28 agosto, 2009

Hasta los murciélagos se enrollan para...

Los progresos de la ciencia no dejan de sorprendernos. Cada día, un hallazgo que hace época. Lo último (bueno, será lo penúltimo, supongo que voy con algún retraso) es que los muerciélagos cantan canciones de amor a sus chicas cuando andan en gestiones de apareamiento. No sería raro que un día de éstos se descubriera que hasta les mandan unos mariachis para que las vayan suavizando a base de interpretarles con gran sentimiento la de yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar, llorar y llorar.
El descubrimiento portentoso lo han hecho unos superinvestigadores muy concienzudos de Texas y Austin. No sale uno de su asombro. En el titular de ABC, periódico siempre atento a las nuevas técnicas amatorias, se dice que “Los murciélagos más románticos cantan canciones de amor mientras se aparean”. Como los reyes del mambo, mira. De lo cual se desprende que los sesudos científicos no sólo les han pillado el tono meloso a los bichos, sino que hasta han traducido las letras de sus composiciones. ¿Tendrán los murciélagos su José Luis Perales alado y comedor de insectos? ¿Se mostrarán más propicias las murciélagas cuando les susurran una de Julio Iglesias o preferirán algo más heavy como acicate para conceder sus favores? El periódico no se para en esos detalles, pero imagino que todo aparecerá en la revista del gremio en la que se han publicado los resultados de la pesquisa, revista que se llama “Plos One”, nada menos. Tiene como resonancias morbosas el nombre de la revista o suena como a macho volador suplicante, no me digan que no.
Por lo visto, no son todos los murciélagos los que tienen esa irrefrenable inclinación a cantar sus hazañas sexuales, sino los de una especie que llaman “brasileños sin cola”. ¿Cantarán para compensar o para que las hembras no reparen en su carencia?
En la noticia hay cosas que no encajan muy bien, pero a lo mejor es torpeza mía y no capto como es debido la secuencia amorosa de los simpáticos animalitos. Pues por un lado nos explican que los cánticos son durante la cópula, pero luego se afirma que el canto es para atraer a las hembras. ¿En qué quedamos? ¿Será que no se callan un minuto, ni antes ni durante? ¿Y no irán después contándolo por ahí, para colmo? Esos murciélagos cantarines son calificados como “los más románticos”. ¿Hay murciélagos románticos? ¿Y los otros cómo serán, silentes y dominantes, castigadores y sin concesiones a la oreja de la contraparte?
Como uno es humano y todo lo lleva a sus historias, esto me recordó una conversación de hace muchos años. Un grupo de buenos compañeros y amigos de aquella Facultad de Oviedo de mis pecados comíamos juntos a menudo en un pueblo cercano. De vez en cuando nos acompañaba una mujer de nuestra quinta que también se dedicaba a los placeres de la ciencia jurídica. Cuando así ocurría, no hablábamos de fútbol ni de la tesis. En una ocasión ella, muy seria, nos preguntó cómo éramos nosotros, los tres varones presentes, cuando hacíamos el amor. Se nos atragantó la fabada por falta de práctica. Por falta de práctica de comer con esos temas, quiero decir. Le respondimos bastante evasivos, a la gallega, y le contrapreguntamos cómo nos imaginaba ella. Dejó volar su fantasía y a mí me dijo, ¡cielos!, que me suponía parlanchín y dicharachero en pleno trance. Detuve mi cuchara a medio camino y, sin conceder ni negar, le pedí que me aclarara si tal proceder, el aderezo del apareamiento con frases ad hoc, era procedente o improcedente, estimulante o lamentable, en su opinión. Muy seria, me contestó que fatal, horrible, un incordio. Nunca he superado el trauma y llevo media vida tratando de poner punto en boca y de guardarme para mí las ocurrencias. Y ahora descubro que hasta los murciélagos triunfan a base de rollo previo y simultáneo. No somos nada.
Aunque uno ya tiene el pescado vendido, tomo nota, por si acaso, del proceder de los quirópteros y de que su éxito se debe a la combinación de “tres tipos de frases, piadas, zumbidos y trinos”. Tal vez el truco no está en no decir ni pío, sino simplemente en no sacar a relucir inoportunamente ningún tema de teoría analítica del sistema jurídico o de no enrollarse, durante el menester, con las diferentes clases de normas anankásticas.
Aun con todo lo que he aprendido gracias a la noticia, mantengo algunas dudas inquietantes. ¿Por qué saben esos expertos que lo que emiten los murciélagos machos son canciones y no aullidos lastimeros o carraspeos nerviosos? ¿Y por qué se han convencido de que se abandonan a la prosa romántica? ¿Cómo han descartado que lo que les sueltan a sus parejas sean unas guarrindongadas impropias de mamíferos? ¿Y si lo que les cuentan es que se han hecho con un par de cuevas a estrenar, tipo loft, o que se están forrando con una empresa de moscas bajas en calorías? ¿Y no será que les comen el coco a base de insistir en que lo peor de la crisis ya pasó y que, si ellas quieren, todo repuntará como en los mejores tiempos? Son misterios que los periódicos nos irán aclarando poco a poco.
Aquí acabo el post. Oigo pasos. Mi mujer se acerca. Empiezo a tararear...

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