01 junio, 2009

Rankings como churros

Es de lo más entretenido ver los rankings de universidades que cada dos por tres aparecen por obra y gracia de las más chuscas instituciones. La pasada semana fue el último, esta vez referido a las universidades españolas. Será mejor o peor que otros, quién sabe. En cualquier caso, los provincianos nos alegramos de que Córdoba figure como la mejor de las universidades públicas (cómo deben de estar sufriendo en las autónomas, las politécnicas y las del régimen), y la gente de fe y de orden se entusiasmará al observar que como mejor universidad española en docencia y en investigación aparece una universidad privada y, para más inri, del Opus Dei. Alabado sea Dios, cómo está la enseñanza.
Lo que más llama la atención, más allá de la lotería de los resultados (¿para cuándo una casa de apuestas sobre clasificación de universidades?), son los criterios que se usan para componer esas jerarquías. Esta vez han sido cosas tales como cantidad de recursos informáticos disponibles, tesis doctorales defendidas, dineros por investigador, rendimiento de los estudiantes... Es decir, que, puesto que ni se va a poner a prueba nunca el grado real de dedicación de los profesores ni el nivel verdadero de sus conocimientos, puesto que se va a tomar siempre en cuenta el número de alumnos que pasan curso u obtienen el título y no lo que saben o cuál es su éxito profesional posterior, puesto que cuentan más las tesis culminadas con éxito que la calidad de lo que dentro de ellas se contenga, etc., cada día está más fácil auparse a la cúspide de esas clasificaciones. Consiga usted, señor rector, que en su universidad se lean tesis por un tubo, que todos los estudiantes pasen curso sin mácula, que haya más ordenadores incluso que personas, que todas las aulas dispongan de estupendísimas instalaciones para toda clase de exquisiteces electrónicas, que los estudiantes y los profesores se intercambien muchos correos electrónicos... Y, por si acaso un día de estos los baremos aún se refinan más, procure que sus aulas tengan buenos ventanales con persianillas de diseño, que en el campus haya unas zonas verdes con pensamientos y petunias, que en las cafeterías se sirva coca-cola baja en calorías y que en los pasillos cuelgue un extintor cada veinticinco metros. Con tal nivel de excelencia, éxito asegurado y a competir con las mejores universidades del planeta. Pues ya se ve que lo que cuenta es la manera de vestir el muñeco, el envoltorio, la guinda del pastel.
(Publicado esta semana en Gaceta Universitaria).

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