06 mayo, 2008

El ciudadano, ese conocido

No fue cosa de días ni de meses. Fueron años, bastantes años. Ocurrió una progresiva e imperceptible mutación de las instituciones políticas, en expresión siempre afortunada e inexacta de los politólogos. Pues de imperceptible nada. Lo vio venir y lo anunció con tiempo un tipo atravesado que tenía un blog titulado Dura lex. Pero se le echaron encima los sanchopanzas, quedó como que sólo quería criticar al Cazurro Felón y cayó en el olvido la profecía. Ahora ya sólo cabe reconstruir los hechos con bisturí de historiador apátrida.
El País parecía abocado al bipartidismo, mas poco a poco se fue erigiendo el Partido Único, si bien con dos cabezas, partido bicéfalo, bilingüe y bífido activo. Superada la crispación, cundió en las masas populares el entusiasmo y crecieron la militancia y la pilitancia. Los electores votaban como una sola mujer las candidaturas unificadas, pero escribían en el reverso de las papeletas electorales una frase que se convirtió en lema del Nuevo Régimen: “Qué hay de lo mío”. El Tribunal Constitucional estimó, tras una larga deliberación de cinco minutos, que tales papeletas no eran nulas, pues el propósito participativo no quedaba empañado por esa sana muestra la preocupación cívica por al interés general. Se rumoreaba en los días previos a la sentencia de los guardianes de la Constitución que podía haber un voto particular más bien discrepante, pero el casual ofrecimiento de una embajada en la Polinesia hizo al Magistrado renuente dimitir a tiempo, con gran pesar y dolorido sentido del deber.
Gobierno y Parlamento se esmeraban en dar satisfacción a militantes y pueblo en general a base de crear todo tipo de órganos de colaboración de la sociedad civil con la gobernanza: comités, comisiones, observatorios, órganos paritarios y maritarios, delegaciones, secretarías, secciones y subsecciones, consejos de administración de empresas públicas, sindicatos verticales ligeramente inclinados, asociaciones de interés público, patronatos, alianzas civilizatorias, torneos interculturales, clubes... Los designados para menesteres tan exigentes cobraban dietas y más dietas y el Ministerio de Hacienda eximió de tributación tales emolumentos, con el sabio designio de estimular el consumo y evitar la desaceleración del entusiasmo cívil.
Cada vez era más raro dar con alguien que no tuviera alguna de esas encomiendas, pues los habitantes ardían en deseos de servir a la ciudadanía desde responsabilidades de tamaña altura. En cierto momento, un censo provisional de cargos altos y medianos indicó que en todo el territorio del Estado no quedaban más que doscientas personas sin nombramiento y privadas de dietas y/o contratos blindados. Los afectados hicieron sentadas y manifestaciones y quemaron contenedores y cajeros automáticos para que se tomara conciencia de su malestar. El Ministerio de Igualdad dijo que semejante discriminación era intolerable, y hasta el Defensor del Pueblo tomó cartas en el asunto, concretamente un as de oros y otro de copas. Se sucedieron los proyectos gubernamentales y las iniciativas parlamentarias y a base de consenso e imaginación se logró asiento para casi todos en un flamante Observatorio de Observatorios. Pero un ciudadano, pastor en la Sierra de los Ancares, nieto de anarquistas, de carácter tirando a hosco y maneras anticuadas, se resistió vehementemente y no aceptó designación ninguna ni nombramiento ni canonjía. Único ciudadano de a pie, hubo de soportar inicialmente incomprensiones y reproches y se crearon organismos de nuevo cuño para hacerle un seguimiento puntual y velar por su bienestar.
A fin de cuentas, el prolijo entramado orgánico del Estado gustaba de justificarse por su servicio al ciudadano. Y, como ciudadano propiamente y a palo seco no quedaba ya más que ése, el buen hombre empezó a recibir subvenciones, atenciones y agasajos de todo tipo. Tanto, que terminó por ser la envidia de todo el mundo. Se le nombraba como El Ciudadano, con mayúsculas bien marcadas, y a él hacían referencia todos los informes oficiales, salía en todos los discursos de los padres y madres de la patria, se legislaba para él, se hacían los presupuestos del Estado pensando en él y en su homenaje se reorganizaba territorialmente el Estado. Pues no se quería perder el entronque del poder con la ciudadanía ni entraba en cabeza de nadie la renuncia al sacrosanto principio de la soberanía popular. Nuestro hombre encarnaba La Ciudadanía, en él hallaba su síntesis y quintaesencia el Pueblo soberano y por tales méritos se le agasajaba y se le tenía en palmitas. Pero la envidia, que corroe hasta el alma de las más excelsas instituciones, hizo mella en las entrañas de nuestro Estado. Ministros, Secretarios de Estado, liberados sindicales, miembros de la ANEP y las ANECAS, rectores universitarios, embajadores plenipotenciarios, magistrados de altas Cortes, diputados, senadores, consultores de Consejos Consultivos, concejales, consejeros de Estado, consejeros del Poder Judicial, directores de cine, presidentes de Observatorios, portavoces de Comisiones, consejeros autonómicos, obispos y un larguísimo etcétera contemplaban celosos al Ciudadano y secretamente ansiaban su puesto.
Afortunadamente, el buen pastor murió un día, se cree que por una sobredosis del aceite de girasol ucraniano con que se había cocinado su plato en una cena que en su honor organizó el CNI en presencia de don Bernardo Soria, entonces Asesor General de la Asociación Nacional de Aceites y Lubricantes (ANAL). Reunido de urgencia el Gobierno, se decidió que un puesto así era absolutamente fundamental en el Estado y se expidió un Decreto-Ley en el que se dispuso que en el futuro el cargo de Ciudadano lo asignaría el Congreso de los Diputados mediante elección de entre una terna propuesta por el Gobierno, previa consulta a las diversas instancias representativas de la Sociedad Civil, que a la sazón estaba en esos momentos presidida por doña Esperanza Aguirre. Una enmienda del Subgrupo Popular del Partido Único llevó a que los ciudadanos designados para cada mandato fueran dos, un Ciudadano y una Ciudadana, en aras de velar por la familia y con la esperanza de que La Ciudadanía acabara reproduciéndose.
La primera elección benefició a doña Elena Salgado y don Ángel Acebes. Se había postulado con mucha fuerza don Federico Mayor Zaragoza, ya muy mayor, pero a última hora resultó nombrado Presidente de la Federación de Bolo Palma de Mallorca y desistió de su sano empeño.
Los nuevos Ciudadanos han comenzado su mandato depositando unas flores y un ramo de laurel ante la tumba del Ciudadano Desconocido, monumento erigido en Madrid por suscripción estatal. Sobre aquel pastor de los Ancares que con su resistencia salvó para siempre al Estado español se están escribiendo en estos instantes quinientas veintisiete tesis doctorales, todas financiadas con sendas becas públicas, y su figura es objeto de mil trescientos proyectos de investigación subvencionados con dineros estatales, autonómicos, provinciales, municipales y de diversas sociedades de turismo y festejos. En las cañadas que en vida frecuentó se halla en construcción una Autovía que llevará su nombre, que, por cierto, era Celedonio Nipatrás. A un afamado artista plástico, homosexual y patizambo le ha sido encargada, por riguroso sistema de cuota, una escultura con los bustos de Celedonio y José Luis, abrazados y haciendo la B de la victoria. Se presentará con ocasión de los fastos por los Veinticinco Años de Paz y Fismo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"A un afamado artista plástico, homosexual y patizambo".

Quiero denunciar, en nombre de la Coordinadora de Homosexuales Patizambos (COOHOPA) este comentario irónico. ¿Es que por ser homosexual y patizambo uno tiene que ser "plástico" y no de carne y hueso?

Nos veremos en el próximo Desfile del Orgullo Patizambo (para mi gusto, más vistoso que el del Orgullo Gay, más que ná por los andares). Está usted invitado para que vea que los patizambos de todas las orientaciones sexuales somos de carne y hueso (algo torcío, pero hueso a fin de cuentas).

Anónimo dijo...

Y por cierto: ¡buenísimo!

Anónimo dijo...

Ya ve lo poco que cuesta hacer feliz al pueblo, generar riqueza y empleo estable y de calidad.

Por ley debían asignarnos a cada español; con perdón; una Subdirección General; o al menos Coronel; 1 apartamento en la playa, otro en la montaña, 4 viviendas para alquilar, un talonario de 150 almuerzos en el Bullí, una criada ucraniana (si puede ser) de buen ver, aunque tengan muy mal vinagre o aceite, 2 todoterrenos último modelo, 1 monovolumen, 1 berlina alemana, 1 cartera importante en un fondo de inversión bien calificado por S&P, 1 suscripción a perpetuidad a la prensa salmón y 2 jamones 5 jotas.

Sólo se necesita una cierta dosis de imaginación y voluntad política.

Lopera in the nest dijo...

Una duda me corroe: ¿Que fue de los animales que pastoreaba el Sr. Celedonio Nipatrás?. Se quedó de pastor el Sr. Bernardo Soria, o se puso a hacer méritos ante José Luis, el Prof. Mayor Zaragoza.