23 enero, 2007

Perros y civilización

Veo una de las fotos con que la versión digital de El Mundo ilustra las noticias sobre la muchacha "salvaje" encontrada en las selvas camboyanas. La foto muestra un camino de tierra y gentes en movimiento, y el pie de foto dice que se trata de los bosques de O´Yadaw. Me llama poderosamente la atención el perro que ocupa casi el centro de la imagen, pues tengo la sensación de haberlo visto ya muchas veces, en infinidad de lugares. Sí, es el mismo perro con el que me he cruzado, por ejemplo, en tantos pueblos misérrimos y tantos caminos polvorientos de Centro y Sudamérica. Las mismas orejas, el mismo hocico, el mismo rabo modestamente caído, estoy seguro que el mismo color canela, aunque en la foto eso apenas se perciba. E idéntica mirada resignada y, en el fondo, dominadora, como de quien sabe que todo está dicho y que él pasará, morirá un día bajo un camión o comido por las pulgas, pero que seguirán sus iguales siempre allí, siempre así, como de todos y de nadie, testigos únicos del transcurrir dolorido de las cosas.
Ellos, que deambulan por los poblachos de cuatro quintas partes del mundo, no saben que existen unos pocos lugares de los que han sido expulsados, espacios hurtados a su mirada y su paso estoico. Son las ciudades y villas del que llaman primer mundo. Aquí los perros no van a su aire ni son libres, obedecen voces de mando, duermen en mullidos cojines, son bañados cada día y visitan al veterinario cuando les duele la tripita. Además, aquí no quedan de esa raza tan común, vulgar, aquí se cotizan los canes por lo exótico de sus colores, lo sedoso de su pelo y, sobre todo, por sus orígenes nobiliarios, aristocráticos, pues según de quién sean hijos y nietos pagan más por ellos y los miman con mayor dedicación.
No digo que esto o lo otro esté bien o mal. Sólo que cuando la civilización se consuma en bienestar desaparece el perro auténtico, el perro de toda la vida, ése de la foto, ése con el que han jugado los niños de medio mundo y que ha sido siempre el último en abandonar las casas y las aldeas. Estos nuestros son otra cosa, son más de la familia, más como nosotros: objetos, juguetes, carne de placeres sucedáneos, alienada mansedumbre doméstica. Perros propiamente, creo que no.
PD.- Escrito lo anterior, da la radio la noticia de que cunde en Europa la preocupación, pues se extiende una "epidemia de perros gordos". Y que en Holanda muchos dueños de chuchos se apiadaban de ellos cuando iban, los dueños, a tomar una cerveza y se quedaba sus mascotas mirando y sin nada que hacer. Así que han inventado una cerveza para que también los perros puedan alternar en los bares. Está hecha a base de extracto de carne y de malta y su lema es "una cerveza para tu mejor amigo". Antiguamente, a los perros propiamente dichos les gustaban más los huesos duros de roer. Pobrecitos. Los dueños, digo.

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