15 mayo, 2008

Qué le estará pasando al probe PP

Uno lee y lee de las cosas que le pasan al PP de marzo para acá y no da crédito. Y conste, aunque sea excusatio non petita, que servidor no es votante de ese partido y, además, lleva, no sé si en los genes o en las obsesiones, una especie de impedimento dirimente que le impide identificarse con eso que se llama la derecha, por mucho que eche pestes sobre los derroteros que toma la autodenominada izquierda. Pero analicemos con buenas maneras a las huestes esquivas de don Mariano, por aquello que se dice de que es bueno que existan partidos de recambio y alternancias posibles, y una vez que demostrado queda que nos va la marcha bipartidista para no complicarnos la cabeza con cábalas y ecuaciones.
En parte no le ocurre al PP cosa muy diferente de la que padeció el PSOE en tiempos de Borrell o Almunia. Si los partidos no son más que máquinas para trincar poder y si a sus dirigentes les pesa más la ambición de cargos y porciones sabrosas del pastel que cualquier convicción propiamente ideológica, se explican las revueltas y los desmanes en su seno cuando en las elecciones pintan bastos una y otra vez. Parece que su primer cometido es alimentar al monstruo voraz que llevan dentro, y frente a eso los programas y las convicciones pasan a un oscuro segundo plano. Con todo, la crisis presente del PP se las trae.
Para empezar, tal parece que en las elecciones se hace algo bien diferente de optar entre programas y propuestas y que en realidad se evalúan meramente estrategias independientes de las ideas y de la valía de las personas. La estrategia lo es todo, el partido es nada. Así, los mismos medios de comunicación que nos presentaban a Rajoy como un líder modélico, adornado de las más estimables convicciones y merecedor del voto multitudinario, lo pintan ahora como la encarnación de la torpeza y la obstinación más cerril. ¿Tanto cambia un sujeto por el solo hecho de perder unas elecciones? Si dicho partido andaba errado en su estilo y sus proclamas, se supone que el defecto viene de antes, pues cuesta asumir que las convocatorias electorales sirvan para dirimir sobre verdades y valores en lugar de constituir simple cauce para que los electores expresen meras preferencias sobre quien desean que los gobierne.
Pero no. Quienes durante cuatro años azuzaban a Rajoy y hasta le echaban en cara que no diera aún más caña, ahora se suman a los quejosos de la crispación. Los que se empeñaban en el dogmatismo hacen ahora la loa del posibilismo. Por otro lado, aquellos que veían en Acebes o Zaplana la pura encarnación de las esencias demoníacas, pasan a lamentar su ausencia y critican a quienes los reemplazan, aparentemente con otro espíritu y diferente estilo. Si Rajoy insinúa que va a suavizar las maneras y a aligerar de dogmatismo sus propuestas, hace mal, porque traiciona las esencias que no deben cuestionarse. Si amaga con mantenerse en las ideas y las formas anteriores a marzo, se equivoca también, porque así no se ganan elecciones. Si imita la trivialidad y las mañas de tahúr de Zapatero, mal asunto, porque Zapatero así ya hay uno y es difícilmente superable. Si intenta presentarse como político más consistente e intelectualmente más honesto, mala cosa también, pues a este país le gustan más las posturitas que los principios. Difícil papeleta, aunque, ciertamente, con su pan se lo coma. A la vez, esos mismos medios de comunicación que presentaron durante cuatro años a Zapatero como el zote que es, empiezan a verlo con ojillos pícaros y remolones, pues han descubierto que sabe hacer lo que más importa: ganar elecciones. Gato listo, gato tonto, lo importante es que cace ratones; ése parece el nuevo lema. No importa que los ratones sean también bastante limitaditos.
Aquí y ahora, un partido no triunfa si no da gusto a la parte más visceral y emotiva de la sociedad. Una sociedad como la española actual, bien cebada, satisfecha, fuertemente egoísta y sin mala conciencia por las injusticias internas y las exteriores, anda más interesada en poses y consignas con las que sentirse molón y a las que poner de careta, que en ideas por las que esmerarse. El ciudadano medio no busca tanto convicciones de fondo como modelos con los que identificarse. Cuentan más las actitudes, los gestos, las posturas, el estilo, que el contenido de los mensajes. El medio es el mensaje, otra vez, y ahora el medio son cuatro tópicos y dos lemas. No interesa lo que los partidos propiamente hagan o propongan, sino los ademanes, las apariencias, las meras proclamaciones. De ahí que, por ejemplo, pueda ahora ponerse Zapatero con toda tranquilidad a ejecutar los puntos del programa del PP que más acerbamente criticaron sus gentes durante la campaña electoral. Zapatero es majo, Rajoy no, y eso es lo único que pesa. Más aún, el ideal de muchos votantes actuales del PSOE es que Zapatero haga lo que propone la derecha, pero con el estilo majo de Zapatero. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha. Otro buen resumen de estos tiempos de doblez y memez. Mano dura con los inmigrantes, defensa de la unidad de España, apoyo a la monarquía, endurecimiento de las penas para la mayor parte de los delitos, horror ante la poligamia, nosotros que somos tan multuculturalistas y tolerantes, lucha policial a muerte contra ETA, nosotros que tanto creemos en la negociación y el hablando se entiende la gente, trasvases en nombre de la solidaridad interterritorial, reducción de impuestos para los patrimonios más potentes. Y un largo etcétera.
Vistas así las cosas y si algo hay de certero en este análisis, la crisis del PP comienza a entenderse. El PSOE, con suprema habilidad, copa tanto el espacio del poder como el espacio del discurso “presentable” y en los dos ámbitos gana, sin importar la contradicción entre los dos. El PSOE ejecuta las políticas de la derecha sin que el electorado lamente que el discurso izquierdista quede en puro adorno, pues él lo quiere nada más que como puro adorno también de sí mismo. Aplicamos en la política lo que en tiempos aprendimos con la Iglesia: doble rasero y ley del embudo. De ese modo, el ciudadano se siente especialmente bien, pues sus contradicciones se homologan y toman el sello de la inevitabilidad. Nosotros somos progresistas, como Zapatero, pero si hasta Zapatero tiene que refrenar sus impulsos reformistas, es señal de que no se puede hacer otra cosa. Podemos seguir siendo medio xenófobos, miedosos, españolistas, revanchistas con el delincuente y lo que haga falta, pero aliviados porque, al tiempo, cabe que no dejemos de vernos como los más modernos y progresistas del mundo mundial. Además, siempre nos quedarán los obispos para el desahogo, pues no en vano ejercen como nadie su papel de tontos útiles.
En una situación así, y mientras la hipoteca no nos lleve a los ciudadanos a tratar de conciliar lo que somos con lo que nos creemos, el PP lo tiene complicado. Si cambia el discurso, pierde, pues para discurso progre y superguay ya tenemos el de este PSOE. Si no lo cambia, pierde también, pues cómo vamos a votar a gentes que no tienen un pensamiento tan avanzado como el nuestro. Además, si sus programas los aplica Zapatero, previa anestesia ideológica de las masas, ¿qué programas puede proponer el PP?
La más grave deficiencia de la derecha española tiene carácter simbólico. No recobrará terreno mientras no sea capaz de remontar en una competición que es de imagen mucho más que de ideas y prácticas tangibles. En esta sociedad que en el fondo está fortísimamente desideologizada y que vive con total naturalidad el divorcio entre las prácticas reales y los discursos tapadera, no le queda al PP más salida que la renovación de su capital simbólico. Tiene que acabar con la imagen socialmente vigente del ciudadano de derechas, que es siempre la imagen de un sujeto feote, gordo, bruto, con billetes y rosarios asomando indecentemente de su bolsillo y lleno de misas y de doble moral. Porque trepas, indecentes y capitalistas gordos, y hasta meapilas, los hay en el PP y en el PSOE, pero los que aparecen en series, películas y viñetas son siempre del PP y de la derecha. Mientras no se rompa esa equiparación entre ciudadano conservador y viejo facha y entre votante del PSOE y tipo majo, guapete y dialogante, no tiene nada que hacer. Mientras cualquiera pueda salir tranquilamente de misa con El País bajo el brazo y sin temor a reproches o guasas de sus correligionarios, pero no se pueda ir a tomar el vermout con el ABC en la mano sin temor a las risas y los epítetos de los colegas, esos mismos colegas que dan pelotazos como los demás, explotan a quien pueden como los demás y abusan del prójimo más débil como los demás, la derecha está condenada a ser el patito feo de este sistema político hecho a la medida de una sociedad esperpénticamente esquizofrénica.

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