Ayer
aparecía en El País un artículo de
Soledad Gallego-Díaz titulado “No
han aprendido nada. No se enmiendan”. Trataba del nombramiento de Enrique
López como magistrado del Tribunal Constitucional, en el cupo de los dos que
designa el Gobierno. Venía a decir la ilustre periodista que no se entiende
cómo el Gobierno y los partidos dominantes no se dan cuenta de que se están
llevando por delante el escaso prestigio de las instituciones y cualquier
esperanza de que los ciudadanos miremos con respeto a quienes nos gobiernan y
que tomemos en serio cualquiera de los poderes del Estado. En palabas de la
señora Gallego-Díaz: “Han sido el
presidente del Gobierno, el ministro de Justicia y el presidente saliente del
Tribunal Constitucional, Pascual Sala, quienes han puesto su rúbrica al pie de
un documento que certifica la vigencia de la apropiación partidista de las
instituciones. Han sido ellos quienes han impuesto el nombramiento de Enrique
López como magistrado del Tribunal Constitucional, en contra de toda prudencia
o ponderación”. Ese nombramiento, se dice, “desmiente de manera radical que exista en el Gobierno la menor intención
de atajar el creciente desprestigio de las instituciones”. Los datos que el
artículo nos recuerda son bastante tremendos: “En sus 50 años de vida, Enrique López ha sido ponente en un total de 64
sentencias, según datos de jurisprudencia de la Audiencia Nacional, el único
tribunal en el que ha ejercido esa labor, durante cuatros años y medio.
Previamente, el señor López ha sido juez instructor en juzgados de primera
instancia de Coruña, Valladolid y León, y letrado y portavoz del Consejo
General del Poder Judicial. De las 64 sentencias en las que ha sido ponente, 28
fueron dictadas de conformidad entre el fiscal y los abogados defensores. De
las 36 restantes, el propio señor López tuvo que dictar autos de aclaración en
más de un 10% de los casos para corregir errores graves, no erratas, como
declarar rebelde en los hechos probados al condenado o dictar una pena de
cárcel no compatible con los hechos probados. Consta, por otra parte, que el
Tribunal Supremo ha corregido un porcentaje sensible de las sentencias en las
que el señor López fue ponente”. No sigo, para qué.
Bien,
pues Soledad Gallego-Díaz tiene más razón que una santa, pero se equivoca. Su
diagnóstico de lo que está ocurriendo y que con ese nombramiento llega a un
peculiar clímax o es incompleto o está desenfocado. No se trata de que se esté
propasando y errando el Gobierno, con el silencio mezquino ahora del partido
mayoritario de la oposición y con la complicidad de un Pascual Sala que deja el
Tribunal Constitucional y su Presidencia mostrando que era verdad lo que
siempre se pensó de él, pese a que se tiñía de progresista o fuera aupado por
el PSOE. No, a Pascual Sala ese voto se lo van a pagar con alguna canonjía bien
pronto, y sobrados precedentes tenemos de cuánto aprecian algunos magistrados
los platos de lentejas, y más si son con chorizo. Y en lo que al Gobierno se
refiere, no se está arriesgando ante nosotros, el pueblo, con su incompetencia,
sino que se está aprovechando de la nuestra y lo único que se le puede
reprochar es que se recochinee y se refocile tanto, que no nos aplique compasivamente
aquello de que bien está joder pero no arrancar los pelos. Sin un pelo nos
deja, pero tan contentos como jodidos. En el fondo, yo me hincho de orgullo al
pensar que mi tía Obdulia también podría haber acabado en el TC a poco que la
vida le hubiera durado más y que hiciéramos unas relaciones por ahí.
Ni
cinco mil votos va a perder el PP por elevar a López a tan alta magistratura ni
cien le van a quitar al PSOE porque ese amigo suyo que presidía el TC haya
dicho que sí y que menudos méritos le cuelgan a don Enrique. Mentira todo el
escándalo, farisaico a más no poder el enfado de tantísimos. Hay por nuestra
parte consentimiento y provocación. Cada nueva arbitrariedad y cada desprecio
mayor a la Constitución, a sus principios de fondo y a los poderes
constitucionales es una prueba que gobiernos y partidos grandes hacen con
nosotros y que les da resultados tan sorprendentemente buenos, que se animan a
seguir y a ponerse metas más procaces para la vez siguiente. Igualito a esos
tipejos que pegan a sus parejas y que, en algunos casos desgraciados, las ven
ponerse a jadear de placer y a pedirles más azotes, masoquismo de tarugas
(y tarugos, en su caso), que acabará en hospital o entierro, pero que les
quiten lo gozado y Manolo me zurra porque en el fondo me quiere y me pone
burrísima con lo machísimo que es. Así somos nosotros. No, no como Manolo, como
sus víctimas más bien. Manolo son los que gobiernan y designan y nombran y se
solazan en su poderío y con tamaña potencia. Sólo hay que ver cómo les gime la
papeleta electoral a ésos que votan a corruptos indudables, investigados
irredentos, imputados y probadamente ladrones con o sin juicio. La fidelidad
política de la grandísima mayoría de los que apoyan a los partidos dominantes es
amor al amo, gusto por el látigo, placer de nalgas azotadas o de tetillas con
grapas. A ver, o que venga ahora alguno a convencerme de que se había creído la
inteligencia, las buenas intenciones y hasta el programa del Zapatero de la
segunda vez o del Rajoy de la primera, y eso por no ir más atrás y no mencionar
alcaldes y presidentes autonómicos.
En
resumen, que mucho escándalo con lo de Fulano o Mengano en el Constitucional,
pero Fulano es el que tiene menos culpas. Él probablemente seguirá haciendo lo
que el Gobierno le mande, pero la cama la pagamos nosotros y la pagamos
felices, mientras en los más altos gabinetes estarán ya pensando qué otra cosa
pueden hacernos que nos duela y nos haga aullar como posesos, pero de puro gusto suicida, como esos diputados ingleses que siempre la endiñan con una
bolsa de plástico en la cabeza y asfixiados mientras una relación de pago les
clava chinchetas en los pezones. No se me pierda, amigo lector, el diputado
inglés del ejemplo es usted si es de la mayoría votante y silenciosa y sumisa y
de eslogan rancio, y quién le planta la bolsa y quién le atornilla las partes y
quién cobra por el motel es acertijo que dejo a su aguda inteligencia, pero
está bien fácil.
Sí,
he dicho silencio y ésa es la segunda parte. En el aquelarre nacional somos
activos y pasivos al tiempo, activos en cuanto le vemos la rendija a la urna
electoral y silenciosos de por si acaso y no vaya a ser. ¿Pensamos un
experimento? Vamos, que alguno me eche una mano y redactamos juntos un
manifiesto bien duro contra el nombramiento de don Enrique López, contra el Gobierno
que lo impulsa, los magistrados del TC que se han pasado por salva sea la parte
el espíritu de la Constitución y la letra de la ley que ponía unos mínimos
requisitos de experiencia y prestigio, y acudamos con ese escrito a solicitar la
firma de nuestros juristas conocidos y compañeros bien críticos. No, no digo
que lo pasemos a la rúbrica del señor del quinto C que es jubilata y ya le da
igual casi todo, o de la panadera de la esquina, que está quemada y pensando en marcharse a Australia para envejecer junto a su hijo que se largó para allá el
año pasado a buscarse la vida y porque no tiene quién le ponga cargo aquí o una magistratura de nada. No,
que lo lean delante de nuestras narices los profesores funcionarios que se
hacen cruces en las barras, sean las de la cafetería del campus o las otras,
los que subrayan en sus discursos íntimos lo de inaudito e intolerable y
vergonzoso, que lo examinen ahí mismo y que firmen siquiera y luego usted y yo,
si hace falta, llevamos el papelín en persona al TC, al Ministerio de Justicia,
a las sedes de los dos partidos gordos y a un par de delegaciones autonómicas
para que no nos digan centralistas.
¿Cuántas
firmas lograríamos? No llegamos a cien ni aunque nos pateemos las tropecientas
facultades de Derecho y busquemos uno a uno a cada catedrático sin avisar de
que vamos, para que no huya. ¿Y por qué no habrían de firmar si están todos
enfadadísimos y son indignados propiamente dichos? Ah, por si acaso y nunca se
sabe y no sea que un día y yo personalmente no tengo nada contra nadie y no
vayan a entenderse mal las cosas y ahora justamente tengo que acabar el informe
de un proyecto y déjame ahí la carta y ya la leo el mes que viene despacio o yo
no firmo manifiestos porque me sientan fatal para la almorrana o es que tengo
un cuñado que es primo segundo de un amigo de Fulano y una vez me lo presentó y
de trato es muy majo. Y así, no quiero cansarles, pero de ésas me sé más o
menos ciento y pico. Tiralevitas y pequeñines, criaturillas de Dios con tarima y trampantojos.
Últimamente, y a ser posible y salvo que me
vengan por la espalda, no tomo cafés ni copas con gentes que no estén
dispuestas a repetir en público lo que en privado me protestan. Estoy hasta la
boina de que con el aliento en mi oreja todos sean más rojos y más
revolucionarios y más radicales y más bolivarianos, incluso, y más de una pieza
que yo y que luego tengan retortijones a la hora de dar la cara o poner una
firma y echen a correr para el aseo o a buscar a los niños, que casualmente
siempre salen de clase o tienen música a la hora ésa en que habíamos quedado
para hacer la revolución o ciscarnos en la ANECA. Así somos y por eso pasa lo
que pasa. Con dos o tres mil firmas de profesores de universidad he visto yo
mismo pararse decretos y tambalearse leyes. Con quinientas firmas de
catedráticos y titulares de Derecho, y no digamos unos magistrados y fiscales, y un par de tribunas ardientes en los
diarios, no se le vuelve a ocurrir a un Gobierno proponer para el TC o el CGPJ o
cosa similar a su tía la gorda o a la frutera de los melones. Pero como
callamos, sí. Y es nuestro silencio de menesterosos y nuestra prudencia de berberechos
lo que pone cargos y adorna nombramientos. Rajoy tendrá su culpa, no digo que
no, igual que antes pusieron otros al señor Sala y a unos cuantos más de ese
percal, salvando las distancias que haya que salvar y teniendo en cuenta que
hay un proceso histórico y casi físico de aceleración en la caída o de
condensación creciente del engrudo. Pero no es Rajoy, hoy, el mayor culpable,
aun con todo lo que carga y que su alma sería negra del todo si la tuviera. No, la culpa es de nuestro por si acaso, que
es atributo que no mejora con pócimas ni
se adecenta con cirugía ni admite ejercicios de estiramiento. De donde no hay
no se puede sacar y lo que no da la natura no lo prestan ni Salamanca ni la
lectura de las obras completas de John Rawls.
Con
mayor seriedad que nunca y el más leal propósito de cumplir si pierdo, les hago
una apuesta sin vuelta de hoja. Al que recoja el guante le juego una mariscada
de grueso calibre en la mejor marisquería gallega a que antes del 2025
tendremos en el Tribunal Constitucional, y de magistrado, un gato de un
ministro o un pollo de una presidenta de cualquier cosa. Sí, no hablo en
metáforas, cuando digo gato no me refiero a madrileño varón y humano, sino al
felino propiamente dicho, sea de angora, persa o común por completo, y al mencionar
el pollo aludo al hijo de la gallina, ése que va con plumas y canta de amanecida.
Que sí, que para antes del primer cuarto del siglo XXI veremos algún bicho del
todo con toga y formando Sala para el recurso de amparo o el control abstracto
de constitucionalidad y habrá traductores que expliquen cuándo maúlla
afirmativo o cuándo cacarea que no y hasta con cacareo de calidad y dirimiendo.
Vale, que no me creen; pues tranquilos, que, si llegamos allá, yo corro con la
cuenta de la cena ésa y de segundo pedimos pollo de corral y que se fastidie el
animal por no haber sabido hacer carrera ni relacionarse en mejor gallinero.
Voy
a justificar un poco más mi tesis y a combatir esa ingenuidad suya de usted que
le impide tomar conciencia de por quién nos toman y por dónde. Paso aprisa
sobre los argumentos más fáciles y nada más que los menciono. El primero, que
tampoco allá por los inicios de los ochenta y cuando para el Tribunal se
buscaba gente seria podíamos sospechar que acabaríamos en esto de ahora, y ya
ven. ¿O acaso es menor la distancia entre algunos de este momento y ese gallo togado
que imagino yo, que la que hay entre más de uno de hoy y un Rubio Llorente, un Luis Díez-Picazo, un
Ángel Latorre, una Gloria Begué, un Manuel García-Pelayo, un Francisco Tomás y
Valiente, un Rafael Gómez-Ferrer… Y podría seguir, aunque ya sé que a partir de
cierto momento el lobo empezó a asomar su patita por debajo de la puerta y tal o cual magistrado comenzó a destapar el canalillo o a dejar que le calentaran las
entretelas. Pero, con las luces y sombras de cada cual de aquéllos, uno lee
esos nombres y primero se sobrecoge y luego cogería el fusil, si por ganas y
justicia fuera. No voy a mencionar a ninguno de estas cosechas recientes, pero que cada quien haga
las cuentas de si entre más de cuatro de los que acabo de decir y alguno de
esos de ahora no hay mayor contraste que entre este último y el gallo o el
minino que lo sucederá de aquí a una temporada. Yo, francamente, no veo apenas distancia,
salvo que subrayemos el carácter indómito de los gatos y que a veces los gallos
hacen honor a su nombre.
Segundo,
que si acudimos a la Historia y el Derecho Comparado tampoco hemos de sentirnos
tan originales ni ahora ni para el futuro, aunque nos duela el mal de muchos. Hace ya años que Berlusconi hacía
diputadas a las más esmeradas de sus “velinas” y por aquellas mismas tierras el
emperador Calígula puso a su caballo Incitatus de senador y cónsul de Bitinia.
Tampoco antes hacía falta la carrera diplomática, ya ven. Nihil novum sub sole,
si acaso que ahora hay menos seriedad y que van sobre seguro porque previamente
a la propuesta se hicieron unas encuestas para comprobar que al electorado le
traen al fresco tanto el Tribunal Constitucional como el hipódromo y el zoo.
Aquí cada uno estamos con el por si acaso y el qué hay de lo mío y no sé si te
acordarás de mí, pero una vez nos vimos en Benidorm y quería yo comentarte
que tengo un sobrino que a lo mejor te vale para el despacho o que si me das un
diploma de que impartí una conferencia en casa de tu suegro, porque tengo que
acreditarme y tal, tú ya sabes, señoría, mi amol.
Sí,
lo anterior son obviedades, pero ahora le propongo a usted que reflexione en serio
sobre un argumento que voy a sacar. Piense primero en cuánta gente hay que
vota a ojos cerrados al partido de su querencia o al líder de sus pasiones, de
todas todas y aunque rebuznen o por aquello de que ya mi abuelo era de las
juventudes o a un tío de mi abuela lo fusilaron los otros en el treinta y
siete. Programa, programa, programa. El total de esos votantes
racionales y reflexivos debe de andar por encima del ochenta por ciento, vistos
los sucesivos resultados de las diversas convocatorias democráticas. Bueno,
pues ahora preguntémonos si alguno de tales votantes culilaxos cambiarían de
partido o coalición o votarían en blanco o se abstendrían si en la lista del
partido de sus amores va el tercero un conejo y en la sexta plaza una
lagartija; o coloque usted el bicho que quiera pero no me venga con monos, que se
nos difumina el contraste. Yo le digo: sólo un cinco o seis por ciento se lo
pensaría y vaya usted a saber qué haría, pero los demás hasta razonarían que,
jolín, ya era hora de que las bestezuelas pudieran tener su escaño y que para
la próxima hay que meter una foca de segunda, para que defienda los derechos de
las especies en extinción.
En
resumidas cuentas, que el PP y el PSOE y sus adláteres diversos nos van
poniendo a prueba y los que de su asombro no salen son más que nada ellos
mismos. Hoy nos magrean el muslo y sonreímos, mañana nos masajean los
pectorales y los comemos con los ojos, al día siguiente nos piden para la
habitación y les damos esos cuartos. ¿A qué preguntarse a dónde querrán ir a
parar y por qué sorprendernos de que consumen con exaltación de chimpancés y trasfondo
de fanfarrías? Están en lo propio, andan en el puro derecho natural y los avala
la naturaleza de las cosas. Los raros somos nosotros, y si nos quedara una
mínima entereza deberíamos ir corriendo al médico de cabecera o al psiquiatra
de guardia y decirle mire, doctor, que fíjese qué magistrados nos meten y qué
ministros nos plantan y cuántos cargos nos cargan y no sé decir que no porque
por si acaso y algunas noches hasta tengo sueños constitucionales lúbricos y me
veo explotándole a Amparo sus mejores recursos, doctor, deme algo para que se
me bajen estas ínfulas o dígame si no habrá un huequecito en el aprisco y a la
espera.
5 comentarios:
Coincido con el fondo, aunque no con el caso. A mí también me produce estupefacción el nombramiento de López. Pero Sala no hizo más que lo que tenía que hacer. Quienes entraron donde no debían son los magistrados que votaron en contra, pues no se les pedía en este caso su opinión sobre la idoneidad de los candidatos propuestos, sino la simple verificación de que cumplían los requisitos (formales, pues no hay otros) para ser nombrados magistrados. Esto es lo que hay. Hay una magistratura que cree que está para sustituir el criterio del órgano que propone. Y Sala no aceptó eso. Dicho eso, dejo claro que a mí también me parece nefasto el nombramiento de López.
Pues sí, Kelsen, ese hombre...
No creo que andara pensando en España cuando ideó lo del TC. Igual es que, así como se observa en las democracias centroafricanas, la democracia no se busca en las instituciones, ni en los caciques que las dirigen, sino en las personas que las padecen o en un señor de Cuenca, pongo por caso.
Aquí, en esta tierra de conejos, se cree que estando el órgano, con su cacique al frente, ya anda la función (pues no han puesto una noble titulada como defensor del pueblo ¿?)
Ése es el espíritu también del TC y si fuera otro no habría TC o a los amantísimos padres del texto constitucional se les habría olvidado ponernos uno como se olvida a los viejitos en las gasolineras estivales o el consenso legislativo en temas de importancia nacional(otro señor de Cuenca para el caso)
Recuerdo ahora un enano que bautizó éste fenómeno, tiempo ha, como democracia orgánica y se quedó tan pancho, y bajo palio; pues mutatis mutandi, y transición mediante, en ello seguimos.
Ah, pero, claro, que yo creía qué, mas, pero, aunque, si no...
Yo sí me apunto.
Abrazos,
J.
No esperaba menos de usted, don Jacobo.
genial entrada.Es una pena que haya gente que se queme tanto y otros que solo vean la vida pasar y no hagan nada por cambiarla para evitar un reproche o algún dolor de cabeza.
Un saludo
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