Signo de sabiduría es acomodarse a los
tiempos. Los cambios negativos han de aceptarse con la debida resignación pero
los positivos deben ser recibidos con alegría.
Entre estos últimos se hallan los acaecidos
en los viajes que hacemos en tren. Hace años era difícil llegar al destino sin
haber hecho una nueva amistad o incluso varias. Aquellos compartimentos donde
cabían seis o siete personas proporcionaban una cercanía que no existe en las
modernas salas donde nos amontonamos veinte o treinta viajeros. Y luego estaban
las comidas, el intercambio de viandas:
-Pruebe usted este chorizo que es de casa.
Curadito y en su punto.
-No le voy a hacer ascos, no. Pero si me
acepta este trozo de bizcocho: huevo, harina y azúcar, aquí no hay trucos ni
esas cosas nuevas de los estabilizantes.
A partir de ahí, una vez reconfortados,
venían las confidencias sobre los hijos, sobre el embarazo de la nuera, que lo
está llevando mal porque tiene pérdidas, sobre el chaval que acaba de sacar
plaza en la guardia civil y me lo han enviado al pobre al País Vasco, sobre el
asesinato ese que ha salido en la televisión, qué horror, cómo puede hacer eso
un padre a una criaturita ... Siempre solía haber una monja, no muy agraciada
pero entrañable, que sacaba unas pastas de las hechas a ley en el convento, ay,
madre, qué manos tienen ustedes, quite usted, es que el Señor nos ayuda, y por
ahí seguido ...
Esta escena es imposible ahora.
Cada quien va con un adminículo metido en el
oído y un ordenador o una tableta delante repasando el último partido de
balompié o una película de animación, a veces la decoración del viajero se
completa con un collarín que le protege las cervicales. Todos muy serios, por
supuesto sin decir una palabra al vecino, lo que por otro lado sería inútil ya
que no nos oiría, parapetado como se halla tras sus trebejos electrónicos.
Con todo, el mejor de los compañeros de viaje
es el que instala su oficina en su asiento del tren. Se sienta, tira de laptop, se enchufa el auricular, saca el
móvil y empieza la ronda de llamadas: acuérdate, Concha, de mandar por
mensajero la nueva versión de la propuesta que hicimos en el último comité y
dile a Vicente que ni se le ocurra llamar a los de Sevilla, que llamen ellos, a
ver qué se van a creer, no te olvides de darme el nombre de la última
aplicación de comparativas operacionales, y los del pedido de la semana pasada
que concreten porque así no se pueden hacer las cosas, esta es una empresa
seria, ahora te dicto una carta para Sanahuja, se ha cortado, es que hemos
pasado un túnel, te decía que te dicto la carta para Sanahuja, a ver si dispara
este hombre que es más lento que el caballo del malo ... Y ahí van la carta, el
operacional, los topicazos y la madre que los parió a todos.
Situación deliciosa porque además se produce
a voces como si nadie creyera en la eficacia de la telefonía. Pero es un medio
infalible para que todo el pasaje se ponga al día sobre los entresijos de
Segoviana de Cárnicas S.A. Yo me he enterado en el ave a Sevilla del precio
ofertado y del regateo subsiguiente de un novillo para un festejo veraniego.
Cuando los logros de la técnica se juntan a
la buena educación del vecino, el resultado es esta delicia ferroviaria. Menos
mal que un mensaje de RENFE por el altavoz nos pide que por favor bajemos el
volumen de nuestros móviles. Eso sí: difundido a grito pelado.
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