08 enero, 2007

La Iglesia y Oscar Wilde. Por Francisco Sosa Wagner

Ahora la Iglesia rectifica y acoge en su seno a Oscar Wilde, así debe interpretarse el hecho de que un colaborador próximo a Benedicto XVI haya publicado un libro en el que se recogen ocurrencias del genial escritor.
Personalmente me importa poco que Roma recupere ahora a Oscar Wilde. Lo que tienen de malo los intransigentes es que se pierden mucho de lo bueno que tiene la vida y esta desgracia ocurre cuando se envía al infierno -aunque no sé si este ha sido derogado- a un artista. Peor para quien se ha perdido a Oscar Wilde, peor para quienes no han disfrutado de sus creaciones, porque la Iglesia será eterna, y sin duda ha dado muestras de que va camino de ello, pero tan eterno como ella es el arte, al que sencillamente es inútil intentar sofocar o desconocer.
Disfrutar de “La importancia ...”, del “Abanico ...” de “Un marido ideal”, de “Vera o los nihilistas”, de “El retrato de Dorian Gray”, “El fantasma de Canterville” etc, es un acto íntimo de goce pero es también un homenaje callado a la inspiración pródiga en colores y al derroche fecundo, a la pirotecnia de la palabra y de las ocurrencias felices. Quien no sepa apreciarlo, peor para él, y quien lo haga empinado en el pináculo de un dogma de rebajas es un candidato al ingreso en la orden de la imbecilidad andante.
No tengo ningún interés en ingresar en tal cofradía y una de mis medicinas es volver mucho a las obras de Wilde que tengo en la edición de Aguilar con estudio y notas de Julio Gómez de la Serna. No es extraño este apellido vinculado al nombre de Wilde porque Ramón Gómez de la Serna se dio cuenta de la importancia de llamarse Wilde a quien es preciso considerar como el padre del mejor humor español, el que desemboca en Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. Un humor desaparecido porque hoy a lo que nos dedicamos los españoles es a asuntos superfluos como reformar los estatutos de autonomías y, lo que es peor si cabe, a escuchar por la radio a los secretarios de (des)organización de los partidos. ¡Y, encima, comentar sus disparates! Una novela mía -publicada por Ámbito- la titulé precisamente “Es indiferente llamarse Ernesto”, en un gesto de guiño y humilde complicidad con don Óscar. Pues bien, cuando se vuelve a él, se vuelve también a “La balada ...”, tan emocionante, y a los cuentos, algunos de los cuales como “El joven rey” o “El príncipe feliz” son la rima perfecta de la delicadeza con la fantasía. El que lleva por título “La esfinge sin secreto” tiene una actualidad enorme porque estamos ante el paradigma del personaje vacuo que trata de sepultar su vacuidad entre pífanos de palabrería. Hasta que se descubren las oquedades.
¿Y por qué es tan considerable la obra de Oscar Wilde? Porque fue un destructor de tópicos de la sociedad mentirosa. Y como todas las sociedades son mentirosas, un cofre de piedras preciosas lleno de embustes, los genios creativos deben explicárnoslo y nosotros agradecerlo. Así cuando lady Markby (de “Un marido ideal”) suelta lo siguiente: “al consagrarse seriamente a la política, mi marido se ha vuelto de un carácter insoportable. Realmente desde que esa Cámara de los Comunes intenta ser útil, hace muchísimo daño”. O lord Darlington cuando (en “El abanico ...”) nos recuerda que “es absurdo dividir a la gente en buena o mala. La gente es tan solo encantadora o aburrida”. Un “hombre que moraliza es un hipócrita y una mujer que moraliza es invariablemente fea”. O esta perla de lady Blacknell (de “La importancia...”): “afortunadamente, en Inglaterra la educación no produce el menor efecto. Si lo produjese, representaría un serio peligro para las clases altas y daría lugar a actos de violencia en Grovesnor Square”. Ácido puro, como se advertirá.
Poder leer estas cosas es una de las causas que justifican la vida. La vida terrenal y la vida eterna, por eso bien venidos sean los clérigos que ya pueden leer a Wilde sin tener que quemar sus culpas en ese pebetero de los pecados que es el confesionario.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Mr. Wilde. Le tiene que estar sentando fatal. Y encima, si ahora sus ventas crecen porque más curas compren, no va a ver ni un penique, ni una libra, ni una mísera guinea (que ya non esiste più), ni un advenedizo Leuro (que en la tierra de Su Tronchante Majestad non esiste ancora).

Así que no es que la Iglesia le perdone, como con bonhomía y buena fe piensa don Francisco, sino todo lo contrario. Qué gran perversión, la de los clérigos, aumentando ahora post mortem los padecimientos de Óscar Wilde por los pecados cometidos por do más pecado había.

Tumbaíto dijo...

"Ahora la Iglesia rectifica y acoge en su seno a Oscar Wilde, ASÍ DEBE INTERPRETARSE el hecho de que un colaborador próximo a Benedicto XVI haya publicado un libro en el que se recogen ocurrencias del genial escritor"

¡ASÍ DEBE INTERPRETARSE! ¡Madre del amor hermoso! Por favor! No me digan que este señor es un famoso INTÉRPRETE de leyezuelas sociatas! ¿Qué sí? ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué miedo!

Anónimo dijo...

Aunque al maestro le guste menos, en mi opinión, lo mejor de Oscar Wilde es La balada de la cárcel de Reading, hermano expresidiario Wilde, marica genial.
Y Sosa Wagner tiene escrito y premiado Es indiferente llamarse Ernesto.