dados a la chapuza alimenticia en forma de libro “anecable”. Que conste.
El título que le he colocado a este texto es deliberadamente engañoso por amplio en exceso, ya que únicamente puedo referirme a lo que mejor conozco, las publicaciones jurídicas. Sólo en este campo respondo de la validez de mis afirmaciones, excepciones aparte.
Me referiré a cuatro puntos: cómo conseguir publicar un libro, bajo qué condiciones económicas, con qué garantías o controles de calidad y con sometimiento a qué pautas de valoración.
1. Ponga que usted ha escrito una sesuda monografía jurídica (por ejemplo, su tesis doctoral, en la que ha invertido un puñado de años) y que busca editorial. No le va a resultar nada fácil. Las vías en la mayoría de los casos van a ser del siguiente tenor.
a) Pagar.
Usted envía el original a toda una lista de editoriales del ramo. Muchas le van a responder sencillamente que no les interesa, y más si la obra está bien cargada de páginas. Si lo que usted presenta es un manual de su asignatura, se lo van a disputar, generalmente con independencia de la categoría de lo que lleve dentro. La presunción de auditorio cautivo es la mejor garantía de que la empresa no va a perder dinero con la edición de su manuscrito. Si no se trata de un manual o de un breve recetario para abogadetes apresurados y no muy dados a los recovecos doctrinales, seguramente alguna editorial le va a contestar que se lo edita a condición de que usted les procure los dineros para asegurar que se cubren los costes de edición. Normalmente le van a pedir entre dos mil y tres mil euros. Es decir, que después de habérselo currado en la calle le toca también poner la cama. Esos billetes puede sacarlos usted de distintas fuentes: sus propios ahorros, si hay tales; algún proyecto de investigación de cuyo equipo usted forme parte, siempre que no se haya ido por entero en viajes y dietas o que no se haya tenido que destinar por entero a la compra de libros y materiales de trabajo, cada vez más difíciles de financiar con los escuálidos recursos que las universidades dedican a tales menesteres; o que el servicio de publicaciones de su universidad se anime a coeditar, lo que significa que, a cambio de que su logotipo aparezca en la portada del libro, compra doscientos ejemplares que luego se almacenan en oscuros depósitos.
b) Ser amigo o discípulo de la persona que maneje una determinada colección en una editorial. Hay de todo, claro que sí, pero es muy frecuente que también en esto se aplique la dialéctica amigo-enemigo. Si yo controlo tal editorial, aprovecho para endilgar lo que escriban “los míos”, bueno o malo, y las más de las veces sin leerlo siquiera, por ser vos quien sois. Mientras dura, vida y dulzura; después, esperanza nuestra. A base de abusar acabará el editor por tomar cartas en el asunto, pero, mientras la gallina de los huevos de oro vive y colea, se la exprime como la academia manda.
c) Si no está a su alcance ninguno de esos dos caminos, le puede quedar el servicio de publicaciones de su universidad, al servicio de “los de aquí”. En algunas ocasiones basta con ser de la casa; otras veces resulta imprescindible estar a bien con el dueño de la casa, el portero y la comunidad de vecinos. Si usted consigue ver su libro ahí, ya podrá ponerlo en su curriculum, si bien habrá de resignarse a una distribución mucho menos esmerada. Donde el vil metal no es acicate y donde se dispara con dineros públicos, la tendencia es a dormirse en los laureles. Hay que reconocer, en honor a la verdad, que algo sí han mejorado en este último punto la mayor parte de las editoras universitarias.
Pasado este primer trance, el autor ya comienza a preguntarse por qué diantre ha gastado tanto tiempo y tantas energías (estamos hablando de autores decentes, no de plagiarios compulsivos y otros pájaros de cuenta) en un trabajo que raramente se juzga por sus calidades y que se ve sometido a la lotería de las relaciones sociales y el sálvese quien pueda.
2. ¿Le quedará el consuelo de, al menos, ganarse unos euros? Si se trata de un manual sí, aunque cada vez menos. Estos estudiantes, que cada vez escasean más, se entregan con fruición a la fotocopia o el resumen de academia de pago, los condenados. Si usted ha hecho teoría dura, olvídese del dinero, qué se ha creído. Ni aunque haya descubierto la cuadratura del círculo le van a pagar por ello. Si acaso, habrá pagado usted, como ya se ha indicado. Si tiene mucha suerte con su editorial, recibirá un mínimo porcentaje en concepto de derechos de autor, porcentaje que no le sacará de pobre, pues difícilmente se van a vender más de doscientos o trescientos ejemplares. Otras veces, los derechos de autor se escurren por el sumidero de la empresa. Y agradecido igual, que conste.
No estoy insinuando que los editores sean unos piratas por regla general. A ellos también les ampara una razón poderosa, pues las monografías no se venden. Los juristas leen poco, tirando a menos. Los estudiantes porque tienen apuntes, hasta ahora, y sólo faltaba andar ojeando libros, con lo mal visto que eso está en las aulas. Empollón, que eres un empollón y un matao. Con lo de Bolonia tampoco mejorará el panorama, pues en lugar de apuntes andarán meneando recortes de periódico y comentando cositas sentados en círculo alrededor de un profesor de barbas que les hable de lo mala malísima que es la globalización y de que cómo vamos a pararnos en la teoría del negocio jurídico con el hambre que hay en África, cielo santo. Los profesionales tampoco se aplican mayormente a la lectura, pues ya son profesionales, qué caray, y, para colmo, no tienen tiempo, pues han de estar todo el día al teléfono y comiendo con el concejal. A lo que se añade, en el caso de los unos y en el de los otros, que tienes que estar al día de cómo se llama el próximo representante de España en el festival de Eurovisión y de si a la maciza de la casa del Gran Hermano se la tira o no el cenutrio de Mansilla de las Mulas. En resumen, y sin ironía, que tampoco andan las editoriales como para permitirse alardes de generosidad con los autores. Ah, y se me olvidaba. Antes, al menos, cada departamento universitario se preocupaba de adquirir todo lo que de su campo se publicara en el país y parte del extranjero. Ahora ya no, bien porque en la universidad escasean los cuartos para eso (para otras mandangas no, desde luego), bien porque el cátedro de turno pasa de bibliografía y sólo se suscribe al Marca por su cuenta.
Llegados aquí, los autores vuelven a plantearse si no habrían hecho mejor en poner una huerta y plantar lechugas. Por lo menos, la familia tendría algo para comer de resultas del esfuerzo paterno/materno.
3. Al menos lo que llegue a la imprenta será bueno, piensan los desavisados. Pues tampoco, no necesariamente. Eso depende sobre todo del autor, de su capacidad y su honestidad intelectual. Si pagas, en muchas editoriales cuela lo que les eches. Si eres amigo del que mueve los hilos de la colección, es probable que también. En la mayoría de las editoriales y de las ediciones faltan verdaderos controles de fondo y de forma. De fondo, porque la calidad muchas veces importa menos que otras circunstancias, gremiales, sociales, políticas o empresariales. De forma, ay, de forma. ¿Pero ha visto usted cómo escriben muchos de los que publican? Rechina la sintaxis, hasta padece la ortografía. ¿Para cuándo una antología del disparate gramatical en los libros de Derecho?
Antes todas las editoriales tenían sus correctores de pruebas, cancerberos del lenguaje, controladores del despropósito sintáctico o del desvarío semántico, amén de garantes de que el estilo de un libro académico no se parezca al de la lista de la compra. Ese oficio debe de estar en vías de extinción y las más de las veces el original se vuelca directamente del archivo informático a la página impresa, sin pasar por los ojos de nadie. Para qué, si seguramente tampoco nadie lo va a leer después. Y si alguno lo lee con ojo crítico o sentido común, tampoco va a decir ni pío, para no ganarse la enemiga del autor, de su maestro y del párroco de la lumbrera que parió las páginas infames. Así que todos contentos.
Nueva crisis para el autor bienintencionado. Si de noche todos los gatos son pardos, para qué habré perdido tanto tiempo en pulir y rematar mi obra, se dice.
4. Pero de algún modo habrá de constar, para bien, la publicación, con algún criterio será valorada por la academia y las instituciones que la parasitan. Claro que sí, al peso. Libro es libro, bueno o malo. Jugar mal y gañar, que decía Boskov, autor bien conocido por tantos colegas. Acudo a la cita de quien hace un par de días lo expresaba excelentemente aquí, nuestro amigo ATMC: “Si queréis triunfar en la ANECA, no escribáis "tochos": eso sólo lo hacen los pringaos. Copiad a los que saben: libros de 100 páginas y arreando. Libro es libro: qué más da 100 que 500. Además: por los libros jurídicos, la ANECA sólo te da hasta 12 puntos (hayas escrito 1, 3, 10 o 100), pero por artículos jurídicos te puede dar más de 30 puntos...”.
Pues eso. Que, en este punto, el autor o se ha hecho cínico a la fuerza y emplea puras tácticas de supervivencia, náufrago en el mar de las anecas, las anequitas, las promociones, los concursos y los variados comités de evaluación en canal; o, si sus circunstancias salariales se lo permiten, se pasa a la clandestinidad. O a buscar foros libres para debatir con sus iguales sin tanto ruido ni tantas interferencias. Por eso en las herramientas de internet está gran parte del futuro de la buena teoría y uno de los mejores consuelos para la soledad del corredor de fondo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que tu descripción es perfectamente generalizable a otros campos del ¿saber?

Publicar un libro, en sí, se ha convertido en algo de una aplastante insubstancialidad, como lo demuestra una ojeada de un cuarto de hora por una librería cualquiera -no digamos ya una feria del libro, ¡brrrrr!

Pero lo mismo ocurre con vivir, o con amar. ¿Es que va a reportar algún provecho más alla del goce subjetivo, y del propio crecimiento, o del crecimiento de otros? Diría que si nos ponemos a compilar una de esas listas horrorosas de "los cien libros más importantes sobre ... del siglo ..." (rellénense los campos a voluntad), y pudiésemos reconstruir las circunstancias económicas bajo las que se publicaron, el porcentaje de los que dieron a su autor(a) una retribución media de un cacahuete por semana de trabajo nos asombraría. Ahora bien, ¿y lo que disfrutaron/sufrieron en el empeño? ¿Y lo que comunicaron con otras personas de valía? Que les quiten lo bailado ...

Y además esos pocos libros siguen estando ahí para nuestra delicia y la de quienes vendrán.

Creo que la posible desmoralización puede venir sólo de la adopción de la óptica especulativa, ésa que calificas de anekista (quizás hija bastarda, sin saberlo, de anánke, esa vieja cabrona). Mal vinculo para quien lo padezca ... Si uno pasa de puntos, y se contenta con los euros que raspe de algún otro lado ... escribir vuelve a ser digno, vuelve a ser sufriente y orgásmico, vuelve a saltar nuestras barreras y a conectarnos con los compañeros de condición humana.